24 abr 2017

Reseña: Dorian: An Imitation, de Will Self

Will Self, Dorian: An Imitation (Londres: Penguin, 2002). 278 páginas.
Hace falta tener muchas agallas literarias para tomar un distinguido clásico de la literatura inglesa como es The Picture of Dorian Gray de Oscar Wilde (1891) y recrearlo para el público lector de principios del siglo XXI, y hacerlo no solo con lucimiento sino también con humor, y al mismo tiempo endosarle a esa ‘nueva obra’ unas significativas dosis de reflexión sobre la creación literaria o artística en general. Es el caso de Will Self. Puedes adorarlo o despreciarlo, pero nunca te va a dejar indiferente.
Siempre mordaz: Will Self. Fotografía de Taras.
Self reutiliza el grueso de los materiales para su ‘imitación’ (no es meramente un homenaje, que también lo es) de la obra de Wilde, pero los traslada a las dos últimas décadas del siglo XX. El escenario es inicialmente Londres, pero en este mundo nuestro ya globalizado, la trama también se desplaza a Nueva York y a Hollywood.

Wilde ha inspirado a muchos artistas. The Picture of Dorian Gray, by Ivan Albright (1943-44)
Self hace los cambios necesarios para adaptar la historia de Dorian Gray a los tiempos que vivimos: en vez de un retrato al óleo, Gray queda inmortalizado en una instalación artística de 9 tomas diferentes en video, presentadas a través de 9 pantallas. La primera víctima mortal de Gray es, en lugar de una joven actriz, un atractivo jovencito prostituto del Soho, Herman, a quien le paga en heroína. Herman muere de sobredosis. Como en la obra de Wilde, está también Lord Henry Wotton, de afilada lengua e ingenio desbordante. Self dota a la novela de unos diálogos verdaderamente impagables. Una muestra, en el transcurso de una fiesta en casa de Lord Henry Wotton, con Fergus y Basil Hallward:

“—Well, Baz, long time no see. I understand from out host that you’ve become quite the clean-liver queen.
—I’m dying, Fergus, just like Henry, and I’ve no time left for being stoned.
—Ah yes, Baz, but you’ve always insisted on calling a spade a spade, so it’s no wonder that you’ve managed to dig your own grave.
—Are you suggesting it’s my literalism that’s killing me rather than AIDS? Even as he did it Baz regretted being drawn into this banter.
—I wouldn’t know, the Ferret [Fergus] snuffled; I haven’t qualifications in either philosophy or medicine. Have you met Gavin?”
 “—Caramba, Basi, cuánto tiempo. Por lo que me ha dicho nuestro anfitrión, te has vuelto la auténtica reina del hígado limpio.
—Me estoy muriendo, Fergus, como Henry, y no me queda tiempo para ponerme ciego.
—Sí, Basi, sí, pero tú siempre has insistido en decir las cosas sin rodeos, así que no es nada de extrañar que te estés yendo a la tumba sin dar rodeo alguno.
—¿Estás insinuando que es mi literalidad lo que me está matando, en lugar del sida? Incluso mientras lo hacía, Basi lamentaba verse arrastrado a este tipo de guasas.
—Qué sabré yo, dijo el Hurón con un sorbido; no tengo titulación en filosofía y mucho menos en medicina. ¿Conoces a Gavin?” (p. 138, mi traducción)
Para enmarcar la historia de Dorian en un contexto histórico contemporáneo, Self esparce datos y episodios reales en la narración, como la visita de Lady Di a un enfermo de sida en un hospital londinense. De hecho, la novela se ciñe a los años de la vida pública de Diana Spencer, incluyendo su muerte en un túnel de París.

Donde Wilde se veía obligado a la autocensura, Self (por fortuna) no contempla límite alguno. Si bajo la férrea moral victoriana el autor de The Importance of Being Earnest recurría a los juegos de palabras y los dobles sentidos para provocar una respuesta en el lector, al autor de The Sweet Smell of Psychosis nadie le pone trabas: Dorian, Wotton y sus compañeros de parranda viven la vida como si el hedonismo fuera un decreto gubernamental y tuvieran que cumplirlo a rajatabla: todas las drogas hacen acto de presencia y su consumo no decae ni siquiera cuando están a punto de irse al otro barrio; el sexo sin protección acompaña la ingesta de sustancias y licores varios.

El desenfreno y la disipación añaden tintes todavía más surrealistas si cabe a lo que es una fastuosa representación del mito fáustico en los estertores del siglo XX. Como con el retrato de Dorian Gray, la imagen de Dorian en los vídeos filmados por Basil Hallward se deteriora, embrutece y envejece, mientras el atractivo y licencioso joven rubio sigue tan lozano, hermoso y fresco como cuando lo filmaron.

Pure evil: el actor Hurd Hatfield en una producción cinematográfica de 1945 de The Picture of Dorian Gray.

Tras cerca de 250 páginas de esta imitativa recreación, una gran sátira no exenta de efluvios homófobos y misóginos en la que el blanco es la cultura postmodernista, Self le añade a la historia un desenlace en forma de epílogo, el cual resulta ser tan sorprendente como enriquecedor. Una vuelta de tuerca más al proceso creativo que viene a ser una auto-parodia, quizás no tan acertada como el resto del libro.

14 abr 2017

Reseña: All That Man Is, de David Szalay

David Szalay, All That Man Is (Londres: Jonathan Cape, 2016). 437 páginas.
‘All that man is’ [Todo lo que es un hombre] es un verso de ‘Byzantium’, un poema de W.B. Yeats, y así se llama esta colección de relatos, cuyos protagonistas pertenecen todos al género masculino. Que su autor (o la editorial) se haya empeñado en llamarla novela no deja de ser una anécdota, que el paso del tiempo lo único que es verdaderamente eterno se encargará sin duda de enmendar.

Otra característica que comparten todos los protagonistas es su origen: son todos europeos. Lo que a fin de cuentas parece decirnos el autor es que a todos les une es la conciencia (en algunos casos, repentina; en otros, resultado de un proceso algo más largo) de saberse mortales, de que todo lo que nos rodea, todo lo que vivimos día tras día, es transitorio y efímero, que somos seres caducos por nuestra naturaleza misma. ¿Qué decir de esto? Si nunca has estado cerca de la muerte, puede que te impresiones.

Pero si por las circunstancias que sean has mirado a la Parca a los ojos y has visto el filo de su guadaña bien de cerca, quizás tu reacción será – como es mi caso – “¡Guau! ¡Menudo descubrimiento!”

¿Quiénes son los hombres cuya mesurada introspección se narra en estos relatos? Hay de todo: dos mochileros ingleses recorriendo el centro de Europa; un avaricioso promotor inmobiliario; un periodista danés sin escrúpulos que viaja a Málaga para sonsacarle detalles jugosos a un Ministro de Defensa cuyo lío de faldas ha descubierto el periódico; un magnate ruso, el “emperador del hierro”, que asiste impotente al final de su imperio; un profesor universitario que descubre que ha dejado embarazada a su amante en mitad de un viaje por media Europa para entregarle un coche de lujo al padre de ella, jefe de policía de una pequeña ciudad polaca; un cincuentón escocés borrachín, que pierde todos sus ahorros en una estafa en el pueblo croata donde vive.

Todos ellos se enfrentan a situaciones que podríamos llamar críticas, se sienten solos (mejor dicho: están solos) y no tienen ni idea de cómo gestionar el desbarajuste que rige sus vidas. La crisis que enfrentan la desarrolla el narrador de forma muy esquemática, incluso apresurada, con un notable exceso del presente de indicativo histórico. Muchos de los personajes quedan bosquejados con apenas tres o cuatro palabras. Contrasta esto con la inclusión de detalles muy realistas, como las marcas de la cerveza que beben, los cigarrillos que fuman o incluso el tipo de gasolina con el que repostan. Si la intención con estos ociosos detalles era dotar estos relatos de una vertiente que roce en lo cinematográfico, ciertamente no lo logra.

La impresión que deja el conjunto es, a pesar de los innegables nexos que unen los nueve relatos, la de un formato repetitivo. Se ha escrito mucho de la crisis de la masculinidad en los albores del nuevo milenio, y ciertamente David Szalay no demuestra compadecerse de sus personajes. A su manera, cada uno de ellos es un perdedor. Puede que lo peor, sin duda, sea que se han perdido a sí mismos.

No voy a negar que Szalay escribe con soltura, a ratos incluso con cierto donaire, y que detrás de sus relatos y escuetos esbozos de historias y personajes se esconde una muy fina ironía, incluso una devastadora censura que lanza sus dardos contra la avaricia, el sexismo, el egoísmo o la autocompasión. Pero de ahí a poder atribuírsele la concepción de una novedosa narrativa dista mucho. Como sugiere la reflexión de uno de los protagonistas: “la vida no es una broma”. Tampoco la literatura debe verse como una.

Tal como a los protagonistas de estos nuevos relatos les sobreviene la lúcida reflexión sobre la inutilidad de sus vidas, al lector de All That Man Is le asaltará la duda de si ha valido la pena invertir varias horas de su vida en esta lectura. Quizás su inclusión en el grupo de finalistas del Premio Man Booker de 2016 le haya dado una resonancia que, francamente, en mi opinión, no merece.

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