Anh Do, The Happiest Refugee (Crows Nest: Allen & Unwin, 2010). 232 páginas.
La autobiografía no es un
género que se haya prodigado mucho entre mis lecturas en los últimos años, y pienso
que la razón estriba en que las vidas de los demás raramente me atraen tanto
que quiera descubrir más sobre ellos. Sin embargo, hace poco dos personas
distintas y en contextos muy diferentes me mencionaron y recomendaron este
libro, The Happiest Refugee, del
australiano nacido en Vietnam Anh Do, y por esa razón decidí hacer una
inmersión en el género de las memorias.
Anh Do es muy conocido en
Australia por sus frecuentes apariciones en TV, donde ha hecho de casi todo.
Confieso no obstante que apenas lo he visto en acción en TV, puesto que suele
trabajar en los canales comerciales, a los que casi nunca me asomo, y en todo
caso no creo que fuera justo valorar este libro en virtud de su perfil público
como comediante o presentador en TV.
Lo interesante de este libro es
sin duda el origen de la familia Do en Australia. Cuando hizo el viaje en un
cochambroso barco pesquero con sus padres y hermano pequeño Khoa, Anh Do era
muy pequeño. La narración de la atroz travesía desde el delta del Mekong hasta
que son rescatados y finalmente trasladados a un campo de refugiados constituye
un relato sobrecogedor y electrizante por lo genuino que es, aunque esté basado
fundamentalmente en el testimonio de sus padres y otros familiares que los
acompañaban.
De la enorme multitud de
refugiados que salieron de Vietnam tras el final de la guerra, muchos
terminaron acogidos en Australia. En muchos de los pueblos australianos del
interior no es raro que el consabido restaurante chino que existe ya en más de
medio mundo lo regente una familia vietnamita. En un caso del que me llegaron
ecos muy tardíos, las habladurías, maliciosas e infundadas, apuntaban a la
‘misteriosa’ desaparición de perros y gatos callejeros cuando los ‘asiáticos’
abrieron el restaurante.
La narración de esa horrenda
travesía en barco en busca de una vida mejor huyendo del régimen comunista de
la posguerra no tendría nada de singular. Como la que narra Anh Do hubo muchas.
Un relato ficcional – naturalmente, basado en testimonios de personas reales –
lo hizo ya en su momento otro autor australiano de origen vietnamita, Nam Le,
en la colección de cuentos titulada The
Boat, y que ya reseñé hace casi dos años (aquí).
The Boat ya ha sido traducida al
castellano, por cierto, pero parece haber pasado desapercibido para los
lectores en lengua castellana.
Los cerca de cuarenta adultos y
niños que se apiñaban como podían en el reducido espacio del pesquero podrían muy
fácilmente haber perecido en su travesía. Como suele acontecer en la vida de
cualquier persona, es la casualidad (el azar, o si alguien prefiere llamarlo
así, el destino) la que rige los acontecimientos y nos cambia la vida para bien
o para mal. En el caso de Do, el azar quiso que, en el transcurso de los dos
ataques por parte de piratas que sufrieron en su singladura por el océano
Índico no fueran asesinados ni los echaran por la borda, ni que por causa de la
tempestad que les sorprendió no se hundiera el barco, ni que murieran
deshidratados o de inanición cuando las reservas de agua y de víveres se les
habían prácticamente agotado. Los rescató un buque alemán in extremis.
Tras su posterior llegada a
Australia, la historia de la familia Do es la de muchísimas otras familias de emigrantes
– un relato de enormes (pero no siempre insalvables) dificultades, de mucho
esfuerzo, de privaciones, de afán de mejora, de tentativas que triunfan y de
inversiones que fracasan, de desencantos y de alegrías. En el caso de Do,
cuando su padre abandona la casa familiar y desaparece de sus vidas (Anh tiene
un hermano y una hermana, ambos más jóvenes que él), la curva del grado de
estrechez se acercó peligrosamente a la desgracia.
Conforme avanza en el tiempo y
se acerca al presente, el libro se va transformando no obstante en una
colección algo deslavazada de anécdotas, que nos cuentan cómo tomó la decisión
de no hacerse abogado y convertirse en comediante, decisión que le llevó a
triunfar en el mundo del espectáculo, y cómo consiguió convencer a la chica de
quien siempre estuvo enamorado de que se casase con él. Esta es en mi opinión
la parte menos interesante: pasa de puntillas por cuestiones que pueden ser de
mucho más interés para el lector. Vuelve a establecer el contacto con su padre,
pero de las largas conversaciones que mantuvieron muchas noches a lo largo de
los años apenas se nos ofrece un resumen.
Do quiere centrar más la
atención del lector en la “felicidad” que tiene, y que conste que tiene todo el
derecho a hacerlo: dados los terribles inicios de su vida, el que haya llegado
adonde ha llegado en Australia no puede ser solamente fruto del azar o la
casualidad, tiene que haber mucho mérito por su parte.
Lo que se echa en falta (y pienso
que con toda probabilidad habría enriquecido el libro un 200%) son algunas reflexiones
sobre la vida en la Australia actual o sobre la situación – similar a la que provocó
la huida de los Do de Vietnam – de los miles de refugiados (afganos en su
mayoría, pero también iraquíes e iraníes) en los campos de detención
gestionados por empresas privadas que ganan las subcontratas del gobierno. Son personas
y niños a quienes los gobiernos australianos de ambos signos (conservador y
laborista) han estigmatizado con la anuencia de los principales medios de
comunicación (en vez de comunicación, ‘mindless entertainment’ es una
descripción mucho más rigurosa). No puedo creer que Anh Do no haya siquiera considerado
la situación – seguro que lo ha hecho. ¿Por qué no hacer que pase a formar
parte de su relato?
Adoptando la perspectiva del momento actual de su vida,
Do desborda un optimismo que, personalmente, me resulta casi insufrible. No
oculta que es un devoto cristiano, pero tampoco hace aspavientos de su fe –
cosa que se agradece – ni achaca a un supuesto ser superior la fortuna de
seguir vivo, haber triunfado en la vida a los 33 años o haber hallado “la
felicidad” (sea eso lo que sea). Puede que la suya sea una historia notable, pero
a mí no me cautivó.
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