22 abr 2019

Reseña: Property, de Lionel Shriver

Lionel Shriver, Property (Londres: The Borough Press, 2018). 317 páginas.

“Es mío,” está diciendo alguien en alguna parte del planeta en estos momentos. El sentido de la propiedad se desarrolla en nosotros desde bien pequeños, sea por la presión que la competencia natural ejerce sobre los seres humanos, sea por el entorno educativo en el que crecemos, parece que no podemos dejar de sentir algo como de nuestra propiedad. Curiosamente, la palabra ‘propiedad’ en castellano designa tanto la cosa poseída como el estatus de posesión de dicha cosa.

Ese es el hilo temático que une los relatos de este libro de Shriver. El primero, ‘The Standing Chandelier’, es sin duda el mejor de todos los que componen Property, y por su longitud la misma autora lo define como nouvelle. Jillian Frisk y Weston son grandes amigos, a pesar de ser examantes, y tres veces por semana juegan a tenis. Han sido amigos desde hace más de 20 años, de manera que cuando él decide sentar cabeza y casarse con Paige, y ésta lo obliga a renunciar a la amistad con Jillian, se inicia un tira y afloja que Shriver utiliza con excelente efecto. Jillian es una artista amateur, tiene una expansiva personalidad, la cual no tragan muchas personas, en especial la novia de Weston.

Pero es esa amistad inquebrantable lo que le empuja a Jillian a producir un fantástico regalo de bodas para Weston. Un singularísimo candelabro, creación única e idiosincrática tanto por su diseño como por los materiales que lo integran. A medida que se acerca la fecha de la ceremonia, la amistad que los une se va resquebrajando; llegado el momento, Jillian descubre que no está en la lista de invitados.

¿Hasta qué punto es irrazonable la posición de Paige? Y Weston, ¿por qué no defiende la amistad en la que tanto tiempo y esfuerzos invirtió a lo largo de los años? Shriver juega magistralmente con los puntos de vista narrativos, de tal modo que el lector bien pudiera sentir simpatía y respaldar la posición de uno de los tres personajes y cambiar de idea apenas dos páginas más adelante. ‘The Standing Chandelier’ es un relato que te deja con hambre de más, tan fascinante y avasallador resulta.

Lo cual nos lleva a las odiosas comparaciones. El volumen cuenta con cuentos muy logrados, pero no logran despertar la avidez lectora que consigue incitar el primero, que con cerca de 100 páginas casi podría justificar la adquisición del libro.

Tomemos por ejemplo ‘Kilifi Creek’, relato que nos sitúa en su comienzo en Kenia. La protagonista es la joven estadounidense Liana, de Wisconsin. Viaja de gorra tanto como puede, y se hospeda en la casa de amigos de unos amigos, una pareja de jubilados. Liana, haciéndose el sueco, se va a nadar al río cercano a la casa. De pronto la corriente la ha arrastrado. El pánico hace mella y a duras penas, y repleta de heridas, consigue volver, ensangrentada y humillada en su amor propio. En un salto brusco pero lleno de ironía, Shriver nos lleva al apartamento de Liana en Nueva York unos cuantos años más tarde. La trama pega un salto dramático, literalmente. Pero, a mi parecer, es un giro muy forzado, un salto al vacío. Y saltos como ese suelen hacer pupa.

El siguiente relato se titula ‘Domestic Terrorism’. Muy divertido en su planteamiento: Liam tiene 32 tacos, pero sigue viviendo en casa de sus padres, Harriet y Court. Harriet compara constantemente el imparable flujo de refugiados en el Mediterráneo con la negativa de Liam a hacerse un hueco en el mundo, encontrar un trabajo e independizarse. ¿El porqué de la comparación? Vete tú a saber. El caso es que todos los esfuerzos de los padres resultan ser vanos, y se inicia una pequeña guerra de guerrillas, y el campo de batalla termina siendo el jardín delantero de la casa. Es un relato en el que, es cierto, abundan el humor y el sarcasmo, pero la comparación que establece la protagonista (su punto de vista es el preponderante en la historia) con la desesperación de los que huyen de la miseria y de la guerra es cruel (además de estúpida, ¿me hacía falta señalarlo?) y cae en saco roto.

Un simpático mapache puede convertirse en una maldición para tu propiedad... Fotografía de Steve (Washington, DC) 
Otros relatos breves en este volumen resultan ser lecturas agradables: ‘Vermin’. Una pareja decide comprar la casa en la que vivían alquilados, pese a que todo indicaba que iba a ser una mala inversión. Con el paso del tiempo el pronóstico se convierte en realidad, y la presencia de mapaches causa tantos daños a la casa como a la relación entre la pareja. ‘Repossession’ es la historia de un gran fracaso personal revestida de cuento de fantasmas.

En “The Self-Seeding Sycamore”, la trama gira en torno a los vanos esfuerzos de una viuda por declararle la guerra al sicómoro de la casa de su vecino. Los conflictos vecinales en torno a los daños que algunos árboles pueden causar en la propiedad al otro de la cerca son frecuentes en esta parte del mundo, y yo mismo no he estado exento de ellos.

Otro divertido relato lleva por título un interesante juego de palabras: ‘The Royal Male’. Un repartidor de correo lleva tiempo robando cosas de paquetes y cartas que abre en su casa. Cuando intenta sacar tajada de una carta y se hace pasar por un antiguo admirador de una señora, el juego se vuelve en su contra. De cazador a cazado, nada nuevo bajo el sol. Hay en la mayoría de estos relatos abundante ironía, mas el tono predominante, quitando del primero, es una pizca cargante, además de los consabidos dardos tan poco políticamente correctos a los que acostumbra la autora. Un volumen pasable, con nota de sobresaliente para ‘The Standing Chandelier’.

Agregado el 6/12/2020: El libro se ha publicado en castellano, como Propiedad privada, en Anagrama. La traducción corre a cargo de Daniel Najmías.

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