A poco más de 24
horas de iniciar un viaje que me llevará a “casa” (uso el entrecomillado porque
uno, tras pasarse veinte años viviendo en la otra punta de este sufriente
planeta, ya no tiene nada claro qué es eso de “casa”), termino de leer esta
breve novela de una escritora a la que descubrí por casualidad en los albores
de la década de los 90 el día en que compré en una librería del centro de
Valencia un libro titulado Beloved. Y
me pregunto dónde está para mí ese lugar que llamamos “casa”.
Mucho ha llovido
desde entonces, y la escritura de Morrison también ha cambiado. No lo ha hecho
de manera radical, y en todo caso los temas que frecuentan sus obras siguen
siendo básicamente los mismos. En el caso de Home, el trasfondo histórico es la década de los 50, en plena
guerra fría y con la guerra de Corea como telón de fondo.
Un joven afroamericano, Frank Money (apellido muy útil para Morrison, pues la familia de los Money no tiene ni blanca, valga otro socorrido juego de palabras) salió del pueblucho de Georgia en el que no tenía futuro alguno en compañía de sus dos mejores amigos, Stuff y Mike, hacia Kentucky, donde recibieron entrenamiento militar para después ir a Corea. De los tres, solamente Frank ha vuelto a “casa”; tras un año de vagabundeo, víctima del síndrome de estrés post-traumático y frecuentemente metido en problemas con la policía, despierta una noche de invierno en una institución psiquiátrica en Seattle a la que no sabe cómo ha llegado. Escapa descalzo, sin dinero y sin ropaje, pero tiene la fortuna de encontrar refugio en una iglesia, en la que le acoge un clérigo (muy apropiadamente llamado John Locke), quien le dará dinero y ayuda para que pueda ponerse en camino.
Un joven afroamericano, Frank Money (apellido muy útil para Morrison, pues la familia de los Money no tiene ni blanca, valga otro socorrido juego de palabras) salió del pueblucho de Georgia en el que no tenía futuro alguno en compañía de sus dos mejores amigos, Stuff y Mike, hacia Kentucky, donde recibieron entrenamiento militar para después ir a Corea. De los tres, solamente Frank ha vuelto a “casa”; tras un año de vagabundeo, víctima del síndrome de estrés post-traumático y frecuentemente metido en problemas con la policía, despierta una noche de invierno en una institución psiquiátrica en Seattle a la que no sabe cómo ha llegado. Escapa descalzo, sin dinero y sin ropaje, pero tiene la fortuna de encontrar refugio en una iglesia, en la que le acoge un clérigo (muy apropiadamente llamado John Locke), quien le dará dinero y ayuda para que pueda ponerse en camino.
El verdadero John Locke |
¿Por qué ha
decidido Frank ponerse en camino hacia el sur? Pues porque ha recibido una
carta de una mujer llamada Sarah que le conmina a ir a Atlanta con urgencia,
antes de que muera su hermana Ycidra, Cee. El viaje de Frank por la América de
los años 50 es de lo más ilustrativo: el racismo segregacionista es la norma:
en el tren ve a un viajero que ha sido apaleado por intentar comprar en un
establecimiento para blancos, mientras que en otra ciudad es cacheado por la
policía solamente por detenerse ante la vitrina de una zapatería.
Para Frank,
obviamente, esto no es nada nuevo. Su primer recuerdo es la huida a pie de toda
su familia de algún lugar de Texas, en el que algunos encapuchados (de esos que
públicamente demuestran su apoyo a ese demagogo bufón del tupé, que quiere ser
candidato a presidente de los EE.UU.) les han dado 24 horas para poner tierra de
por medio.
La nouvelle está repleta de simbolismo: no
es únicamente el caritativo John Locke. Son muchos los símbolos, algunos muy
evidentes, otros más difíciles de descifrar o interpretar. El laurel del final
de la novela es uno de los más conseguidos: un árbol fuerte, cuyas raíces oponen
resistencia, pero finalmente acogen los huesos del desconocido cuyo cadáver Frank
y Cee vieron enterrar en un agujero sin marcas cuando eran niños.
Toni Morrison, inmortalizada en Vitoria-Gasteiz, aunque el fresco ya haya desaparecido. |
Morrison trabaja
con dos narradores: una narradora omnisciente (en apariencia solamente) y la
voz de Frank, que interrumpe la narración de la otra voz para mayoritariamente
confirmar lo ya narrado o añadir detalles propios. Pero la prosa de Morrison en
Home es menos barroca que en sus
primeros libros. La indefinición que caracterizaba novelas como Beloved o The Bluest Eye queda reducida, en tanto que Morrison emplea una
prosa escueta y lírica, y en la que los diálogos, cuando aparecen, son también breves.
La autora parece más preocupada por transmitir imágenes que ideas, y en eso el libro
se resiente. Hay hilos argumentales que quedan pendientes de resolver, como el del
doctor Scott de Atlanta, que le causa las terribles lesiones a Cee que la ponen
al borde de la muerte.
¿Es para Frank y
Cee su casa o hogar el país en el que nacen, que los empuja a un lugar que es, según
Frank, “el peor sitio del mundo”, y del que tienen que salir para intentar labrarse
un futuro en el seno de una sociedad que los margina y desprecia? ¿O lo es únicamente
el rincón de ese pueblo perdido en el que todavía no hay luz ni agua corriente,
pero en el que sus padres construyeron una casa para ellos?
Home no se acerca a la magia y el virtuosismo narrativo de las novelas de
Morrison de décadas anteriores, pero no deja de ser la obra de una de las
grandes figuras de la narrativa estadounidense de nuestra época.