9 may 2021

Reseña: Late in the Day, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Late in the Day (Londres: Jonathan Cape, 2019). 281 páginas.

Serenata de Schubert

Estaban escuchando música cuando sonó el teléfono. Era una tarde de verano, las nueve en punto. Habían terminado de cenar y Christine estaba escuchando intensamente, sentada en el sillón, con los pies metidos debajo de ella; reconocía la música, aunque no sabía de quién era. La había elegido Alex, no la había consultado y ahora ella, tozuda, no quería preguntárselo – a él le daba demasiado gusto saber lo que ella no sabía. Alex estaba echado en el sofá junto a la ventana en mirador con un libro abierto en la mano, sin leerlo, el libro descansando en el pecho; estaba mirando el cielo en el exterior. Tenían un piso en la primera planta que daba a una ancha calle bordeada de plátanos. Una bandada de pericos cruzó la calle desde el parque; los oscuros tonos morados y marrones de la haya roja de la casa de al lado destacaban frente al cielo turquesa y engullían las últimas luces del día. Sobre una de sus ramas se apreciaba la silueta de un mirlo con el pico abierto; debía de estar cantando, pero la grabación lo silenciaba.

Era el teléfono fijo el que estaba sonando. Christine se fue olvidando de la música; se puso en pie y echó un vistazo a su alrededor, buscando dónde habían dejado el teléfono cuando lo habían usado por última vez – seguramente por allí, entre los montones de libros y papeles. ¿O en la cocina, cerca de los platos y cubiertos sucios? Alex no le hacía caso al teléfono, o únicamente demostraba ser consciente de él mediante un pequeña muestra de tensa irritación en su rostro – una cara siempre líquidamente expresiva, extranjera, pues sus ojos eran tan oscuros, esbozados como si hubiesen sido pintados. Era un efecto que se estaba tornando más llamativo a medida que envejecía y su pelo, que solía ser de un dorado fosco y deslustrado, se iba desprendiendo de la brillantez.

Era más probable que al teléfono estuviese su madre en vez de la de Alex – o bien sería su hija Isobel, y Christine quería hablar con ella. Tras renunciar a localizar el inalámbrico, y sin molestarse en calzarse los pies descalzos con unas alpargatas, subió las escaleras de prisa, de dos en dos escalones – todavía podía hacerlo – hasta el lugar donde estaba la extensión telefónica, en el dormitorio del ático. La música seguía sin ella en la habitación que dejaba detrás, era Schubert o algo similar, y mientras Christine se dejaba caer en la cama y respondía al teléfono casi sin aliento, era consciente de la dulzura que dejaban caer las notas descendientes encadenadas. Esta habitación, que habían hecho construir debajo de los cerrados ángulos del tejado, guardaba el calor del día y estaba repleta de olores – el humo del tráfico, la madreselva del jardín, la moqueta polvorienta, los libros, sus perfumes y la crema facial, el leve olor a rancio de las sábanas. Las litografías, foros y dibujos que colgaban de las paredes – algunos de ellos eran obras suyas – estaban ya escondidas, borradas entre la penumbra, y solamente el patrón de las formas enmarcadas se dejaban ver sobre la pintura blanca. A través de la claraboya podía oírse el canto del mirlo.

Qué maravilla. (1-3, mi traducción)

Así comienza Late in the Day. La llamada telefónica trae una terrible noticia que va a desencadenar cambios tajantes en la vida de las personas a las que va a afectar la muerte repentina de Zachary. Es Lydia, su mujer, la que llama. Lydia y Christine han sido mejores amigas desde su juventud. Zachary y Alex han mantenido también una profunda amistad desde muy jóvenes. Son dos parejas de clase media alta, bien acomodadas en el Londres de principios del siglo XXI.

De hecho, cuando los cuatro se conocieron, los devaneos eran un poco diferentes. Lydia estaba casi obsesionada con Alex (en un principio profesor de francés en la universidad tanto de ella como de Christine). Esta mantenía una relación más o menos formal con Zachary, aunque las ataduras no eran tan fuertes como para mantenerla y poder seguir siendo buenos amigos una vez ella se dio cuenta de que Zachary adoraba a Lydia.

Cualquiera puede permitirse comprar bienes raíces en Londres, ¿verdad?
St Mark's Church, Clerkenwell. Fotografía de John Salmon.
La faceta artística de Christine impactó en Zachary, quien tras recibir una importante suma en herencia opta por comprar una vieja capilla en Clerkenwell, en el centro de Londres, y convertirla en galería de arte. Lydia es la menos intelectual de los cuatro: sabe del poder de su belleza y su atractivo, y agenciarse a Zachary le asegura el bienestar de por vida.

Tras el deceso de Zachary, Alex y Christine invitan a Lydia a quedarse con ellos. Y ella lo hace por un tiempo prudencial, releyendo los viejos poemas de Alex, de cuando eran jóvenes. ¿Fue Lydia la que propició el divorcio de Alex? No es algo evidente. Pero el hecho es que al regresar de un viaje a Escocia para llevar a Grace (la hija de Zachary y Lydia) de vuelta a sus estudios, Alex no regresa a su casa y se va directamente a la galería. Al borde la histeria, Christine llama a Lydia a las tantas de la madrugada para compartir su inquietud con Lydia. Ella le responde con perfecta ecuanimidad y le dice que Alex está con ella. Extrañada, indaga la razón: «No sé qué decir. No sé cómo decírtelo.»

Hadley cuenta la historia entrelazada de estos cuatro personajes en un vaivén continuo entre el pasado y el presente. El punto clave temporal que divide la trama es la llamada telefónica del comienzo de la novela. Los capítulos se alternan, profundizando en los orígenes de la confusión a la que se han abocado sus vidas ya en su madurez, cuando nada hacía presagiar las sacudidas que sus vidas han dado.

Late in the Day añade una nueva hoja al ya notable currículo de Tessa Hadley (cuatro de sus libros ya han sido reseñados en este blog: The Past, The London Train, Bad Dreams and Other Stories, Clever Girl). Como en sus obras anteriores, Hadley explora las relaciones de pareja y las dinámicas de poder que se desarrollan en ellas; cómo las perspectivas vitales cambian con el paso de los años; el peso de la conciencia o su ausencia. Y lo hace con una prosa siempre comedida, elegante. Es una narradora sumamente perceptiva, que entiende de la falibilidad humana y muestra las contradicciones de sus personajes sin incurrir en lo excesivamente melodramático.

10/05/2021: Curiosament, aquesta mateixa setmana estarà a les llibreries Cap al tard, publicada per Edicions de 1984, amb traducció al català de Mercè Ubach.

5 may 2021

Laurent Binet's HHhH: A Review

 

Laurent Binet, HHhH (London: Vintage, 2012). [unpaged] Translated from the French by Sam Taylor.

Reinhard Heydrich, who could have been strategically nurtured to become Hitler’s successor, was killed after an attack on his car in Prague in 1942. His nickname among the Czech people was ‘the Butcher of Prague’. It would seem obvious he had few friends among them. Was his assassination an event that entirely changed the course of WWII and therefore History? Perhaps it was.

Heydrich. (Photograph by Heinrich Hoffmann - Deutsches Bundesarchiv)

Speculating with what might have been seems pointless, does it not? Still, many believe the perpetrators of the attack should be praised for ridding the world of such a cruel, evil person. And I would tend to wholeheartedly agree. After all, he was one of the brains behind the so-called Final Solution. The fateful day in the streets of Prague is the subject of Laurent Binet’s novel, which won him a big literary prize in France, the Goncourt.

Binet, however, does not want to write a historical novel. Obviously, he does not want to write history either. He’s no historian. He thinks that the invention of facts or characters in a novel about a true event is nothing short of a crime: fabricating evidence, more or less. I bet he dislikes books such as Wolf Hall or Bring up the Bodies so much that he would refuse to read them point blank! Oh well: his loss.

Being such an astonishing story of bravery and self-sacrifice, the plot (i.e., the conspiracy to kill the monstrous Heydrich) should be narrated with tantalizing detail. Except that Binet does not have any verifiable new data he could use with absolute certainty. His struggle is with the limitations of the novel as a genre. HHhH, Binet decides, has to tell a story-within-a-story: the author’s obsession with how to approach and tell a story about true events for which verified information is scant or non-existent. Moreover, instead of numbering the pages, the publisher numbers the parts (you can hardly call them chapters, can you?).

The Mercedes (possibly this very car, but who knows? And who cares?). Photograph by FunkMonk (Michael B. H.) 

The heroes’ names were Jozef Gabčík and Jan Kubiš. They were trained in England and parachuted over Czech land. The resistance helped them prepare the assassination, which funnily enough almost failed at the last moment: Gabčík’s gun got stuck and stopped working, and therefore plan B was quickly activated. It was Kubiš who threw a hand grenade into Heydrich’s Mercedes. The infections caused by the wounds killed Heydrich about a week later. Mission accomplished?

Yes, but the Nazi retaliation was brutal, as could have been predicted. Lidice, a village near Prague, was completely destroyed. Their inhabitants were either murdered or sent to a concentration camp, where most of them eventually died. The Czech heroes hid, together with five other members of the resistance, in a Prague church. Betrayed by one of their own, they were found and attacked. They lasted many hours and drove the German soldiers and their commanders spare. None of them were captured alive.

The Lidice Memorial reminds us all of what kind of bestiality the Nazis were capable of.
The biggest objection I have in regard to this book is Binet’s obsession with his own obsessiveness. It constantly gets in the way of the story itself. That may be fanciful and fun to begin with, yes. But Binet overuses the device. His authorial presence is more than an attendance: it can become a burden! I did not think this book is as accomplished as The 7th Function of Language, but I’m looking forward to reading his new publication, Civilizations.

Hoping to read you soon again, Laurent. Photograph by G. Garitan. 

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