Víctor Sombra, La quimera del Hombre Tanque (Barcelona: Penguin Random House, 2017). 222 páginas.
(Vaya por delante mi agradecimiento al autor por enviarme un ejemplar de su novela, y costear ese envío de su propio bolsillo.)
Pocas imágenes
definen mejor las postrimerías del siglo XX que la del famosísimo video de ese
solitario manifestante en la Plaza Tiananmen en Beijing el día 5 de junio de
1989, quien, cargado con una bolsa de plástico en cada mano, se enzarzó en un desafiante
baile con la columna de tanques del Ejército Rojo.
El Hombre Tanque, emblemático mural en las calles de Colonia. Fotografía de Raimond Spekking. |
La identidad de
esa retadora persona sigue siendo un misterio. Tanto en las artes plásticas
como en el arte de las palabras el llamado Hombre Tanque se ha vuelto a hacer
presente. Estatuas, murales, camisetas y libros han rendido homenaje a este
anónimo defensor de los derechos humanos. Steve Erickson, por ejemplo, lo hacía
emerger como líder de un movimiento de resistencia en su fascinante Our
Ecstatic Days (2005).
En La quimera del Hombre Tanque, Víctor Sombra
sitúa a ese joven chino, al que todos llaman Rana, exiliado en 2014 en
Azerbaiyán y regentando un tugurio de mala muerte. Durry, un agente secreto chino
criado en Surry Hills (Sydney), recibe el encargo de encontrarlo y preparar el
reencuentro de Rana con el comandante del tanque al que hizo parar tantas veces
en las inmediaciones de Tiananmen. La idea es grabar ese reencuentro en un video
que escenifique la reconciliación de los que el régimen del PCCh aplastó en
1989 con los dirigentes contemporáneos de China, estos mismos que han hecho del
capitalismo marxista (¿Para qué quiere usted otras libertades si tiene a su
alcance la libertad de consumir todo lo que quiera?) la ideología triunfante en
esta segunda década del siglo XXI. Y naturalmente, ese reencuentro habrá de
grabarse con un teléfono móvil. Faltaría más.
Mas la escenificación
se convierte más en encontronazo que encuentro. El militar se niega en última
instancia a participar y la desconfianza general se impone. Rana huye y Durry
recibe la orden de poner a fin a todo el proyecto, acompañado por una atractiva,
aunque muy calculadora, joven agente de los servicios secretos chinos.
La quimera del Hombre Tanque es, desde un punto de vista meramente
formal, un thriller cuya inconclusa resolución deja un buen gusto de boca. La
virtud de Sombra es esconder bajo esa capa de trama de agentes secretos un
importante debate de ideas que, sobre el armazón de una ficción histórica, resulta
urgente, si no imprescindible. Al situar la novela en Azerbaiyán, en las
orillas del Mar Caspio y sus pozos petrolíferos, Sombra apunta sus dardos en
dirección a los males que aquejan a la sociedad globalizada de nuestros días:
el yihadismo violento, tan pueril en sus fundamentos y justificaciones, la
destrucción del planeta y la insostenibilidad del modelo productivo imperante,
la incapacidad e insolvencia moral de la democracia liberal occidental para
justificar los desmanes del capitalismo, y las derivaciones que éstos ocasionan
en todos los estratos sociales menos favorecidos y en los países que todavía no
han alcanzado un suficiente nivel de desarrollo.
Días más tranquilos en la Plaza en agosto de 2012. Fotografía de Nicor. |
La idea (ficticia,
por supuesto, pero no del todo inverosímil) de una supuesta reconciliación
entre esa generación que buscó romper con el orden comunista y denunciar la corrupción
inherente al sistema de partido único no deja de ser original. La situación política
actual en Hong Kong desmiente tajantemente que haya el mínimo asomo de
posibilidad de que ello vaya a ocurrir.
Como tantas otras
reconciliaciones políticas escenificadas para legitimar transiciones ‘blandas’ (o
pacíficas) antes que permitir reformas profundas (o bruscas), sería siempre
teatro. Como el bigote mexicano que Rana se deja crecer, es una impostura. Con
un buen sombrero de mariachi, un poncho y bigote, cualquiera podría hacerse
pasar por mexicano. Con o sin Máster, qué más da.