31 may 2021

Reseña: Trashed, de Derf Backderf

Derf Backderf, Trashed (Nueva York: Abrams ComicArts, 2015). 256 páginas.

Por el patio del colegio concertado donde completé la primaria (la EGB, como la llamaban entonces) se paseaba un bedel, una especie de vigilante de chiquillos vociferantes y rebeldes, que era además forofo del CD Castellón, el señor Mercè. Su voz resuena todavía en mi cabeza con una porfiada cantinela: «¡Papel, papelera!». En aquella época (el primer lustro de la década de los 70) los desechos plásticos no eran todavía el enorme e irresoluble problema que son ahora.

El infortunio de recoger bolsas con desgarros. Gajes del oficio.

¿Dónde va la basura que generamos día tras día? La pregunta no es gratuita: muchos desechos se reciclan hoy en día; otros terminan enterrados en basureros o incinerados; los desechos orgánicos se transforman en abono. Pero lo cierto es que no se les da una salida apropiada o correcta a todas las basuras.

Este volumen del norteamericano John ‘Derf’ Backderf utiliza sus experiencias como recolector de basuras hace ahora unas cuatro décadas. La historia está, sin embargo, ampliamente aderezada con datos crudos y duros sobre la industria del procesamiento de basuras y sus múltiples deficiencias. El elemento informativo está repleto de datos correctamente obtenidos y contrastados.

La montaña de residuos que genera una familia estadounidense en un año.
Lo que más me ha sorprendido de Trashed es lo bien que se adapta el estilo del dibujante al tema: Backderf no se anda con miramientos, e incluye todo lo que es aprensivo de la profesión del recolector de basura: desde gusanos a animales muertos, pasando por los proyectiles que se forman y disparan cuando se comprimen los pañales en el receptáculo del camión, y algo que desconocía: los llamados yellow torpedoes [torpedos amarillentos], que no son otra cosa que botellas de plástico que los camioneros llenan con su orina mientras conducen para no tener que hacer parada.

El narrador es J.B. (las mismas iniciales que el autor), un joven de 21 años en una ciudad de tamaño mediano en el midwest de los Estados Unidos. La novela hace un recorrido por las cuatro estaciones del año, con buen, mal y muy mal tiempo.

¿Por qué se enfada el jefe?
Hay una especie de moraleja, por supuesto, aunque sea un poco sombría. En general, los humanos generamos un volumen de desechos que es completamente insostenible para el planeta. El libro tiene un indudable valor educativo, pero los aspectos humorísticos de las subtramas que surgen con otros personajes (los compañeros de J.B., el jefe, vecinos y transeúntes) son lo mejor. Los trazos son sencillos: viñeta tras viñeta, Backderf te lleva de paseo mientras él y su colega recogen toneladas de basura. Es verdad que alguien tiene que hacerlo. ¿Conseguiremos alguna vez reducir las inmundicias que genera nuestro estilo de vida a cero?

It's the end of the world as we know it...
A good birthday present! Quite enjoyable.

30 may 2021

Reseña: Dadas las circunstancias, de Paco Inclán

Paco Inclán, Dadas las circunstancias (Zaragoza: Jekyll & Jill, 2020). 151 páginas.

Este pequeño volumen de crónicas y relatos revestidos de una tremendamente sutil ironía es el primero que leo de mi paisano Inclán. Y en verdad que no defrauda. A quien le gusta la literatura que finge haberse puesto rumbo a ninguna parte, Dadas las circunstancias le debe agradar con creces.

El volumen comprende 8 relatos localizados en diferentes partes del mundo. Inclán llega a estos lugares por alguna peregrina razón que nos explica al inicio de cada relato. En el primero, ‘Plutón, planeta enano’, Inclán acude a Praga con motivo de la Feria del Libro. Tras los actos oficiales queda a tomar unas copas con Maritza, una estudiante de traducción, y un autor local, Hesel, que busca editor en español.

Hesel resulta padecer enanismo. Inclán recuerda en la primera parte de su relato cómo se enteró de la decisión de quitarle a Plutón la categoría de planeta del sistema solar en las orillas del océano Pacífico mexicano. La velada discurre en diálogos confusos e inconclusos, miradas hundidas en esa singular incomprensión empapada en alcohol y que acentúa la falta de una lengua común. La salida más decorosa es pagar la cuenta y olvidarse para siempre del manuscrito de Hesel.

El siguiente relato es más bien una colección de viñetas que transcurren en La Habana. En la capital cubana Inclán conoce a un imitador del Che Guevara, que incluso tira de inhalador para parecer más realista; se desilusiona en una librería donde se amontonan libros que nadie quiere, nadie va a leer y nadie va a echar de menos; conoce a una valenciana con la que comparte un viaje en coche y luego la cama durante un par de horas; y finalmente recibe un testimonio de un joven cubano, en un breve relato que evidencia la ineptitud y esterilidad que produce la burocracia del sistema cubano.

En ‘El último hablante de erromintxela’, Inclán viaja al País Vasco buscando al que, se supone, es el último vestigio viviente de un idioma virtualmente extinto. Bajo una pertinaz lluvia sigue una senda en los montes de Llodio buscando a Goyo y termina dando media vuelta, confundido, avergonzado y derrotado. ¡Que se muera el idioma!

Hauré passat per aquest punt del carrer de l’Hospital milers de vegades. I si estava Paco Inclán al meu costat i no ho sabia? Fotografia d'Espencat.
‘Escatología en la obra de Arnau de Vilanova’ parte de una premisa equivocada. La escatología a la que se refiere el título no es sobre el estudio de los excrementos sólidos con fines científicos, sino que versa sobre las ideas y creencias en torno “al fin de los tiempos”. (Sí, es cierto: ¿Hay algo más absurdo que estudiar algo que nunca vamos a conocer?) El caso es que esa investigación académica que lleva a Inclán a la Biblioteca del Carrer de l’Hospital en mitad del siempre infernal mes de agosto en València está condenada. Al autor le entran unas imperiosas necesidades de evacuar el intestino grueso. Sale de la biblioteca y busca un lugar en una ciudad desierta: “Una pintada en un muro, «buen sitio para hacerse porros», me indica que he encontrado un escondrijo idóneo bajo la imponente sombra de un árbol […] que, a poco que la fama me fuese propicia, se convertiría en centro de peregrinación de mis lectores: «En este lugar depuso Paco Inclán sus ínfulas de grandeza.» (p. 82). Toda una epopeya, que termina con una sencillísima clarividencia: “El apocalipsis apenas dura unos segundos, seis o siete.” (p. 86) Como dicen los mexicanos: «No manches, güey».

Paco Inclán debe de tener una ¿alarmante? habilidad para coincidir en el espacio y tiempo con gente más excéntrica y rara que él. Solo así se comprende el ‘Viaje al país del esperanto’, donde conoce a Miquel, quien “afirma trabajar en favor de una alianza para «sumar esfuerzos en la internacionalización del esperanto y la normalización del consumo del cannabis».” (p. 100) Gracias a un dato que le pasa Miquel, consigue pasar la noche siguiente en un museo privado, fumando marihuana entre libros en una lengua que no ha aprendido y preparando un artículo sobre los esperantistas que nunca verá la luz.

Nunca decae el excelente nivel de ironía que hay en los relatos de Dadas las circunstancias. En Veracruz, donde dice haber ido a contraer matrimonio, asiste a un homenaje a Pancho Villa, aunque, de hecho, el revolucionario nunca estuvo en la ciudad. Pero el invitado estelar es “uno de los tropecientos nietos” de Villa, el Presidente de la Fundación Pancho Villa. Es ‘La exaltación de las ausencias’ en Veracruz: “Su huella es indeleble aunque nunca la pisara.” (p. 135)

Completan el volumen dos relatos localizados en Valladares (Galicia) y Berlín. En mi opinión, la principal virtud de la escritura de Paco Inclán es ese discurrir hacia ninguna parte, realizando esbozos de personajes inverosímiles por lo insólitos que son, al tiempo que se ríe de sí mismo. Lo que cuenta es el viaje, nunca el destino, y con Paco al volante…

Gràcies, T. M'ha agradat una barbaritat!

23 may 2021

Breadknife & Grand High Tops Walk

 

El Parque Nacional de las Warrumbungles está a una media hora de Coonabarabran, una localidad de unos 3.000 habitantes en el centro oeste de Nueva Gales del Sur, a unas cinco horas y media de distancia de Sydney.

El nombre de las montañas, Warrumbungle, es de la lengua indígena de la zona, Gamilaroi y quiere decir “montañas torcidas”. Son en realidad los restos de un gran volcán extinto en la región que estuvo activo hace unos 18 millones de años. La erosión desde entonces hizo el resto, dejando una serie de montañas, formaciones rocosas y valles que son ahora parte de un parque nacional con una excelente red de senderos.

El sendero propuesto aquí supone un total de 16 km, que normalmente se completan en 5-6 horas. Incluir el desvío de Febar Tor y Macha Tor (dos cerros rocosos) incrementa el recorrido en una media hora: las vistas desde las cimas de ambos merecen la pena.

La entrada al Parque Nacional cuesta 8 dólares. Se puede rellenar la cantimplora en el Centro de Información a Visitantes y hay en el parque diversos lugares habilitados para pernoctar en tienda, con agua potable y otras modestas instalaciones.

En el parque viven canguros, cuervos, loros y, al menos un pareja de halcones, quizás más. Hay también algunos pequeños rebaños de cabras asilvestradas, que los guardas del parque tratan de mantener a raya cada cierto tiempo. El parque sufrió un grave incendio en 2013, del cual parece haberse empezar a recuperarse.

Coonabarabran está en la Oxley Highway y cuenta con una gran variedad de moteles para alojarse. El paso de tráfico pesado es constante y molesto, incluso durante la noche. Cuanto más alejada esté la habitación de la carretera, mejor.

El inicio del sendero está impecablemente mantenido, incluso pavimentado en algunos trechos.

¡El que se mueve, no sale en la foto! Este canguro no quiso ser protagonista.

Belougery

Breadknife, cerca del mediodía. El sendero asciende por terreno difícil hasta la parte superior de las formaciones rocosas.

The Shadow Line

En la parte posterior se aprecia mucho más claramente cómo las formaciones rocosas son rocas areniscas comprimidas. Tiene el aspecto de un rompecabezas, o de una construcción con bloques que en cualquier momento pudiera desmoronarse. 

Bluff Mountain. Un impresionante despeñadero al que se puede subir. En una próxima ocasión será. Las vistas desde arriba deben ser impagables.

¿Cuántos cuervos hay en esta fotografía?
Al otro extremo del Parque Nacional de las Warrunbungles se halla el Observatorio Astronómico de Siding Spring. 

Panorámica del Parque Nacional.

Reloj, no marques los años... Habían pasado 18 años desde mi anterior (y primera) visita a Coonabarabran. En aquella ocasión llevaba a mi hija de cuatro meses.
La Torre del Reloj en el centro del pueblo, cuenta los camiones que pasan cada minuto a su lado. ¿Para cuándo la circunvalación?

14 may 2021

Reseña: The Making of Christina, de Meredith Jaffé

Meredith Jaffé, The Making of Christina (Sydney: Pan Macmillan Australia, 2017). 367 páginas.

Christina tiene 45 años y vive con su madre, Rosa, en la pequeña granja tasmana donde creció. “Dos mujeres disecadas que enfrentan un futuro incierto, aferrándose la una a la otra. La verdad llegó como un acto de Dios. Arrasó sus vidas llevándose consigo sus posesiones y experiencias, haciendo añicos sus recuerdos, recordándoles que lo temporal e ilusorio que es el control que se tiene sobre la vida. Tras su paso, queda la culpa. La culpa ha grabado a Christina como un tatuaje, ha dejado cicatrices y costras del sarpullido que apareció al saberla por vez primera, y que nunca la ha dejado. Una especie de llaga en braille marcada en la piel que narra su historia. La verdad no fija nada. Para empezar, no le ha devuelto a Bianca.” (p. 1, mi traducción)

Bianca es la hija de Christina. Faltan 4 semanas para la Navidad. Bianca ha pasado el último año en el extranjero, como maestra de inglés, o huyendo quizás de esa historia. El abuelo Massimo murió poco tiempo después de que se supiera la verdad que ha marcado a estas mujeres de tres generaciones de una misma familia de inmigrantes italianos en Australia.

Jaffé nos cuenta esa verdad en capítulos que alternan el pasado con ese presente inmediatamente anterior al posible regreso de Bianca a Tasmania que tanto desea Christina. ¿Cuál es esa verdad?

Unos diez años antes, Christina consigue un suculento contrato para la empresa en la que está empleada: la renovación de la casa de Jackson Plummer, adinerado hombre de negocios de Sydney. Cuando él la invita a almorzar y posteriormente se la lleva a la cama, Christina se cree afortunada. Se divorció del padre de Bianca y siente que la soledad le estaba corroyendo y vaciando el espíritu.

Se inicia pues una intensa relación, aunque Jackson nunca menciona la posibilidad de romper con su esposa. Por eso la sorpresa es mayúscula cuando, tras uno de sus viajes de lujo, Jackson le propone que busque una casa al oeste de Sydney, cerca de las Montañas Azules, donde vivirán los tres como una familia.

Dicho y hecho: hay una enorme casa vacía en mitad de una zona remota al norte de las Montañas Azules. Un lugar aislado y aparentemente seguro, que en su momento perteneció a un artista mediocre que cayó en desgracia. Christina pone todo su empeño (y ahorros) en recuperar la casa y conseguir reconocimiento del lugar como patrimonio histórico-artístico. ¿Quizás todo ese empeño y atención los haya estado prestando en exceso o, peor aún, en detrimento de su hija?

En la composición de esta novela la autora optó por no adoptar la estructura de un thriller: no hay misterio que resolver, sino un crimen que castigar y una culpa que asumir y arrastrar. Ya desde el principio se explicita que Plummer no resultó ser trigo limpio: su crimen es abominable y pagará por ello.

Es Bianca quien decide revelar al mundo lo que ha estado ocurriendo a espaldas de Christina. Que la madre no sea cómplice no quita que dejara de velar por la seguridad de su hija adolescente. Christina será objeto del juicio negativo de todos: de la doctora que examina a Bianca; de la compañera de cuarto de Bianca en el colegio donde estudia internada durante la semana; de la inspectora de policía que llevará el caso.

También Rosa, la abuela emigrada, le confiesa a Christina la verdadera razón por la que ella y Massimo salieron de su pueblo y emigraron a Australia. El mal habita en todas partes y tiene forma de hombre.

Christina no puede seguir sentada. Recorre las sendas de gravilla de la rosaleda dando tumbos de aquí para allá, en un estado de agitación. El Disparate de Rosa, un tributo floral a todo lo que perdieron. La muerte y la destrucción, reemplazadas por un derroche de colores y olores que impregnan el aire. Pero Christina no puede dejar de preguntarse si el dolor de su madre sigue vivo. Si es posible alguna vez alcanzar un punto en el que el pasado cobre sentido. Rosa y Massimo crearon una distancia física respecto a su pasado y el tiempo había hecho el resto, pero ¿había cicatrizado la herida? Christina reflexiona sobre la contundencia de su madre y el pozo profundo de la bondad de su padre. No tiene ni idea de cómo eran antes de que aquellos sucesos cambiasen sus vidas. Dice el proverbio que lo que no te mata te hace más fuerte. Pero Christina no está tan segura de que sea cierto. (p. 263, mi traducción). Fotografía de kisaragitsuan.

The Making of Christina es una narración muy trabajada: los cabos están bien atados y aporta un desenlace que uno podría caracterizar como lógico, aunque predeciblemente feliz. Falla un poco el ritmo narrativo en el nudo de la novela: no me queda claro que la historia en torno al pintor Rivers y las maldades que pudo o no haber cometido en la casa debiera haber ocupado tanto espacio en la novela.

En realidad, si la autora hubiese optado por transformar la trama en un misterio, la obra habría perdido buena parte de la fuerza que posee. Es un buen relato que muestra hasta qué punto una persona puede no conocer a fondo a alguien con quien ha vivido mucho tiempo y a quien ha confiado la seguridad y el cuidado de sus propios hijos.

9 may 2021

Reseña: Late in the Day, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Late in the Day (Londres: Jonathan Cape, 2019). 281 páginas.

Serenata de Schubert

Estaban escuchando música cuando sonó el teléfono. Era una tarde de verano, las nueve en punto. Habían terminado de cenar y Christine estaba escuchando intensamente, sentada en el sillón, con los pies metidos debajo de ella; reconocía la música, aunque no sabía de quién era. La había elegido Alex, no la había consultado y ahora ella, tozuda, no quería preguntárselo – a él le daba demasiado gusto saber lo que ella no sabía. Alex estaba echado en el sofá junto a la ventana en mirador con un libro abierto en la mano, sin leerlo, el libro descansando en el pecho; estaba mirando el cielo en el exterior. Tenían un piso en la primera planta que daba a una ancha calle bordeada de plátanos. Una bandada de pericos cruzó la calle desde el parque; los oscuros tonos morados y marrones de la haya roja de la casa de al lado destacaban frente al cielo turquesa y engullían las últimas luces del día. Sobre una de sus ramas se apreciaba la silueta de un mirlo con el pico abierto; debía de estar cantando, pero la grabación lo silenciaba.

Era el teléfono fijo el que estaba sonando. Christine se fue olvidando de la música; se puso en pie y echó un vistazo a su alrededor, buscando dónde habían dejado el teléfono cuando lo habían usado por última vez – seguramente por allí, entre los montones de libros y papeles. ¿O en la cocina, cerca de los platos y cubiertos sucios? Alex no le hacía caso al teléfono, o únicamente demostraba ser consciente de él mediante un pequeña muestra de tensa irritación en su rostro – una cara siempre líquidamente expresiva, extranjera, pues sus ojos eran tan oscuros, esbozados como si hubiesen sido pintados. Era un efecto que se estaba tornando más llamativo a medida que envejecía y su pelo, que solía ser de un dorado fosco y deslustrado, se iba desprendiendo de la brillantez.

Era más probable que al teléfono estuviese su madre en vez de la de Alex – o bien sería su hija Isobel, y Christine quería hablar con ella. Tras renunciar a localizar el inalámbrico, y sin molestarse en calzarse los pies descalzos con unas alpargatas, subió las escaleras de prisa, de dos en dos escalones – todavía podía hacerlo – hasta el lugar donde estaba la extensión telefónica, en el dormitorio del ático. La música seguía sin ella en la habitación que dejaba detrás, era Schubert o algo similar, y mientras Christine se dejaba caer en la cama y respondía al teléfono casi sin aliento, era consciente de la dulzura que dejaban caer las notas descendientes encadenadas. Esta habitación, que habían hecho construir debajo de los cerrados ángulos del tejado, guardaba el calor del día y estaba repleta de olores – el humo del tráfico, la madreselva del jardín, la moqueta polvorienta, los libros, sus perfumes y la crema facial, el leve olor a rancio de las sábanas. Las litografías, foros y dibujos que colgaban de las paredes – algunos de ellos eran obras suyas – estaban ya escondidas, borradas entre la penumbra, y solamente el patrón de las formas enmarcadas se dejaban ver sobre la pintura blanca. A través de la claraboya podía oírse el canto del mirlo.

Qué maravilla. (1-3, mi traducción)

Así comienza Late in the Day. La llamada telefónica trae una terrible noticia que va a desencadenar cambios tajantes en la vida de las personas a las que va a afectar la muerte repentina de Zachary. Es Lydia, su mujer, la que llama. Lydia y Christine han sido mejores amigas desde su juventud. Zachary y Alex han mantenido también una profunda amistad desde muy jóvenes. Son dos parejas de clase media alta, bien acomodadas en el Londres de principios del siglo XXI.

De hecho, cuando los cuatro se conocieron, los devaneos eran un poco diferentes. Lydia estaba casi obsesionada con Alex (en un principio profesor de francés en la universidad tanto de ella como de Christine). Esta mantenía una relación más o menos formal con Zachary, aunque las ataduras no eran tan fuertes como para mantenerla y poder seguir siendo buenos amigos una vez ella se dio cuenta de que Zachary adoraba a Lydia.

Cualquiera puede permitirse comprar bienes raíces en Londres, ¿verdad?
St Mark's Church, Clerkenwell. Fotografía de John Salmon.
La faceta artística de Christine impactó en Zachary, quien tras recibir una importante suma en herencia opta por comprar una vieja capilla en Clerkenwell, en el centro de Londres, y convertirla en galería de arte. Lydia es la menos intelectual de los cuatro: sabe del poder de su belleza y su atractivo, y agenciarse a Zachary le asegura el bienestar de por vida.

Tras el deceso de Zachary, Alex y Christine invitan a Lydia a quedarse con ellos. Y ella lo hace por un tiempo prudencial, releyendo los viejos poemas de Alex, de cuando eran jóvenes. ¿Fue Lydia la que propició el divorcio de Alex? No es algo evidente. Pero el hecho es que al regresar de un viaje a Escocia para llevar a Grace (la hija de Zachary y Lydia) de vuelta a sus estudios, Alex no regresa a su casa y se va directamente a la galería. Al borde la histeria, Christine llama a Lydia a las tantas de la madrugada para compartir su inquietud con Lydia. Ella le responde con perfecta ecuanimidad y le dice que Alex está con ella. Extrañada, indaga la razón: «No sé qué decir. No sé cómo decírtelo.»

Hadley cuenta la historia entrelazada de estos cuatro personajes en un vaivén continuo entre el pasado y el presente. El punto clave temporal que divide la trama es la llamada telefónica del comienzo de la novela. Los capítulos se alternan, profundizando en los orígenes de la confusión a la que se han abocado sus vidas ya en su madurez, cuando nada hacía presagiar las sacudidas que sus vidas han dado.

Late in the Day añade una nueva hoja al ya notable currículo de Tessa Hadley (cuatro de sus libros ya han sido reseñados en este blog: The Past, The London Train, Bad Dreams and Other Stories, Clever Girl). Como en sus obras anteriores, Hadley explora las relaciones de pareja y las dinámicas de poder que se desarrollan en ellas; cómo las perspectivas vitales cambian con el paso de los años; el peso de la conciencia o su ausencia. Y lo hace con una prosa siempre comedida, elegante. Es una narradora sumamente perceptiva, que entiende de la falibilidad humana y muestra las contradicciones de sus personajes sin incurrir en lo excesivamente melodramático.

10/05/2021: Curiosament, aquesta mateixa setmana estarà a les llibreries Cap al tard, publicada per Edicions de 1984, amb traducció al català de Mercè Ubach.

5 may 2021

Laurent Binet's HHhH: A Review

 

Laurent Binet, HHhH (London: Vintage, 2012). [unpaged] Translated from the French by Sam Taylor.

Reinhard Heydrich, who could have been strategically nurtured to become Hitler’s successor, was killed after an attack on his car in Prague in 1942. His nickname among the Czech people was ‘the Butcher of Prague’. It would seem obvious he had few friends among them. Was his assassination an event that entirely changed the course of WWII and therefore History? Perhaps it was.

Heydrich. (Photograph by Heinrich Hoffmann - Deutsches Bundesarchiv)

Speculating with what might have been seems pointless, does it not? Still, many believe the perpetrators of the attack should be praised for ridding the world of such a cruel, evil person. And I would tend to wholeheartedly agree. After all, he was one of the brains behind the so-called Final Solution. The fateful day in the streets of Prague is the subject of Laurent Binet’s novel, which won him a big literary prize in France, the Goncourt.

Binet, however, does not want to write a historical novel. Obviously, he does not want to write history either. He’s no historian. He thinks that the invention of facts or characters in a novel about a true event is nothing short of a crime: fabricating evidence, more or less. I bet he dislikes books such as Wolf Hall or Bring up the Bodies so much that he would refuse to read them point blank! Oh well: his loss.

Being such an astonishing story of bravery and self-sacrifice, the plot (i.e., the conspiracy to kill the monstrous Heydrich) should be narrated with tantalizing detail. Except that Binet does not have any verifiable new data he could use with absolute certainty. His struggle is with the limitations of the novel as a genre. HHhH, Binet decides, has to tell a story-within-a-story: the author’s obsession with how to approach and tell a story about true events for which verified information is scant or non-existent. Moreover, instead of numbering the pages, the publisher numbers the parts (you can hardly call them chapters, can you?).

The Mercedes (possibly this very car, but who knows? And who cares?). Photograph by FunkMonk (Michael B. H.) 

The heroes’ names were Jozef Gabčík and Jan Kubiš. They were trained in England and parachuted over Czech land. The resistance helped them prepare the assassination, which funnily enough almost failed at the last moment: Gabčík’s gun got stuck and stopped working, and therefore plan B was quickly activated. It was Kubiš who threw a hand grenade into Heydrich’s Mercedes. The infections caused by the wounds killed Heydrich about a week later. Mission accomplished?

Yes, but the Nazi retaliation was brutal, as could have been predicted. Lidice, a village near Prague, was completely destroyed. Their inhabitants were either murdered or sent to a concentration camp, where most of them eventually died. The Czech heroes hid, together with five other members of the resistance, in a Prague church. Betrayed by one of their own, they were found and attacked. They lasted many hours and drove the German soldiers and their commanders spare. None of them were captured alive.

The Lidice Memorial reminds us all of what kind of bestiality the Nazis were capable of.
The biggest objection I have in regard to this book is Binet’s obsession with his own obsessiveness. It constantly gets in the way of the story itself. That may be fanciful and fun to begin with, yes. But Binet overuses the device. His authorial presence is more than an attendance: it can become a burden! I did not think this book is as accomplished as The 7th Function of Language, but I’m looking forward to reading his new publication, Civilizations.

Hoping to read you soon again, Laurent. Photograph by G. Garitan. 

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