Rabih Alameddine, An Unnecessary Woman (Melbourne: Text, 2014). 291 páginas.
¿Qué mejor manera
podría haber de comenzar el año que acometiendo la traducción de una gran obra
de la literatura mundial? La protagonista de An Unnecessary Woman [Una mujer innecesaria] es una
traductora aficionada residente en Beirut que ronda los 72 años. A finales del
año, cuando ha terminado de redactar a mano un proyecto de traducción que luego
esconde con esmero en cajas de cartón, elige un nuevo proyecto.
La vida de Aaliya
ha girado en torno a los libros desde que su marido, “el apático mosquito al
que le fallaba la trompa” (p. 13, mi traducción), se divorciara de ella hace
más de 50 años. Casada a los 16 años, cuando “mi país…aún trataba de zafarse
del siglo XIV” (p. 14), trabajó durante décadas como dependienta en una
librería de Beirut, de donde fue sacando a hurtadillas los innumerables
volúmenes que ahora reposan en su pequeño y ajado apartamento, donde vive sola.
Cuando se presenta al principio de la novela ante nosotros, sus lectores, acaba
de teñirse el pelo azul por error, y se debate, tras haber concluido la
traducción al árabe de Austerlitz de W.G. Sebald, en si acometer o no la
enorme obra póstuma de Bolaño, 2666.
Aaliya solamente
traduce obras que no hayan sido escritas originalmente en inglés o en francés,
los dos idiomas que, aparte del árabe, domina con fluidez. El corpus de su obra
como traductora cuenta con 37 títulos. Es decir, lo que hace es traducir a
partir de traducciones ya publicadas en inglés y en francés, traducciones que
nunca ha leído nadie.
De esta
encantadora narración en primera persona que realiza Aaliya surgen múltiples
historias acerca de las personas que jugaron algún papel significativo en la
vida de esta señora tan atípica. Así, conocemos a Ahmad, joven
voluntarioso que un día se presenta en la librería buscando un libro (El
conformista de Alberto Moravia) y que termina por convertirse
en su ayudante de librero con tal de poder leer los volúmenes que Aaliya vende
(o no vende). Tras el Septiembre
Negro Ahmad encuentra en la tortura su vocación, y será
entonces cuando Aaliya, mucho mayor que él, descubra el placer del sexo con él.
También los numerosos miembros de su familia, en especial su madre y su medio
hermano, forman parte de los recuerdos que Aaliya va desgranando. La narración
(no me queda del todo claro que pueda decirse que haya una trama) fluctúa entre
los larguísimos años de la guerra civil libanesa y la época actual en la que
escribe Aaliya, y está salpicada de abundantes citas, referencias y anécdotas
literarias.
Aaliya encarna la
típica lectora imperecedera. En su solitaria vida le acompañan sin embargo
nombres ilustres de la literatura, en la lectura atenta de libros que han
logrado capturar a lo largo de los siglos el esencial caos que supone la vida,
el misterio del ser humano, de autores como Tolstoi, Conrad, Faulkner, Kafka,
Hemingway, Dostoievski, Calvino, Borges, Nabokov, Javier Marías, Saramago,
David Malouf, Joseph Roth, Flaubert, Proust, Spinoza, Schopenhauer y Fernando
Pessoa, entre muchos, muchos otros. También hacen acto de presencia
compositores, pintores y hasta directores de cine, de cuyas vidas y obras
Aaliya ha aprendido en algún momento algo que le sirve de consuelo o le da pie
a la (auto)reflexión.
Pero posiblemente
sea la historia de su amiga Hannah la que más nos acerque al corazón de Aaliya.
Hannah, unos cuantos años mayor que Aaliya, debería haber formado parte de su
familia, pero el infortunio se ceba en ella cuando el que cree que será su
prometido, teniente del ejército libanés al que conoce en un taxi, fallece en
un accidente. Durante años, Hannah y Aaliya comparten infinidad de cosas en una
sociedad donde una mujer que pierda o sea abandonada por su marido se convierte
en un “apéndice innecesario”. Gran parte del dolor que siente la traductora
emana de la muerte de su amiga, muerte que no supo prever ni evitar.
El telón de fondo
de esta deliciosa novela es siempre la ciudad natal de Alameddine, Beirut. Dice
de ella Aaliya: “Beirut es la Elizabeth Taylor de las ciudades: chiflada,
hermosa, cursi, arruinada, envejecida y siempre impregnada de drama. Se casará
también con cualquier pretendiente obsesionado que le prometa una vida más
acomodada, sin que le importe lo inadecuado que él sea.” (p. 88)
Rabih Alameddine
crea en Aaliya un personaje singular y memorable, una anciana que puede
resultarnos por momentos fastidiosa pero también enternecedora. Estoy seguro de
que sus vecinas, a las que ella se refiere como “las tres brujas”, coincidirían
en esa apreciación. Por otra parte, son constantes sus humorísticas
ocurrencias, con las que de alguna manera logra enfrentarse al desgaste que le
ocasionan la vejez, la soledad y el dolor por la pérdida de los seres queridos.
De su posible locura, dice Aaliya: “Debo mencionar ahora que solamente porque
durmiera con un AK-47 en lugar de un marido durante la guerra no me convierte
en una loca.” (p. 26)
An Unnecessary
Woman es también la historia de la entereza y el coraje
con que una mujer toma conciencia de la necesidad de luchar por sobrevivir y
aferrarse a la cordura en medio de la barbarie y la desesperación, inmersa por
otra parte en una cultura que encasilla a la mujer en papeles secundarios.
Aaliya parece conseguirlo aferrándose a la belleza que encuentra en la literatura
universal, al tiempo que reconoce lo absurdo y lo fútil que puede resultar ser
el arte en última instancia. Un personaje complejo y mordaz al que Alameddine
dota de una elegancia epigramática heredada del mismísimo Ovidio.
An Unncessary Woman la publicó Lumen en español en 2012 como La mujer de papel, en traducción de
Gemma Rovira.
Esta reseña ha aparecido también en Hermano Cerdo.
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