Franzen parece haberse convertido en un fenómeno planetario de masas. No me
he molestado en comprobar lo que ha sucedido con otros idiomas europeos, pero
las traducciones al castellano y al catalán de su nueva novela aparecieron
apenas un par de semanas después del original en lengua inglesa. Purity ha sido promocionada a bombo y
platillo en todas partes. Ya no causa sonrojo sino bochorno ver cómo los autoproclamados
periodistas culturales se deshacen en elogios ante una novela que todavía no
han leído, únicamente sobre la base de lo que dicen las solapas o los
comunicados de prensa que les han puesto en el pienso.
Que Franzen es un narrador de grandes dotes y muy seguro de sí mismo nadie
lo pone en duda. Personalmente, tras haber leído Purity, una larga novela con una trama extremadamente elaborada que
se sale de los límites de la credulidad (que no de la verosimilitud, son cosas
distintas), me queda la impresión de que al libro quizás le sobren páginas, que
sin duda le sobra espacio dedicado al argumento, y que también es posible que
le falte un algo más bien indefinible: esa suerte de genio literario que al
buen amigo de Franzen, DFW, parecía sobrarle.
Purity es básicamente la historia de una amistad
corroída por el paso del tiempo, pero sobre todo por un terrible secreto y las
mentiras que lo acompañan. Los dos protagonistas de esa amistad truncada son un
periodista investigador estadounidense, Tom Aberant, y un esclarecedor y un
alemán llamado Andreas Wolf (un guiño al folklore que ve en el animal a un
devorador de personas). Andreas, nacido en la ahora extinta RDA, es el hijo de
uno de los dirigentes del régimen que creó la Stasi, y con el paso del tiempo y
las cambiantes circunstancias pasa de ser disidente a director de una organización
dedicada al hackeo, la filtración de informaciones comprometidas y la
revelación de la Verdad. Así, con mayúsculas. Naturalmente, Franzen se cuida
mucho de identificarlo con el australiano Assange: incluye el nombre de Assange
en el texto unas cuantas veces para diferenciarlos explícitamente, y misión
cumplida.
Pasen y vean...la función va a comenzar... Fotografía de jkb |
Sin embargo, el primer capítulo de Purity
trata de la joven que le da título a la novela, Purity Tyler (Pip). Pip ha
crecido en el recóndito valle del San Lorenzo, en el condado de Santa Cruz
(California), con su madre, quien nunca ha querido revelarle la identidad del
padre. Acaba de egresarse de la universidad y, dados sus muy humildes orígenes,
está endeudada hasta las cejas por el coste de sus estudios. Residente en
Oakland, Pip trabaja por cuatro perras para una empresa de dudosa moralidad
dedicada a exprimir oportunidades en energías renovables. En Oakland comparte
casa con un extraño grupo de personas, entre ellas Dreyfuss, el dueño de la
casa, próximo a perderla al no poder hacer frente a los pagos de la hipoteca.
Cuando trae una noche a casa a un chico por el que siente cierta atracción, en
un rocambolesco episodio no exento de ironía, termina arrinconad a por una
visitante alemana que la somete a un extraño cuestionario, cuyas preguntas no
tienen nunca respuestas incorrectas.
Las tranquilas aguas del San Lorenzo, a la espera del espíritu contradictorio de Anabel. Fotografía de Ken from Scotts Valley, USA |
Es en estos detalles en los que la destreza narrativa de Franzen se hace
presente. Pip no lo sabrá hasta la parte final de la novela, pero ella es en
realidad el nexo de conexión entre Aberant y Wolf. No quiero dar a conocer más
detalles porque si lo hiciera, revelaría en buena medida la algo enrevesada
trama de Purity, la cual es
probablemente uno de los mejores ingredientes (si no el mejor) del libro.
El segundo capítulo, ‘The Republic of Bad Taste’ nos lleva a la RDA y narra
la vida del joven Andreas, y cómo conoce a la hermosa Annagret, de la que se
enamora perdidamente y por la que llegará a cometer un acto extremo e
irreparable. Este capítulo ya había sido publicado en The New Yorker en el número correspondiente al 8 de junio.
Conforme uno avanza en la lectura de Purity,
se da cuenta de la destreza con la que maneja Franzen los hilos de esta
historia. Andreas consigue atraer a Pip a Los Volcanes, un paradisiaco lugar
próximo a Santa Cruz (Bolivia), desde donde dirige su Sunlight Project
iluminando la verdad y filtrando comunicaciones y datos que provocan escándalos
y le confieren un estatus de celebridad mundial.
La pega que le pongo a Purity estriba en la necesidad real de las
numerosísimas páginas dedicadas a la historia del fracaso del matrimonio de Tom
Aberant y Anabel. Todos sabemos que existen siempre como mínimo dos puntos de
vista por lo que respecta a una ruptura. ¿Es estrictamente necesario presentar
ambos puntos de vista en una novela? Posiblemente no. El riesgo es agregarle
muchas páginas superfluas a un libro, y como explicó Colm Tóibín en su reseña de la novela para The
New York Times, Purity “depende
más de una historia que de un estilo”.
Al igual que en Freedom, hay un
capítulo de corte autobiográfico, narrado por Tom Aberant. Es, con mucho, de lo
mejor de la novela, pero para cuando llegas a esta parte uno se ha leído ya
cerca de 300 páginas. Como les ocurre a muchos con la tercera semana del Tour
de Francia, que se puede hacer eterna.
En todo caso, puedo decir que he disfrutado de su lectura, la mayor parte
del tiempo que le he dedicado. Y que me alegra el hecho de haber sacado el libro
en préstamo de la biblioteca local en lugar de comprarlo – el espacio libre en
las estanterías de mi casa es mínimo. Con sus 563 páginas, no es un librito.
Purity, como ya mencioné en el primer párrafo de esta reseña, ya está en
las librerías tanto en castellano (Pureza,
traducida por Enrique de Hériz y publicada por Salamandra), com en català (Puresa (Purity), traduïda
per Ferran Ràfols Gesa i publicada per Empúries).