Alba Dedeu, Gats al parc (Barcelona: Proa, 2011). 197 páginas.
Cuando leo un
volumen de cuentos, espero que cada uno de los relatos que componen el libro
contenga los suficientes alicientes y sea lo bastante interesante como para no
solamente terminar ese relato sino acrecentar mis ganas de leer el siguiente.
Conforme avanzaba (a veces a trompicones) en la lectura de Gats al parc, la sensación de insatisfacción y decepción fue
creciendo, y en algún momento me rondó la cabeza la idea de dejar el libro a
medias.
Gats al parc se compone de siete relatos elegantemente
decorados en cada una de las páginas de título con una ilustración a cargo de
Gisela Bombilà. El principal problema de Gats
al parc es que, en su mayoría, son relatos sin ímpetu, sin fuerza
narrativa, desangelados. Los relatos nos muestran a personas corrientes en
situaciones nada extraordinarias: una chica que se pasa el día laboral cortando
carne en una factoría y que antes vendía ella la carne en su propia carnicería.
La suya es una tarea anodina, y por momentos la narración cae en la
insustancialidad, y peca de repetición de detalles que no aportan casi nada al
relato – sí, es verdad, el sabor del café de máquina es muy inferior al hecho
en casa, pero eso ni constituye una historia ni añade prácticamente nada de
interés a una trama de por sí coja.
Decepcionante me
resultó también el segundo relato, ‘El balneari’, que narra la visita a un
balneario de una anciana a la que se le aparecen los espíritus de las personas
que significaron algo en su vida. En su conclusión, el cuento no explota las
posibilidades de esa puerta a la fantasía que la autora había abierto, y el
desenlace es un tanto ambiguo y falto de tensión narrativa.
El siguiente
cuento del volumen, ‘Maniquins’, me pareció bastante flojo; es una narración
sin un propósito definido, y un final tan previsible como mediocre. La realidad
es que no basta con escribir una prosa pulcra, limpia y elegante para captar a
un lector: se necesita tensión, hace falta una chispa de imaginación, es
necesario proponer un mínimo reto al lector; en mi opinión, ni esa imaginación ni
ese reto se hacen presentes en casi ninguno de los relatos que componen Gats al parc.
Posiblemente, los
dos mejores cuentos sean ‘Madeleine’ y ‘Nadal’. En el primero, un jovenzuelo
inexperto y algo presuntuoso venido de un pueblo se presenta en la casa de su tía
Madeleine en la gran ciudad. Su difunto padre y su tía no se hablaban desde
hacía años; el chico llega a la ciudad a matricularse en derecho y alberga
grandes sueños sobre su futuro, sobre la base del apoyo financiero que le va a
prestar su padrastro. La tía Madeleine vive sola – bueno, no sola, sino en compañía
de muchos gatos. Es un buen relato con un final algo insulso.
El mejor de los
siete relatos es sin duda, y de lejos, ‘Nadal’, una mirada muy crítica al contexto
de las típicas y obligadas reuniones familiares por Navidad, y que la narradora
describe con mucha gracia y acertada ironía. Alrededor de la mesa y en la
cocina se suceden diálogos muy bien trabajados, y los distintos personajes
quedan muy retratados con sus propias palabras y las observaciones de la
narradora.
Los otros dos
relatos exploran temas muy diferentes. ‘Les últimes pàgines del quadern groc’
adopta el formato de un diario personal, en el que una jovencita marroquí con
mucha imaginación altera la realidad de su vida y la de sus amigas. ‘Un dia’,
por el contrario, no termina de profundizar en los sentimientos de la mujer
cuya vida describe, y que está a la espera de un juicio por algo que hizo y que
tuvo consecuencias irreparables. El hecho de que no queden explicitadas las
causas de su zozobra no ayuda a darle una estructura plausible al cuento, que
se pierde en vaguedades sin demasiado interés.
Gats al parc se hizo merecedor en su día del Premi Mercé
Rodoreda de 2010. Y cabe preguntarse por qué. Es innegable que la autora tiene un
potencial amplio: en algunos pasajes, Dedeu deleita con una prosa pulida, bien escrita. Pero eso no alcanza nunca para
crear interés en el lector. Al menos para mí, la principal virtud de un relato
breve estriba en que el desenlace te haga paladear el camino recorrido hasta
allí. Excepto en el caso de ‘Nadal’, ninguno de los relatos de Gats al parc lo consigue.