El hecho de que la Historia abunde en episodios extraordinariamente sangrientos y brutales no deja de ser un tópico – todo lo triste que uno quiera, sí, pero innegable reflejo de la esencia de la humanidad. La caída en desgracia de La Ana, Anne Boleyn, la segunda esposa del rey Enrique VIII de Inglaterra, es el argumento de la segunda parte de la trilogía que Hilary Mantel está escribiendo en torno a la figura de Thomas Cromwell. La primera (la reseña de la cual puedes leer aquí) llevaba por título Wolf Hall, y me resultó sencillamente deslumbrante. La segunda, Bring Up the Bodies, no decepciona. Al contrario.
Retrato de Jane Seymour a cargo de Hans Holbein el joven |
Esta
segunda entrega se inicia justo donde termina la primera, en Wolf Hall, el
palacio de la familia Seymour en la campiña inglesa. Cromwell está ejercitando
a sus halcones, bautizados con los nombres de sus hijas muertas. El rey ya le
tiene puesto el ojo a Jane Seymour, cuyos atractivos han dejado a Su Majestad “aturdido,
como el ternero al que el carnicero le atiza un golpe en la cabeza” (p. 68, mi traducción).
Jane será a la larga la tercera en una lista que muchos aprendimos de memoria cuando
éramos jóvenes, más gracias a las composiciones de Rick Wakeman que a una afición
por la historia y sus nombres. La primera reina, la aragonesa Catalina, ya ha
sido repudiada por el rey y arrinconada en Peterborough como un mueble viejo.
La Ana
se encumbró en las alturas del poder sirviéndose de Cromwell, pero tan pronto
como los favores del rey se alejan de ella (al no lograr darle descendencia
masculina) Cromwell se vuelve contra ella y se alía con sus antiguos contrincantes.
Tanto en Wolf Hall como en Bring Up the Bodies, es la figura del acaudalado
burgués, el maquiavélico Cromwell, el que ocupa el espacio central de la
narrativa de Mantel. Para Cromwell, servirle al rey Enrique VIII no es
solamente un deber, es una táctica empresarial. Si bien es cierto que consigue
mantener la paz en una Inglaterra que había pasado por tiempos muy turbulentos,
lo hace en parte porque le permite ganar dinero a espuertas al tiempo que controla
las decisiones de gobierno que le seguirán permitiendo acumular riqueza. Mantel
no parece tomar partido, pero al adoptar para la novela el punto de vista del
plebeyo que triunfa como consejero principal del rey en una corte dominada por
los vestigios aristocráticos del medioevo, la autora inglesa parece justificar
las crueldades y maldades del personaje.
La bodega de Enrique VIII en Londres. Fotografía de Amanda Reynolds |
El gran
acierto de Mantel es la creación de un personaje – de Cromwell los historiadores
aseguran que hay más sombras que otra cosa – y, pese a incrustarlo en una telaraña
histórica de la que no es posible escapar, hacer de él un ser humano, con defectos,
maldades y flaquezas, pero también con virtudes, buenas obras y sentimientos.
La autora no escatima en proporcionarnos diferentes puntos de vista respecto a
este enigmático hombre de estado que cambió la Historia de manera irreversible.
La última vez que habla con Catalina de Aragón, la exreina le espeta a la cara
que sus palabras le resultan “despreciables”. “Al menos, como enemigo, os mostráis
cual sois. Ya quisiera yo que mis amigos pudieran soportar llamar tanto la atención.
Inglaterra es una nación de hipócritas.” (p. 165, mi traducción) E incluso en los
frecuentes casos en que Mantel permite a Cromwell la autorreflexión, la
honestidad puede ser brutal. Mientras conversa con Thomas Wyatt, prisionero: “Reposa
su mirada en el prisionero, y toma asiento. Dice en voz queda: «Creo que he
estado toda la vida preparándome para esto. He hecho un aprendizaje conmigo
mismo.» Toda su carrera ha sido una educación en la hipocresía.” (p. 585, mi traducción)
Pese a ser inquilino en la Torre de Londres, Thomas Wyatt salvó el cuello. Otros no corrieron la misma suerte. |
La incertidumbre
que rodea las maquinaciones de Cromwell es otro de los alicientes de la prosa
de Mantel. La manipulación desmedida tiene un riesgo, y al final de Bring Up the Bodies, cuando ninguna de
las dos reinas está viva, Cromwell sabe que el futuro no es tan halagüeño, sino
que los peligros van a acechar más si cabe.
Esta
es, en mi opinión, una de las obras más feministas de los últimos años. Mantel muestra
a través de una ficción recreada sobre la base de significativos eventos históricos
que la mujer fue y es la víctima propiciatoria de un sistema sociopolítico que
se sostiene en el empleo de la fuerza militar y la violencia (sea por vía legal
o en el entorno doméstico). Cuando Ana Bolena osa enfrentarse a ese sistema y
valerse por sí misma, el rey, símbolo indiscutible de ese sistema (que increíblemente
sigue ostentando tanto poder patriarcal en el siglo XXI) no duda ni un ápice en
destruirla. La brutalidad de su ejecución – la primera reina de la Historia en
ser decapitada, que yo sepa – no deja de ser una simple anécdota. El meollo es
la implacable intriga que maquina Cromwell junto con otros aduladores del rey y
cortesanos contra los caballeros a los que alude el título en inglés. Bring Up the Bodies! era la orden que recibía
el carcelero de la Torre de Londres cuando debía presentar a los reos ante el tribunal
que los juzgaría. La traducción del título por la que ha optado Destino (Una reina en el estrado (2013), en traducción
de José Manuel Álvarez Flórez) es una opción notoriamente mercantilista, que
obvia en cierto modo el valor del título original. Un nuevo desaguisado
editorial.
Como en
Wolf Hall, Mantel escribe en inglés
moderno. No faltan los juegos de palabras y los chistes soeces, algo muy
plausible para la época de los Tudor, por muy sofisticados y civiles que se
mostraran los cortesanos. Personalmente me han encantado los pasajes en los que
Cromwell conversa con embajadores (Eustace Chapuys, por ejemplo, el embajador
del emperador Carlos I). Mantel se luce en ellos, haciéndonos ver con sutiles
palabras que ya en el siglo XVI la verdad era un valor prescindible.
La imaginación
es libre. ¿Cómo habría cambiado la historia de Europa – de la humanidad – si en
lugar de una hija, María, a Enrique VIII y Catalina les hubiese sobrevivido
alguno de los hijos varones que tuvieron?