Guillermo Saccomanno, El oficinista (Barcelona: Seix Barral, 2010). 199 páginas.
Un hombre sin
nombre. Un hombre gris que ocupa un puesto de trabajo gris. Un hombre
amedrentado por todo lo que le rodea: amedrentado por su mujer, una obesa despótica;
amilanado por su jefe y por la compañía para la que trabaja, donde se producen
despidos extemporáneos y sin motivo aparente; acobardado por el régimen político
del país en el que vive, un régimen dictatorial en el que la única posible expresión
de disidencia se lleva a cabo por medio de la violencia; asustado por el clima de
terror e inseguridad que se respira en una ciudad sin nombre, en la que nos sobrecoge
el frío y sobre la que cae una eterna llovizna ácida. El escenario que traza
Saccomanno podría ser distópico si no fuera porque uno puede reconocer ciertas características
de esa ciudad en la actual Buenos Aires.
El oficinista es en gran medida atemporal pero al mismo tiempo,
sospecho, muy actual. Lo más llamativo, a mi parecer, es cómo retrata
Saccomanno la enorme brecha social que ha deshumanizado a la sociedad
occidental. Ninguno de los personajes de esta novela tiene nombre. Ni los personajes
principales (el oficinista, su compañero, la secretaria y el jefe) ni los
secundarios: el único de sus hijos por el que el oficinista siente algo de cariño
es, sencillamente, el viejito. Por las noches, las calles militarizadas son un vasto
espacio de sombras y miedos: jaurías de perros clonados, patotas de jóvenes borrachos
y drogados, hordas de mendigos y desharrapados sin hogar. Elementos reales y
elementos ficticios se mezclan en un escenario que se intuye muy próximo a una catástrofe
quizás definitiva.
Saccomanno
renuncia al estilismo en favor de una expresión vertical, cortante, directa.
Frases cortas, a veces muy cortas, en las que la elisión es el recurso más
frecuente: “La mañana, finalmente. Por la ventana suben los motores de unos
camiones militares, bocinazos, colectivos, sirenas, autos. El raspado de un fósforo
que prende una hornalla. El hervor de una cafetera. El ruido de la tostadora.
Un bostezo. Un carraspeo. Una canilla. Unas pantuflas. Las voces de la cría que
emerge de su letargo. Después gritos, discusiones, insultos, lamentos.” (p. 49)
Quizás lo único que
se podría calificar como un poco decepcionante (y esto, siendo muy, muy severos)
de El oficinista es la trama misma.
No porque el desenlace sea un tanto previsible (que lo es), sino porque la línea
argumental es para mi gusto algo floja. Hombre de mediana edad en puesto de
trabajo mediocre con serios problemas domésticos se enamora de una joven, la
secretaria, que le ofrece sexo una noche después del trabajo. Angustiado porque
ella no parece sentir la misma atracción ni la misma necesidad perentoria de
verlo a él todas las noches, dedica horas extra a espiarla, hasta que descubre
que la secretaria sale del trabajo en el automóvil del jefe.
El oficinista experimenta
una especie de revelación. Aguijoneado por la presencia acuciante y constante del
“otro” – la conciencia de su mediocridad que le espeta una y otra vez que es un
don nadie – se entrega a quimeras y proyectos irrealizables: eliminar a toda su
familia (pese a la pena que le daría matar al viejito), robarse una ingente
suma de dineros de la empresa y huir con la secretaria al extranjero.
Saccomanno apila episodios
escuetos uno tras otro que no hacen sino aumentar la sensación de mediocridad y
trivialidad en la vida del personaje central. Tras delatar al compañero de
trabajo siente remordimientos, pero su búsqueda de la expiación deviene en una patética
aventura por los barrios bajos de la ciudad. Especialmente llamativo me resultó
el de su entrada en una iglesia en mitad del servicio religioso, sus ropas
manchadas de sangre. El sacerdote brasileño le conmina a confesarse en público,
pero el oficinista no soporta la presión brutal del clérigo y huye aterrado sin
poder vaciar su conciencia.
Galardonada con
el Premio Biblioteca Breve de 2010, El
oficinista es un acertado retrato de la mediocridad en la que vive la
inmensa mayoría del tejido social de la sociedad occidental contemporánea.
Donde la cobardía nunca deja de reprimir los sueños porque el miedo es más
fuerte y atenaza. Su protagonista anónimo es una atinada imagen del individuo
temeroso que predomina entre las clases medias, quien interioriza (y reprime) su rebeldía
a través de un "otro", que le recrimina su insignificancia, y quien solamente muestra
sus aspiraciones por lograr un cambio sustancial a través de sueños inalcanzables. Un
interesante relato breve que se lee, como suele decirse, en un suspiro.