Geordie Williamson, The Burning Library: Our Great Novelists Lost and Found (Melbourne: Text, 2012). 224 páginas.
Podría argumentarse que una de las necesidades para todo emigrante es informarse del patrimonio cultural del país de acogida. Siempre he sostenido que una de las mejores maneras de formarse una imagen (que estará no obstante incompleta) de un lugar y de la sociedad que lo habita es a través de la literatura que ese lugar ha producido. La publicación de The Burning Library, del distinguido crítico Geordie Williamson, buscaba poner de relieve a algunos autores australianos del siglo XX cuyos libros han quedado si no olvidados, ciertamente descatalogados.
Podría argumentarse que una de las necesidades para todo emigrante es informarse del patrimonio cultural del país de acogida. Siempre he sostenido que una de las mejores maneras de formarse una imagen (que estará no obstante incompleta) de un lugar y de la sociedad que lo habita es a través de la literatura que ese lugar ha producido. La publicación de The Burning Library, del distinguido crítico Geordie Williamson, buscaba poner de relieve a algunos autores australianos del siglo XX cuyos libros han quedado si no olvidados, ciertamente descatalogados.
Tomemos por
ejemplo el caso de David Ireland, de quien allá por 1998 compré en una librería
que da salida a restos The Chosen,
una curiosa y bastante sofisticada novela dotada de múltiples puntos de vista narrativos,
que pasó desapercibida en su momento. The
Chosen me gustó en su momento; luego pude comprobar (no sin cierta
sorpresa) que la única forma de acceder a los libros anteriores de David Ireland
era o bien buscándolos en librerías de segunda mano, o tomándolos prestados de
las bibliotecas públicas. Y así fue como en librerías de viejo de Canberra, Melbourne
y Sydney pude encontrar ejemplares de segunda mano de The Unknown Industrial Prisoner, The Glass Canoe, The Chantic
Bird, Archimedes and the Seagle y
Burn, títulos descatalogados en su mayoría.
La mayoría de los
nombres de autores sobre los que escribe Williamson en The Burning Library son por lo general bien conocidos: además del
Nobel Patrick White, gozan de alguna fama los nombres Tom Keneally, Christina
Stead, Xavier Herbert. Randolph Stow y Gerald Murnane, éste último todavía
bastante activo activo, con tres nuevos títulos publicados en los últimos cinco
años. Pero de los demás (Marjorie Barnard, Flora Eldershaw, Dal Stivens,
Jessica Anderson, Sumner Locke Elliott, Amy Witting, Olga Masters y Elizabeth
Harrower) las únicas referencias que tenía hasta ahora eran breves menciones en
algún que otro volumen dedicado a la historia de la literatura australiana.
Y puede que sea
ése precisamente el gran valor de esta colección de breves ensayos: The Burning Library, sin llegar a constituir
un profundo ni minucioso estudio de las obras de los autores a los que incluye
Williamson, sí proporciona excelentes pistas al lector que quiera conocer algo
más sobre ellos y la época en que se dieron a conocer en la (a veces
caprichosa) escena literaria australiana.
El entusiasmo de
Williamson por la literatura australiana es evidente – como no podía ser de
otro modo, si es que hace falta mencionarlo – pero lo alienta un ánimo reflexivo,
meditado, nada fanático ni exaltado. Si exceptuamos la provocadora consigna de
la página 1 (“Asi pues, ¿quién, o qué, mató a la literatura australiana?”), no
hay grandes gestos ni grandilocuencia, y eso se agradece, pues si hay algo que
quizás sobre actualmente en el escenario en el que se desenvuelve la literatura
australiana, es una cierta tendencia a expresarse con desmesura y exaltación,
no exenta de conexiones considerablemente politizadas.
No obstante lo
anterior, se debiera preguntarle al autor de The
Burning Library también por las ausencias (que las hay, y bastante
llamativas). Han sido varios los críticos que han señalado que la aparición de
este importante volumen parece haber estado dirigida a acompañar la colección
de “clásicos” que la editorial Text inició en 2012. Sea como fuere, The Burning Library puede muy bien
servir de plataforma de (re)lanzamiento de un variado elenco de autores que han
quedado un tanto distanciados u olvidados.
Personalmente, The Burning Library me ha servido para
corroborar ciertas ideas que he ido formando acerca de la literatura producida
en Australia gracias a mis lecturas en las dos últimas décadas, pero sobre todo
ha espoleado mi interés y curiosidad por muchos de estos “desconocidos
conocidos”. Ojalá encuentre el tiempo para leerlos y descubrirlos. De momento, The Watch Tower (de Elizabeth Harrower)
es uno de los títulos que he añadido a mi must-read
list, y espero que a éste le sigan muchos otros.
Pienso que muchas veces, en el fragor del debate
académico y de la crítica literaria, muchos se olvidan del hecho de que la
literatura nunca deja de ser un ente vivo, un gran árbol, del cual,
naturalmente, caen hojas y ramas, pero en el cual hay brotes nuevos impulsados
por una savia que bebe de lo viejo y lo nuevo; un árbol, asimismo, al que es
posible realizarle injertos foráneos con gran éxito, y cuyos frutos deleiten,
no solamente para fruición de los locales, sino que también sean exportables al
extranjero.
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