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11 nov 2024

Reseña: The Last White Man, de Mohsin Hamid

Mohsin Hamid, The Last White Man (Londres: Hamish Hamilton, 2023). 180 páginas.

Abundan en esta época las grandes teorías “conspiranoicas” que individuos como el felón que ha sido elegido esta semana Presidente de los Estados Unidos alimentan con gran empeño pero sin evidencia alguna. Una de mis “favoritas” es la llamada Le grand remplacement, según la cual, y parafraseo Wikipedia, la población blanca cristiana occidental está siendo sistemáticamente sustituida por personas de otras razas no europeas​ a través de un proceso que comprende, entre otros factores, la inmigración y el desplome de la tasa de natalidad de las poblaciones de los países ricos de Occidente. Como si las grandes migraciones de la población blanca occidental de los siglos XVIII, XIX y XX nunca hubiera ocurrido. En fin.

Esta nouvelle de Hamid plantea esa situación en la forma de una (¿impertinente? ¿inquietante? ¿absurda? Elige el adjetivo que prefieras, o incluso los tres) alegoría, comenzando por el día en que uno de los dos protagonistas, Anders, descubre al despertar que ya no es blanco, que su piel ha oscurecido y que, por lo tanto, ya no pertenece al grupo étnico que hasta ese momento se identificaba como dominante.

Su primera reacción es violenta: le gustaría matar la imagen de sí mismo que contempla, atónito, en el espejo. Incluso el gerente del gimnasio donde trabaja le comenta que, si fuera su caso, hubiera puesto fin a su vida. Luego está la reacción de su amiga, Oona, que acepta el cambio del color de piel de Anders con bastante entereza. El padre de Anders padece una especie de shock y la madre de Oona se declara completamente horrorizada.

Con una estrategia deliberada que hace ambiguos tanto el lugar como la época en la que transcurre la novela, Hamid pone en primer plano las cuestiones de la pérdida de identidad, la confusión y el duelo que ese proceso causa en la población blanca, que paulatinamente desaparece. La violencia se apodera de las calles y las noches; nadie puede comprender por qué su ciudad y su país se han transformado en un lugar tan diferente, donde la gente de piel oscura empieza a ser el grupo étnico dominante a medida que, conforme pasan los días, son cada vez más las personas que, al despertar,  descubren que ya no son de raza blanca.

Mientras lo leía, me dio la impresión de que The Last White Man estaba originalmente destinado a ser un cuento, una narración breve que el autor transforma en novela. Hamid recurre mucho a la repetición de palabras, escribe párrafos en los que las oraciones se superponen unas a otras quizás para acentuar la idea inicial.

Y a modo de conclusión, cuando el último hombre blanco deja de serlo, se restablece una suerte de normalidad. Que cada cual saque sus conclusiones.

Edvard Munch, Liklukt [El olor de la muerte]: 1895.

«Ahora, el padre de Anders rara vez salía de su habitación, y en ella había un olor, un olor que
él podía ver en la cara de Anders cuando su hijo entraba y a veces él mismo podía olerlo, lo cual era extraño, como un pez que notase que estaba mojado, y el olor que podían oler era el olor de la muerte, la cual el padre de Anders sabía que estaba ya cerca, y eso lo asustaba, pero no estaba completamente asustado de sentirse asustado, no, él había vivido durante mucho tiempo con miedo y no había dejado que el miedo lo dominase, aún no, y trataría de continuar haciéndolo, continuar no dejando que el miedo lo dominase, y con frecuencia no tenía las energías para pensar, pero cuando sí las tenía, el pensamiento de lo que hacía que una muerte fuese una buena muerte, y su sensación era que una buena muerte sería aquella que no atemorizase a su chico, que el deber de un padre no era evitar morir delante de su hijo, esto era algo que un padre no podía controlar, sino más bien que si un padre había de morir delante de su hijo, debía de morir tan bien como pudiese, hacerlo de tal forma que dejase algo a su hijo, que le dejase a su hijo la fuerza para vivir, y la fuerza para saber que algún día él mismo podría morir bien, como lo había hecho su padre, y así, el padre de Anders se esforzaba por convertir su viaje final hacia la muerte en un acto de entrega, en un acto de paternidad, y no sería fácil, no era fácil, era casi imposible, pero eso fue lo que se propuso intentar hacer, mientras conservase el juicio.» (p.113-4, mi traducción)

29 oct 2024

Reseña: Old God's Time, de Sebastian Barry

 
Sebastian Barry, Old God's Time (Londres: Faber & Faber, 2023). 261 páginas.

Tom Kettle, policía retirado viudo, pasa ahora sus días mirando el mar desde un pisito anexo a un castillo en Dalkey, en el extrarradio de Dublín. Su único vicio son los cigarros y la curiosidad por la gente que observa desde su balcon. Se está acostumbrando a la soledad y añora las visitas de su hija y las cartas de su hijo médico, que se fue a trabajar y vivir a los Estados Unidos. Un día recibe la visita (un tanto intempestiva, pues ya anochece) de dos colegas de la Garda, Wilson y O’Casey. El motivo es que los detectives están investigando un caso no resuelto de la década de los 60 que implicó a dos sacerdotes católicos acusados de violar a niños y niñas bajo su cuidado. Las denuncias cayeron en el saco roto de la jerarquía católica, pero uno de los dos pederastas (a los que Kettle y su colega por entonces investigaban) murió en circunstancias nunca aclaradas; el otro ha decidido recientemente elevar gravísimas acusaciones en torno al caso. ¿Quién lo ajustició? ¿En qué circunstancias? ¿Recuerda Kettle algo del caso que pudiera haber olvidado u obviado?

Cliff Castle, en Dalkey, le sirve a Barry para darle a Kettle un lugar donde sobrevivir a la tragedia y mimar su tristeza en la nostalgia. Fotografía de William Murphy.

Revolver en el pasado siempre resulta ser algo complejo y difícil porque la memoria nos falla a todos. Barry plantea una narración íntima, adoptando siempre el punto de vista de Kettle, que recuerda cómo conoció a June, su mujer, y la confesión que ella le hizo durante la noche de bodas: había sido víctima de abusos sexuales de un sacerdote. Como tantísimos niños irlandeses en su época, también Kettle, huérfano de padre y madre, sobrevivió a los maltratos de su infancia y entiende perfectamente el ansia de justicia que tiene June.

En Old God’s Time, Barry aborda el tremendo efecto que los traumas pueden tener sobre la memoria. No es que quiera revelar nada del desenlace, pero la manera en que Barry gestiona el progreso de la narración hacia el final de esta novela es, en una palabra, magistral. Aunque Barry va dejando caer algunas pistas aquí y allí, la realidad del dolor y el sufrimiento por los que ha pasado Tom Kettle solamente se hace manifiesto después de más de ciento cincuenta páginas. Tom Kettle se ha quedado completamente solo en el mundo: no solamente ha perdido a June, también perdió a sus dos hijos en diferentes circunstancias, nada agradables.

No sorprende, pues, que Kettle viva en una especie de fantasía, rodeado de fantasmas propios y ajenos, de visiones desdibujadas y recuerdos diluidos por el paso del tiempo. Y tampoco debería sorprendernos, pues, que en el desarrollo de la novela existan contradicciones, cronologías alternativas que chocan entre sí, un pasado que, idealizado o no, aprieta las tuercas del presente en el que tiene que sobrevivir Kettle. Es, en definitiva, la historia de la relación de Irlanda con los crímenes de la Iglesia Católica, asunto que otros autores irlandeses han novelado. Por ejemplo, Emma Donoghue y su portentosa The Wonder.

Me queda claro que este es un autor al que de verdad vale la pena leer. Ya me lo había demostrado en Days without End. La tensión narrativa en el caso de Old God’s Time gira en torno a la cuestión de si fueron Tom y June los responsables de la muerte del sacerdote pederasta. Barry, por supuesto, deja ese cabo suelto. Que cada lector construya su propio desenlace.

Old God’s Time se publicó el año pasado tanto en castellano (Tiempo inmemorial, en Alianza Editorial, traducida por Laura Vidal) com en català (Temps immemorials, a l'Editorial Proa, amb traducció a càrrec d'en Marc Rubió).

24 oct 2024

Reseña: The Palestine Laboratory, de Antony Loewenstein

Antony Loewenstein, The Palestine Laboratory (Melbourne: Scribe, 2024 [2023]). 265 páginas. 

Hay ocasiones en las que en mitad de la lectura de un libro se produce un suceso que otorga un significado especial a las palabras que has leído la noche anterior. Una de esas ocasiones me ocurrió mientras leía este importantísimo libro del australiano Lowenstein. Quizás haya sido profético o premonitorio. Quizás fuera simplemente la constatación de algo que, de algún modo, ya estaba, valga el juego de palabras, escrito. A la mañana siguiente de leer el párrafo que he traducido a continuación, la noticia en primera plana aquí en Australia era las explosiones cuidadosamente planificadas de los buscapersonas de muchos de los miembros de Hizbulá, que mataron a al menos 12 personas e hirieron a cerca de 2800.

«…Israel tenía la tecnología para competir con cualquier potencia mundial, y Pegasus [el spyware o software espía desarrollado por el Grupo NSO] era un juguete en comparación con lo que era capaz de hacer el estado judío. El poder de NSO y el estado israelí era casi imparable, atrapando incluso a Apple, que en 2021 se vio obligada a distribuir una actualización de emergencia de software para sus 1650 millones de usuarios después de que Citizen Lab descubriese una vulnerabilidad en su sistema operativo que NSO había explotado. A diferencia de muchos en los medios occidentales, Apple difundió un comunicado de prensa y apuntó directamente a una participación judía: “El Grupo NSO crea tecnología de vigilancia sofisticada y patrocinada por un estado que permite a su software espía altamente selectivo vigilar a sus víctimas». (p. 168, mi traducción; el subrayado es mío).

Este es un libro de periodismo investigativo de especial urgencia, pues día tras día, semana tras semana, el gobierno sionista de Netanyahu no solamente prosigue su violenta campaña militar en Gaza y el sur del Líbano contra Hamás e Hizbulá, sino que ataca también a las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU. Para los periodistas han cubierto estos conflictos, su trabajo está resultando ser extremadamente peligroso: más de 130 han sido asesinados por los militares israelíes.

Son dos las tesis principales que plantea (y demuestra) The Palestine Laboratory: por un lado, hay varias empresas israelíes con fuertes vínculos con el estado de Israel que exportan armas y tecnología a gobiernos autoritarios de todo el planeta, que las emplean en operaciones de represión y flagrantes violaciones de los derechos humanos contra sus propios ciudadanos.

Por otro lado, Israel utiliza a los palestinos que residentes en lo queda de Palestina como cobayas de un macabro laboratorio. La principal baza publicitaria que juegan las empresas armamentísticas sionistas en las exposiciones de armas y eventos similares es que sus productos han sido probados en combate. Esto es: Israel ha convertido su ocupación militar de Palestina en un negocio considerablemente rentable – a costa de las vidas de decenas y decenas de miles de personas, incluidos menores de edad. Motivos para sentir náuseas sobran.

¿Cómo es posible que un pañuelo se haya convertido en algo reprimible y condenable? ¿Hacia dónde vamos? La kufiya o kefiyeh palestina. Fotografía de Reina91.

El mundo debe comenzar a distinguir entre sionismo y judaísmo. Es urgente. Escribe Lowenstein: «Para alguien como yo, que lleva más de veinte años informando sobre Israel/Palestina, los sucesos del 7 de octubre [de 2023] y sus consecuencias han sido espeluznantes. Veo todos los días fotos y videos de palestinos muertos en Gaza. Esto se está haciendo en mi nombre, como judío que soy, y la gran mayoría de la comunidad judía instituida por todo el mundo ha respaldado sin reservas al gobierno de Israel».” (p. xvi del Prefacio, mi traducción).

El libro hace un repaso de todos los lazos que Israel ha tenido a lo largo de su corta historia con regímenes dictatoriales, antidemocráticos y sangrientos, desde el carnicero Pinochet hasta el apartheid de Sudáfrica, pasando por el Irán de Pahleví (¡Quién te ha visto y quién te ve!) y los brutales asesinatos de periodistas mexicanos.

Lowenstein lanza un aviso apremiante a la comunidad global. Si el ascenso del etnonacionalismo al estilo sionista persiste en este siglo XXI y, gracias a la tecnología de las empresas del espionaje y el armamento y el imparable progreso de la IA, se extiende a otras regiones, el panorama no será solamente desolador sino terrorífico.

The Palestine Laboratory lo publicó Capitán Swing este mismo año en castellano: El laboratorio palestino, con traducción a cargo de Gabriela Ellena Castellotti.

16 sept 2024

Reseña: La balada de los bandoleros baladíes, de Daniel Ferreira

Daniel Ferreira, La balada de los bandoleros baladíes (Bogotá: Alfaguara, 2019). 189 páginas.

En el primer capítulo de esta novelita (que aparentemente estaba ideada para formar parte de una pentalogía) Ferreira cuenta el atraco a una indefensa anciana en su domicilio. Los delincuentes son dos obreros, quienes un par de días antes habían abierto una fosa en el patio de la casa por encargo de la señora. Ellos asumen que la vieja va a sepultar su fortuna en el agujero y por eso acuden de noche a robársela.

Tras arrancarle la ropa con violencia y amenazar con violarla, los ladrones empiezan a perder la paciencia y los estribos: «La anciana tenía el rostro enflaquecido y sostenía una mirada dura dentro de las orbitas (sic) huesudas, pero nunca la vieron llorar. Ni un gesto ni una lágrima que delatara temor. Durante todo el asalto, de su boca marchita salió apenas un rumor de oraciones ininteligibles. Quizá fue eso lo que motivó en el de los pantalones desabotonados el impulso de matar, porque gritó que callara cuando se vio empujado por el otro a un lado de la cama y enseguida sacó el revólver y le dio dos tiros en el estómago “para que aprendas que Dios no existe, y si existe, dejó crucificar a su hijo sin misericordia”». (p. 10)

El párrafo anterior es una muestra del tono que va a asumir la voz del narrador: distante y despiadada en su fría descripción de las múltiples crueldades y brutalidades en las que incurren los distintos personajes, unidos en una maraña narrativa aparentemente desordenada, pero que, conforme uno avanza en la lectura del libro, va dotando de estructura, orden y lógica a la historia.

Son cuatro los personajes centrales de esta balada de asesinos. Escipión (alias Putamarre) escapa de sus orígenes de pobreza en busca de una fortuna esquiva y termina convertido en raspachín (recolector) de hoja de coca, luego reclutado a la fuerza por los paramilitares y finalmente completando su periplo vital hasta ser un bandido de poca monta. El segundo de esta colección es Malaver (alias Malaverga), quien necesita dinero para curar a su madre enferma de cáncer. Los otros dos personajes son harto extraños: “El enfermo”, un joven cojo y enfermo, obsesionado con su hermana, que encarna una imagen ideal a la que él nunca podrá aspirar. Finalmente, el Minotauro, el hijo discapacitado y deforme de una mujer abandonada por su marido. La mujer hace construir una jaula en su casa para mantenerlo encerrado y lejos de las miradas indiscretas de vecinos y conocidos.

El contexto es la Colombia de la larguísima y cruenta guerra civil que no termina de concluir. La violencia es en realidad la principal protagonista de esta balada: el sicariato; las masacres cometidas por bandas, guerrillas y paramilitares, cuando no los propios militares; la venganza que algunos personajes se cobran tras años de degradaciones y vejaciones. Ferreira recoge el habla popular colombiana y te obliga en ocasiones a buscar en el diccionario para asegurarte de entenderlo todo.

Una novela llena de episodios de crudeza y brutalidad que te deja la impresión de estar contada con absoluta sinceridad.

Gracias a Ingrid, la paisa más simpática de Medellín, por traerme este libro desde allá.

11 sept 2024

Reseña: Cloud Cuckoo Land, de Anthony Doerr

 
Anthony Doerr, Cloud Cuckoo Land (Londres: 4th Estate, 2021). 626 páginas.

Para quienes disfrutamos de los libros es grato leer novelas cuya trama gira en torno al aspecto físico de la literatura: el libro y su conservación. Si en la Edad Media eran los amanuenses quienes preservaban libros copiándolos de forma esmerada y minuciosa, hoy en día cualquiera puede acceder a una copia digitalizada de antiquísimos (o no tanto) volúmenes. Ello es posible en gran medida a las bibliotecas y quienes las regentan, los bibliotecarios, a quienes Doerr dedica esta intricada y deliciosa novela.

Cloud Cuckoo Land tiene una estructura que al principio te parece un tanto enrevesada. Son varias las tramas y ocurren en distintos momentos de la Historia. En primer lugar, la caída de Constantinopla (1452-53), con dos protagonistas: por un lado una joven costurera, Anna, quien en su afán por ayudar a su hermana enferma opta por entrar en una vieja biblioteca abandonada con la ayuda de un barquero y vender el producto de su saqueo a unos caballeros venecianos. Uno de los objetos de su botín es un libro viejo y algo enmohecido, que resulta ser la historia del pastor Etón y su búsqueda de una ciudad en el cielo, obra ficticia que Doerr atribuye a Antonius Diogenes, autor griego clásico que ciertamente existió. Y por otro lado, Omeir, el hijo de una pobrísima familia campesina al que reclutan para el asedio de la ciudad, junto con sus dos bueyes y que ayuda a Anna a escapar del infierno en que se convierte Constantinopla tras el ataque del ejército del sultán.

La segunda historia une a dos personajes muy diferentes. Tras ser hecho prisionero en la guerra de Corea, Zeno regresa a su pueblo de Idaho y acomete la traducción de un oscuro manuscrito que la bibliotecaria le da a conocer en versión digitalizada. Zeno aprendió griego clásico en el campo de prisioneros gracias a Rex, un estudioso ingles de la literatura clásica, de quien se enamora perdidamente. El códice, naturalmente, es el que Anna robó en el siglo XV. Completada su traducción y edición anotada, Zeno adapta la historia para que los niños de la escuela local la representen una noche en la biblioteca. Y es aquí donde esta trama enlaza con la de Seymour, un muchacho autista que se siente en casa en el bosquecillo detrás de su casa, donde vive un búho con el que congenia. Pero el bosquecillo es destruido por una empresa constructora: a partir de ahí, Seymour se convierte en un activista medioambiental, absolutamente extremista. Alentado por un grupo con el que solamente tiene contacto en línea, su primera acción será la de plantar una bomba en la biblioteca del pueblo.

No era estrictamente ficción, pero se le asemeja. Fragmento de la Epístola a los Romanos. 

La tercera línea argumental tiene como protagonista a Konstance, hija de dos científicos que se ofrecieron como voluntarios de un viaje sin retorno a bordo de una nave interestelar con destino a un planeta en una galaxia muy remota. El plan es perpetuar la civilización humana, pues la Tierra ha dejado de ser habitable. Cuando en la nave se declara una epidemia, el padre de Konstance la encierra en una sala. Konstance tiene acceso a la biblioteca de la nave (Sibila, prima hermana del HAL de 2001: A Space Odyssey) y empieza a indagar en la extraña historia que su padre le había contado sobre el pastor Etón y su larguísimo viaje en busca de la ciudad de las nubes, hasta encontrar la edición anotada de un tal Zeno.

Si todo lo anterior parece complicado, como un rompecabezas de muchas piezas que pudieran ser difíciles de acoplar, no temas: es un libro ameno y hermoso en ocasiones, y Doerr sabe cómo dotar de suspense a todas estas historias. Si fuese el caso que el autor busca enseñar algo, quizás se trate del hecho de que es fácil destruir un libro de papel (e incluso los libros digitales, que no están exentos de tal amenaza), pero las historias que pasamos de generación en generación perviven, pese a todo. Un gran libro: muy inspirador, te absorbe desde el principio.

Cloud Cuckoo Land se publicó hace dos años en castellano como Ciudad de las nubes en la editorial Debolsillo, con traducción a cargo de Laura Vidal Sanz.

8 ago 2024

Reseña: Homeland Elegies, de Ayad Akhtar

Ayad Akhtar, Homeland Elegies (Londres: Tinder Press, 2020). 343 páginas.

Hacia al final de esta novela, la segunda de Akhtar, tras parar a repostar en una gasolinera en una pequeña población de Wisconsin, al protagonista narrador y a su padre los insulta un joven estadounidense blanco porque han dejado el coche levemente mal estacionado. La discusión que sigue termina en un intercambio de insultos:

«Vete a tomar por saco», añadí mientras tiraba de la manilla de la puerta del conductor. La mirada refleja que eché para observar su reacción me reveló entonces algo de lo que no me había percatado hasta ahora: una correa que le bajaba por el lado del torso hasta un bulto recubierto de cuero en el costado.

Vio que había visto el arma y sonrió: «Qué ganas tengo de construyamos ese muro para no dejar entrar a bichos como vosotros». Lo que sentí en ese momento fue algo fugaz, pero nunca lo olvidaré. La visión del arma, la amenaza visceral y el miedo ancestral que desencadenó, la urgencia elemental de protegerme, la asimetría de nuestro poder en aquel instante: todo se combinó para encender algo en mi interior que nunca antes había experimentado. Quería matarlo. Pero la conciencia inmediata de lo indefenso que estaba para hacerlo me echó para atrás, de una manera que todavía hoy me consume, casi dos años después. (p. 307, mi traducción)

En un excelso ejemplo de la ahora muy denostada (desde ciertos círculos) autoficción, Akhtar crea un personaje narrador que se llama Ayad Akhtar, nacido en los EE.UU. de padres pakistaníes, y que como él es dramaturgo y también ha ganado un Pulitzer gracias a una obra de teatro. Homeland Elegies mezcla elementos de diversos géneros (la autobiografía, el teatro, la crítica cultural o el análisis histórico) en un texto con intenciones claramente perturbadoras. No deja títere con cabeza. Ni siquiera el protagonista a quien le presta su nombre sale indemne.

En su narración, Akhtar toca desde el descalabro socioeconómico y humano que supuso la Partición  y la llegada de sus padres al país hasta décadas más recientes en las que comenzó su declive económico y el paso a una oligarquía económica provocada por las políticas Reagan con sus efectos ‘goteo’ y la nefasta gestión propiciada por sus ideólogos, como Robert Bork.

El tema fundamental de la novela es el conflicto identitario. En un ejemplo demoledor para la engañosa noción del melting pot estadounidense, Akhtar cita al sociólogo alemán de origen judío Norbert Elias: «La mayoría establecida toma su propia imagen colectiva a partir de una minoría de sus mejores elementos, y moldea una imagen colectiva de los forasteros a quienes desprecia a partir de una minoría de sus peores elementos». (p. 139, mi traducción) Dice Akhtar el narrador de su vida que se encuentra marcada por un dilema irresoluble: es un musulmán que ya no practica – y mucho menos cree – en la religión, pero su identidad, en el seno del país donde ha nacido, está totalmente moldeada por el hecho del Islam que lo ha definido dentro de esa sociedad desde el 11-S.

Norbert Elias, una larga vida (1897-1990). Fotografía de Rob Bogaerts.

Es un libro irresistible. Tanto por la calidad de su prosa como por el evidente amor y gusto que el autor tiene por la lengua inglesa. Akhtar juega con nosotros los lectores, en tanto que plantea sucesos en la vida del protagonista que lo dejan moralmente maltrecho (la historia de cómo contrae la sífilis no tiene desperdicio). Además, a lo largo de la novela va plantando minas que pueden estallarle en la cara a un lector hipersensibilizado y emocionalmente endeble.

Y por supuesto, la historia que su padre cuenta sobre Donald Trump. Pero de eso prefiero no darte ninguna pista.

«[…] Todo giraba en torno a hacerse rico. Al menos, los republicanos eran honestos respecto a ello. Mike veía un país donde la gente era más pobre, donde les mentían, donde sentían que sus vidas eran más mezquinas, un lugar en el que no tenían ni idea de cómo cambiar nada. Habían tomado la decisión sin precedentes de poner a un intelectual negro en el cargo más alto del país, un hombre que prometía cambios pero que ofreció muy pocos, cuya indudablemente sincera preocupación se vio empañada por su arrogancia, quien se enorgullecía de su estatus de celebrity de la cultura popular al tiempo que lamentaba un sistema cuyas disfunciones políticas le impedían ejercer el liderazgo. La victoria de Obama había resultado ser poco más que simbólica, acelerando simplemente el colapso de nuestra nación hacia una autocracia corporativa, y sus fracasos habían elevado las apuestas de forma inconmensurable. La mayoría de los estadounidenses no podrían hacer frente a sus gastos semanales en el caso de sufrir una emergencia. Tenían razones sobradas para estar asustados y enfadados. Se sentían traicionados y querían destrozar algo. El estado de ánimo nacional era hobbesiano: desagradable, embrutecido, nihilista; y no había nadie que mejor encarnara todo esto que Donald Trump. Trump no era ninguna aberración ni una idiosincrasia, según lo veía Mike, sino un reflejo, un espejo humano en el cual ver todo aquello en lo que habíamos permitido convertirnos. Por supuesto, uno podía leer metáforas en ese individuo: un magnate del sector inmobiliario, racista sin reservas, que encarna el auge de los derechos patrimoniales de los blancos; un idiota ensimismado que personifica la auto-obsesión y el narcisismo desenfrenados que nos hace a todos más estúpidos cada día que pasa; una codicia y corrupción tan manifiestas y endémicas que sólo podía entenderse como la expresión desmesurada de nuestros más profundos deseos: Sí, podía interpretarse a ese hombre como si se tratase de un símbolo que ha de ser descifrado, pero Mike creía que era algo mucho más sencillo. Trump había percibido el estado de ánimo nacional, y su genio particular fue una necesidad de atención tan cobarde, tan implacable, que estaba dispuesto a pintarse con todos y cada uno de los matices de nuestra fealdad, ¡y a la mierda las consecuencias!». (p. 242, mi traducción)

Publicado en castellano por Roca Editorial en 2021 como Elegías a la patria, con traducción a cargo de Elia Maqueda.

1 ago 2024

Reseña: Our Moon, de Rebecca Boyle

Rebecca Boyle, Our Moon. A Human History (Nueva York y Londres: Sceptre, 2023). 313 páginas.

Uno de los primeros recuerdos televisivos que conservo (obviamente reforzado o posiblemente distorsionado por posteriores visualizaciones del suceso en la caja tonta) es el alunizaje del Apolo XI y el paseo espacial de Armstrong y Aldrin el 21 de julio de 1969. Estaba a pocas semanas de cumplir cinco tiernos añitos y realmente no podía comprender nada de lo que estaba viendo. El satélite sigue ahí, a unos 384 400 kilómetros de distancia, y continúa influyendo de múltiples formas en la vida en este planeta en el que vivimos.

Ahora, más de cincuenta años después de aquel hito que ya había previsto (a su manera) Jules Verne, la Luna sigue jugando un papel en mi vida: cuando se acerca la primavera austral y comienza a ser tiempo de sembrar hortalizas, consulto el calendario lunar y estoy atento a sus fases. Sembrar las semillas de zanahoria al final de la luna nueva suele ser garantía de éxito.

Our Moon es un libro realmente ameno, completo en la información que proporciona al lector. Supe de él a través del programa de radio australiana Late Night Live. Boyle no abusa de la erudición científica, pero la información que ofrece es impresionante. Lo hace convirtiendo el libro en una especie de cuaderno de viaje para el lector que quiera viajar a la Luna gracias a su lectura.

Está dividido en tres secciones. La primera cubre la cuestión del origen o la creación de la Luna, nuestro único satélite. La teoría más extendida y plausible (aunque no totalmente demostrada) es la de la colisión de un enorme asteroide con la Tierra hace trillones de años. La composición química de muchas de las rocas que los astronautas han traído de regreso a la Tierra ha provocado cambios en las teorías de muchos científicos. Persisten las dudas.

Boyle describe cómo sería estar en la superficie del satélite. Lo que verías, oirías, palparías y olerías en la extraña superficie estéril y polvorienta de la Luna. Una quimera que ninguno de nosotros podremos llevar a cabo. Ni ganas, dirán algunos.

Ella Fitzgerald, Blue Moon

La segunda parte del libro explica el papel crucial e imprescindible que la Luna en la aparición de la vida aquí donde vivimos. Hace alrededor de 400 millones de años, la fuerza de las mareas eran mucho mayor, igual que su frecuencia. El día terrestre era más corto (la Tierra, en su rotación, tiende a ralentizarse) y la Luna estaba más cerca. Las mareas eran extremas y podían desplazar las aguas del océano hasta cientos de kilómetros tierra adentro. La vida surgió en esas zonas intermareales, y los organismos que, gracias a su evolución, podían respirar fuera del agua se adaptaron a vivir fuera del agua. El resto, como dicen, es historia.

También en esta segunda sección, Boyle repasa la influencia de la Luna en las múltiples civilizaciones humanas surgidas desde el paleolítico hasta la era moderna. Los primeros calendarios fueron lunares. El tiempo se medía según las fases de la Luna, muchas religiones y culturas estaban basadas en la presencia constante de ese cuerpo celestial en el firmamento y su reiterada trayectoria de aproximadamente 28 días terrestres.

Por último, en la sección final, Boyle hace un repaso del estudio científico del satélite, desde la observación prehistórica hasta las misiones tripuladas como la de aquel mes de julio de 1969, pasando por los descubrimientos de Galileo, Copérnico, Kepler y muchos otros. En años recientes han sido muchas las misiones no tripuladas que han alunizado. Solamente este año hay programadas diez misiones, algunas de empresas privadas. Para Boyle, es motivo de preocupación que se considere la Luna un posible lugar para la explotación minera, o como un futuro vertedero de productos hechos en la Tierra. El reciente descubrimiento de una profunda sima en la superficie lunar que podría albergar una futura base hará que aumente en ella esa inquietud.

Contemplar el amanecer de la Tierra desde la superficie de la Luna sería una experiencia única y, sin duda alguna, maravillosa. Esta imagen fue tomada el 12 de octubre de 2015. 
En las noches de verano seguiremos disfrutando de su luz y de la aparición de la luna llena por el este. Siempre ha estado ahí, en el cielo, y salvo que ocurra una catástrofe, ahí continuará, haciéndonos compañía.

26 jul 2024

Reseña: Africa is not a Country, de Dipo Faloyin

Dipo Faloyin, Africa is not a Country: Breaking Stereotypes of Modern Africa (Reino Unido: Harvill Sacker, 380 páginas.

Ahora que el neofascismo europeo en general y el español en particular la ha tomado con los jóvenes africanos que lo arriesgan todo por llegar a Europa y cometer el delito de querer una vida mejor, Señoría, yo los obligaría a todos ellos a leer este libro. La cosa es que uno duda, en todo caso, de que su lectura les vaya a ser de provecho, tan empecinados están en sus falsedades y tan abrazados están a la farola del racismo y la xenofobia.

Allá por los inicios de la década de los 90, cuando yo me ganaba los cuartos trabajando como intérprete en los tribunales y juzgados de mi ciudad, la meua València, recuerdo una demencial vista, celebrada al mediodía de un lunes de agosto tras un finde calurosísimo, en la que su Señoría quería tomarle declaración a un joven subsahariano, que había pasado todo el fin de semana en una celda. Habiendo casi terminado el trámite de la declaración y mi faena en aquel inmundo lugar, y en el momento en que se llevaban al reo, su Señoría dejó escapar una execrable sentencia que ha quedado marcada, indeleble, en mi memoria, y a la que a veces me he referido en algunos de los muchos talleres que he impartido sobre traducción e interpretación en estas tierras australianas. Dijo su Señoría: «¡Cómo apesta este negro!» Ahí te la dejo, para que extraigas tus propias conclusiones.

Que África no es un país es algo evidente, pero Faloyin elige ese título por razones también evidentes. Desde Occidente se suele aplicar sobre el continente un prisma que genera burdos estereotipos, muchas inexactitudes y exageraciones que aprovechan nuestra ignorancia, al tiempo que ocultan la realidad histórica de una colonización brutal cuyas nefastas consecuencias persisten hasta nuestros días.

En un prólogo y ocho capítulos, Faloyin trenza una perspicaz visión de diversos aspectos de la narrativa occidental prevalente sobre el continente africano que no solamente le irritan. Es más: sentencia que es urgente corregirlos y pone manos a la obra con este libro. Por ejemplo, la funesta, arbitraria creación de los estados actuales que las potencias europeas decidieron llevar a cabo en el siglo XIX, dividiendo territorios mediante líneas rectas o basándose sus propios intereses económicos. O también el expolio humano de la esclavitud y el artístico y cultural (se calcula que más del 90 % de los objetos y obras de arte de las culturas africanas habían producido antes de la invasión europea siguen en manos de museos y colecciones privadas fuera del continente africano – los griegos no son los únicos que siguen padeciendo la lacra del robo de su cultura).

Coproducción italo-alemana que nos endiñaron en TVE a los nacidos en la década de los 60. ¿Cuántos tópicos y estereotipos puedes detectar en tres minutos?

Otros capítulos están dedicados a cuestiones políticas: los diversos estereotipos del dictador africano, de siete de los cuales hace sobresalientes retratos. Especialmente significativos me han parecido las secciones dedicadas al síndrome de salvador blanco y la estrechez de miras que implica, y la centrada en el concepto e imagen de África que ha creado la industria cinematográfica de Hollywood, rociada con una deliciosa ironía en lo que es una sátira despiadada. Los dardos que lanza contra Bob Geldof y los muchos otros autoproclamados redentores son de los que hacen pupa.

Africa is not a Country es un examen juicioso, digno y experto de las complejas situaciones en las que continúan estando los pueblos y naciones africanas, que siguen existiendo al margen de las fronteras creadas por mandatarios occidentales que, en algunos casos, nunca habían puesto sus pies en aquellas tierras ni tenían conocimiento de la diversidad étnica, lingüística y cultural existente.

Máscara honorífica del antiguo reino de Benin, que sigue estando en el Museo Británico, en Londres.  
«Comencemos por donde el consenso es amplio: El 90 % del legado cultural material africano está guardado fuera del continente. La inmensa mayoría de estos objetos, que se cuentan por cientos de miles, posiblemente muchos más, fueron saqueados por medios violentos como consecuencia del expolio colonial. Poco después de su robo, a veces incluso el mismísimo día en que tuvo lugar, esos tesoros fueron vendidos por la fuerza invasora que había llevado a cabo la rapiña. Algunos de estos objetos terminaron en colecciones privadas, pero la mayoría de estos bienes fueron trasladados a museos. Y siguen estando en esos mismos museos. Los objetos que puedes ver en las salas y galerías representan solamente un porcentaje del número total de objetos que están en manos de los museos. El grueso de este rico botín ha quedado acumulado, oculto y encerrado en las bóvedas de las instituciones más ilustres del mundo occidental; bien lejos del alcance de visitantes, y ciertamente lejos del alcance de las naciones africanas a las que se los robaron – naciones que se han visto obligadas a implorar por sus tesoros durante más de medio siglo.

Entender esto solo puede llevarnos lógicamente a una pregunta de corte moral: ¿Cómo han justificado los museos el continuo acopio de tesoros que fueron robados a través de una deliberada campaña de violencia sistemática, y cuyos dueños han pedido constantemente su devolución desde que se los llevaron?

Pues de este modo: Los museos se han unido en una representación colectiva que enmarca el debate de la restitución como un enigma impenetrable. Es todo confusión por diseño. La realidad, nuevamente, es muy sencilla: Se mantiene el 90 % del legado material cultural africano fuera del continente. Fue robado mediante una campaña de violencia masiva». (p. 257-8, mi traducción)

23/09/2024: La editorial Capitán Swing lo ha publicado ahora en septiembre en castellano, con el título de África no es un país, traducido por Noelia González Barrancos.

18 jul 2024

Reseña: Son of Sin, de Omar Sakr

 
Omar Sakr, Son of Sin (South Melbourne: Affirm Press, 2022). 278 páginas.

En el transcurso de uno de los trabajos de interpretación que hice durante mis años en Sydney (insisto en escribir así el nombre de la ciudad aquí: la grafía «Sídney» es un error de chiste que se ha emperrado la RAE en mantener) tuve que llevar a un grupo de clientes españoles al centro de Auburn, uno de los barrios en la parte oeste de la metrópolis más multicultural de Australia. Los señores estaban hambrientos, eran ya casi las dos de la tarde (es decir, había pasado ya la hora del almuerzo) y Auburn era el lugar más cercano.

Para su desgracia, en Auburn solamente había tiendas de comida turca y árabe. Uno de ellos incluso se negó a bajar del taxi, por lo que ese día no hubo almuerzo. No hace falta que explique el porqué de su negativa, ¿verdad? Solamente añadiré que su plante incluyó palabras soeces y de clara inclinación racista.

En fin. El caso es que esta triste anécdota me sirve para presentar esta Bildungsroman australiana, tan peculiar e inusual. Peculiar porque la iniciación a la madurez del protagonista pasa por el descubrimiento de su homosexualidad a los 15 años durante el Ramadán, en medio de un entorno sociocultural extremadamente conservador y religioso, pero marginado por el sistema sociopolítico mayoritario blanco anglosajón.

Sakr estructura la historia en cuatro partes. Pasa de la adolescencia y la memoria de la niñez marcada por la ausencia de su padre turco, el maltrato sufrido a manos de su madre y su ulterior traslado a la familia de su tía, en cuya casa seguirá sufriendo duros castigos físicos, a su salida de Australia con destino a Turquía, en busca de una figura paterna y de una identidad que nunca podrá lograr, pues no domina la lengua.

Escrita totalmente en tercera persona, el punto de vista es siempre el de Jamal. Y es ahí donde Sakr podría haberse planteado una estrategia un poco más audaz para la novela: por ejemplo, si figurasen en primera persona las escenas de los encuentros furtivos de Jamal con el único amigo que consigue hacer en Turquía u otros episodios en la vida del protagonista, la obra tendría una rica variedad de enfoques y técnicas.

Con todo, Son of Sin deberá pasar a formar parte del elenco de esa subcategoría de la novela australiana contemporánea que profundiza en temas importantes para nuestra sociedad en estos tiempos tan turbulentos: ¿Qué representan la familia, la religión, el idioma de la diáspora o el origen étnico para ese sector de la sociedad que tiene que hacer el esfuerzo de reconciliar sus propias percepciones con la permanente sospecha a la que son sometidos? ¿Cómo armonizar las experiencias de marginación y racismo, la sensación de integración en una sociedad multicultural, la libertad que puede vivirse en ella y las presiones del conservadurismo y las tradiciones de la tierra de los padres que intentan replicar en Australia una forma de vivir que, en realidad, ha dejado de existir tanto en el espacio como en el tiempo?

Jamal, el hijo del pecado, encarna esa dolorosa pugna de forma personal e íntima tanto por el conflicto que implica su orientación sexual como por el hecho de haber perdido desde muy pequeño parte de una identidad propia.

Te dejo un fragmento de la novela traducido al castellano. En esta escena, Jamal y sus primos están viendo por televisión los sucesos de las infames Cronulla Riots de 2005 en un barrio del sur de Sydney.

Después

Es por esto por lo que lucharon nuestros abuelos, ¡no vamos a permitir que estos putos libaneses nos lo quiten! La multitud bramaba. Miles de blancos, con una cerveza en la mano, banderas australianas por todas partes, oleada tras oleada de piel rosácea y quemada por el sol, rodeaban un tropel de micros y grabadoras. No sois bienvenidos, ¡marchaos! Una cadena de blancos perseguía a la gente de pelo oscuro y piel aceitunada por las calles y por la arena de la playa. Los maderos escoltaban a las parejas de enamorados, agachados tratando de esquivar los botellazos, a los anglos revestidos de motivos australianos que les azuzaban y empujaban, la cámara se tambaleaba, chillidos de maldiciones que les caían encima como urracas y querían arrancarles la sangre de los oídos: ¡Iros a tomar por culo! ¡A tomar por culo! Estaban bailando y dando voces, estaban furiosos, pero había niños que les sonreían y mujeres que se reían, y entonces un hombre puso la cara justo delante de la cámara y gritó: ¡Iros a vuestra puta casa! Había docenas como ellos propinándoles una paliza a dos chicos morenos. Los maderos movían las porras, rociaban a todo el mundo con gas pimienta, trataban de hacer retroceder a la muchedumbre blanca. Iros a tomar por culo, ¡libaneses de mierda! Un corpulento policía, grande como un barril, atacó a los jóvenes, aplicando todo su peso sobre la porra y los hizo retroceder. Jamal, Moses y Jihad lo jaleaban desde la sala de estar de su Tía Rania. ¡Dales! ¡Dales una hostia! ¡Ese tío es un ídolo!, corearon.

¡Vinisteis de fuera, nosotros crecimos aquí!, respondían coreando los jóvenes anglos, como si el modo en que los padres de Jihad habían llegado se le extendiese a él y quedase para siempre clavado en el proceso de arribada. Tal como ellos parecían estar, todavía en sus blancos buques coloniales, aterrorizando una playa doscientos años después.

A Tía Rania no le gustó: ¿Por qué están haciendo esto? ¿Qué les pasa?

Es que ligamos con sus chicas, soltó Moses con una sonrisilla, y enseguida tuvo que agachar la cabeza cuando ella le arrojó la shahayta. ¡Guau!, dijo entre risas, pero cambió la expresión en cuanto ella se levantó con la otra sandalia en la mano, amenazándole. Ella tenía casi una sonrisa en los labios: la había lanzado como un aviso, como si estuviera pensándose si le iba a permitir ese descaro.

¿Guau? Te voy a dar guau, wulah. Se le echó encima, pero Moses se escabulló y salió por pies por la puerta frontal de la casa, riéndose. Siempre se escapaba. Incluso cuando le soltó un taco a su madre el año pasado, logró escaparse. Había vuelto sabiendo la que le esperaba, y la paliza que recibió fue conforme a sus expectativas. No había vuelto a vivir con Jamal y su mamá, como si estuviese probando cuánto tiempo podía mantenerse alejado, en qué medida podía vivir a su manera. Si guardaba la esperanza de que Hala cedería antes y le diría que volviese, Moses iba a morir esperando.

13 jun 2024

Reseña: Los asquerosos, de Santiago Lorenzo

Santiago Lorenzo, Los asquerosos (Barcelona: Blackie Books, 2019 [2018]). 221 páginas.

¿Quién no ha considerado alguna vez la idea de huir de todo y de todos, alejarse del mundanal ruido y vetar a la sociedad en un instante misantrópico y antisocial, mandarlo todo a la mierda y buscar un lugar en el mundo donde todas tus aspiraciones podrían limitarse a pasar los días paseando, contemplando el paisaje o meditando sobre el todo y la nada?

Un azaroso incidente en el zaguán de la finca donde vive en el centro de Madrid es lo que lleva al protagonista de esta cáustica crítica social en forma novelada a huir. Un policía antidisturbios en plena faena durante una mani entra en el patio y se topa con Manuel, un joven al que podríamos caracterizar como normal, que está saliendo de su minúsculo piso en la calle Montera. Sin apenas mediar palabra (primero las hostias, luego las preguntas) empuja a Manuel contra los buzones y él se defiende clavándole en el cuello un pequeño destornillador que siempre le acompaña en el bolsillo de su chaqueta.

Naturalmente, a un joven normal como Manuel le entra el pánico. Acude a ver a su tío para que le ayude, y entre los dos deciden que Manuel salga de Madrid y busque un sitio donde esconderse hasta que sepan si a Manuel las autoridades lo han declarado enemigo público número uno.

Otro Zarzahuriel, otra casa para el siguiente Manuel que decida mandar la ciudad a la mierda. El lugar se llama El Tesorero y está cerca de Baza, Granada. Fotografía de MdeVicente. 

Carretera y manta. Manuel encuentra una aldea llamada Zarzahuriel, un lugar completamente deshabitado, como tantísimos parajes del interior del país. Entra en una de las casa que todavía se mantienen en pie y la ocupa. No tiene luz, no tiene agua y solamente la poca comida que ha traído consigo, pero le sobran inventiva y ganas de vivir en un sitio así. El tío, la voz del narrador tras la que no es difícil situar al autor, le irá prestando la ayuda logística necesaria para que el plan de ocultamiento y alejamiento de esa civilización que se perfila por un lado como amenazadora y por otro como simplemente enojosa.

Los repartos de comida y enseres del supermercado mantienen a Manuel vivito y coleando durante meses. Pasa el tiempo, transcurren una tras otra las estaciones y, para Manuel, Zarzahuriel se convierte en un paraíso terrenal. De la austeridad forzada por sus circunstancias pasa a una brutal frugalidad por decisión propia, viviendo absolutamente solo y disfrutando cada segundo de ello. Y eso que el tío le consigue un trabajito que solamente requiere atender al teléfono a guiris deseosos de practicar el castellano. Es casi ideal, ¿no?

Hasta que un día la civilización moderna regresa a Zarzahuriel en forma de señora que compra la casa al lado de la que ha ocupado Manuel. Y con la señora vienen todos los miembros de su extensa familia, que religiosamente acuden todos los fines de semana para “disfrutar” en un ejercicio de soberbia y gilipollez extremada de la paz del entorno rural (y de paso joderle la vida a Manuel, que sigue oculto).

El desenlace es muy ingenioso. Lorenzo lo borda y deja sin responder la pregunta que todo el que disfrute de una buena trama se haría en el caso de Los asquerosos. Además de presentar una razonada apología del retraimiento social y una justificación ajustada a la realidad actual del porqué una persona normal podría tomar la decisión de marcharse a vivir la soledad, Lorenzo pone de relieve lo absurdo de la dicotomía ciudad vs. campo a la que nos empuja el sistema económico neoliberal occidental, sin que podamos hacer gran cosa por remediarlo.

Por otra parte, Lorenzo demuestra ser un virtuoso del lenguaje: Hay en Los asquerosos un despliegue creativo y transgresor que, como lector en castellano, yo no había experimentado desde la Larva de Julián Ríos (1983). Un buen libro.

11 mar 2024

Reseña: I am Homeless if this is not my Home, de Lorrie Moore

Lorrie Moore, I am Homeless if this is not my Home (Londres: Faber & Faber, 2023). 193 páginas.

Si todavía no has comenzado a leer esta novela, vas a encontrarte cuando lo hagas con lo que parecen ser dos hilos narrativos independientes que resultan difíciles de conjugar entre sí. Es mucho más adelante cuando Moore explicita el nexo que conecta las dos partes. Y aunque esa conexión sea tenue, temáticamente hay duda de que sea válida.

Finn, profesor de secundaria suspendido a causa de las ideas que propaga entre sus alumnos, viaja a Nueva York para acompañar a su hermano moribundo, Max. Los dos rememoran íntimamente y con buenas dosis de humor episodios compartidos en sus vidas, haciendo un pequeño examen de su relación. A medida que vas leyendo esta parte te das cuenta de que la neurosis ha plantado una firme pica en el territorio mental y emocional de Finn. Cuando parece evidente que Max va a seguir vivo poco más de 24 horas, Finn recibe un mensaje en su móvil que le hace regresar inmediatamente a Ohio.

El año es 2016, Trump va a ganar las elecciones pese a perder (no conviene olvidarlo) en número de votos. La razón por la que Finn deja en su lecho de muerte a Max se llama Lily. La mujer con la que ha compartido muchos años de su vida, muchas alegrías y también muchos sinsabores. Le dice a Max: «¿Cómo explicártelo? Lily dice que se quiere morir. Es lo que dice siempre. Pero nunca te lo he dicho. Ha sido su otro yo. Es su secreto, y también mío. Pero su deseo de morir no es ella de verdad. El deseo se convierte en acciones y palabras a causa de su enfermedad. Es una habitación extra en esa casa que es su mente. Es como una araña que tiene dentro que, desde un rincón, le dice que la queme». (p. 28, mi traducción)

Tras un delirante viaje con accidente y rescate incluidos, Finn llega y descubre que a Lily ya la han enterrado. Se ha suicidado, pero Finn es incapaz de aceptar esa realidad, acude al cementerio ecológico y en su exquisita alucinación la encuentra no muerta del todo. Lo que sigue es una road movie en forma de novela. Si crees que una zombi y su exnovio son personajes ridículos para construir una trama, es mejor que lo pienses dos veces.

Es cierto: al principio a Lily le sale tierra de la boca y las lombrices le adornan el cuerpo. Moore disfruta detallando el proceso de descomposición: se le descoloran los ojos, comienzan a marcarse las costillas en su abdomen y la piel se le enverdece en una tonalidad grisácea, como la de un huevo muy cocido.

En una de las paradas que hacen se alojan en una fonda donde Finn consigue darle un baño de agua caliente a Lily. Es allí donde Finn encuentra un cuaderno en el que Elizabeth, poco tiempo después del final de la Guerra Civil, le escribió una serie de cartas a su hermana muerta. Moore maneja diestramente la intercalación de esas cartas en la otra narrativa. El resultado es un libro que nos habla del duelo, que nos presenta una versión amable de esos fantasmas (que pueden sernos tan verosímiles) de quienes nos han dejado sin convertirse en una historia de horror. Es un libro en el que Moore demuestra un enorme talento para combinar el ingenio y la inteligencia que acompañan a la locura que podríamos llamar ‘buena’ por un lado, y la irritación y la amargura de los que sufren la pérdida de un ser amado por el otro. Es brutal, sin duda, pero también hermoso.

I am Homeless if this is not my Home es una sobresaliente adición en la obra de Lorrie Moore, de quien reseñé hace ya diez años el volumen de cuentos Bark.

He seleccionado un fragmento de la primera carta de Elizabeth a su hermana en la que habla de ese país extranjero que llamamos pasado. Espero que te guste.

«Cuando regreso a los lugares del pasado, ya no queda nada en ellos, como si me lo hubiese inventado yo todo. Es como si la vida fuese un sueño, colocado junto la ventana para que se enfríe, como un pastel, y que más tarde, te lo roban. Son esos los momentos en que me siento y te imagino y me pregunto qué dirías. La reminiscencia es un dolor de oídos, afirmarías tú. Aunque supongo que yo misma soy típica: taciturna, remilgada, no tan cristiana como finjo ser, contra las madamas, tal como ha observado el caballero que me corteja. Muchos de mis inquilinos (los jugadores de cartas, los guerrilleros del Sur, los judíos y los indios Shawnee) se han impregnado de la nueva cultura: la electricidad, los ferrocarriles, los globos aerostáticos y el desierto occidental que aún continúa inventándose una fiebre de la plata después de la del oro y luego de nuevo otra de la plata, quizás para que haya más retratos de soldados y guerras, ocasionando que todo el mundo de repente eche a volar como estrafalarios muchachos hacia un lugar cuyo nombre incluya la palabra Dust o Butte o Scratch, ululando y canturreando, acarreando la gran carga de sus lejanos corazones moribundos, y todos van mucho más lejos de lo que debieran. El grito de “¡Hacia el oeste!” de los soldados desengañados. Hay ahora una vereda de madera en la calle principal que es idónea para dirigirlos hasta allí; unas tres manzanas como mínimo. Se nota en el aire un tufillo a despilfarro. Ayer vi a una gran gorrina muy crédula, trotando por el camino marcado por los surcos de las ruedas, como si hubiera oído que se contaba algo y se hubiera comido a su camada para poder estar libre e investigar. Aunque probablemente terminaría atiborrándose con el cuerpo de algún muchacho en algún campo en alguna parte, después de las lluvias. Los cerdos de los granjeros todavía desentierran a los soldados muertos. Y no es que para eso haga falta estar cerca de un campo de batalla. Algunos de los chicos eran desertores o iban rezagados, todos tenían hambre, y los fusilaron, y ahora, años después, escarban sus restos y sirven de alimento para el ganado». (p. 11-12, mi traducción)

Campo de batalla de la Guerra Civil estadounidense en New Market (Virginia).

El libro lo va a publicar en castellano Seix Barral dentro de unas pocas semanas con el título Si este no es mi hogar, no tengo un hogar. La traducción está a cargo de Albert Fuentes Sánchez.

19 feb 2024

Reseña: Instructions for the Drowning, de Steven Heighton

Steven Heighton, Instructions for the Drowning (Windsor, Ontario: Biblioasis, 2023). 217 páginas.

Steven Heighton falleció en 2022 a los 61 años. Este volumen recoge sus cuentos, una estupenda colección de narraciones breves que en su mayoría aparecieron por primera vez en revistas diversas. Además de componer música, Heighton publicó varias novelas y volúmenes de poesía y recibió varios premios y menciones honoríficas. Los temas que trata en Instructions for the Drowning son todo un abanico: el envejecimiento, el dolor (sea causado, recibido o autoinfligido), la muerte y su dignidad, las relaciones familiares y conyugales, o la insondable crueldad del azar y las circunstancias que de repente pueden cambiar una vida.

El libro toma el título del primer cuento: en él, Ray recuerda las instrucciones que le dio su padre respecto a cómo manejar la tarea de rescatar a alguien que se esté ahogando. Durante unas vacaciones junto a un lago, su esposa parece estar pasando apuros en el agua. Sin dudarlo se lanza a rescatarla y sigue las instrucciones que le dio en su momento su padre: «…no tendrías elección, […] a alguien que se esté ahogando le tendrías que noquear en seco. Un puñetazo corto, limpio al lateral de la mandíbula ꟷese sería el golpe preferible. Después de eso, podrás completar el rescate con facilidad y remolcar a la víctima hasta la orilla». (p. 3-4, mi traducción) La reacción de su mujer es de autodefensa y la relación entre los dos empeora como resultado de un consejo equivocado.

En el segundo cuento, ‘Repeat to Failure’, un joven casi se mata cuando en el gimnasio intenta levantar un peso excesivo cuando no hay nadie cerca que pueda ayudarle si comete un error o le cae encima la mancuerna. Que es lo que le ocurre.

En ‘Expecting’, una joven pareja encuentra una billetera al lado de la carretera mientras regresan de un almuerzo dominical. Ella está en un avanzado estado de embarazo y dará a luz muy pronto. Él se obsesiona con devolver la billetera y contacta con el dueño. Tras varias conversaciones, discuten acaloradamente porque han pasado las horas y el hombre que ha perdido la cartera no aparece, pese a haberle asegurado que iba a recogerla enseguida. A mitad de la noche comienza el parto y acuden al hospital. Unos días después encuentra en su buzón una nota escrita en la cara posterior de un folleto publicitario: «TU ME OLVIDAS PERO YO NUNCA TE OLVIDO». Al poco tiempo, se mudarán de barriada.

Uno de los cuentos mejor elaborados es ‘Professions of Love’. En esta historia, un cirujano plástico convence a su mujer, que ha sufrido una embolia, de que ha llegado la hora de que él la opere y le quite algunas arrugas. Ella accede, pero tras despertar de la anestesia ella detesta los cambios. Mientras que como lectores podemos ser testigos de la tragedia que la operación resulta ser para ella, el cirujano demuestra ser un tipo egoísta que sobrevalora sus dotes de cirujano y, por sus aires de superioridad, resulta ser extremadamente condescendiente con todo el mundo. Es un magnífico ejemplo de cómo Heighton ironiza con sus personajes y los despoja de sus máscaras, algo que sucede también con el padre en ‘Desire Lines’, que obliga a su hijo Niko a salir de caminata en medio de una fortísima helada. El hielo del río se rompe bajo sus pies y el chico cae al agua: «No hubo ningún crujido ni ningún chapoteo, solamente el sonido, débil y delimitado, de alguien que traga agua. El chico estaba totalmente inmerso en el río oscuro y se esforzaba por salir de allí. Cuando salió a la superficie, el susto y el escalofriante frío le bloqueaban la garganta y los pulmones. Hizo un intento por soltar un grito, pero apenas le salió un jadeo. Su padre seguía avanzando a grandes zancadas, con la cabeza agachada como si estuviera decidido a alcanzar la orilla más rápido ꟷcomo si también él ahora sintiera el frío y el cansancio» (p. 153-4, mi traducción)

Casi todos los protagonistas de los cuentos de Heighton en Instructions for the Drowning son varones. Todos ellos parecen vivir una lucha en la elaboración de un sentido y unos lazos con quienes comparten el espacio y el tiempo. Y, sin embargo, el subtexto es que se trata de una lucha interna, un conflicto que nunca termina de resolver sus propias contradicciones. Heighton escribe sobre este enorme conflicto tan intrínsecamente humano con una prosa sencilla y sincera en la uno encuentra numerosos destellos de poesía. Tratándose de una publicación póstuma, cabe decir que ninguna de las narraciones del volumen flojea. Todos estos cuentos te aportan algo: esa condición humana que nos hace reconocer que muchos de nuestros esfuerzos vitales se topan siempre con la posibilidad del fracaso. Es lo que nos hace humanos e imperfectos.

Nos dejó su talento: Steven Heighton dirigiéndose al público en septiembre de 2017 en el Festival de Escritores de Eden Mills, Ontario. Fotografía de Dan Harasymchuk.

Un excelente libro de un autor que, por desgracia, no nos legará nada más.

11 feb 2024

Reseña: Monica, de Daniel Clowes

Daniel Clowes, Monica (Londres: Jonathan Cape, 2023). 111 páginas.

El libro se compone de nueve capítulos, algunos de ellos amarrados a la trama central con alfileres. La protagonista es Monica, nacida en la década de los 60. Es la única hija de Penny, muchacha que en su época optó por el estilo de vida hippy, el amor libre y sin ataduras; a los pocos años, deja a Monica en casa de sus abuelos y desaparece para siempre de la vida de su hija.

Años después, tras la muerte de sus abuelos, Monica busca refugiarse en una cabaña a las orillas de un lago. Allí recibe, a través de una vieja radio, los avisos y consejos de su difunto abuelo. Al abandonar el lugar, sufre un grave accidente de coche y queda en coma. Cuando despierta del coma, los facultativos la convencen de que la señal de la radio no fue más que un sueño o una alucinación.

Incluso muerto, su abuelo no puede evitar ser racista...

Gracias a una adinerada mujer a la que conoce, Monica monta el negocio de fabricación de velas que había tenido años atrás su madre: Monica's Candles. Y lo hace con mucho éxito; de hecho, triunfa y gana tanto dinero que con el paso de los años decide dejarlo y con los fondos ahorrados dedica todos sus esfuerzos a encontrar el rastro de su madre.

Descubre que Penny se unió a una bizarra secta, un culto en el que el mito de su creación y dirección se guarda con enorme secreto, y cuyos miembros con esto Clowes claramente disfruta empleando sus excelentes dotes artísticas visten ropas extravagantes y lucen todos cortes de pelo francamente estrafalarios. La búsqueda arroja sus frutos. Encuentra a Penny, quien le hace ver que todas sus fantasías respecto a quién pudiera ser su padre son absurdas y no llevan a ninguna parte.

Las sectas son así. Una vez abras esa puerta, es muy probable que no te dejen salir... 

Finalmente, disfrutando ya de una avanzada edad, Monica se va a vivir a un pueblito de California tras los años de una pandemia. Espoleada por la curiosidad de un hombre con el que establece una cierta amistad, la protagonista regresa a la cabaña del lago y recupera el transistor, del que no emana otra cosa que estáticos ruidos de ultratumba que la encaminan a desenterrar un objeto. Es a partir de ese momento que se transforma en ‘Demonica’, en un ingenioso juego de palabras que se podría traducir como «Demoni(a)ca».

Ya en las dos páginas introductorias del libro, Clowes nos muestra una especie de resumen del apocalipsis que va a provocar que Monica desentierre ese objeto. La primera viñeta es de un organismo protozoario y va seguida de la aparición de los reptiles y dinosaurios, la caída del asteroide que los aniquila y la aparición de la especie humana. Siguen varias viñetas dedicadas a significativos eventos o períodos históricos (incluye una de una representación de Hamlet, en la que el héroe shakesperiano aguanta en sus manos el cráneo de Yorick) hasta el asesinato de JFK.

Si te fijas, Clowes oculta partes del texto que contienen los bocadillos, algo que rara vez se observa en una novela gráfica. Una manera de invitar al lector a poner algo de su parte...  
Si bien a la narrativa quizás le falte algo de coherencia y cohesión, puesto que algunos capítulos no parecen contribuir mucho al todo, Monica cuenta con suficiente material para enfrascar al lector. Los dibujos de Clowes recuerdan mucho a los ejemplares más tradicionales de comic. Hay una rotunda generosidad en el uso de la paleta de colores; Clowes es feroz en la creación de formas humanas y en la atención al detalle en los planos secundarios. Mucho entretenimiento para solamente ciento y pico páginas.

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