Jeet Thayil, Narcopolis (Londres: Faber & Faber, 2012). 292 páginas.
En ‘The Novel is Dead (This Time is for
Real)’, un más que recomendable
ensayo recientemente publicado en The
Guardian, el novelista inglés Will Self apunta con un certero dardo contra
la cultura contemporánea preponderante: “the hallmark of our contemporary
culture is an active resistance to difficulty in all its aesthetic
manifestations, accompanied by a sense of grievance that conflates it with political
elitism. [el sello distintivo de nuestra cultura contemporánea es la
resistencia activa a la dificultad en todas sus manifestaciones estéticas,
acompañada de un sentimiento de queja que la mezcla con el elitismo político].”
Ciertamente, si tú, querido lector, estás mínimamente al tanto de las circunstancias
políticas que se viven en Australia, las palabras de Self quedan aquí que ni
pintadas.
Lo anterior lo
menciono en relación con el prólogo de Narcopolis,
la primera novela del indio Jeet Thayil. Un encomiable esfuerzo que lleva por
título ‘Something for the Mouth’, que quizás podría traducirse libremente como
‘Algo que llevarse a la boca’. Se trata de un prólogo escrito en una sola
oración, sin puntos, salpicada de comas y paréntesis. “Bombay,
que destruyó su propia historia al cambiar de nombre y alterar su rostro como
en la cirugía, es el héroe o la heroína de esta historia, y puesto que soy yo
el que la cuenta y tú no sabes quién soy yo, permíteme decirte que llegaremos a
lo del quién, pero no ahora…” (p. 1), nos dice el narrador poco fidedigno al
comenzar su historia.
Pero antes debo
señalar que la traducción que has leído arriba incluye un interesante juego de
palabras que quizás te habrá pasado desapercibido. Thayil emplea la palabra
‘heroin’, que en castellano es, naturalmente, la droga. Narcopolis, dividida por su autor en cuatro partes además del
prólogo introductorio, es un entramado de historias conectadas de algún modo
entre sí por un personaje protagonista, Dimple, y un establecimiento, el
fumadero de opio de Rashid.
Un chandu khana de Calcuta en los años 40. |
El narrador, Dom
Ullis, aparece y desaparece como los ojos del Guadiana. Hace su presentación en
el prólogo, donde Thayil vierte algunos sorprendentes juegos de palabras como
el ya mencionado de la ‘heroína’ (“and now we can begin at the beginning with
the first time at Rashid’s when I stitched the blue smoke from pipe to blood to
eye to I and out into the blue world” (p. 1) [y ahora podemos empezar por el
principio con la primera vez en lo de Rashid cuando enlacé el humo azul de la
pipa a mi sangre y de allí al ojo y de allí al yo, y lo eché al triste mundo].
La historia se sitúa en la década de 1970. El fumadero de opio de Rashid en Shuklaji
Street es el microcosmos en que vamos conociendo a los personajes: Rashid, el
dueño del tugurio; Dimple, la empleada transexual que mejor prepara las pipas
de opio, hijra o eunuco abandonado
por sus padres a los ocho años de edad, y que es el personaje central de la
historia; el contable sin nombre al que todos llaman Bengali; Rumi, un opiómano
de personalidad extremadamente tornadiza; y el propio Dom.
Bombay/Mumbai. No me encontrarás aquí, te lo aseguro. |
Al chandu khana de Rashid acude una multitud de personajes
secundarios o prácticamente insignificantes (turistas occidentales – entre los
que se mencionan, curiosamente, a muchos españoles – otros camellos,
proxenetas, mendigos, prostitutas). Pero el establecimiento de Shuklaji Street le sirve a Thayil como foco primordial.
Es una nebulosa donde surgen historias paralelas que atrapan al lector.
Como la del Sr.
Lee, un viejecito chino protector de Dimple, cuya extraordinaria historia integra
la mayoría de la segunda parte del libro, titulada ‘La historia de la pipa’. Es
una historia que se inicia en la China revolucionaria de Mao en 1940, e incluye
las vicisitudes de los padres de Lee (él un escritor de novelitas que
finalmente cae en desgracia, ella una ferviente revolucionaria que también resulta
ser una perdedora) y las del propio Lee en su juventud, quien tras verse
involucrado en una de las muchas purgas de la revolución huye de China para finalmente
recalar en Bombay.
Cada pipa encierra una o muchas historias |
Otro de los aspectos
a destacar de Narcopolis es el juego
metaliterario que construye Thayil. La aparición, por ejemplo, de un extraño poeta
y pintor indio llamado Newton Pinter Xavier, a cuya caótica conferencia asiste
Dom, y tras la cual ambos terminan compartiendo un taxi que los lleva al
fumadero de Rashid. También hay numerosas referencias a revistas, libros,
poemas, películas occidentales y de Bollywood, canciones, obras académicas
ficticias, pero también a figuras históricas (la del eunuco Zheng He, que llegó
a ser almirante de la flota de la dinastía Ming y que exploró la costa occidental
de la India en el siglo XV, es especialmente llamativa, en una referencia que
forma parte de una obra ficticia, Prophecy,
del padre de Lee).
Los viajes de Zheng He, ¿el Colón chino? |
El resultado de
esta superposición textual podría condenar al libro a la confusión – y sin duda
habrá quien abandone la lectura al toparse con tanta ‘dificultad’. La inclusión
de términos de las lenguas hindi, árabe y urdú desperdigados por la narración tampoco
facilita la tarea al lector acomodadizo.
El almirante castrado, en una estatua que lo conmemora en Malacca. |
Detrás del humo que desprenden las pipas de opio, los beedis y los cigarrillos
rociados de heroína, uno debe apreciar la prosa de Narcopolis: está repleta de poesía (Jeet Thayil se inició como
poeta antes de escribir ficción) pero también de penurias, de sexo; está impregnada
de la suciedad de las calles de Bombay. Hay en este estupendo libro mucho más
que drogas y la destrucción que la adicción a éstas conlleva.
Recomiendo, para
quien desee descubrir más sobre el autor, esta
entrevista que le hicieron a Thayil en el Festival de Adelaida hace un par
de meses. Narcopolis fue una de las
novelas finalistas del Man Booker en 2012, y fue galardonada con el DSC Prize de
Literatura del Sudeste Asiático en 2013.
Aviso: Esta
novela no es recomendable para quien opte por la resistencia a la dificultad en
sus lecturas. Absténganse consumidores de papillitas y otros potitos pseudo-literarios.