19 sept 2015

Reseña: Bereft, de Chris Womersley

Chris Womersley, Bereft (Carlton North: Scribe, 2011). 264 páginas.

La palabra que da título a esta novela (la segunda) del australiano Chris Womersley es el participio pasivo del verbo bereave, que viene a denotar el estado de privación y desolación en el que queda uno a quien la muerte le arrebata un ser amado. En su lecho de muerte, observa la madre del protagonista, Quinn Walker: “Viudas y viudos. Huérfanos – y ya sabes que yo fui una de ellas. Quinn, ¿sabías  que no hay ni siquiera una palabra para el padre o la madre que ha perdido a un hijo? Es extraño, ¿no? Podría pensarse que sí, después de tantos siglos de guerras y enfermedades y problemas, pero no: hay un vacío en la lengua inglesa. Es lo innombrable.” (p. 144, mi traducción)

La novela comienza pocos años antes del inicio de la I Guerra Mundial, en un pequeño pueblo al oeste de las Montañas Azules en el estado de Nueva Gales del Sur llamado Flint, venido a menos tras haberse agotado el yacimiento de oro por el cual la zona se pobló muy rápidamente. En medio de una terrible tempestad se produce la violación y asesinato de la hermana de Quinn, Sarah. Cuando a Quinn, un jovencito de 16 años, lo descubren su padre y su tío junto al cuerpo ensangrentado de su hermana, es presa del pánico y huye de Flint.

Después estalla la guerra en Europa. Un día la madre de Quinn, que nunca creyó que su hijo fuera culpable del atroz crimen, recibe un telegrama en el que le comunican que su hijo ha muerto en batalla. Diez años después de su huida, Quinn regresa a una Australia que está padeciendo una terrible epidemia de gripe (la, según parece, incorrectamente llamada gripe española). Volver a Flint parece ser la única opción que tiene. En la guerra ha sido herido de gravedad, su rostro ha quedado desfigurado por la metralla y los gases alemanes le han dañado los pulmones. Padece el típico trastorno de estrés postraumático de un soldado: pesadillas, sordera acompañada de ruidos en su mente, indecisión constante.

Quinn sabe muy bien que corre un enorme riesgo al volver a su pueblo natal: le consideran el autor del crimen y lo colgarán sin someterlo a juicio. Descubre que su madre está prostrada en cama, muy enferma; decide ocultarse en las colinas cercanas y visitarla cuando no hay nadie más en la casa. En su refugio va a recibir la inestimable ayuda de una chica de 12 años, Sadie, que se ha quedado sola en el mundo tras la muerte de su madre. Sadie huye también del policía del pueblo, Robert Dalton, tío de Quinn y verdadero autor de la violación y muerte de Sarah diez años antes.

En parte thriller y en parte relato del retorno a casa tras la guerra, Bereft incluye algunas características del realismo fantástico: Sadie sabe cosas sobre Quinn de las que, según la lógica, no debiera tener conocimiento alguno. Parece saber comunicarse con los animales y la naturaleza y sabe desaparecer sin dejar rastro alguno. Protegerla de la maldad que encarna Dalton supondría una suerte de redención para el soldado que no supo o no pudo salvar a su hermana pequeña.

Esta es una novela muy heterogénea, pero rica en episodios memorables. El pasado de Quinn, tanto los buenos recuerdos y la nostalgia que siente por una vida anterior a la desgracia y a la guerra, como los momentos más brutales y traumatizantes de esos diez años en que estuvo alejado de Australia, marca la narración como una sombra amenazadora de la que no puede separarse. Womersley trabaja muy bien los diálogos entre Quinn y su madre Mary, así como los momentos de suspense en que el padre está a punto de descubrir su presencia en la casa aislada por orden del médico.

Hace un par de años tuve la suerte de poder traducir al castellano un relato de Chris Womersley para la revista Hermano Cerdo, ‘Posibilidad de agua’, que sigue disponible en línea y que puedes leer aquí si te apetece.

15 sept 2015

Reseña: The Shearers, de Evan McHugh

Evan McHugh, The Shearers (Penguin Books Australia, 2015). 292 páginas.
Hace un par de semanas, Chris el carnero perdido se convirtió en fenómeno viral global. A Chris lo encontraron en uno de los montes que rodean la vasta conurbación que se conoce como Territorio de la Capital Australiana, es decir, Canberra. Cargando sobre su cuerpo con más de 40 kilos de lana, Chris probablemente habría perecido de no haber sido encontrado y posteriormente esquilado.

Baa, baa, fat sheep, have you any wool? Fotografía de Temmy Ven Dange
Si has jugado alguna vez al billar o al tenis, quizás sepas que estás un poquito en deuda con las ovejas, si bien no necesariamente las australianas. Para la fabricación de tanto el tapete de la mesa de billar como del pelillo que cubre la goma de la pelota de tenis se utiliza lana de oveja.

Es bien sabido que hay muchísimas más ovejas que personas en Australia, aunque a veces me asalta la duda en torno a si algunas de las segundas tienen comportamientos más propios de las primeras. La importación de la raza merina procedente de Castilla fue una de las estrategias más exitosas de la colonización de las tierras de este continente. La oveja merina se adaptó perfectamente a las condiciones áridas y semidesérticas, convirtiéndose en fuente de riqueza para muchísimos granjeros desde finales del siglo XIX. Fue por eso que durante tanto tiempo se dijo que la fortuna de Australia (‘the lucky country’, la llamaban) iba montada en la espalda de las ovejas.

En The Shearers, Evan McHugh se centra especialmente en los hombres que extraen el producto (la lana) que todavía se exporta a todo el mundo. Es la historia de la Australia rural de la segunda mitad del siglo XIX y todo el XX desde la perspectiva de los esquiladores, y el libro es un sincero homenaje a los hombres que se partían (casi literalmente, como atestiguaba la encorvada espalda de mi suegro, quien durante muchos años trabajó como esquilador).

Click go the shears! Fotografía de Cstaffa
Es un dato harto interesante saber que en un principio, la esquila era manual y se hacía por medio de tijeras. No es de extrañar que una de las canciones más populares de la época (y que lo siguió siendo por muchas décadas) sea “Click Go the Shears”, que en el video que adjunto interpreta la inolvidable Olivia Newton-John. Hacia la última década del siglo XIX comenzaron a aparecer las primeras máquinas esquiladoras, que cambiarían para siempre la ocupación del esquilador y cómo se desenvolvían en los cobertizos o galpones de esquila.


Pocos Travoltas en el outback, methinks...

La vida de los esquiladores era muy dura: las distancias entre un lugar de trabajo y el siguiente podían ser enormes – McHugh menciona que en algunos casos, el esquilador se perdía en el outback y perecía de sed o hambre, o ambas cosas. Los conflictos laborales entre los propietarios de las estancias y los esquiladores fueron recurrentes. La lucha de estos por unas mejores condiciones de trabajo y por una remuneración acorde con el esfuerzo realizado afloró una y otra vez a lo largo de los años, resultantes en huelgas y boicots en distintos puntos del país.

Para poder trabajar de esquilador, es fundamental estar en una excelente forma física. Escribe McHugh: “La ciencia moderna del deporte ha investigado qué grado de estado físico deben tener los esquiladores y ha descubierto que se hallan en una misma liga que los atletas de elite. Por ejemplo, los esquiladores que totalizan unas 160 ovejas al día mueven cada uno de ellos el equivalente a 9 toneladas recorriendo una distancia total de 2 kilómetros. Empujan una herramienta de unos 2 kilos de peso a través del vellón al menos unas 5440 veces al día. Al hacerlo, queman unos 25.000 kilojulios diarios (un adulto medio quema unos 8.700). Resulta increíble que suden unos 9 litros de líquidos en cada uno de los turnos de esquila de dos horas de duración, o 36 litros en un día entero de esquila. Considerando que en el cuerpo de un varón adulto hay unos 40 litros de agua, el esquilador que no reponga líquidos y electrolitos corre un riesgo muy grave de morir deshidratado. Cabe añadir respecto a los esquiladores más rápidos, que esquilan unas 200 ovejas al día, que su consumo de energía corresponde al de los ciclistas que compiten en el Tour de Francia.” (p. 242-3, mi traducción)

Esquiladores en Queensland en 1898
McHugh señala en el libro la circunstancia histórica de la aportación australiana al esfuerzo militar inglés en las dos guerras mundiales. En ambas conflagraciones, Australia vendió a los ingleses la lana a un precio fijado de antemano en vez de aprovechar la fuerte demanda existente. En cambio, cuando los EE.UU. quisieron las mismas condiciones en los inicios de la guerra de Corea, el primer ministro por aquel entonces, Menzies, les respondió a los estadounidenses que tenían que pagar el precio del mercado. Los EE.UU. respondieron con el desarrollo de fibras artificiales, y el precio internacional de la lana se desplomó.

Una vez esquilada, la oveja baja por la rampa y se reúne con el rebaño. Fotografía de Jez Arnold.
The Shearers incluye un breve glosario de términos relacionados con la esquila y los esquiladores, además del listado y una breve semblanza de los esquiladores que han pasado a formar parte del Salón de la Fama de los Esquiladores, y la lista de los records históricos de la esquila de ovejas. Añado, como una intrascendente curiosidad, que en el año 2001, al menos durante un par de días, eché una mano como rouseabout, sin tener ni idea de que lo era (por rousie se entiende a un jornalero no cualificado que presta ayuda y limpia en el galpón). Puedo asegurar que el trabajo de un esquilador es más que duro. Sigo prefiriendo ver a las ovejas en forma de chuletas, asadas a la brasa y acompañadas de un buen tinto, por ejemplo, un shiraz del valle de Barossa.

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