6 ene 2020

Nueva Zelanda I - Christchurch


La primera sensación que uno siente al caminar por las calles de Christchurch es que algo falta en esta ciudad. Pasados unos momentos tras esa intuición inicial, la explicación es evidente: le falta la vitalidad que tenía antes del terremoto que destruyó la casi totalidad del centro. Casi diez años después de la catástrofe, Christchurch continúa reponiéndose poco a poco. Pese a la salvaje masacre que un malnacido cometió hace unos meses, otro duro golpe para esta hermosísima ciudad de la isla Sur de Nueva Zelanda, Christchurch sigue adelante.
Ningún otro edificio muestra más claramente los efectos de la destrucción que la Catedral.

Un montaje artístico temporal, 185 White Chairs, recuerda de manera sobria pero elocuente a las víctimas del terremoto de 2010. Ubicado en uno de los muchos solares vacíos que han quedado, con sus 185 asientos pintados de blanco invita al visitante a la reflexión y el silencio.
El río Avon discurre junto al monumento oficial de recuerdo a las víctimas.
La playa de Waimairi, en la parte norte de Christchurch. La temperatura del agua era 17 grados. Nadie en el agua, por supuesto.
Al sur de la ciudad, la bahía de Littleton o Whakaraupo. Colinas, ovejas desperdigadas, numerosos senderos en Godley Head, y un terreno perfecto para hacer bicicleta de montaña o contemplar las aguas azules del Pacífico.
Desde Waimairi se ve el nuevo muelle de Brighton, reconstruido a petición popular.
Lo que uno puede encontrar en las frías aguas al este de Christchurch.
Helecho: símbolo neozelandés por antonomasia.

27 dic 2019

Reseña: Australia Day, de Melanie Cheng

Melanie Cheng, Australia Day (Melbourne: Text, 2018). 252 páginas.
La fecha del 26 de enero es la que más divisiones provoca en la sociedad australiana. En el ámbito gubernamental es el día nacional porque celebra la llegada de la Primera Flota de soldados y convictos al mando de Phillip en 1788. Para los verdaderamente nativos de estas tierras es un día que conmemora la invasión y ha sido denominado Día del Duelo, reconociendo las masacres recurrentes que sufrieron los habitantes de los Primeros Pueblos de esta isla-continente.

Que Cheng haya elegido ese día para dar título a esta colección de cuentos es significativo. Aparte del hecho de que ‘Australia Day’ sea el primer relato, la fecha remite a una concepción muy particular de lo que es Australia, incluso ahora, casi en la segunda década del siglo XXI, cuando cabría suponer una visión más moderna, postcolonial del país. Sin embargo, la renuencia al cambio es uno de los aspectos que, tras mis casi veinticuatro años aquí, sigue siendo de los más intrigantes de la sociedad australiana.

En su debut literario Cheng nos regala una muy buena compilación de experiencias que abarcan tanto el punto de vista del emigrante como el del “underdog”, el que lleva siempre las de perder en el juego de la vida. Son en su mayoría relatos bien estructurados, con personajes sutilmente delineados sobre la base de unos pocos trazos. Todos los cuentos en Australia Day se sustentan en la noción del realismo: incluso en los diálogos uno puede reconocer a personas con quienes quizás podrías haber cruzado alguna palabra en alguna circunstancia profesional, quizás.

Quizás donde más claramente se percibe ese realismo es en su tratamiento del racismo ‘accidental’ que tanto aflora en la vida diaria en Australia. En ‘Australia Day’, Stanley Chu, nacido en Hong Kong, acompaña a su amiga Jessica Cook a la granja de la familia, en el interior de Australia, donde la transformación social lleva décadas demorando su llegada. 

Es el 25 de enero, y Stanley será el blanco de los dardos de tipo racial, unos sutiles, otros más palpables, que le caerán durante la cena con los padres de Jessica y al día siguiente, durante la barbacoa a la que acuden todos los amigos (blancos anglosajones) de la infancia y adolescencia de Jessica. Es un tipo de brusquedad que personalmente he escuchado unas cuantas veces, expresado en frases en las que se mezclan un tono agresivo y palabras de doble sentido. Una provocación latente cuya única razón de ser es el racismo, azuzado por una fuerte inseguridad económica e identitaria.

La M31, Hume Highway, en la entrada a Melbourne. Un auténtico tostón de carretera. Fotografía de malinhett.
Al día siguiente, Stanley y Jessica regresan a Melbourne, a sus trabajos en hospitales y rutinas urbanas. Las palabras del día anterior son la causa de que ninguno de los dos hable durante el viaje: “Cuando regresan a Melbourne al día siguiente, Stanley insiste en que quiere conducir él. Se siente bien cogiendo el volante entre sus manos y conduciendo el coche por el camino de grava. Ya no le duele la cabeza, pero la luz del sol es insoportable. Jessica le presta sus gafas de sol. A mitad de camino paran a llenar el depósito y se compran una Big Mac Meal en el McDonald’s. Jess le va dando patatas fritas a Stanley mientras avanzan a toda velocidad por la autovía en dirección a la gran ciudad. No hablan. Solamente miran la banda negra del asfalto y el cielo azul despejado a través del parabrisas, y de vez en cuando las señales de precaución en un rutilante amarillo.” (p. 20, mi traducción)

Esa brecha que comienza a abrirse en el camino de regreso es la misma que dos jóvenes madres, una de origen árabe y otra blanca, decidirán que es mejor mantener después de pasar unos minutos juntas en ‘Toytown’ mientras sus niñas juegan juntas.

‘Fracture’ es otro de los relatos que indaga en las fracturas sociales de la Australia contemporánea. El protagonista es Deepak, doctor indio-australiano de segunda generación, que conduce un Porsche y mantiene una relación de conveniencia mutua con su jefa, Simone, en el hospital. Las cosas se tuercen cunado un hombre mayor, curiosamente de apellido Ferrari, acude al hospital por una fractura en la pierna, y el tratamiento no tiene el éxito esperado. A sus 60 años, sin opciones de recuperar su trabajo, Tony Ferrari necesita un culpable. ¿Quién mejor que el doctor indio? El título hace referencia a la fractura emocional, personal y profesional que sufre el doctor cuando las quejas de Ferrari llegan hasta las más altas instancias. Aunque cabe decir que ése no será el final del calvario de Deepak.

En ‘Muse’, el relato más largo del volumen, Cheng se zambulle en la vida de un viudo que querrá recuperar la energía vital a través del dibujo. Cuando le propone trabajar como modelo a una joven a la que ha conocido en un taller nocturno, la ilusión se resquebraja junto con su salud. Es un relato muy redondo, muy bien trabajado y concluido.

El cuento que cierra el libro se titula ‘A Good and Pleasant Thing’. La protagonista es la Sra. Chang, emigrada (como Stanley Chu, y como la propia Melanie Cheng) desde Hong Kong a Melbourne. La ocasión es el cumpleaños de su nieto, que, casualmente, es el 26 de enero. Pese a que ha comprado todos los ingredientes para hacer el arroz favorito de su nieto, sus hijas deciden que el almuerzo celebratorio será en un restaurante del centro, en el barrio chino, llamado Jardines Celestiales. La comida es para la viuda Chang una gran decepción: “La comida era mediocre. Los chicharrones de cerdo paraban correosos y difíciles de masticar, el brócoli estaba ya frío y el arroz se les había pasado. Cuando terminaron de comer, la Sra. Chan sacó un palillo de uno de los diminutos jarroncitos que había sobre la bandeja giratoria y tapándose la boca trató de quitarse un trocito de brócoli que se le había quedado entre los dientes. ’ (p. 237, mi traducción) En este relato, la generación mayor de los emigrantes reniega del país de acogida porque no puede producir comidas de la calidad a la que estaba acostumbrada en Hong Kong.

Chinatown, Melbourne. No es Hong Kong, y nunca lo será. Fotografía de brightsea.
Esta es un buena e incisiva colección de relatos sobre la vida contemporánea en Australia, en los que además de la migración y lo foráneo de la existencia de muchos emigrantes en el país, Cheng trata temas como el duelo, la indiferencia hacia los más vulnerables y la familia como estructura social amenazada por cambios imparables. Un excelente debut.

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