16 nov 2015

Reseña: Merciless Gods, de Christos Tsiolkas

Christos Tsiolkas, Merciless Gods (Crows Nest: Allen & Unwin, 2014). 323 páginas.

En una reseña de Tsiolkas que logré publicar hace ya años (digo logré, porque a los pocos meses su petulante editor me mandó a la porra, y con muy malos modos) en una revista de cuyo nombre me acuerdo, pero el cual no pienso molestarme en reproducir aquí, terminaba mi opinión con el siguiente párrafo: “El lector que busque una novela de prosa elegante, cuidada y florida, que no indague en The Slap, pues no la encontrará. Encontrará en cambio un relato fascinante de lenguaje crudo y directo, con múltiples opciones y perspectivas, ante el que cabe esperar cualquier respuesta lectora, excepto la indiferencia. Y precisamente de eso Tsiolkas puede asumir todo el mérito.”

Lo que dije entonces de The Slap es igual de válido para las narraciones de este primer volumen de cuentos de Christos Tsiolkas, que abarcan prácticamente dos décadas. Si hay algo que distingue al escritor greco-australiano radicado en Melbourne es su capacidad para sobresaltar (si no asustar) al lector acomodaticio. Para muestra, este inolvidable botón con el que comienza ‘The Hair of the Dog’, el tercero de los cuentos de Merciless Gods: “Mi madre es más conocida por hacerles una mamada a Pete Best y a Paul McCartney en los baños del Star Club de Hamburgo una noche a principios de la década de los 60. Ella decía que el pene de Best era más grueso, el más grande de los dos, pero que el de McCartney era el más bonito. – La polla de Paul era elegante, – le gustaba decir. Sé también que había escupido el semen de ambos hombres en un pañuelito, y que ninguno de los dos había mirado al otro mientras ella los atendía por turnos. Después, había compartido un cigarrillo con Paul.” (p. 67, mi traducción)

A la mayoría de los protagonistas de las narraciones en este singular volumen les sucede algo que va a trastocar su entendimiento del mundo de arriba abajo. El trasfondo es siempre australiano, aunque algunas de ellas tengan lugar en otros lugares: ‘Tourists’, por ejemplo, sitúa a una pareja de turistas australianos bastante desorientados en Nueva York. El hombre, Bill, descubre con vergüenza que en la Gran Manzana no deja de ser un pueblerino. Cuando acuden a un museo a ver una exposición de Edward Hopper, el portero les trata con una pizca de condescendencia. Al alejarse de la entrada, Bill le sisea un comentario a Trina (“What a stuck-up black cunt”) que naturalmente le asquea a ella y a una pareja de ancianos que se encontraban también delante de la puerta del ascensor. Enojadísima, se separa de él durante el resto del día. Será una autorrevelación, íntima, hiriente, pero muy propia, que Bill nunca olvidará.

Como era el caso de The Slap, estas narraciones hurgan en las debilidades y en las heridas abiertas de la sociedad australiana, heridas profundas que no afloran a simple vista para el visitante que no sepa dónde mirar o buscar los puntos conflictivos: racismo, homofobia, violencia, abuso del alcohol y de sustancias estupefacientes, la historia de desposesión de los pueblos indígenas y su perpetua exclusión en los márgenes de la sociedad, religión y nacionalismo extremo.

Sin recurrir a un discurso abiertamente teorizante, Tsiolkas hace en sus cuentos uso de la narración en primera persona para plasmar una visión cruda del mundo: turistas, exiliados, presidiarios, padres y madres, drogadictos, camioneros, parejas homosexuales (tanto gay como lesbianas), chaperos y hasta un fundamentalista bisexual. Estos son los narradores de Tsiolkas.

Sus temas son obviamente muy políticos. Lo interesante, lo que hace de Tsiolkas un narrador tan singular, es la combinación de violencia y sexo, la contraposición de dos comportamientos humanos que con frecuencia – y por desgracia, me apresuro a añadir – van juntos. El autor nos invita (nos reta más bien) a ser testigos de un feroz ataque al sistema sociopolítico imperante por medio de dos facetas del lenguaje: lo inadmisible (el tabú) y lo obsceno (el exabrupto). En el relato titulado ‘Genetic Material’, un hombre de edad madura rememora un día de su niñez en la playa cuando le propinó a su padre, a quien adoraba como a un dios, un puñetazo. Ahora, de visita en la residencia de la tercera edad donde está internado su padre, quien padece demencia, cuida de él, lavándolo cuando sufre incontinencia. Mientras lo limpia con una esponja, a su padre le sobreviene una erección y fantasea con que hay una mujer que está acariciándolo. El hijo masturba a su anciano padre hasta que éste se corre. Después va a lavarse las manos, pero antes se lleva el dedo a la boca y prueba el semen de su padre. “Me lo llevo a la boca. Tengo sabor a mi padre. Mi padre tiene sabor a mí.” (p. 144, mi traducción)

Podría realmente destacar cualquiera de los relatos de Merciless Gods, pero el primero, que da título al libro, merece un comentario aparte. Un sábado noche en una casa de Melbourne un grupo de amigos, que en su mayoría han alcanzado ya el éxito profesional, se han reunido para cenar y pasar una velada juntos. Tras la cena y la ingesta de alcohol y algunas drogas deciden jugar. El juego consiste en contar una historia a partir de una palabra (“venganza”) que sacan de un sombrero. A medida que avanza la noche las confesiones se vuelven más serias y las tensiones crecen. Cuando le corresponde contar una historia a Vince, éste narra un episodio de su niñez en el que fue ridiculizado, y después cómo durante un viaje por Turquía unos cuantos años antes, en compañía de otro turista de origen kurdo, llevó a cabo su venganza. Cuando llegan al este del país, Vince describe cómo se vio envuelto en un incidente en el que un jovenzuelo le robó el dinero. La naturaleza de la venganza es aparentemente tan brutal y tan atroz que tanto los anfitriones como los invitados (uno de los cuales es el narrador) quedan sometidos a un durísimo examen moral que los dejará a unos derramando lágrimas y a otros encolerizados. Para ese grupo de amigos será “la última cena”.

Merciless Gods [Los dioses inmisericordes] lo completan ‘Petals’ (escrito inicialmente en griego y traducido por el propio Tsiolkas al inglés), ‘Hung Phat!’, ‘Saturn Return’, ‘Jessica Lange in Frances’ (un extraordinario relato de violencia sexual), ‘The Disco at the End of Communism’, ‘Sticks, Stones’, ‘Civil War’, ‘The T-shirt with a Fist on it’ y una serie de tres relatos con el título ‘Porn’ pero con temática muy diferente. Es uno de los mejores volúmenes de cuentos que he leído en los últimos años, y ciertamente como lector no me parece que ninguno de ellos sobre. Ojalá se publique en castellano, o en català. Pura dinamita.

10 nov 2015

Reseña: Clade, de James Bradley

James Bradley, Clade (Penguin, 2015). 239 páginas.

Un artículo que aparece en el diario local (The Canberra Times, 11 de noviembre de 2015) indica que para finales de este siglo los niveles de las aguas oceánicas pueden haber subido unos 8 metros, y posiblemente entre 2 y 4 para 2050. El mundo, tal como lo conocemos, será casi irreconocible. En Clade, James Bradley se hace eco de esa proyección para construir un relato distópico que abarca varias generaciones de una misma familia en unos 50 años: incluye una epidemia devastadora que diezma la población global y concluye con una sugerencia abierta a la posibilidad de que haya inteligencia más allá de nuestro planeta.

El título de la novela es una rara palabra inglesa: ‘clade’ se utiliza para referirse a un grupo taxonómico de organismos, estén vivos o muertos, agrupados en razón a unos rasgos homólogos los cuales pueden remontarse a un antepasado común.

En la novela, uno de esos grupos más notables es el de los seres humanos, Homo sapiens (este último adjetivo en latín se me antoja en ocasiones una paradoja de difícil explicación), que tras una imparable epidemia de orígenes desconocidos está en riesgo de desaparecer de la faz de la Tierra, destino del que numerosísimas otras especies no escapan en la novela, mientras que otras nuevas, resultado de la ingeniería genética y los experimentos científicos con los que las autoridades tratan de detener los efectos del calentamiento global en el clima planetario, se extienden con consecuencias impredecibles.

Bradley construye una trama en apariencia muy esquemática: el libro se compone de diez capítulos que a simple vista podrían parecer breves narraciones más o menos conexas. La narración avanza a saltos en el tiempo, con una familia como nexo argumental, y la lucha de sus miembros por sobrevivir en un planeta mayormente arruinado por los efectos del cambio climático como eje temático.

En el primero de los diez capítulos, titulado ‘Solsticio’, el climatólogo Adam Leith duda si es buena la idea de que él y su esposa, Ellie, traigan a una nueva criatura al mundo. Mientras contempla las vastas planicies heladas de la Antártida, Adam piensa en Ellie, quien a esa hora en Sydney estará en la sala de espera de la clínica de fertilidad, a punto de saber si el largo tratamiento al que se ha sometido va a tener éxito. Adam es también consciente de que este mundo, al que quieren traer una nueva persona, es cada vez más un lugar difícil, y que los retos son cada vez mayores.

En el segundo capítulo, la hija de Ellie y Adam, Summer, crece en una ciudad donde los apagones de la red eléctrica se están convirtiendo en algo diario. Pese a los avances tecnológicos, la vida en el planeta sigue dificultándose con el paso del tiempo, nos hace ver Bradley. Las tensiones en la vida conyugal se vuelven tan insostenibles que con el paso de los años el matrimonio se desintegra.

De este modo, cada capítulo introduce a un personaje nuevo al tiempo que avanza la narración unos años, mientras el entorno natural, social y político se degrada cada vez más. Uno de los capítulos más significativos lleva por título ‘A Journal of the Plague Year’, una suerte de pequeño tributo a la portentosa narración de Daniel Defoe situada en el siglo XVII y que publicó el inglés en el XVIII.

Hacia el final de la novela, Noah, el hijo autista de Summer que en su madurez resulta ser un gran astrónomo, realiza un gran descubrimiento. La idea que persigue Bradley, supongo, es ofrecer un atisbo de esperanza a la humanidad. Hay otros mundos posibles, a pesar de que como la mayor especie depredadora que somos hemos arruinado el nuestro. Clade dista mucho de la trivialidad de California, otra novela de tema distópico publicada en los últimos años, pero ofrece una visión más benigna del futuro que otras ofertas similares.

Bradley, más conocido en Australia por sus acertadas contribuciones a la crítica literaria, ha publicado, además de Clade, tres novelas. La anterior, The Resurrectionist, (puedes consultar aquí una reseña) se publicó en 2006, es decir, nueve años antes. Uno quisiera que el autor se prodigara más, pues es sin duda una de las plumas australianas contemporáneas a tener más en cuenta.

Erm... Not quite what we should expect... Hollywood always exaggerates... (Fotografía: Daily Mail, de la película The Day After)
Lo realmente importante de Clade es el tipo de preguntas que tarde o temprano todos nos tendremos que hacer: ¿Qué va a ocurrir exactamente cuando los cambios climáticos y los desastres atmosféricos, posiblemente irreversibles, comiencen a afectar nuestro actual modo de vida y el ritmo de consumo que mantenemos se haga del todo insostenible? ¿Cómo reaccionaremos ante la pérdida de esos privilegios? Bradley dibuja escenarios verosímiles, aunque su tratamiento de los personajes sea a ratos excesivamente esquemático para mi gusto.

De momento, sería muy recomendable no olvidarnos de cómo cultivar hortalizas y frutas. Quién sabe cuándo nos van a ser necesarias.

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