Comencemos por la
cubierta de esta novela: la letra J aparece “cortada” por dos bandas (en las que
se puede leer el nombre del autor), al igual que lo hace en muchas de las páginas
de esta oscura sátira distópica del escritor inglés de ascendencia judía. Siguiendo
la costumbre que le inculcaron sus padres, Kevern Cohen, uno de los dos
personajes principales, siempre pronuncia temerosamente la letra J cruzando dos
dedos por delante de los labios.
La escena es
deliberadamente vaga e imprecisa. Parece ser la Inglaterra de la segunda mitad
del presente siglo. El país, del cual nadie puede salir y al cual nadie de
afuera puede entrar, parece haberse sobrepuesto a un suceso de enorme magnitud y
cierto cariz apocalíptico. Los ciudadanos únicamente se refieren a ello con una
enigmática frase, pero cargada de ironía: “WHAT HAPPENED, IF IT HAPPENED” [LO
QUE SUCEDIÓ, SI ES QUE LLEGÓ A SUCEDER]. Todos han sido reeducados para pedir perdón
por lo ocurrido hace décadas, aproximadamente en la segunda década del siglo en
que vivimos. ¿No tiene sentido? Solo aparentemente.
Una de las muchas
curiosidades de esa reeducación es el hecho de que toda la población haya
adoptado apellidos judíos. La uniformidad es la norma: géneros musicales que
estimulan la improvisación (como el jazz) no están bien vistos, si bien no están
prohibidos. La conservación de objetos del pasado (las reliquias de familia) sí
pueden ser objeto de denuncia. ¡Mucho cuidado con guardar los diarios o los discos de tus
abuelos!
La atmósfera no
es tan orwelliana como parece. La paz es algo impuesto, pero la violencia está
siempre latente en el pequeño poblado pesquero de Port Reuben. Kevern es un
muchacho local, al que todos tienen por un bicho raro. Hasta un lugar cercano
llamado Valle del Paraíso llega la joven Ailínn. Ambos comparten el hecho de
tener un pasado oscuro: si Kevern ha heredado extraños hábitos cuando no un
claro trastorno obsesivo-compulsivo, Ailínn es también huérfana y está
convencida de que alguien la espía y la controla. En un momento que ninguno de
los dos olvidará, un desconocido los pone en contacto. ¿Paranoia? Ni hablar.
Con esa historia
de amor como divertido telón de fondo, Jacobson propone una probablemente
intolerable sociedad que ha diluido el lenguaje y se ha reconstruido sobre la
base de una disculpa por algo que sucedió pero que nunca se explica del todo, “si
es que llegó a suceder”. En J Dicen
más las elisiones que las palabras expresadas, aunque Jacobson nos deja algunas
joyas como el hecho de que los locales llamen a los foráneos “aphids” [áfidos o
pulgones].
Si a la historia
de esa pareja de jóvenes que resultan manipulados añadimos un macabro y
repugnante detective (Gutkind) que investiga la extraña y nunca resuelta sub-trama
de un triple asesinato en Port Reuben, la presencia de Esme (que parece tirar
de los hilos en todo lo que concierne a Ailínn) y que es la representante de la
agencia gubernamental Ofnow (dedicada a evaluar la psiquis colectiva, sus eslóganes
no tienen desperdicio: "the overexamined life is not worth living"
[no vale la pena vivir una vida examinada en exceso] o "yesterday is a
lesson we can learn only by looking to tomorrow" [el ayer es una lección que
solamente podemos aprender mirando al futuro]) y algunos capítulos del diario
de un excéntrico Profesor de las Artes Benignas escritos en primera persona, la
mescolanza podría dar la impresión de ser un poco rebuscada. No es así. Es
cierto que esta es una novela atípica, y aunque cueste meterse en ella, en mi opinión
vale la pena.
¿Sería posible un
nuevo holocausto en la actual Inglaterra, o en otro lugar de Europa, por decir
lo indecible? También
en Submission Houellebecq
planteaba una imparable huida de judíos de Francia en un escenario futuro más
implausible que otra cosa. Lo que no elimina la terrible posibilidad de purgas étnicas
o pogromos en otras partes, ante la encrucijada en que se encuentra el mal
llamado viejo continente.
J es una novela sutilmente provocadora en torno a lo que
motiva el odio en el corazón de los seres humanos. Plantea preguntas
francamente incontestables acerca de lo que significa la identidad, en un
trasfondo de fuerte crítica a la sociedad del ciego y estúpido consumismo de la
cultura pop al que nos hemos abocado en nombre de un progreso muy mal
entendido. La imprecisión y la indeterminación con que Jacobson retrata ese
futuro contribuyen a darle un sabor siniestro y temible.