Edgardo Cozarinsky, Lejos de dónde (Buenos Aires: Tusquets, 2009). 167 páginas.
Son
varios los personajes de esta novela del argentino Cozarinsky que nos recuerdan
la máxima de que la historia la escriben los vencedores. Pero también los
perdedores, los que logran salir con vida, pueden tener alguna chance de
rescribir su propia historia. Será en todo caso una ficción o una
falsificación, pero para quien huye, siempre le valdrá vivir una ficción como
vía de escape.
La
novela de Cozarinsky se sitúa al principio en la Alemania nazi de finales de la
guerra. La inminencia de la llegada de los soviéticos por el frente este desata
el pánico de muchos, entre ellos la administrativa vienesa Therese Feldkirch.
Pertrechada de una capa en la que esconde los dientes de oro de muchos de los
judíos a los que han asesinado en Auschwitz, la mujer escapa y poco a poco
logra alejarse de la escena de sus crímenes hasta llegar a Génova. Con el
pasaporte de una judía muerta que guarda cierto parecido con ella consigue
cruzar el Atlántico y radicarse en Buenos Aires. Conseguir empleo en un
restaurante bávaro y alojamiento en una inmunda pensión son precisamente la
clase de coartadas que necesita para no llamar demasiado la atención.
Una
noche a la salida del trabajo tres desalmados la emboscan y la violan. No se
trata de un caso de justicia poética, desde luego: aun así, de esa violación
nacerá su hijo Federico, que asume el (falso) apellido judío de su madre, Fischbein.
Federico
crecerá atento a los misterios y secretos de su madre. Para ella, él es objeto
de devoción y posiblemente la única persona con la que pudiera compartir sus
secretos. Pero es todavía muy joven. A Therese Feldkirch/Taube Fischbein la
mata un coche en un accidente a la salida del restaurante. La narración da un
salto de casi dos décadas y nos sitúa ante un Federico inmerso en la guerrilla
urbana contra los milicos. Tras preparar un atentado, huye a Brasil y de allí a
Europa.
Lejos
de dónde está dividida en cinco partes. La última le sirve a Cozarinsky para de
alguna manera cerrar el círculo, y parece sugerir un encuentro aleatorio entre
los dos hijos de la prófuga vienesa: la hija a la que se vio obligada a abandonar
durante el conflicto bélico de los años 40 y el muchacho argentino de ojos
oscuros que casi en nada se parecía a ella.
Cozarinsky
realiza una magnífica (a mi modo de ver) panorámica de la Argentina de
posguerra, elidiendo los nombres de los personajes históricos que dominaron la
historia del país, pero describiendo momentos significativos a través de la
mirada de la vienesa prófuga: las concurridas manifestaciones de apoyo al
caudillo Perón y a una hermosa mujer que lo acompaña en sus proclamas desde un
balcón de ese edificio de color rosado por el que pasa casi a diario.
El
autor trata de ser ecuánime con los dos personajes principales, madre e hijo. Y
lo consigue, en gran medida gracias a una prosa concisa, parca en detalles y
abundante en sombras y episodios no narrados o solamente bosquejados. Cerrar el
círculo de una ficción, la de la prófuga colaboradora del régimen nazi que será
madre de un joven judío (que no lo es), con la huida de ese hijo a Europa y el
encuentro fortuito con su media hermana es de una riquísima (y verosímil)
ironía.