8 abr 2014

Reseña: Ghana Must Go, de Taiye Selasi

Taiye Selasi, Ghana Must Go (Londres: Viking, 2013). 318 páginas.

Hace unos días me sorprendí a mí mismo observando con mucha curiosidad las imágenes de decenas de personas encaramadas a una valla que trata de evitar su entrada en lo que es (todavía) territorio de la Unión Europea en África. La emigración, en tanto que fenómeno sociológico, y obedezca los motivos que sean, continúa incrementando su intensidad y frecuencia, y despertando recelos cuando no un agresivo e irracional antagonismo. Lo que parecen olvidar muchos que critican estas olas migratorias es que el acto mismo de la emigración es (casi) siempre una huida; es un acto traumático y para nada fácil, y es un hecho que ha venido sucediendo durante siglos.

“Ghana must go” fue el eslogan empleado por el gobierno de Nigeria durante la expulsión de ghaneses en la década de los 80. La creación de los estados africanos en el periodo posterior a la II Guerra Mundial propició muchos fenómenos de este tipo, pero puede ser sin duda mucho más llamativa desde un punto de vista histórico la emigración de ciudadanos africanos a los países desarrollados (la denominada fuga de cerebros).

Tras la muerte de su padre en una matanza en Nigeria una joven nigeriana, Fola, consigue llegar a los Estados Unidos para estudiar. Allí conoce a otro joven africano, Kweku Sai (de Ghana), que está estudiando para ser cirujano. Fola renuncia a sus estudios de derecho y se convierte en madre de familia, mientras Kweku adquiere una excelente reputación como cirujano. Parece que el gran sueño americano se ha hecho realidad para los Sai.

El hospital donde trabaja responsabiliza a Kweku de la muerte de una paciente en la mesa de operaciones. Es una familia adinerada y muy influyente, y el ghanés parece haber escogido todos los números de esta irónica rifa en la que alguien tiene que pagar el pato. Tras una larga lucha legal con el hospital de la que no consigue nada, el cirujano abandona a su familia (Fola y él han tenido ya cuatro hijos).

Ghana Must Go se inicia con la muerte de Kweku en su casa de Accra: “Kweku muere descalzo un domingo antes del amanecer, sus alpargatas junto a la entrada de su dormitorio, tiradas como perros. En ese momento se encuentra en el umbral que separa la solana del jardín, pensándose si debería volver para cogerlas. No lo hará.” (p. 3, mi traducción). Dividida en tres secciones, la novela es un vaivén continuo entre el presente y el pasado, entre Boston en los Estados Unidos y Accra y Lagos en África. Selasi hace avanzar la historia a un ritmo en ocasiones una pizca lento. La escritora adopta un estilo bastante ornamentado, muy profuso en las descripciones de elementos secundarios, de telones de fondo como puedan ser los reflejos del sol en las hojas de los árboles a la hora de la caída del sol. Hay asimismo algo muy cinematográfico en su técnica, que no esconde, en tanto que la voz narradora de hecho encuadra en ocasiones al personaje al que sigue.

En todo caso, Selasi es ambiciosa en su gusto por lo poético y en la exploración psicológica de los cuatro hijos (Olu, Kehinde, Taiwo y Sadie, dos varones y dos mujeres, los dos del medio mellizos). Hay una pizca de melodrama y muchas lágrimas (por ejemplo, desde su primera mención, uno puede presentir algo extremadamente ominoso en la larga estancia de los mellizos Kehinde y Taiwo en Lagos, en la casa del hermanastro de Fola, traficante de drogas); pero si lo hay, está bien tratado.

Por mucho que el desenlace de la trama se sitúe en Ghana, ésta es una novela escrita desde un ángulo esencialmente occidental. Los cuatro hijos de los Sai encarnan, cada uno a su manera, el éxito que logran muchos representantes de una segunda generación de emigrantes en el país de acogida, que se convierte en propio por naturaleza. La misma Selasi (de padres ghanés y nigeriana, como los de la novela) ejemplifica ese modelo: nació en Londres pero se educó en los EE.UU. y en Inglaterra, y vive en Roma. Ghana Must Go (Lejos de Ghana en la traducción de Rita da Costa que publica este mismo año Salamandra) es un gran debut.

No cabe ninguna duda de que su autora es una importante adición al elenco de autoras de origen africano que están destacando en el panorama actual de la novela, como es el caso de NoViolet Bulawayo (We Need New Names) o Chimamanda Ngozi Adichie. El punto de vista que predomina en Ghana Must Go es no obstante muy diferente del de la novela de Bulawayo, por no hablar de su técnica y estilo. Si me pidieran elegir entre una y otra, aconsejaría leer primero a Bulawayo, por el profundo impacto que me causó su historia, y sin ánimo de desmerecer la obra de Salesi. Se trata, sencillamente, de una preferencia personal, puesto que últimamente trato de huir de novelas que parecen estar en parte elaboradas para que las lleven a la pantalla: y éste es, en mi opinión, el caso de Ghana Must Go.

3 abr 2014

Reseña: Something Like Happy, de John Burnside

John Burnside, Something Like Happy (Londres: Jonathan Cape, 2013). 244 páginas.

La felicidad, o algo que se le aproxima sin llegar a serlo nunca: el final de un túnel que quizás resulta ser circular. Casi la totalidad de los protagonistas principales de estos cuentos del escocés John Burnside hace mención de ese concepto tan elusivo como inalcanzable, y que se resume de un modo casi perfecto en el título del relato que abre el volumen y que le da título. ‘Something Like Happy’. Algo similar, pero nunca la cosa misma.

Fiona, la protagonista de este primer relato, termina la historia contando se come las tostadas que había preparado para su hermana, “porque todavía tenía hambre, y porque de verdad me sentía feliz, sentada allí [en la cocina] en silencio, observando la nieve” (p. 28-29, mi traducción). En su relato narra cómo se va forjando el enfrentamiento de dos hermanos, Arthur y Stan, el segundo novio de la hermana de Fiona, y que deviene en prisión para Stan y huida definitiva de Arthur.

En ‘Slut’s Hair’ (que debe tratarse de una derivación de la expresión slut’s wool, referida a esos montoncitos de polvo, pelusa e hilillos que se acumulan en los rincones o debajo de las camas – la palabra slut antiguamente se usaba para referirse a una criada que no limpiaba la casa como debía) una mujer sufre en silencio la violencia doméstica de un marido alcoholizado y sádico. Un dolor de muelas lleva a un acto brutal: el ciclo habitual en estas situaciones se interrumpe simbólicamente cuando Janice descubre un pequeño ratoncito en la cocina, al cual decide salvar de la barbarie de Rob. Salvarle la vida al ratoncito – si es que esa masa amorfa que se esconde tras el frigorífico es un diminuto roedor – sería una modesta victoria para ella.

La nieve es el telón de fondo paisajístico de muchos de estos cuentos. De hecho, en el relato que cierra el volumen, ‘The Future of Snow’, la nieve es protagonista directa de la historia, en la que pocos días antes de Navidad un policía recoge a Frank, un viudo del pueblo cuya mujer murió congelada un año antes, y que se pasea sin destino aparente bajo una fuerte nevada en mangas de camisa y babuchas. El policía desvela un secreto que, de saberlo Frank, mucho habría cambiado su estado mental actual. En ‘The Bell-Ringer’, una mujer que se estaba haciendo ilusiones de entablar amistad con un estadounidense de visita en la ciudad asiste bajo una intensa nevada a una escena que la deja sin habla y que rompe en mil pedazos esas ilusiones que se había hecho.

Pero en mi opinión es ‘Peach Melba’ el cuento que destaca entre todos de este impresionante y envidiable conjunto de relatos de Burnside. El narrador de ‘Peach Melba’ nos dice al principio de su relato: “He olvidado la mayor parte de mi vida hasta este momento. Eso me sorprende, a veces, pues la he disfrutado tanto” (p. 51, mi traducción). Una búsqueda del pasado, una evocación del enorme poder que puede albergar un momento definitorio de nuestras vidas. El protagonista de “Peach Melba” (un postre que homenajea a una gran soprano australiana) es un hombre adulto que trata de rememorar el sabor de este postre helado y que asocia con un episodio dramático (y traumático) de su niñez, y que concluye diciendo: “Me gustaría decir que la Copa Melba – el sabor del helado, o el modo en que la frambuesa se desangra en el helado y lo tiñe de un oscuro carmesí – me gustaría decir que hay algo que me lo devuelve todo, pero no puedo. Lo que saboreo es helado y melocotones, lo que veo es el color carmesí, lo que oigo es el gorjeo de las golondrinas por encima y, después de todos estos años, todavía no sé dónde termina mi ser y comienza el mundo, mientras todo – ser y mundo, alma y materia – se deshace en la nada, con hermosura, con elegancia, y tal como debe ser, me deja atónito y despojado, y solo en mi casa, perdido, o quizás simplemente suspendido, en la persistente y ligeramente exagerada perfección de la Copa Melba” (p. 70-71, mi traducción).

Otro de los aspectos a destacar en estos cuentos de Burnside es una violencia latente, que solamente aflora en ellos con una placidez sorprendente, como en el caso de ‘Roccolo’, ‘Godwit’ o ‘The Cold Outside’.

He dicho antes que ésta es una envidiable colección de cuentos. Lo es porque cualquiera que, como es mi caso, haya tratado de escribir cuentos sin haber logrado despertar el interés de nadie más allá de un puñado de amiguetes, sentirá una sana envidia de un autor cuya obra inspira admiración y ganas de seguir leyéndole. Something Like Happy, de momento, no se ha publicado en castellano ni en catalán. Quizás sea hora de hacerlo.

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