Aquest és un blog sobre literatura en anglés, castellà i català. Every single book reviewed in this blog is either my property or has been borrowed from a public library.
Warrumbungles NP (NSW): the view from the top of Bluff Mountain.
Aunque infrecuente, la lluvia horada brechas y hendiduras entre las rocas en Kings Canyon.
Kings Canyon
La mejor (en
realidad, la única) manera de llegar a Kings Canyon por carretera asfaltada
implica dar un rodeo de cerca de 300 kilómetros, tomando la Lassiter Highway y
después Luritja Road. Estos tramos de carretera atraviesan, como en casi todo
el Territorio del Norte, un enorme vacío despoblado, bastante monótono y sin
demasiados alicientes. La cosa cambia cuando la carretera te lleva hasta Kings
Canyon.
Kings Canyon
En el extremo occidental
de la cordillera MacDonnell se encuentra este rincón espectacular y ciertamente
único, cuyo nombre en la lengua nativa es Watarrka. La erosión de agua y viento
han labrado con el paso de los siglos las formas de este cañón y las moles de
piedra arenisca que lo coronan y limitan. Las vistas son espectaculares, tanto
desde debajo, en el lecho del arroyo King, como desde arriba. En el entorno del
Parque Nacional se le ofrecen al visitante varios senderos, desde lo muy sencillo
a lo largo del lecho del arroyo, hasta lo más dificultoso, como el Sendero de
Giles, que los guardias recomiendan tratar de completar en dos días. Durante el
verano la dirección del Parque cierra los senderos tan pronto la temperatura
ambiente llega a los 35 grados, pues los casos de deshidratación e insolación son
muy numerosos. Hay que llevar agua abundante, sombrero y crema de protección solar,
tanto en verano como en invierno (cuando la temperatura a mediodía puede
alcanzar los 30 grados).
El arroyo King. La mezcla de colores, tonos y texturas es única.
Esta roca fue fondo del océano hace millones de años. Hoy forma parte de uno de los senderos señalizados en el Parque Nacional de Watarrka.
Dentro del Parque
está prohibido acampar, como es lógico. El alojamiento más cercano es el Kings
Canyon Resort, donde los precios de comestibles y combustibles triplican los de
una ciudad cualquiera de Australia. En las inmediaciones no es raro avistar
rebaños de camellos salvajes, y por el camping se pasea algún que otro dingo en
busca de sobras, de la comida que algún incauto campista haya podido dejar sin
resguardo o, al menos las dos noches en que paré por allí, los vómitos de mi
hijo, que se había comido una hamburguesa de canguro. Como ocurre con los
precios, también en este aspecto el outback
no perdona.
Acantilados de Kings Canyon.
Parte del Sendero de Giles, que recorre la sierra de occidente a oriente siguiendo los acantilados.
Uluru
A trescientos
kilómetros de Kings Canyon existe una gran roca arenisca en mitad del desierto.
Una gran duna petrificada. Ante Uluru uno puede adoptar el criterio puramente
científico y escéptico y ver la roca como lo que parece ser: una impactante
masa de dimensiones realmente descomunales que ha devenido icono y símbolo
innegable de Australia. O uno puede considerar un enfoque más metafísico o
espiritual, y ver la roca como el símbolo o incluso refugio de una cultura milenaria
amenazada por la imparable anexión de la civilización occidental. Para muchos
es el centro espiritual de Australia.
El centro espiritual de Australia para unos - una gran fuente de divisas para otros.
Mi sentido más
pragmático me hace pensar que estoy ante un impactante e interesante fenómeno
geológico; sin embargo, otra vertiente algo más imaginativa que hay en mí me
hace pensar que hay algo más, que esta enorme mole de piedra arenisca en medio
del desierto es algo más que una roca. Trato de pensar en cómo habría sido nacer
y crecer en un lugar donde el horizonte es tan plano, donde todo el suelo es
una finísima arena roja, donde el calor es la por lo general la norma
asfixiante: en definitiva, crecer en un lugar tan remoto en el que esta montaña
y otras muy similares que pueden verse en la distancia son el único punto de
referencia del entorno.
La cima de Uluru vista desde la base.
A unos quince
kilómetros de Uluru la industria turística se ha inventado una pequeña ciudad,
Yulara, que incluso cuenta con su pequeño aeropuerto. El centro principal de
Yulara es el Ayers Rock Resort. El eslogan que emplean es ´Touch the silence´.
Quienes nos alojamos en el área de tiendas de campaña y caravanas sin acceso a
electricidad sufrimos sin embargo el ruido de los generadores que durante toda
la noche rompen monótona y latosamente ese silencio, que para muchos va a resultar
intocable.
La roca es, desde
luego, un imán: hay quien insiste en hacer el ascenso (la traducción al
castellano de las normas y recomendaciones al pie de Uluru es otro llamativo
ejemplo de la incompetencia profesional que acecha a la profesión, por cierto) desoyendo
los ruegos de los propietarios tradicionales de la región. La mayoría de
visitantes simplemente realizan el paseo circular alrededor de la roca, que se
puede completar en apenas tres horas, y no es nada exigente. Sus dimensiones
son impactantes, y no me cabe duda de que su magnetismo seguirá creciendo con
el paso de los años. Pero no debemos negar la evidencia: Uluru se está cayendo
a pedazos – lo ha estado haciendo durante milenios, pero pocas generaciones podrán
ser testigos del fenómeno.
Kata Tjuṯa
Este grupo de
montañas (también llamadas las Olgas) se encuentran a unos 40 kilómetros de Uluru.
Es el único punto de referencia visual en el horizonte aparte de la gran roca
roja, y lugar de especial significación espiritual para los pobladores
originales de estas tierras. Se pueden realizar dos paseos.
Valley of the Winds, Kata Tjuṯa.
Valley of the Winds. Mirador Karingana.
El primero te
lleva al llamado Valle de los Vientos: incluso en días de poca brisa las moles
de piedra se constituyen en enormes barreras que dirigen el aire hacia el
valle. Justo allí escucho palabras de una lengua que me es entrañable. Una
familia catalana, de varias generaciones, incluida la iaia més valenta del món, está recorriendo partes de Australia
en este mes de julio. Cuando me preguntan cuánto tiempo llevo en Australia y
les contesto que 21 años, una de las señoras me dice: ‘Déu n'hi do!’ Casi la
misma cantidad de años que no oía esa expresión, le confieso.
A diferencia de Uluru, Kata Tjuta se compone de piedras, en su mayor parte cantos rodados, unidas por una argamasa de arena prensada.
El segundo paseo
es más corto y más asequible para todos los públicos. Desde el estacionamiento
te lleva a Walpa Gorge, un desfiladero labrado por la lluvia y el viento
durante milenios.
Walpa Gorge
Esa noche, la última
noche en el outback, se pone de
repente a llover. Lo que empieza como una llovizna se transforma en un fuerte
aguacero que dura apenas unos diez minutos, suficiente sin embargo para sembrar
el caos en Yulara. Y mientras me duermo, sonrío: todas las huellas que mis pies
(y los de otros miles de visitantes) han dejado en estos dos últimos días en la
finísima arena del centro de Australia desaparecerán bajo esta inopinada
lluvia. Algo de justicia poética hay en ello.
Mount Conner. Otro nombre apuntado para una próxima visita.
A modo de epílogo
Los riesgos de
viajar en el outback no son una
broma. Uno no debe detener su vehículo y hacerse un paseíto en solitario.
Perderse es muy, muy fácil. Un litro de agua te durará, a lo sumo, dos horas. Después
de eso, no habrá nada que te salve.
Sheilas y Blokes. Sin palabras.
La fascinación
que miles de australianos sienten por este vasto erial es real, sin embargo. La
mejor manera de abordar un viaje por esta región es con un potente vehículo
todoterreno, bien pertrechado de agua, víveres y combustible.
Desert she-oak (casuarina). Este ser vivo sí ha sabido adaptarse a un entorno hostil y duro.
En un vehículo estándar
las distancias se hacen interminables. Conducir de noche es muy desaconsejable,
solamente lo hacen los camioneros.
La mejor canción para acompañar este viaje. Y de una banda australiana, claro está. Carretera al infierno.
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