29 may 2015

Reseña: The Assassination of Margaret Thatcher, de Hilary Mantel

Hilary Mantel, The Assassination of Margaret Thatcher (Londres: Harper Collins, 2014). 242 páginas.

“No había razón alguna por la que rechazar a la sociedad literaria. Me rogaban, me decían, que les ofreciera a los socios un breve resumen de mis estudios, haciendo breve referencia a mis tres primeras novelas cortas, y que luego respondiera a sus preguntas; después de lo cual, explicaban, habría un Voto de Agradecimiento. (Esas mayúsculas me resultaban inquietantes).” (p. 135, mi traducción)

El anterior, procedente del relato ‘How Shall I Know You?’, es un ejemplo de los numerosos puntos fuertes de este volumen recopilatorio de narraciones breves de la afamada ganadora del Booker en dos ocasiones (la primera por Wolf Hall, que reseñé aquí, la segunda por Bring up the Bodies, título inexplicablemente transmutado y corrompido en castellano: Una reina en el estrado). El subtexto es, por un lado, humorístico – ¿cómo puede ser motivo de inquietud una expresión de agradecimiento? – pero por otro Mantel transmite asimismo una atmósfera de riesgo. Esa dualidad está presente en la totalidad de los cuentos que componen The Assassination of Margaret Thatcher.

Los relatos abarcan un larguísimo periodo: ‘Harley Street’ se publicó por primera vez en 1993, mientras que el más reciente, el que da título al libro, apareció hace unos meses en The Guardian, y cuando esto escribo todavía sigue disponible (en inglés) aquí. Son diez relatos (no once, como erróneamente apuntó en su día Enrique Narbona en su reseña en El Cultural) para dos décadas, y ciertamente no parece grande ni es grandioso el producto final.

Diríase que esta recopilación aparece muy oportunamente (vamos, que ni pintada) al hilo del enorme éxito de las dos premiadas novelas históricas en torno a Cromwell. Toda coincidencia en el flamante mundo editorial del siglo XXI es altamente sospechosa, y en este caso mucho más.

Y no es que sean malos los cuentos. Al contrario: incluso ‘Winter Break’, una historia insuficientemente elaborada para mi gusto, en la que una pareja británica de vacaciones llega de noche a una isla griega y toma un taxi para ir a su hotel, tiene aliciente para el lector. En ella, el trayecto por una peligrosa carretera entre colinas le sirve a la narradora para contraponer su perspectiva vital a la de su marido, mientras el arisco taxista se comporta en las curvas como un Carlos Sainz senior y termina atropellando lo que parece ser un animal. El relato falla porque su resolución, en mi opinión, dista de ser idónea, con un desenlace abrupto y un tanto desdibujado dentro de lo que había sido un interesante desarrollo argumental.

Hay una característica muy significativa que poseen todos los cuentos de este volumen: una narradora omnisciente femenina que cuenta la historia siempre en primera persona. Pienso que, si se tratara de otro autor, para un libro de cuentos que supera por poco las 200 páginas ese pequeño detalle supondría un lastre. Hilary Mantel, en cambio, maneja bien las tramas, de las que apenas proporciona los suficientes detalles como para orientar al lector. El resto lo hace su prosa impecable y sus dotes de observación, a las que hay que añadir su sutil humor, muy británico.

De los diez cuentos, me quedo con el ya referenciado ‘How Shall I Know You?’, ‘The Heart Fails Without Warning’, ‘Offences Against the Person’ y el que da título al libro. En el primero, una escritora acude a dar una charla ante una sociedad literaria. No es nada difícil intuir a la autora misma detrás de algunos detalles de la historia. El representante de la sociedad literaria que se presenta a recogerla en la estación de tren se llama Mr. Simister, y tiene tantos tintes siniestros como el mismo Caronte. En el lugar escogido para su alojamiento, Eccles House, dista mucho de ser ideal. A la sesión literaria acude un pequeño puñado de bichos raros y Simister la retorna a su hotel sin invitarla a cenar. Un evento olvidable, sin duda, si no fuera por la jovencita con cojera que trata de hacerle su instancia lo más agradable posible, y que hace resurgir en la escritora inseguridades e incertidumbres.

La narradora de ‘The Heart Fails Without Warning’ es apenas una niña que tiene una hermana anoréxica, Morna. Asiste asombrada al progresivo deterioro de Morna, esgrimiendo a ratos el sarcasmo como arma arrojadiza, pero cuando la tragedia ya parece inevitable reacciona tratando de preservar a su hermana.

‘Offences Against the Person’ es el despiadado retrato de un abogado cuarentón que se lía con su secretaria y termina divorciándose de su esposa para luego casarse y tener un bebé con su nueva esposa. El relato lo cuenta la hija, y los dardos que lo salpican no tienen desperdicio.

La señora que le abre la puerta al francotirador que planea asesinar a la Dama de Hierro se muestra algo ambivalente respecto a su misión. Odia a Thatcher tanto como el que más, pero no ve justificable la violencia, y se enzarza en un impertinente diálogo con el hombre que bien podría matarla. Aunque se sabe prescindible y lógicamente sacrificable, no duda en mostrarle al guerrillero una posible vía de escapada cuando él le explica que no espera salir con vida una vez ejecutado el ataque.

El cuento más reciente publicado por Mantel lleva por título ‘The School of English’, y apareció en The London Review of Books a principios de este mes. Puedes encontrarlo aquí sin necesidad de esperar a que aparezca en otra recopilación dentro de diez o quince años.

The Assassination of Margaret Thatcher ya ha sido traducido al castellano en Destino (El asesinato de Margaret Thatcher, traducido por J. M. Álvarez Flórez). I també ha estat traduït al català (L’assassinat de Margaret Thatcher) per Ferran Ràfols Gesa per a L’altra editorial.

25 may 2015

Reseña: Blood Kin, de Ceridwen Dovey

Ceridwen Dovey, Blood Kin (Londres: Atlantic Books, 2007). 185 páginas.

Un país sin nombre en el que gobierna un Presidente de trazas dictatoriales se ve sorprendido por un golpe de estado que depone al dictador y eleva al Comandante, el líder de los rebeldes, a la posición de nuevo detentador del poder. Las pistas que nos da la autora respecto al tiempo y lugar de Blood Kin son mínimas: es un país donde florecen las jacarandas, hay un cercano puerto pesquero y el Presidente tiene una residencia de verano desde la que se otea un valle en el que crecen viñedos.

Hay en Blood Kin, sin embargo, seis voces narradoras distintas (si bien no son tan diferentes como uno quisiera), que se alternan para permitir al lector contrastar sus distintos puntos de vista, al tiempo que aportan algunos detalles que complementan o contradicen la narración de los demás. Nadie tiene nombre en esta novela: se identifica a los personajes, en el caso de los masculinos, por su rango (el Presidente, el Comandante) o la profesión que ejercen al servicio del Presidente (los tres narradores masculinos: el chef, el barbero, el retratista), mientras que a los personajes narradores femeninos los conocemos por su parentesco con los tres anteriores (la novia del hermano del barbero, la hija del chef y la esposa del retratista).

Cuando un comando entra en el Palacio presidencial y secuestra al mandatario y a la primera dama, los rebeldes se llevan al palacio estival a su cocinero, a su barbero/peluquero y al retratista oficial y su esposa, a quien por estar embarazada la mantienen en cautividad por separado. A los tres hombres los obligan a compartir los mismos aposentos y a desempeñar las mismas funciones que hasta ese momento habían tenido, pero ahora al servicio del Comandante. Bien pronto queda insinuada la idea de que el nuevo mandatario comienza a adquirir hábitos y comportamientos muy similares a los que tenía el dictador depuesto.

Cada uno de los capítulos adopta la forma de un monólogo: Dovey delinea pues a los personajes a través de sus propias palabras y reflexiones. Esta es un arma de doble filo: es muy efectiva, en tanto que proporciona ángulos muy diferentes, y con unos escuetos recursos logra caracterizar a los personajes; el problema es que el modo de expresarse de cada uno de ellos es muy similar. No hay apenas diferencias respecto a su tono. Y cuando Dovey, en la segunda parte de la novela, introduce tres nuevas narradoras cuyas voces guardan muchas similitudes entre sí y con los tres anteriores, la narración va cayendo poco a poco en una homogeneidad que pudiera parecer una pizca artificial.

Por fortuna, los sorprendentes sucesos y las extraordinarias revelaciones que conforman el desenlace de Blood Kin proporcionan un más que válido giro argumental y constituyen, en mi opinión, un aliciente para el lector. Con apenas 180 páginas, Blood Kin es una fácil y rápida lectura en torno al concepto del poder y la extremada facilidad que tiene para corromper al ser humano. Los tres servidores del exdictador dan en algún momento muestras de ceder a sus instintos más bajos y brutales.

Así, el chef resulta ser un mujeriego sádico y cruel, metódico a la hora de poner punto final a la vida de los moluscos que prepara para el Comandante: “Sujeto el rodillo con una mano – ha llegado la hora de acercarme sigilosamente a las orejas de mar y sorprenderlas con un golpe mortal. Ella [la compañera del Comandante] me observa mientras cruzo la cocina entera camino de la despensa, que está a oscuras; los últimos pasos los doy de puntillas, para darle un efecto dramático, y entonces me agacho por encima de ellas. A tres las mato antes de que se contraigan, pero la última se da cuenta de lo que se le viene encima y se contrae. Tendré que tirarla.” (p. 39, mi traducción)

El barbero confiesa que muchas veces quiso rebanarle el cuello al Presidente, quien ordenó la muerte de su hermano, pero siempre le faltó el coraje para hacerlo. El retratista, que a las primeras de cambio sucumbe al miedo, trata de justificarse y eximirse de cualquier atisbo de culpa respecto a los crímenes del régimen del Presidente, aduciendo que, en su calidad de artista, no tenía responsabilidad alguna de saber qué es lo que hacía el gobierno del jefe al que servía. Curiosamente, el Presidente transita por sus páginas sin pena ni gloria, como una sombra pálida o un eco tenue de la persona que era.

Blood Kin es una novela de grata lectura. Dovey, nacida en Sudáfrica y educada en Australia y los Estados Unidos, elimina casi todos los detalles geográficos y temporales, desnudando en cierto modo la trama, pero consigue que fijemos nuestra atención en otros aspectos mucho más significativos. Es una crítica (no tan) velada al sistema sociopolítico predominante durante siglos en el mundo occidental, sustentado en el patriarcado y en el uso de la fuerza militar para ganar cualquier batalla ideológica.

Incluyo aquí mi traducción del primer capítulo. De momento, Blood Kin no se ha traducido al castellano ni al catalán. Esperemos que pronto esté disponible en alguno de esos dos idiomas.

1. Su retratista 
Venía cada dos meses para posar. Siempre a primera hora del día, normalmente un viernes, cuando todavía le quedaba una pizca de vitalidad en el rostro tras el esfuerzo de la semana, pero había en su mirada el sosiego de saber que ya casi había terminado. Hacia finales de la primavera, las flores caídas de las jacarandas yacían luminosas afuera a esa hora del día, y su ayudante las recogía a manojos y las esparcía sobre el sofá donde él se sentaba, o se tumbaba, o se apoyaba, para cada uno de los retratos. Regios pétalos de color púrpura. Le hacían sentirse como un rey.
Siempre mezclaba los colores de la paleta antes de que él llegara. Conocía la tonalidad de su piel, el color de sus cabellos, el rosado en las medialunas de sus dedos. Después de su llegada, una vez se había sentado, yo ajustaba los colores levemente, según el humor de que él estuviera: si había sido una mala semana, al tono de su piel le hacía falta más amarillo; si se sentía benevolente, le añadía una pizca de azul al blanco de sus ojos. Decía que su única terapia era hacerse retratar.
Empezaba con un boceto al carboncillo de su cara. Era implacable respecto a los detalles, y reflejaba cada nueva arruga o descoloración o mancha, pero eso era lo que él quería – la primera que posó, le adulé en el lienzo, y amenazó  con no volver nunca, de modo que la vez siguiente le pinté tal como era, y eso le complació. Te sorprendería ver lo que le puede ocurrir a una cara en dos meses. Algún día juntaré todos los bocetos al carboncillo que quedan y haré un librito que convierta las imágenes individuales en animación al hojear rápido las páginas. El efecto del librito será el envejecimiento del Presidente.
Los retratos al óleo solían llevarme exactamente seis horas. Decidía él la pose, y cuando ya se había acomodado su ayudante le maquillaba la cara y, los días en que el Presidente parecía estar especialmente cansado, le añadía algo de autoridad a su mirada con un delineador de ojos. Tenía una asombrosa habilidad para quedarse quieto durante horas. Al final de cada sesión, antes incluso de que se hubiese secado la pintura, su ayudante recogía el retrato para colgarlo junto a la bandera en el Parlamento, de manera que el retrato en el Parlamento fuese siempre el más actual, y los ya antiguos eran distribuidos entre los dignatarios para que los colgasen en sus hogares.

14/03/2021. Acabo de ver que estaba completamente equivocado. Blood Kin se publicó en 2009 en la editorial Mosaico, en traducción de Montserrat Gurguí Martínez de Huete y Hernán Sabaté Vargas, con el título de Lazos de sangre.

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