21 jul 2014

Reseña: The Circle, de Dave Eggers

Dave Eggers, The Circle (Londres: Penguin, 2013). 491 páginas.

¿Cómo saber que quien un día lea estas líneas no pondrá mi nombre en una de las diferentes listas negras de disidentes que pueden estar confeccionando agencias de seguridad y vigilancia en la Red? Imposible saberlo. Y en el fondo, no es que me importe demasiado, a decir verdad. Por decir algo que es lugar común: El constante e imparable avance e intromisión de las nuevas tecnologías en nuestras vidas (tanto en su vertiente privada como en la pública), ¿no tiene algo de siniestro?

La penúltima entrega del estadounidense Dave Eggers, The Circle (recientemente se ha publicado otra novela suya) tiene como protagonista a una jovencita Mae Holland, que hace poco hace egresado de la universidad y que gracias a la influencia de una amiga y excompañera de casa suya, Annie, consigue un puesto de trabajo en un imperio tecnológico, una gran empresa de las redes sociales tan dominantes en esta prodigiosa era post-postmoderna (¿es eso, no?) que nos ha tocado vivir. La compañía se llama The Circle, y cuenta con un fastuoso y extenso campus cercano a San Francisco. “’Oh, Dios mío’, pensó Mae. ‘Es el Cielo’.” Hete ahí la primera oración de la novela.

The Circle vendría a ser la (verosímil hasta cierto punto) suma de todas las grandes empresas que ofrecen sus servicios y productos en el mercado virtual: Facebook, Google, Apple, Twitter, Linkedin, PayPal, y añada usted todas las que quiera. La dirigen los ‘Tres Sabios’ (otra posible traducción de este trío, por cierto, sería ‘Los Tres Reyes Magos’), y se dedica a reclutar a lo más granado y prometedor de entre los mejores ingenieros, diseñadores, programadores, arquitectos, etc., disponibles en el gran e inagotable mercado global.

Para una explicación detallada de la significación de los nombres que asigna Eggers a los personajes de esta novela, recomiendo la reseña titulada ‘When Privacy is Theft’ [Cuando la privacidad es un robo] que hizo en su día la canadiense Margaret Atwood para The New York Review of Books, y que puedes encontrar aquí.

La trama de The Circle contiene guiños a muchas otras obras que la han precedido: 1984, por supuesto, y Un mundo feliz de Huxley, pero también poemas clásicos como el ‘Infierno’ de Dante o ‘Kubla Khan’ de Coleridge. A medida que Mae va adaptándose a su nuevo trabajo y a la sociedad que The Circle está construyendo como modelo exportable a todo el mundo, su personaje resulta, al menos en mi opinión, menos plausible, menos creíble.

Tras un absurdo tropiezo con la ley que la pone en una situación algo comprometida, Mae recibe el perdón de uno de los Tres Sabios a cambio de convertirse en distintivo viviente y en vivo de la empresa, omnipresente portadora, gracias a la red y a millones de cámaras asociadas a la causa de la transparencia, de los valores de aquella: sin la capacidad crítica necesaria para poder siquiera atisbar las consecuencias finales de sus decisiones, Mae prostituye su cuerpo, su mente y, si me apuran, hasta su espíritu, apuntándose con facilidad simplona a la visibilidad permanente de su vida y a la venta de los eslóganes tecno-fascistas de The Circle: “Los secretos son mentiras. Compartir es cuidar. La privacidad es un robo.” ¿No se acuerdan ustedes de que “Hacienda somos todos”? Que se lo pregunten al Bigotes o al Bárcenas, a ver qué piensan al respecto.

Todo lo hace Mae en aras de la transparencia, la verdadera democracia, la erradicación de la pobreza, el crimen, la protección de los niños indefensos. Únicamente puede desconectar la señal de audio de su transmisión continua cuando entra al baño a hacer sus necesidades: la transparencia también tiene sus límites. En una alusión muy pertinente a la situación a la que parece encaminarse la sanidad pública en las llamadas democracias occidentales, Mae consigue colocar a sus padres bajo la cobertura del seguro médico de la empresa (su padre padece esclerosis múltiple), pero el precio humano que ellos deben pagar por ese ‘lujo’ les resulta al poco tiempo intolerable.

Atwood señala en su reseña que Eggers “maneja sus materiales con admirable ingenio y entusiasmo”, y si bien advierte de que “no es ‘ficción literaria’ de esa clase” [ha mencionado a Chejov un poco antes] sino “un entretenimiento, pero exigente”, yo discrepo. La idea fundacional de The Circle, o esa especie de luz atisbada entre tinieblas que invita o provoca la creación de una obra literaria (o de arte, en términos más amplios), es muy buena. Es cojonuda y extremadamente relevante.


Pero la puesta en escena cojea. Al igual que me ocurrió con A Hologram for the King (reseñada hace más de un año aquí), no me sentí conectado con la novela en casi ningún momento, quizás porque me parece detectar un trasfondo artificioso, como si Eggers nunca se hubiera en serio a sí mismo. Además, me parece bastante pretencioso que un autor divida una novela de 491 páginas en tres ‘libros’, de los cuales el tercero contiene solamente dos páginas y media. Quizás a alguien se le haya olvidado que antiguamente muchos libros solían incluir un ‘epílogo’, cuya función primordial era la de atar cabos. Claro que estas son observaciones que solamente se le podrían ocurrir a un viejo ludita que ni tiene cuenta en Facebook, ni puñetera falta que le hace.

17 jul 2014

Reseña: An Unnecessary Woman, de Rabih Alameddine

Rabih Alameddine, An Unnecessary Woman (Melbourne: Text, 2014). 291 páginas.
¿Qué mejor manera podría haber de comenzar el año que acometiendo la traducción de una gran obra de la literatura mundial? La protagonista de An Unnecessary Woman [Una mujer innecesaria] es una traductora aficionada residente en Beirut que ronda los 72 años. A finales del año, cuando ha terminado de redactar a mano un proyecto de traducción que luego esconde con esmero en cajas de cartón, elige un nuevo proyecto.

La vida de Aaliya ha girado en torno a los libros desde que su marido, “el apático mosquito al que le fallaba la trompa” (p. 13, mi traducción), se divorciara de ella hace más de 50 años. Casada a los 16 años, cuando “mi país…aún trataba de zafarse del siglo XIV” (p. 14), trabajó durante décadas como dependienta en una librería de Beirut, de donde fue sacando a hurtadillas los innumerables volúmenes que ahora reposan en su pequeño y ajado apartamento, donde vive sola. Cuando se presenta al principio de la novela ante nosotros, sus lectores, acaba de teñirse el pelo azul por error, y se debate, tras haber concluido la traducción al árabe de Austerlitz de W.G. Sebald, en si acometer o no la enorme obra póstuma de Bolaño, 2666.

Aaliya solamente traduce obras que no hayan sido escritas originalmente en inglés o en francés, los dos idiomas que, aparte del árabe, domina con fluidez. El corpus de su obra como traductora cuenta con 37 títulos. Es decir, lo que hace es traducir a partir de traducciones ya publicadas en inglés y en francés, traducciones que nunca ha leído nadie.

De esta encantadora narración en primera persona que realiza Aaliya surgen múltiples historias acerca de las personas que jugaron algún papel significativo en la vida de esta señora tan atípica. Así, conocemos a  Ahmad, joven voluntarioso que un día se presenta en la librería buscando un libro (El conformista de Alberto Moravia) y que termina por convertirse en su ayudante de librero con tal de poder leer los volúmenes que Aaliya vende (o no vende). Tras el Septiembre Negro Ahmad encuentra en la tortura su vocación, y será entonces cuando Aaliya, mucho mayor que él, descubra el placer del sexo con él. También los numerosos miembros de su familia, en especial su madre y su medio hermano, forman parte de los recuerdos que Aaliya va desgranando. La narración (no me queda del todo claro que pueda decirse que haya una trama) fluctúa entre los larguísimos años de la guerra civil libanesa y la época actual en la que escribe Aaliya, y está salpicada de abundantes citas, referencias y anécdotas literarias.

Aaliya encarna la típica lectora imperecedera. En su solitaria vida le acompañan sin embargo nombres ilustres de la literatura, en la lectura atenta de libros que han logrado capturar a lo largo de los siglos el esencial caos que supone la vida, el misterio del ser humano, de autores como Tolstoi, Conrad, Faulkner, Kafka, Hemingway, Dostoievski, Calvino, Borges, Nabokov, Javier Marías, Saramago, David Malouf, Joseph Roth, Flaubert, Proust, Spinoza, Schopenhauer y Fernando Pessoa, entre muchos, muchos otros. También hacen acto de presencia compositores, pintores y hasta directores de cine, de cuyas vidas y obras Aaliya ha aprendido en algún momento algo que le sirve de consuelo o le da pie a la (auto)reflexión.

Pero posiblemente sea la historia de su amiga Hannah la que más nos acerque al corazón de Aaliya. Hannah, unos cuantos años mayor que Aaliya, debería haber formado parte de su familia, pero el infortunio se ceba en ella cuando el que cree que será su prometido, teniente del ejército libanés al que conoce en un taxi, fallece en un accidente. Durante años, Hannah y Aaliya comparten infinidad de cosas en una sociedad donde una mujer que pierda o sea abandonada por su marido se convierte en un “apéndice innecesario”. Gran parte del dolor que siente la traductora emana de la muerte de su amiga, muerte que no supo prever ni evitar.

El telón de fondo de esta deliciosa novela es siempre la ciudad natal de Alameddine, Beirut. Dice de ella Aaliya: “Beirut es la Elizabeth Taylor de las ciudades: chiflada, hermosa, cursi, arruinada, envejecida y siempre impregnada de drama. Se casará también con cualquier pretendiente obsesionado que le prometa una vida más acomodada, sin que le importe lo inadecuado que él sea.” (p. 88)

Rabih Alameddine crea en Aaliya un personaje singular y memorable, una anciana que puede resultarnos por momentos fastidiosa pero también enternecedora. Estoy seguro de que sus vecinas, a las que ella se refiere como “las tres brujas”, coincidirían en esa apreciación. Por otra parte, son constantes sus humorísticas ocurrencias, con las que de alguna manera logra enfrentarse al desgaste que le ocasionan la vejez, la soledad y el dolor por la pérdida de los seres queridos. De su posible locura, dice Aaliya: “Debo mencionar ahora que solamente porque durmiera con un AK-47 en lugar de un marido durante la guerra no me convierte en una loca.” (p. 26)

An Unnecessary Woman es también la historia de la entereza y el coraje con que una mujer toma conciencia de la necesidad de luchar por sobrevivir y aferrarse a la cordura en medio de la barbarie y la desesperación, inmersa por otra parte en una cultura que encasilla a la mujer en papeles secundarios. Aaliya parece conseguirlo aferrándose a la belleza que encuentra en la literatura universal, al tiempo que reconoce lo absurdo y lo fútil que puede resultar ser el arte en última instancia. Un personaje complejo y mordaz al que Alameddine dota de una elegancia epigramática heredada del mismísimo Ovidio.


An Unncessary Woman la publicó Lumen en español en 2012 como La mujer de papel, en traducción de Gemma Rovira.

Esta reseña ha aparecido también en Hermano Cerdo.

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