Montero Glez, Manteca colorá (Madrid: El Taller de Mario Muchnik, 2005). 183 páginas.
A Montero Glez lo
descubrí hace ya muchos años, cuando publicó su Sed de champán en Edhasa, una editorial de la que el autor echó
pestes posteriormente, según me manifestó en correspondencia privada por
aquellos años de final del anterior milenio, cuando el mundo (decían) se iba a
acabar. Tanto le disgustaba aquella edición que me envió una nueva, publicada
por el Taller de Mario Muchnik. De hecho, Roberto Montero González es mi amigo
en una red social, en la que – sospecho – ninguno de los dos participamos, pero
a través de la cual me envió hace muchos años una copita de cava. ¡Salud,
Montero!
Manteca colorá está muy en la línea de Sed de
champán, pero sin que Montero llegue a impresionar como lo hizo con su
debut literario, o con Pólvora negra,
novela histórica que ya reseñé hace casi cuatro años. Es una novelita, una narración mucho más breve y, a mi
juicio, mucho menos lograda que la que tenía por protagonista al Charolito. Y
en realidad, si le quitáramos unos cuantos párrafos superfluos, y si además un
editor severo le hubiera tirado de las orejas al autor, tendríamos un probablemente
excelente cuento, de una extensión razonable, dotado de personalidad y exhibiendo
el estilo característico del autor.
El antihéroe
protagonista de Manteca colorá, el
Roque, ha salido hace muy poco del talego. De profesión pescador, vive en la
costa gaditana, en Conil de la Frontera; logra, como muchos otros en esa parte
del mundo, más dinero con el contrabando de hachís que con la pesca de las
sardinas que tanto abundan en el océano y tan ricas están cuando las asas. En
todo caso, resulta que el Roque tiene ciertas cuentas pendientes con el
Lunarejo, quien se la jugó en una chamba pasada. Ambos han trabajado
anteriormente para el Coronel, excoronel de la Benemérita que controla el
tráfico de drogas en el Estrecho además de muchas otras cosas. Cuando el
Coronel le ofrece otro trabajito al Roque, éste no cae en la cuenta de que se
trata de una trampa. Tras salvar el pellejo en un episodio de narración
trepidante y humorística, el Roque se venga del Coronel mientras una jovencita
le estaba prestando a éste sus esmeradas atenciones y cuidados en un burdel del
pueblo. La persecución de los esbirros del exmilitar es implacable, y aunque
Roque se deshace de algunos de ellos, es al final capturado en el cementerio.
De allí lo llevan al yate del difunto Coronel, donde los sicarios, en compañía
de un par de ‘madalenos’ le ponen unos zapatitos de cemento después de darle
una somanta histórica.
Montero ya publicó
un relato breve titulado Zapatitos de
cemento, guardado ahora en las mazmorras de mi biblioteca, de donde saldrá
quizás algún día, tal como le sucedió al Roque. Manteca colorá reproduce por tanto las líneas argumentales principales
de Sed de champán. Al igual que el
Charolito, el Roque va dejando un reguero de sangre y fiambres en su huida. El
relato avanza y retrocede en el tiempo; la presencia del narrador es permanente,
parando el progreso del relato a su antojo y retomando los hilos cuando le parece
oportuno.
Con un relato que rebosa
violencia, sexo y humor negro, Montero Glez tiene cierto gusto para retratar a diversos
representantes del macho ibérico que posiblemente, si es que decidiesen ejercer
su derecho democrático, votarían por lo rancio y casposo que sigue ostentando
el poder en España. Puede que el tratamiento de los personajes femeninos en Manteca colorá sea un más o menos fiel reflejo
de la realidad social hispana. Montero construye retratos exagerados de
sicarios y maleantes hasta convertirlos en esperpentos deformados.
Hay una cualidad
oral que refuerza el control total del autor/narrador: pese a que su excesiva repetición
les reste algo de valor, se aprecian esos toques lingüísticos con que Montero
Glez jalona el relato (los vulgarismos, la jerga de los hampones, la reproducción
del habla andaluza – “mirusté”, “la vía ha subío mucho, sabusté” – el uso de mayúsculas
para indicar gritos). Lo cual me hace pensar que quizás el audiolibro sea un formato que debiera explorar Montero en un
futuro, al menos para relatos como el de este libro. Un desenlace tan
sorprendente como el de Manteca colorá
supondría posiblemente un aliciente añadido en audio.