Louise Erdrich, The Round House (Nueva York: Harper Collins, 2012). 321 páginas.
Una de cada tres
mujeres amerindias sufre una agresión sexual a lo largo de su vida en los
Estados Unidos, nos dice Louise Erdrich en el epílogo de The Round House. Una estadística impactante y vergonzosa. No menos inadmisible
(por no decir vergonzoso) es el hecho de que, por causa de las diversas
legislaciones y leyes vigentes respecto a las comunidades indígenas, muchos de
los violadores nunca puedan ser llevados ante la Justicia.
La novela
comienza con Joe, un adolescente de una reserva Ojibwe de Dakota del Norte, y
su padre, juez y abogado local, quienes en una plácida tarde de un domingo tratan
de eliminar pimpollos de árboles que están creciendo en los cimientos de su
casa. Las raíces están bien asentadas y la tarea es dura, rayana en lo
imposible.
La imagen sirve como
reflejo de la enorme dificultad que entraña el ideal de lograr la justicia en
un entorno repleto de obstáculos y barreras. Poco después, la madre de Joe
llega a casa, ensangrentada, traumatizada, víctima de golpes y una brutal violación,
y empapada en gasolina. Si está viva, ha sido casi un milagro.
Sello de los Ojibwe. Fotografía de Nathan Soliz, (Redding) Estados Unidos |
El laberinto
legal comienza entonces para la familia, pero el laberinto emocional y moral
será mucho más difícil de transitar para Joe, quien a sus 13 años espera que su
padre tenga la autoridad y la competencia para hacer avanzar el proceso
judicial y lograr que se arreste al culpable.
Lo cierto es que la
ubicación exacta donde se ha cometido el crimen tiene una significación inmensa.
Las leyes aplicables son diferentes según el lugar, y la madre de Joe no quiere
hablar con nadie del tema. Inspirado por las historias míticas de su pueblo que
cuenta su abuelo mientras duerme, Joe comienza una investigación por cuenta
propia que le llevará a fin de cuentas a la madurez. Y, sin embargo, el precio
que pagará por esa aventura será muy alto.
En su bicicleta,
y acompañado de sus amigos Cappy, Angus y Zack, Joe descubre pistas y ata cabos
al tiempo que azuza a su padre. Cuando por fin se descubre al agresor, los
impedimentos legales frustran a Joe. The
Round House es por lo tanto una Bildungsroman
magistralmente construida, en la que coexisten momentos de humor con dramatismo,
violencia y leyendas indias. Joe se hará adulto de una manera espantosa. El
hecho de que sea él mismo el narrador que nos cuenta la historia desde un
presente ya estable no elimina el suspense ni le quita calidad al relato, que por
su técnica y temática me hizo recordar una narración breve del australiano
James Bradley, ‘Los
llanos’, que tuve el gusto de traducir al castellano para Hermano Cerdo hace unos cuantos años.
El pasado echa raíces
en nuestras vidas, y eliminar esas raíces es francamente imposible. De hecho,
olvidamos lo que quisiéramos poder recordar por siempre hasta la muerte, pero
aquellas vivencias que quisiéramos dejar atrás, ocultas en la penumbra eterna, la
mente no nos permite olvidarlas. Joe ve cómo su entorno se destruye y su propia
identidad quedan descolocada apenas doce meses, y su historia nos llega muchos años
después como memoria más que como confesión.
Hilarantes sin
duda los episodios en que los cuatro amigos asisten al catecismo y la implacable
persecución del sacerdote en pos de Cappy cuando descubre lo que éste ha hecho.
The Round House (traducida al castellano por Susana Glynne Jones
de la Higuera, y publicada como La casa
redonda por Siruela en 2013) ganó el National Book Award de los EE. UU. en
2012. Una gran novela.