17 ago 2019

Reseña: All the Time in the World, de E.L. Doctorow

E.L. Doctorow, All the Time in the World (Leicester: W.F. Howes, 2011). 353 páginas.
Doctorow, que falleció hace poco más de cuatro años, era uno de esos autores norteamericanos sobre quien había leído muchas referencias, pero de quien no había leído nada hasta ahora. Cuando uno comprueba la larga lista de premios y galardones que recibió a lo largo de su larga trayectoria literaria se da cuenta de que queda una laguna lectora que algún día debería cubrir. ¿Llegará a darse el caso? Imposible decirlo.

All the Time in the World es una colección de cuentos de diferente factura. Los hay que son narraciones sobre personajes con un pasado por ocultar o superar. Así, ‘Jolene: A Life’, cuenta en tercera persona la gesta vital de una chica huérfana, Jolene, quien desde Memphis va cambiando de ciudad y de compañero. Todos tienen una cosa en común: si en un principio le demuestran cariño, con el paso del tiempo se convierten en monstruos. Como cuento, es más bien flojo, no tiene ese final atractivo que se les debe exigir a los mejores relatos cortos. En otro cuento con características similares, ‘A House on the Plains’, Doctorow nos presenta en las primeras páginas al narrador, un joven llamado Earle, en Chicago, a quien “Mamá dijo que a partir de entonces yo iba a ser su sobrino, y que la llamase Tía Dora.” (p. 197) Los tejemanejes de la madre incluyen la mudanza a una casa en los llanos de las afueras de La Ville, Illinois. El cambio de aires no es sino una huida hacia adelante, en la que la violencia, el crimen y la simulación son herramientas útiles: el fin justifica los medios.

En ‘Assimilation’, un joven hispano cae en la tela de araña que le tiende una banda mafiosa rusa cuando le ofrecen dinero a cambio de casarse e ‘importar’ a la mujer a los Estados Unidos. Tiene un comienzo muy prometedor pero a medida que avanza la historia, el personaje se convierte en marioneta de unos y de otros.

Con mucho, la historia con mayor potencial y atractivo lleva por título ‘Walter John Harmon’. Narrada en primera persona, el relato cuenta cómo un miembro de una extraña secta religiosa, cuyo líder y profeta se llama Walter John Harmon, es progresivamente testigo de la traición no solamente del líder, que se fuga con todos los fondos de la comunidad, sino también de su propia esposa, que desaparece con el “profeta”. Doctorow maneja con soltura los puntos de vista del narrador y de los renegados: hace parecer normal que los seguidores ofrezcan a Harmon su dinero y su apoyo incondicional. Es el precio de la fe, añadiría alguien a modo de justificación. Por otra parte, es tan clamoroso el error de juicio de los devotos miembros del culto que el subtexto irónico que transmite Doctorow te empuja hacia la hilaridad y la burla. En realidad, la estupidez e ignorancia de los miembros de la congregación tendrían un claro paralelismo en las masas idiotizadas que votaron por un ignaro narcisista que les prometió la grandeza de un imperio, otra vez.

Otro de los cuentos a destacar es, a mi parecer, ‘A Writer in the Family’ [Un escritor en la familia]. Tras la muerte de su padre, a un joven del Bronx neoyorquino le llega una insólita petición de su tía. Quiere que le escriba cartas a su abuela fingiendo ser su padre. La abuela tiene ya 90 años y está internada en una residencia para ancianos. La primera carta dice: “Querida Mamá: Arizona es hermosa. El sol luce todo el día y el aire es cálido, me siento mejor que en años. El desierto no es tan árido como uno se esperaría, sino que está lleno de florecillas silvestres y plantas de cactus y unos peculiares árboles torcidos que parecieran hombres con los brazos extendidos. Se pueden ver grandes distancias en cualquier dirección que uno se gire, y hacia el oeste hay una cordillera de montañas como a cincuenta millas de aquí, pero por la mañana, cuando les da el sol, se puede ver la nieve en las cimas.” (p. 279, mi traducción)
Arizona. Fotografía de Ron Clausen.

Naturalmente, la carta es, por así decirlo, un verdadero éxito. Al joven le seguirán llegando peticiones para que siga escribiendo como si fuera su padre muerto. Pero con el paso de las semanas, la idea de suplantar a su padre mediante cartas deja de serle tan atractiva. La carta final comienza así: “Querida Mamá: Esta será la última carta que te escriba, pues me han dicho los médicos que me estoy muriendo.”

Entre las restantes historias de este libro, cabría destacar “Edgemont Drive”, en la que una mujer le permite la entrada en su casa a un visitante que dice haber vivido en la casa en su niñez, y termina causando la ruptura del matrimonio que allí vive y quedándose a vivir.

Pese a despertar siempre el interés del lector en sus párrafos y páginas iniciales, los relatos de All the Time in the World no siempre progresan hacia algo parecido a la perfección. De hecho, la mayoría distan de ser redondos, y parece faltarles algo, incluso una conclusión que te deje queriendo más.

1 ago 2019

Reseña: The London Train, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, The London Train (Londres : Jonathan Cape, 2011). 324 páginas.

El título de este libro, una novela que se compone de dos partes bien definidas (o incluso de dos nouvelles), se debe al tren que une Paddington con Cardiff, esa línea de ferrocarril que atraviesa la suave campiña inglesa desde Hertfordshire hasta el estuario del río Severn. A bordo de ese tren van con frecuencia dos personas cuyas trayectorias ofrecen paralelismos: el tema subyacente en ambas partes de la novela es la fragilidad de las relaciones matrimoniales.

El estuario del Severn. Fotografía de Roger Roberts 
En la primera, Paul, un crítico literario de segunda categoría sufre la pérdida de su madre, a quien tenía más o menos olvidada en una residencia. Poco después descubre que la hija que tuvo en su primer matrimonio ha abandonado la casa de su madre y se ha ido a vivir con una pareja de emigrantes polacos en un piso insalubre en uno de los muchos barrios horribles de Londres.

Tras una pelea con su actual esposa, Paul se marcha a Londres y, para sorpresa de todos, lector incluido, se arroga el derecho a alojarse en el sofá del piso donde está su hija. El caso es que la joven está embarazada. ¿Es el polaco el padre? ¿Está segura la hija en el entorno en que vive? Ciertamente, a mí me pareció poco plausible que Paul se marche sin decir nada a su familia y se pase una temporada en Londres sin, digámoslo así, un mapa de ruta.

Pero es gracias a la segunda parte del libro que la primera cobra más sentido y al lector se le proporciona una más amplia y enriquecedora perspectiva. La protagonista de la segunda nouvelle es Cora, quien ha decidido dejar a su marido y a Londres (ya se sabe que el orden de los factores no altera producto) y mudarse a la casa de sus padres, que en poco tiempo pasaron ambos a mejor vida.

Paddington Station. Last train to Cardiff? Fotografía de Mattbuck.
Y es que es en ese tren entre Cardiff y Londres (o en dirección contraria, ya no me acuerdo) es donde los dos protagonistas se conocieron e iniciaron una relación extramarital. Mientras que para Paul fue una mera distracción, para Cora la aventura tuvo muchísima importancia, en su huida de una existencia solitaria y desalentada.

Con apenas un atisbo de trama, Hadley centra su atención en los nudos que los personajes traban en su propio entorno, las trampas que se tienden a ellos mismos y las mediocres justificaciones con que tratan de evadir sus responsabilidades. Como la vida misma.

Tessa Hadley es una novelista con estilo, o quizás sería mejor identificarla como gran estilista concienzuda y con conciencia. Son características que demostraría en años posteriores a The London Train en novelas como Clever Girl o The Past, o en su colección de relatos Bad Dreams and Other Stories. La falibilidad de los seres humanos es lo que posiblemente fascine al lector, otorgándonos una ventana al interior de sus mentes, a sus meditaciones y penurias:
“Hubo un tiempo en que Cora creyó que la vida iba construyendo una acumulación de recuerdos, que iban haciéndose más densos y profundizándose a medida que pasaba el tiempo, apuntalándote frente al vacío. Había adquirido la costumbre de atesorar reliquias de todas las etapas de su vida conforme iban pasando, como si fuesen sagradas. Ahora eso le daba la impresión de ser un modelo falsamente reconfortante de la experiencia. El presente era siempre lo más importante, en una forma que te empujaba siempre hacia adelante: vacía, aunque también libre. Fuesen las que fuesen las historias que te contases a ti misma o a otros, en el presente quedabas de verdad expuesta y desnuda, una proa que surcaba nuevas aguas; el pasado que quedaba detrás resultaba insustancial, se desmoronaba, caía en desuso, sus formas se volvían obsoletas. El problema era que siempre seguías estando viva, hasta el final. Algo tenías que hacer.” (p. 312, mi traducción)
Seguir vivo: ¿condena o premio? ¿Problema o respuesta? Para algunos, no disponer de tiempo para leer es a un tiempo condena y problema; la respuesta (o el premio) parece a veces estar muy lejos.

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