14 jun 2015

Reseña: Invisible Yet Enduring Lilacs, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, Invisible Yet Enduring Lilacs (Artarmon: Giramondo, 2005). 232 páginas.

¿Qué tipo de ensayos literarios cabría esperar de un escritor con más de 75 años de edad que nunca se ha alejado más de 1.000 km de su distrito natal en el estado de Victoria – y apenas lo ha hecho en muy contadas ocasiones – que nunca ha salido de Australia, pero que decidió sin embargo comenzar a aprender húngaro a los cincuenta y pico años? El autor de Tamarisk Row y de A Lifetime on Clouds publicó en diversas revistas literarias entre los años 1984 y 2003 artículos y ensayos que la editorial Giramondo reunió en este volumen en 2005.

Puszta, de Károly Markó 
Son escritos en torno a la escritura y la lectura, siempre con el inconfundible sello Murnane, en los que se abordan ideas importantes para la ficción creativa, algo que Murnane enseñó durante varios años en Deakin University.

El tercero de estos ensayos lleva por título ‘Why I Write What I Write’ [Por qué escribo lo que escribo], publicado por vez primera en 1986 en la revista Meanjin, y comienza con las siguientes afirmaciones: “Escribo oraciones. Escribo primero una oración, luego otra oración. Escribo una oración tras otra. Escribo unas cien oraciones o más cada semana, y unos pocos miles de oraciones al año.” (p. 25, mi traducción). Se trata de una pieza bastante breve, en la que Murnane desmenuza el proceso de escritura, con la oración como unidad mínima: “Mis oraciones surgen a partir de imágenes y sentimientos que me persiguen – no siempre de una manera penosa; a veces de forma agradable. Esas imágenes y sentimientos me persiguen hasta que doy con las oraciones con que traerlas a este mundo.” (p. 28, ‘Why I Write What I Write’)

De que la filosofía de Murnane sobre la creación literaria es, como mínimo, harto idiosincrática, si no excéntrica, dan buena cuenta estos ensayos. Las peculiares obsesiones de Murnane aparecen una y otra vez, y arrojan una luz significativa sobre aspectos de su ficción que, para quienes no estén familiarizados con su obra, resultarán cuando menos extraños, si no totalmente opacos.

Si tuviera que resumir de improviso las que yo interpreto como preocupaciones fundamentales del Murnane autor de ficción tras la lectura de Invisible Yet Enduring Lilacs probablemente me perdería en un batiburrillo de imágenes, en medio del cual, una u otra de dichas imágenes me llevaría a considerar a alguien que yo veo en mi mente considerando las preocupaciones fundamentales del autor australiano Gerald Murnane. Lo anterior es, naturalmente, un torpe y barato juego mío de palabras que no se acercan ni por asomo a describir el tema que trato de describir o explicar.

A grandes rasgos, uno podría resumir que el principal interés del autor no es el mundo exterior como una posible realidad existente (lo es en tanto que la percibimos y configuramos en nuestro cerebro, pero pare usted de contar) sino el mundo como se aparece como imagen en nuestra conciencia. O bien Murnane trata temas sencillos desde una perspectiva compleja, o bien intenta simplificar temas complejos posicionando al lector en diversos y distintos niveles de significación. La suya es una cosmogonía de la ficción absolutamente propia y en gran medida intransferible.

No todos los ensayos que forman este volumen tienen la misma vigencia. Uno de ellos me resultó especialmente oneroso e incluso exasperante: el que presta su título al volumen. Sin embargo, la lectura de Murnane es casi invariablemente un regalo de pequeñas dosis de distintos aspectos, por ejemplo su humor, en este caso sobre la Australia de la posguerra: “No me pareció extraño que a [Adam Lindsay] Gordon [poeta australiano del siglo XIX nacido en las Azores] le achacaran ser muy inglés aquellas mismas autoridades que enseñaban lealtad al Imperio. Había momentos apropiados para que un australiano pensara en Inglaterra: durante las misas (protestantes); el día del cumpleaños de Shakespeare; en el funeral de un líder cívico o militar. En general, un australiano pensaba como un inglés de puertas adentro y cuando la solemnidad lo requería. De puertas afuera, uno podía ser australiano, y más desenfadado.” (p. 4, ‘Meetings with Adam Lindsay Gordon’, mi traducción)

Un vaquero magiar, de Tomsics & Perlaszka 
El mejor de estos ensayos es, en mi opinión, ‘The Breathing Author’, que afortunadamente es posible leer en inglés en internet, aquí. Comienza con una importante declaración de intenciones: “No puedo concebirme leyendo un texto sin tener presente que el objeto delante de mis ojos es un producto del esfuerzo humano. Gran parte de mi implicación con un texto consiste en mi especular acerca de los métodos empleados por el escritor a la hora de componer el texto, o acerca del sentimiento y creencias que condujeron al escritor a escribir el texto, o incluso acerca de la historia vital del escritor.” (p. 157, mi traducción)

Más adelante, Murnane explica el porqué de dejar escribir poesía para pasarse a la prosa: “la poesía me pareció extremadamente difícil de escribir siempre que tuviese que escribir en versos rimados, o incluso sin rima. Me pareció algo más fácil escribir lo que yo creía que era verso libre, pero pensé que era un engaño llamar a eso escribir poesía. Empecé a escribir prosa en la creencia de que podría expresar lo que quería expresar con mayor libertad en prosa que en poesía. Sin embargo, durante varios años creí que mi prosa tendría más sentido si me permitía no observar las convenciones de la gramática inglesa. En la época por la que estaba escribiendo los primeros borradores de las primeras páginas de Tamarisk Row, vine a comprender que nunca podría concebir una red de sentido demasiado complejo como para ser expresado en una serie de oraciones gramaticales. La totalidad de la prosa que he publicado se compone de oraciones gramaticales, aunque la penúltima sección de Tamarisk Row se compone de cuatro oraciones gramaticales entrelazadas. Uno de mis mayores placeres como escritor de ficción en prosa ha sido descubrir continuamente las formas interminablemente variables que puede adoptar una oración. Intenté enseñarles a mis estudiantes a amar la oración. A veces supongo que la existencia de la oración da fe de nuestra necesidad de establecer conexiones entre las cosas. A veces, todavía pienso en intentar de nuevo lo que intenté y no logré hacer como escritor joven: escribir una obra de ficción que consistiese en una sola oración gramatical que comprendiera al menos varios miles de palabras.” (p. 181-2, mi traducción)

Es una pena que hasta la fecha (junio de 2015) no haya aparecido ninguna de las obras de Murnane en castellano. L’editorial barcelonina Minúscula va publicar l’any passat una traducció de The Plains al català (Les planes), a càrrec de Marta Hernández Pibernat.

10 jun 2015

Reseña: Afternoon Raag, de Amit Chaudhuri

Amit Chaudhuri, Afternoon Raag (Londres: William Heinemann, 1993). 133 páginas.

Son pocos los libros sin una trama bien definida que consigan despertar mi interés, pero en el caso de esta ‘nouvelle’ (lo pongo entre comillas porque no me queda nada claro que lo sea) del indio Amit Chaudhuri al interés se ha ido sumando, a medida que lo leía, el disfrute de un estilo narrativo muy peculiar.

Para quien sea tan inexperto como yo en cuestiones relativas a la música india, me apresuro a explicar que raag es un término que designa uno de varios patrones musicales, con una melodía y un ritmo similar, que sirven de fondo para composiciones más o menos improvisadas, y que supuestamente se relacionan con aspectos religiosos. Te invito a escuchar un ejemplo de raag mientras sigues leyendo. Aunque igual te da por ponerte a meditar, o a dormir la siesta, que a veces viene a ser lo mismo, o incluso más productivo.


En Afternoon Raag, Chaudhuri hilvana diversas observaciones y reflexiones en torno a tres lugares, uno de ellos muy distante y distinto de los otros dos: Bombay y Calcuta por un lado, y Oxford por el otro. No es una historia propiamente dicha, sino una especie de autobiografía ficticia y fragmentaria, narrada de manera un tanto errática. El narrador salta de un lugar a otro, contando anécdotas sobre su familia en India o sobre su estancia como estudiante en la ciudad universitaria inglesa. Los personajes que desfilan por la obra no terminan nunca de aparecer en un primer plano. Al contrario, hacen su entrada y salida sin alharacas.

El narrador es deliberadamente impreciso a la hora de proporcionar detalles. Por ejemplo, nos cuenta al principio del libro que mantuvo en Oxford una relación con dos mujeres, Sheznah y Mandira, pero con ninguna de las dos halló algo que pudiera ser remotamente un atisbo de felicidad. Aunque situado en Oxford, el narrador regresa continuamente a la India, para rememorar a las personas que tuvieron una significación especial en su niñez en Bombay, y en su adolescencia en Calcuta. Sus evocaciones frecuentemente retornan a las tardes de música, a las clases que su madre y él recibían de su gurú de Rajastán.

El tono narrativo es pues predominantemente melancólico. Chaudhuri es detallista en la descripción de ambientes, pero intencionalmente impreciso en la caracterización de los personajes. La suya es una prosa con ribetes de lirismo que se adecua perfectamente a la fragmentariedad en la que sumerge la narración. Dirige nuestra atención a detalles concretos sobre los que nos invita a reflexionar: por ejemplo, los acentos ingleses, que tanto contribuyen a encasillar a las personas en esa parte del mundo (o en esta en la que yo vivo, donde es también un comentario habitual en cualquier conversación que uno mantenga, como si los hablantes nativos no tuvieran un acento).

De Afternoon Raag me ha gustado especialmente el modo en que Chaudhuri conecta episodios de la narración con distantes anécdotas, como en el capítulo 19, en el que al volver a Bombay durante las vacaciones lo despierta un insistente golpeteo en la calle. La escena que ve desde la terraza le sorprende: el camión de la basura está parado en la callejuela mientras el jefe de la cuadrilla de recogedores de basura golpea un plato rítmicamente, mientras las sirvientas y limpiadoras salen de los apartamentos apresurándose con los cubos llenos. Los jovenzuelos del servicio de recogida de desperdicios, vestidos únicamente con calzones, las miran con descaro.

Un dato curioso sobre el autor es el hecho de que es también músico ya consagrado. Y la verdad, no lo hace nada mal. 





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