Bertram Mackennal, El dolor |
Según
parece, la Asociación de Psiquiatras Americanos (APA) ha propuesto (véase aquí,
en inglés) que toda persona que no concluya su periodo de duelo y luto a las
dos semanas de la muerte del ser querido se expone a ser considerada una
persona que sufre de una 'enfermedad mental' y que por lo tanto necesita un 'diagnóstico'.
Cito
del artículo anterior: "los sentimientos de tristeza profunda y de pérdida,
el insomnio, el llorar, la incapacidad para concentrarse, el cansancio y la falta de apetito,
que se prolonguen más de dos semanas después de la muerte de la persona amada podrían
ser diagnosticados como depresión [el énfasis es mío] en lugar de como una reacción normal de duelo".
No sé,
a mí de pronto me han entrado ganas de decirles a esos psiquiatras que vengan a verme, a 'diagnosticarme'. Yo podría contarles alguna que otra anécdota sobre el duelo, sobre el
silencio de los muertos y el otro, el silencio de los vivos. En fin, la verdad es que
podría hablarles de tantísimas cosas (siempre que no me cobren sus altísimos honorarios, a cada tanto por hora) que
dudo mucho que se atrevieran a diagnosticar mi estado de ánimo como 'depresivo'. No creo que
alguien que se ofrezca a hablar – como lo hago yo desde esta tribuna (perdón
por la frase tan manida) - pueda ser identificado como alguien que sufre una depresión. La cuestión es tener a alguien dispuesto a escucharte (sin cobrarte, claro). ¿O acaso nos encaminamos hacia una sociedad en la que vamos a cobrar por mostrar 'nuestro lado humano'?
¿En qué
planeta viven esos psiquiatras? No en el mismo que yo, desde luego.
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