Según
me explicaba hace poco más de un año un amigo que solía trabajar para el
Ministerio de Inmigración australiano, algo inquietantemente parecido a lo
anterior ocurrió en este país en años no tan lejanos en el tiempo. Desde los más
altos rangos ministeriales se dio la orden de dejar de usar ciertas palabras en
los comunicados oficiales entregados a los medios. Si se suprime la palabra,
desaparece el problema, ¿no? De alguna manera, se asemeja a la estrategia
que adoptan muchos conductores en Canberra cuando dos carriles confluyen en
uno: «si no te miro, no existes», esa es la señal que transmiten.
La
novela se inicia en una librería regentada por la narradora protagonista,
Cameron. Está releyendo El proceso de Kafka, y entra una mujer que viene
a ofrecerle un trabajo. Cameron realiza tasaciones de bibliotecas personales
(libros antiguos, rarezas, etc.) además de vender libros. La mujer es Maddison Worthington,
una famosísima artista, y el trabajo consiste en tasar una biblioteca. Al día
siguiente acude a la dirección indicada, y se encuentra con que la biblioteca
es en realidad un cuadro, una enorme imagen de libros pintados. Otra persona se
habría marchado airada de allí al instante, pero ella decide seguir el juego y
finge tasar y valorar la imitación de una realidad.
La
trama, no obstante, se complica bastante más. Poco después llega a sus manos un
extraño códice escrito en antiguo castellano, y que parece detallar algo muy
significativo (y que revolucionaría la historia oficial) acerca de Australia
antes de 1788. Justo entonces se encuentra en el edificio que alberga la librería
a un joven sin techo, Jhon, y decide echarle un cable a cambio de que le
traduzca el códice. A partir de ahí los sucesos extraños e inexplicables se suceden.
Maddison
le ofrece un atractivo e irresistible (por lo bien pagado trabajo) a Cameron. Su
cometido es la generación y la sustitución de palabras para un gran proyecto de
dimensiones y fines vagos e indefinidos. Al mismo tiempo descubre que Jhon
tiene compañía: en el piso superior del edificio hay toda una multitud de personas
exiliadas, emigradas, indocumentadas. Y desde más arriba, desde la azotea, se
oyen durante la noche terribles sonidos de una criatura monstruosa.
Estructurada
engañosamente como una novela detectivesca, From Here On, Monsters tiene
mucho más que misterio. Y eso que de misterios la narración va sobrada: ¿por
qué surge en le edificio de enfrente una habitación que se convierte poco a
poco en una réplica exacta de la librería? ¿Por qué los compañeros de trabajo
de Cameron desconfían de Maddison, hasta el punto de abandonar el proyecto? ¿Y
qué demonios está pasando con el manual de estilo de los medios de comunicación
y revistas, que parece adoptar la autocensura como regla de oro a seguir?
A pesar
de los elementos un tanto surrealistas que salpican la trama de la novela, el
hecho es que en esencia, esta es una novela plenamente literaria y política.
Bryer busca hacernos ver que no hay nada más político que el lenguaje, y que por
ende las políticas lingüísticas son las que las autoridades pueden emplear para
cosificarnos o borrarnos, si se les antoja. Para muestra, un botón: hace ya años
el acrónimo SIEV (Suspect Illegal Entry Vessel) empezó a reemplazar en el
vocabulario oficial a las embarcaciones que transportaban a los solicitantes de
asilo que llegaban a Australia por mar. Ni asilo, ni solicitantes, ni nada. Si
se elimina la palabra, se elimina el problema.
Este es
un libro valiente, inteligente, una novela compleja y fascinante; un gran debut,
en definitiva. La única pega que se le puede poner es el hecho de que Jhon,
quien declara tener un conocimiento rudimentario de la lengua inglesa, resulta
ser un más que competente traductor. Quizás sea un truco.
La novela, si se tradujese algún día al castellano, supondría un enorme reto para el traductor, pues el texto del códice, lógicamente, habría que traducirlo al original, el castellano antiguo, para garantizarle al texto cierta verosimilitud y credibilidad. He ahí un reto que probablemente la autora no había contemplado en su creación. ¿O sí? Como indica el mismo título, nos adentramos en territorio desconocido y azaroso.