24 jul 2014

Reseña: The Burning Library, de Geordie Williamson

Geordie Williamson, The Burning Library: Our Great Novelists Lost and Found (Melbourne: Text, 2012). 224 páginas.

Podría argumentarse que una de las necesidades para todo emigrante es informarse del patrimonio cultural del país de acogida. Siempre he sostenido que una de las mejores maneras de formarse una imagen (que estará no obstante incompleta) de un lugar y de la sociedad que lo habita es a través de la literatura que ese lugar ha producido. La publicación de The Burning Library, del distinguido crítico Geordie Williamson, buscaba poner de relieve a algunos autores australianos del siglo XX cuyos libros han quedado si no olvidados, ciertamente descatalogados.

Tomemos por ejemplo el caso de David Ireland, de quien allá por 1998 compré en una librería que da salida a restos The Chosen, una curiosa y bastante sofisticada novela dotada de múltiples puntos de vista narrativos, que pasó desapercibida en su momento. The Chosen me gustó en su momento; luego pude comprobar (no sin cierta sorpresa) que la única forma de acceder a los libros anteriores de David Ireland era o bien buscándolos en librerías de segunda mano, o tomándolos prestados de las bibliotecas públicas. Y así fue como en librerías de viejo de Canberra, Melbourne y Sydney pude encontrar ejemplares de segunda mano de The Unknown Industrial Prisoner, The Glass Canoe, The Chantic Bird, Archimedes and the Seagle y Burn, títulos descatalogados en su mayoría.

La mayoría de los nombres de autores sobre los que escribe Williamson en The Burning Library son por lo general bien conocidos: además del Nobel Patrick White, gozan de alguna fama los nombres Tom Keneally, Christina Stead, Xavier Herbert. Randolph Stow y Gerald Murnane, éste último todavía bastante activo activo, con tres nuevos títulos publicados en los últimos cinco años. Pero de los demás (Marjorie Barnard, Flora Eldershaw, Dal Stivens, Jessica Anderson, Sumner Locke Elliott, Amy Witting, Olga Masters y Elizabeth Harrower) las únicas referencias que tenía hasta ahora eran breves menciones en algún que otro volumen dedicado a la historia de la literatura australiana.

Y puede que sea ése precisamente el gran valor de esta colección de breves ensayos: The Burning Library, sin llegar a constituir un profundo ni minucioso estudio de las obras de los autores a los que incluye Williamson, sí proporciona excelentes pistas al lector que quiera conocer algo más sobre ellos y la época en que se dieron a conocer en la (a veces caprichosa) escena literaria australiana.

El entusiasmo de Williamson por la literatura australiana es evidente – como no podía ser de otro modo, si es que hace falta mencionarlo – pero lo alienta un ánimo reflexivo, meditado, nada fanático ni exaltado. Si exceptuamos la provocadora consigna de la página 1 (“Asi pues, ¿quién, o qué, mató a la literatura australiana?”), no hay grandes gestos ni grandilocuencia, y eso se agradece, pues si hay algo que quizás sobre actualmente en el escenario en el que se desenvuelve la literatura australiana, es una cierta tendencia a expresarse con desmesura y exaltación, no exenta de conexiones considerablemente politizadas.

No obstante lo anterior, se debiera preguntarle al autor de The Burning Library también por las ausencias (que las hay, y bastante llamativas). Han sido varios los críticos que han señalado que la aparición de este importante volumen parece haber estado dirigida a acompañar la colección de “clásicos” que la editorial Text inició en 2012. Sea como fuere, The Burning Library puede muy bien servir de plataforma de (re)lanzamiento de un variado elenco de autores que han quedado un tanto distanciados u olvidados.

Personalmente, The Burning Library me ha servido para corroborar ciertas ideas que he ido formando acerca de la literatura producida en Australia gracias a mis lecturas en las dos últimas décadas, pero sobre todo ha espoleado mi interés y curiosidad por muchos de estos “desconocidos conocidos”. Ojalá encuentre el tiempo para leerlos y descubrirlos. De momento, The Watch Tower (de Elizabeth Harrower) es uno de los títulos que he añadido a mi must-read list, y espero que a éste le sigan muchos otros.

Pienso que muchas veces, en el fragor del debate académico y de la crítica literaria, muchos se olvidan del hecho de que la literatura nunca deja de ser un ente vivo, un gran árbol, del cual, naturalmente, caen hojas y ramas, pero en el cual hay brotes nuevos impulsados por una savia que bebe de lo viejo y lo nuevo; un árbol, asimismo, al que es posible realizarle injertos foráneos con gran éxito, y cuyos frutos deleiten, no solamente para fruición de los locales, sino que también sean exportables al extranjero.

21 jul 2014

Reseña: The Circle, de Dave Eggers

Dave Eggers, The Circle (Londres: Penguin, 2013). 491 páginas.

¿Cómo saber que quien un día lea estas líneas no pondrá mi nombre en una de las diferentes listas negras de disidentes que pueden estar confeccionando agencias de seguridad y vigilancia en la Red? Imposible saberlo. Y en el fondo, no es que me importe demasiado, a decir verdad. Por decir algo que es lugar común: El constante e imparable avance e intromisión de las nuevas tecnologías en nuestras vidas (tanto en su vertiente privada como en la pública), ¿no tiene algo de siniestro?

La penúltima entrega del estadounidense Dave Eggers, The Circle (recientemente se ha publicado otra novela suya) tiene como protagonista a una jovencita Mae Holland, que hace poco hace egresado de la universidad y que gracias a la influencia de una amiga y excompañera de casa suya, Annie, consigue un puesto de trabajo en un imperio tecnológico, una gran empresa de las redes sociales tan dominantes en esta prodigiosa era post-postmoderna (¿es eso, no?) que nos ha tocado vivir. La compañía se llama The Circle, y cuenta con un fastuoso y extenso campus cercano a San Francisco. “’Oh, Dios mío’, pensó Mae. ‘Es el Cielo’.” Hete ahí la primera oración de la novela.

The Circle vendría a ser la (verosímil hasta cierto punto) suma de todas las grandes empresas que ofrecen sus servicios y productos en el mercado virtual: Facebook, Google, Apple, Twitter, Linkedin, PayPal, y añada usted todas las que quiera. La dirigen los ‘Tres Sabios’ (otra posible traducción de este trío, por cierto, sería ‘Los Tres Reyes Magos’), y se dedica a reclutar a lo más granado y prometedor de entre los mejores ingenieros, diseñadores, programadores, arquitectos, etc., disponibles en el gran e inagotable mercado global.

Para una explicación detallada de la significación de los nombres que asigna Eggers a los personajes de esta novela, recomiendo la reseña titulada ‘When Privacy is Theft’ [Cuando la privacidad es un robo] que hizo en su día la canadiense Margaret Atwood para The New York Review of Books, y que puedes encontrar aquí.

La trama de The Circle contiene guiños a muchas otras obras que la han precedido: 1984, por supuesto, y Un mundo feliz de Huxley, pero también poemas clásicos como el ‘Infierno’ de Dante o ‘Kubla Khan’ de Coleridge. A medida que Mae va adaptándose a su nuevo trabajo y a la sociedad que The Circle está construyendo como modelo exportable a todo el mundo, su personaje resulta, al menos en mi opinión, menos plausible, menos creíble.

Tras un absurdo tropiezo con la ley que la pone en una situación algo comprometida, Mae recibe el perdón de uno de los Tres Sabios a cambio de convertirse en distintivo viviente y en vivo de la empresa, omnipresente portadora, gracias a la red y a millones de cámaras asociadas a la causa de la transparencia, de los valores de aquella: sin la capacidad crítica necesaria para poder siquiera atisbar las consecuencias finales de sus decisiones, Mae prostituye su cuerpo, su mente y, si me apuran, hasta su espíritu, apuntándose con facilidad simplona a la visibilidad permanente de su vida y a la venta de los eslóganes tecno-fascistas de The Circle: “Los secretos son mentiras. Compartir es cuidar. La privacidad es un robo.” ¿No se acuerdan ustedes de que “Hacienda somos todos”? Que se lo pregunten al Bigotes o al Bárcenas, a ver qué piensan al respecto.

Todo lo hace Mae en aras de la transparencia, la verdadera democracia, la erradicación de la pobreza, el crimen, la protección de los niños indefensos. Únicamente puede desconectar la señal de audio de su transmisión continua cuando entra al baño a hacer sus necesidades: la transparencia también tiene sus límites. En una alusión muy pertinente a la situación a la que parece encaminarse la sanidad pública en las llamadas democracias occidentales, Mae consigue colocar a sus padres bajo la cobertura del seguro médico de la empresa (su padre padece esclerosis múltiple), pero el precio humano que ellos deben pagar por ese ‘lujo’ les resulta al poco tiempo intolerable.

Atwood señala en su reseña que Eggers “maneja sus materiales con admirable ingenio y entusiasmo”, y si bien advierte de que “no es ‘ficción literaria’ de esa clase” [ha mencionado a Chejov un poco antes] sino “un entretenimiento, pero exigente”, yo discrepo. La idea fundacional de The Circle, o esa especie de luz atisbada entre tinieblas que invita o provoca la creación de una obra literaria (o de arte, en términos más amplios), es muy buena. Es cojonuda y extremadamente relevante.


Pero la puesta en escena cojea. Al igual que me ocurrió con A Hologram for the King (reseñada hace más de un año aquí), no me sentí conectado con la novela en casi ningún momento, quizás porque me parece detectar un trasfondo artificioso, como si Eggers nunca se hubiera en serio a sí mismo. Además, me parece bastante pretencioso que un autor divida una novela de 491 páginas en tres ‘libros’, de los cuales el tercero contiene solamente dos páginas y media. Quizás a alguien se le haya olvidado que antiguamente muchos libros solían incluir un ‘epílogo’, cuya función primordial era la de atar cabos. Claro que estas son observaciones que solamente se le podrían ocurrir a un viejo ludita que ni tiene cuenta en Facebook, ni puñetera falta que le hace.

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