10 oct 2024

Kangaroo River Walk

Kangaroo River Fire Trail

A unos 15 minutos en coche de Kangaroo Valley, en la carretera del pantano de Tallowa (Tallowa Dam Rd) se encuentra la entrada a este paseo, que discurre completamente por un cortafuegos. El recorrido total (ida y vuelta) no llega a los 8 km. y se puede hacer en menos de 2 horas.

El punto final del recorrido es la orilla sur del Kangaroo River, afluente de otro río, el Shoalhaven, de corto trayecto, pues nace en la vertiente oriental de la Gran Cordillera Divisoria que recorre la larguísima costa este del continente australiano.

Pero si no apeteciera caminar, uno puede acudir a ese punto final por el afluente mismo. En la localidad de Kangaroo Valley (que, si no recuerdo mal, aparece nombrada por algún extraño motivo en Larva, el hermoso e indescriptible engendro literario de Julián Ríos publicado en 1984) se puede alquilar un kayak o una canoa y hacer un fácil descenso hasta ese punto.

¿El río de los canguros? Seguro que los hay, pero no se ve ninguno.

La pista es muy ancha y por lo tanto no está señalizada. El camino es plano al principio y, conforme avanzas en dirección al río Kangaroo, los eucaliptos son más altos. Hay un trecho en el que la pista desciende entre grandes rocas areniscas, algunas de ellas erosionadas hasta formar oquedades caprichosas. En el lado derecho del cortafuegos son claramente visibles las secuelas de los incendios del verano de 2019-20.

El agua de la lluvia, el viento y los siglos han horadado la roca, que habrá de romperse algún día, seguro.

Se puede acampar junto al río: de hecho, hay un WC cercano, de esos que no cuentan ni con agua ni con papel. Es un paseo ideal para los meses de verano porque puedes darte un chapuzón y refrescarte antes de volver al aparcamiento. El regreso, naturalmente, es cuesta arriba. Como siempre: Cuidado con las serpientes.

16 sept 2024

Reseña: La balada de los bandoleros baladíes, de Daniel Ferreira

Daniel Ferreira, La balada de los bandoleros baladíes (Bogotá: Alfaguara, 2019). 189 páginas.

En el primer capítulo de esta novelita (que aparentemente estaba ideada para formar parte de una pentalogía) Ferreira cuenta el atraco a una indefensa anciana en su domicilio. Los delincuentes son dos obreros, quienes un par de días antes habían abierto una fosa en el patio de la casa por encargo de la señora. Ellos asumen que la vieja va a sepultar su fortuna en el agujero y por eso acuden de noche a robársela.

Tras arrancarle la ropa con violencia y amenazar con violarla, los ladrones empiezan a perder la paciencia y los estribos: «La anciana tenía el rostro enflaquecido y sostenía una mirada dura dentro de las orbitas (sic) huesudas, pero nunca la vieron llorar. Ni un gesto ni una lágrima que delatara temor. Durante todo el asalto, de su boca marchita salió apenas un rumor de oraciones ininteligibles. Quizá fue eso lo que motivó en el de los pantalones desabotonados el impulso de matar, porque gritó que callara cuando se vio empujado por el otro a un lado de la cama y enseguida sacó el revólver y le dio dos tiros en el estómago “para que aprendas que Dios no existe, y si existe, dejó crucificar a su hijo sin misericordia”». (p. 10)

El párrafo anterior es una muestra del tono que va a asumir la voz del narrador: distante y despiadada en su fría descripción de las múltiples crueldades y brutalidades en las que incurren los distintos personajes, unidos en una maraña narrativa aparentemente desordenada, pero que, conforme uno avanza en la lectura del libro, va dotando de estructura, orden y lógica a la historia.

Son cuatro los personajes centrales de esta balada de asesinos. Escipión (alias Putamarre) escapa de sus orígenes de pobreza en busca de una fortuna esquiva y termina convertido en raspachín (recolector) de hoja de coca, luego reclutado a la fuerza por los paramilitares y finalmente completando su periplo vital hasta ser un bandido de poca monta. El segundo de esta colección es Malaver (alias Malaverga), quien necesita dinero para curar a su madre enferma de cáncer. Los otros dos personajes son harto extraños: “El enfermo”, un joven cojo y enfermo, obsesionado con su hermana, que encarna una imagen ideal a la que él nunca podrá aspirar. Finalmente, el Minotauro, el hijo discapacitado y deforme de una mujer abandonada por su marido. La mujer hace construir una jaula en su casa para mantenerlo encerrado y lejos de las miradas indiscretas de vecinos y conocidos.

El contexto es la Colombia de la larguísima y cruenta guerra civil que no termina de concluir. La violencia es en realidad la principal protagonista de esta balada: el sicariato; las masacres cometidas por bandas, guerrillas y paramilitares, cuando no los propios militares; la venganza que algunos personajes se cobran tras años de degradaciones y vejaciones. Ferreira recoge el habla popular colombiana y te obliga en ocasiones a buscar en el diccionario para asegurarte de entenderlo todo.

Una novela llena de episodios de crudeza y brutalidad que te deja la impresión de estar contada con absoluta sinceridad.

Gracias a Ingrid, la paisa más simpática de Medellín, por traerme este libro desde allá.

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