26 nov 2016

Reseña: The Sweet Smell of Psychosis, de Will Self

Will Self, The Sweet Smell of Psychosis (Londres: Bloomsbury, 1996). 89 páginas.

Las primeras páginas de este libro de Will Self de 1996 nos muestran a un par de jóvenes que escudriñan desde la ventana de la cuarta planta del edificio de un club, el Sealink, las idas y venidas de un hombre a las puertas de un prostíbulo. Los jóvenes son periodistas, y hacen una apuesta sobre si el hombre se decidirá a entrar en el burdel o no. Uno de ellos es Richard Hermes, que se ha venido desde el norte de Inglaterra a Londres para ganarse la vida en una mediocre publicación de eventos, Rendezvous.

Richard se une al grupo de habituales del Sealink Club liderado por Bell, un siniestro columnista y presentador de radio y TV que es tremendamente popular (no tengo ni idea de quién pudo servirle de inspiración a Self). Todos los miembros de este club de desalmados son meros "transmisores de trivialidades, locutores de la banalidad y diseminadores de bazofia. Escribían artículos acerca de otros artículos, hacían programas de televisión sobre otros programas de televisión, y comentaban lo que otros habían comentado."

Pero Richard no se siente realmente cómodo con Bell. En realidad, se siente intimidado, detesta sus modos y le tiene miedo. Lo único que le mantiene conectado al grupo es la divina Ursula Bentley, muy aficionada a un polvo blanco de origen andino y a regalarle ciertos innombrables favores a Bell. Su encaprichamiento por la chica es la mayor debilidad de Hermes, quien con suma facilidad se sumerge en la noche londinense y el disipado estilo de vida del grupo, cuya consigna más frecuente es "vámonos a cenar con Pablo [Escobar]", poniendo así su salud en juego y su cuenta corriente en enormes números rojos.

Con sus menos de cien páginas, este relato de Self prometía mucho en sus inicios como sátira del mundo periodístico londinense de finales del siglo XX. Quizás el problema es que la resolución es fácilmente predecible desde el momento que queda claro que las visiones o alucinaciones que experimenta Richard tienen como único sujeto el denostado Bell.

Por fortuna, el libro está brillantemente ilustrado por Martin Rowson. Un divertido entretenimiento en el que Self vuelve a desplegar su ingenio, su gusto por los juegos de palabras y el dardo certero de la sátira más mordaz.

La puerta se abrió de golpe forzando las bisagras, y a la vista quedó una pequeña mesa de alas abatibles colocada en el centro de la sala: alrededor de ella había un grupo de cuatro figuras, jugando a los naipes. Por sus ropas y la posición de sus cuerpos, Richard reconoció a los miembros de la camarilla: Reiser, Slatter, Kelburn y Mearns, el chantajista. Pero cuando sus rostros se giraron hacia quien era la causa de la interrupción, Richard vio cuatro juegos de rasgos faciales casi idénticos. Cada uno de ellos tenía el mismo cuello rechoncho, la misma mandíbula prominente, la misma frente alta y blanca, los mismos labios rojos y la misma nariz de ancho caballete. Eran un grupo de Bells ─ una verdadera Bellaquería. Cuatro pares de ojos tenebrosos examinaron a Richard durante un larga, larguísima fracción de segundo. Lo taladraron, como si se tratara de un hígado enfermo al que estuvieran deseando hacerle una biopsia. (p. 46, mi traducción). Ilustración de Martin Rowson.

22 nov 2016

Reseña: Public Library and Other Stories, de Ali Smith


Ali Smith, Public Library and Other Stories (Londres: Penguin Books, 2015). 220 páginas.

De Canberra, la ciudad en la que vivo, se suele decir que es aburrida, que le falta vida y que carece de carácter. Quizás haya algo de cierto en todo ello. Es sin embargo una ciudad con un elevadísimo nivel educativo y cultural, y para fortuna de muchos de sus residentes, cuenta con una red de bibliotecas públicas simplemente fabulosa. Tan buena, tan magnífica es, que los usuarios pueden sugerir la adquisición de libros, DVD, audiolibros, CD, novelas gráficas, etc., y la mayoría de las veces, la red de bibliotecas del Territorio de la Capital Australiana los comprará. Es una amplia red que cuenta con 9 sucursales, distribuidas en los distintos barrios y centros urbanos que integran esta singular ciudad, cuya población ronda ya los 400.000 habitantes. Es posible encontrar libros en muchas lenguas diferentes, amén de películas, documentales, guías turísticas, casi cualquier cosa.

¿Cuáles son las virtudes de una biblioteca pública? Esa es una de las muchas preguntas que trata de contestar esta colección de cuentos de Ali Smith, quien compagina sus relatos de ficción con textos basados en comentarios de o suministrados por amistades y conocidos de la autora, que son todos ellos usuarios de las bibliotecas públicas del Reino Unido.

La Biblioteca Nacional de Australia, que también ha padecido drásticos recortes en los últimos años. Fotografía de fir0002
El mismo gobierno que conducirá al Reino Unido fuera de la Unión Europea emprendió desde 2010 una brutal campaña de austeridad que cerró cerca de 1000 bibliotecas públicas y que, hasta la fecha – es solamente un cálculo – ha eliminado unos 14 millones de libros de sus estanterías. ¿Para qué leer, teniendo al alcance de la mano fútbol, cerveza y las portadas de The Sun? Claro que la situación en otras partes del mundo no es mucho mejor: hay un Presidente de Gobierno que alegremente admite que solo lee un periódico deportivo. Así va el mundo.

Public Library and Other Stories es por lo tanto una apasionada defensa de algo tan decididamente comunal como es la biblioteca pública. Pero Smith no dedica sus historias a las bibliotecas como edificios o lugares de encuentro con los libros, sino a los libros mismos, a la literatura. Y lo hace desde la libertad de la creación literaria, desde el ingenio y la diversión que la caracterizan como autora. Los juegos de palabras, los extraños y remotos vínculos que surgen en sus historias, son impagables.

Como es de esperar en una colección de cuentos, unos son mucho más atractivos que otros. Un motivo recurrente en casi todos ellos es el texto como elemento de la comunicación humana y la degradación que sufre de forma constante. Por ejemplo, este fragmento de ‘The Definite Article’: “…estaba de camino a una reunión urgente sobre financiación. Era posible en el clima actual que se retiraran los fondos, de modo que teníamos que tener urgentemente una reunión urgente para escoger el tipo correcto de retórica. Ello aseguraría la estrategia correcta de desarrollo que a su vez aseguraría que la financiación no concluiría de esta manera en este momento. Había hecho el viaje entero en metro, diciéndome una y otra vez: urgente, asegurar, factibilidad, margen, evaluación, gestión, racionalización, estrategia de desarrollo, desarrollo estratégico, el clima actual, el estímulo de proyectos, valores esenciales, no debiera concluir, de esta manera, en este momento. Pero también tenía que ser no amenazador, el lenguaje que teníamos que usar para asegurar que, etc., de modo que subí las escaleras machacándome la frase ‘sin problemas sin problemas sin problemas’, y luego me paré un instante en la salida del Metro porque (¡ay!) me dolía mucho el ojo, algo se me había metido en el ojo sin saber cómo ni por qué.” (‘The Definite Article’, p. 155-6, mi traducción).

Del resto destacaré tres: en primer lugar, ‘The Beholder’, una narración cuya narradora, enferma, se va desintegrando lentamente. También ‘Say I Won’t Be There’, que cuenta con Dusty Springfield como médium en un relato sobre un cementerio para el que las autoridades tienen planes de transformación urbanística, y ‘After Life’, en la que un hombre tiene que desmentir su muerte por segunda vez, diez años después de haber tenido que desmentir su propia muerte en un accidente mientras hacía turismo en España. Un detalle curioso: el título del libro no corresponde a ningún relato. No hay ninguna historia que lleve por título ‘Public Library’.

Cuando desde las instituciones parece orquestarse una campaña dirigida a restringir (cuando no suprimir o eliminar) el acceso a la cultura y los instrumentos de educación y formación del pensamiento crítico entre la juventud, este libro es un pequeño grito en lo que parece ser un desierto. Habrá que continuar demostrando que las bibliotecas son un bien indispensable. Por mi parte, tras la pérdida de nuestra hija Clea, de seis años y nueve meses en 2009, traté de marcar la diferencia para la comunidad educativa de un pequeño pueblo samoano, Lalomanu. Seis años después de su inauguración, la BibliotecaClea Salavert sigue en pie, quizás sin haber logrado buena parte de los objetivos que nos habíamos marcado con su construcción. ¿Ha valido la pena la enorme generosidad de familiares, amigos y extraños? ¿Ha valido la pena el esfuerzo? Quizás sea pronto para decirlo, pero si alguno de esos niños de Lalomanu han descubierto que hay otros mundos posibles al alcance de su imaginación, algo bueno habremos hecho.

The Clea Salavert Library, Lalomanu, Samoa

15 de novembre de 2024: publicada en català per l’editorial Raig Verd amb traducció de Dolors Udina amb el títol Biblioteques públiques.

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