28 feb 2019

Reseña: The English Class, de Ouyang Yu

Ouyang Yu, The English Class (Melbourne: Transit Lounge, 2016 [2010]). 397 páginas.
¿En qué medida llega a transformar el aprendizaje de una lengua extranjera la personalidad de una persona (por no hablar de la vida, algo que resulta muy obvio)? ¿Nos ven los demás como una representación mediada por la(s) lengua(s) que hablamos? Estas son algunas de las preguntas a que me ha abocado esta novela de Ouyang Yu, cuyo título juega en mi opinión con el doble sentido de la palabra “clase”: por un lado el grupo de estudiantes que aprende en un aula; por otro, ese estrato socioeconómico marcado predominantemente por el poder adquisitivo y el nivel de estudios alcanzado.

El protagonista de The English Class es un joven chino llamado Ying a finales de la década de los 70. Su primer trabajo es el de camionero, pero a diferencia de Sancho Gracia, quien salía por lo general triunfante en las caballerescas aventuras del desarrollismo español de la misma época, a Ying apenas le pasa nada en su trabajo. Su ambición es aprender inglés (algo que todavía anhelan millones de personas, no solamente en China), e ir a la universidad.

Es por eso que aprende unas 100 palabras diarias mientras conduce el camión. Finalmente recibe los resultados del examen de acceso, aprueba y dice adiós al camión, a la novia y al asfixiante dormitorio en el que ha vivido desde que empezó a trabajar. La universidad está en Wuhan, pero los estudios de lengua inglesa no son tan apasionantes como él había anticipado. ¡Ni siquiera tienen un profesor nativo!

Departamentos de Derecho y Lenguas Extranjeras, Universidad de Wuhan. Fotografía de Howchou.  
Tras varios semestres la universidad contrata a un australiano, el Dr. Wagner (¿por qué es doctor si no es médico?, comentan entre sí los estudiantes). Pese a los progresos que la presencia del australiano supone, Jing comienza a sentirse desilusionado y perdido en la carrera. Muy crítico con el autoritario sistema chino del que quiere escapar, su reticencia a comunicarse con sus compañeros, su altivez y afición por la soledad le reportan no pocos problemas. Además, le persigue su obsesión con que la blancura de su tez se debe a un antecesor de origen anglo.

Cuando llega la pareja de Wagner, Deirdre, de pronto cambian las cosas. En ese momento, la novela da un salto en el tiempo y nos traslada a Melbourne unos quince o veinte años más tarde. Ya no es Jing, sino Gene. Emigrante inadaptado, Jing/Gene sufre una significativa crisis mental y lingüística. Yu investiga en la siempre difícil interacción entre dos culturas y dos lenguas: que el inglés no le sirva a Jing para salvaguardar su cordura señala lo inadecuado que pudiese resultar encomendarse a un idioma extraño para tratar de expresarse.

A lo largo de la novela, el autor intercala intervenciones del narrador, que se dirige a sí mismo en un “tú” estridente, si bien eficaz en su propósito de recordarle al lector que esta es una obra de ficción, y por lo tanto, no completamente fiable. Algunos de esos capítulos son especialmente deliciosos, como éste, el sexto:
“Es un proceso lento, esto de escribir una novela. Escribes pedazos de cosas, descartas la mayoría y escribes más. Dejas espacios para luego volver a ellos, lo cual el lector se lo perderá, y para cuando se le entregue esta novela en la librería, todo lo que verá serán páginas que han quedado rellenadas. Por esa razón dejas un espacio para una futura inserción, simplemente para mostrar cómo funciona o no funciona todo eso. Te das cuenta de que esto tiene que pasar por un proceso de edición y que es muy probable que también esto haya de desaparecer. ¿Cuán original puedes ser cuando un trozo de texto pasa por tantas manos? Mientras escribes acerca de finales de la década de los 70 te encuentras con una laguna. No se trata de una laguna que exista en los medios impresos en general o en los medios de radiodifusión o televisión. Es también una laguna en tu memoria, y con frecuencia ese agujero en tu memoria puede en parte atribuirse al papel de los medios que eran los dominantes en aquella época. Por ejemplo, ¿por qué no te es posible evocar algunos detalles de cómo come Jing cada día en la cantina de la fábrica? Si aplicas la imaginación y funciona, ¿será cierto? Todas esas cosas te pasaron a ti alguna vez, pero no las has mantenido vivas en tu memoria. La imaginación sin la realidad es como las nubes, que constantemente cambian sin tener una forma fija. ¿No quieres acaso hacer de la novela una historia de las cositas extraordinariamente ordinarias que ocurren en la vida?” (p. 41, mi traducción)

The English Class, no obstante, contiene menos experimentación narrativa que Loose: A Wild History, la tercera parte de la trilogía de Ouyang Yu. La tercera parte, la conclusión del viaje interior de Jing ¿hacia ninguna parte? da la sensación de estar menos atenazada, menos remachada. Los cambios en el punto de vista narrativo son caprichosos y no terminan de cuajar. La novela, que fue galardonada con el Premio a las Relaciones Comunitarias entre los Premios Literarios del Ministro Principal de Nueva Gales del Sur en 2011, destaca por su humor, los juegos de palabras y el constante trasiego entre inglés y mandarín en el que vive Jing. Es una exploración de la peculiar idiosincrasia lingüística del escritor emigrante que escribe en inglés en Australia. Dentro de muchos años habrá estudiosos que descubrirán el valor literario que representa la figura de Ouyang Yu. Por ahora, sin embargo, parece destinado a permanecer relegado a una extraña oscuridad impuesta por un sistema de clases que los políticos australianos niegan que exista. Como si ellos supiesen algo de clases.

9 feb 2019

Reseña: We're Doomed. Now What?, de Roy Scranton

Roy Scranton, We're Doomed, Now What? (Nueva York: Soho, 2018). 348 páginas.
El pasado mes aquí en Canberra ha sido el enero más caluroso desde 1939, año en que comenzaron a tomarse mediciones. Para los que niegan que el cambio climático es un hecho (conozco a personas así: incluso algún miembro de mi familia niega la realidad), ampararse en lugares comunes como “es verano, es normal que haga calor” resulta una respuesta fácil y simplona. Cuando año tras año la temperatura media gana unas décimas, negar el calentamiento global viene a ser algo similar a decir que la Tierra es plana.

Imagen de SkepticalScience, modificada por Gregor Hagedorn. 
Atrapados como estamos en un sistema económico que impulsa el consumismo como estímulo de la creación de empleo, a uno le queda claro que la humanidad se ha subido a un tren al que aparentemente no se le puede activar ningún sistema de frenado, y que acelera su marcha en dirección a un precipicio. Pasado un cierto punto (por ahora indefinido), nadie sabe ya qué habrá. Como decía mi yo ‘sabio’ hace décadas: “El futuro es incierto”. Sí, muy incierto; pero sin duda será negativo. Y caliente.

Esta colección de ensayos, escritos por Scranton entre 2010 y 2018, cuenta con dos principales ejes temáticos: uno es la guerra, especialmente la de Iraq, y el otro es la catástrofe a la que el cambio climático nos aboca. Scranton se incorporó al ejército estadounidense poco después de los sucesos de septiembre de 2001 y la subsiguiente declaración de guerra contra el país donde una vez estuvo la cuna de la civilización: Mesopotamia.

Soldados norteamericanos en el río Tigris. “No importa cuál era nuestra intención, Lo que importa fue lo que hicimos.” (p. 202). Fotografía de Spc Gul A. Alisan. 
El título dice bien a las claras la postura que tiene el autor: el planeta parece abocado a cambios ecosistémicos irreparables, con cada vez más frecuentes eventos catastróficos de naturaleza meteorológica que darán lugar a oleadas de ingentes desplazamientos humanos. ¿No es acaso el repugnante muro que exige construir el narcisista Trump una línea de contención para las próximas tres o cuatro décadas? El Muro no lo quieren construir para detener a 25.000-30.000 centroamericanos que en 2019 buscan una vida mejor; el Muro lo quiere erigir la derecha más conservadora y racista de los EE.UU. para lo que ocurrirá en quince o veinte años. Al menos, ésa es mi teoría.

Scranton divide el libro en cuatro partes claramente definidas. La primera lleva por título ‘Climate & Change’. Comprende seis artículos en torno al tema del cambio climático y sus consecuencias ya evidentes y palpables, por ejemplo en el norte de Canadá. El tono predominante en todo el libro es pesimista (o descarnadamente realista, si se prefiere). Una muestra: “Vivimos hoy en un mundo en el cual la humanidad se ha llevado un golpe bajo, quizás más bajo que nunca. Agentes involuntarios de nuestro propio deceso, incapaces de controlar las inmensas tecnologías que tan arrogantemente creíamos nuestras, incapaces de ejercer la voluntad colectiva racional necesaria para salvar nuestra civilización de la destrucción, nos hallamos reducidos a algo menos que humanos, sin ni siquiera el torpe instinto de supervivencia que vemos en las plantas.” (p. 24, mi traducción)

Según Scranton, la humanidad en su conjunto ha sobrepasado el límite después del cual no habrá enmienda posible; el dato más revelador es la sobrepoblación del planeta: “No existe un mecanismo para unir a la especie humana en su totalidad y hacer que se mueva en una única dirección. Somos más de siete mil millones, y nos dividimos en más de doscientas naciones, miles de estados, territorios, condados, regiones subnacionales y municipios más pequeños, y una inimaginable multitud de corporaciones, organizaciones comunitarias, vecindarios, sectas religiosas, identidades étnicas, clanes, tribus, clubes y familias, cada uno de los cuales se enfrenta a sus propios conflictos internos, a la desunión, a la discordia, hasta el alma humana individual en conflicto consigo misma, desgarrada entre el miedo y el deseo, entre el difícil sacrificio y la fácil crueldad, todos nosotros improvisando día tras día, un momento tras otro, tomando decisiones basadas en nuestras mejores presunciones, corazonadas, quimeras reconfortantes y demasiados pocos datos.” (p. 48-9, mi traducción)

Las dos secciones centrales del libro tratan de la guerra de Iraq y de la justificación que suele hacerse en los Estados Unidos de las políticas gubernamentales de intervención militar exterior, a veces con pretextos nimios o tergiversados, cuando no falseados, y con consecuencias devastadoras para las poblaciones civiles donde dichas intervenciones tienen lugar. Para el lector puede resultar paradójico que Scranton haya alterado sus puntos de vista tan diametralmente, desde alistarse tras el 11 de setiembre hasta denunciar tan crudamente el sistema económico y político que alienta la guerra y acelera el desastre ecológico global. Concedámosle al menos el mérito de haberlo hecho.

De especial interés resultan los vínculos (para nada tenues) que Scranton establece entre la guerra y los fenómenos globales que nos conducen al mayor cambio geopolítico que la humanidad va a contemplar desde el comienzo de la Historia.

La última sección, la más breve, la comprenden dos ensayos, uno de índole más bien filosófica y otro, con un carácter muy afectivo, en torno a la posición ética personal que propone Scranton, y que lleva por título ‘Raising a Daughter in a Doomed World’ [Criar a una hija en un mundo sentenciado]. Una versión abreviada de éste puede leerse en la Red, publicado por el New York Times el 16 de julio del año pasado.

We’re Doomed. Now What? apunta a algunas tesis ético-políticas que, en el actual contexto internacional, les parecerán, a algunos, peligrosas, a otros, simplemente utópicas y a otros, lógicas. Sea como sea, lo que se nos viene encima tiene muy mala pinta. Al menos eso pienso yo.

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