26 abr 2012

The Blog is Dead. Well, not quite.




The blog is dead, they say. Maybe it’s true. But I don’t care. I’ve always had a bit of a tendency of swimming against the current.
So here I go, as stubborn a boy as I’ve always been, and open a new blog. I have called it Timeless swoon. Notas Literarias will remain what it is, a blog about literature and culture.


***


El blog ha muerto, dicen. Puede que sea verdad. Pero a mí me da igual. Siempre he tenido un poco la tendencia de nadar contracorriente.

De modo que, el chico testarudo que siempre he sido, voy y abro un nuevo blog. Lo he llamado Timeless swoon. Notas Literarias seguirá siendo lo que es, un blog sobre literatura y cultura.

25 abr 2012

Reseña: Les causes perdudes, de Xevi Sala


Xevi Sala, Les causes perdudes (Barcelona: Columna, 2011). 182 páginas.


Desde los inicios de la revolución industrial, el entorno físico de la ciudad ha sido siempre un entorno difícil y complejo, un caldo de cultivo de tensiones sociales acrecentadas por la especulación, la explotación, la marginación racial y de clases. El final del siglo XX trajo a las ciudades españolas la inmigración de ciudadanos africanos y latinoamericanos en magnitudes nunca vistas (y tampoco previstas por los miopes gobernantes).

A un barrio desfavorecido de la ciudad de Girona llega un maestro, Torres, alejado de forma obligatoria de un colegio de Barcelona por abusar sexualmente de una estudiante menor de edad, y en medio de un proceso de divorcio nada amigable, por el cual no le está permitido ver a su hija de diez años. El barrio es un estercolero, donde se amontonan coches desvencijados y basura por todas partes; el tráfico de drogas y negocios ilegales mantienen a flote a muchas familias. La mayoría de la población del barrio es gitana, pero conviven con inmigrantes magrebíes y subsaharianos. En principio, es una combinación que parece abocada al conflicto.

Pero Torres es un docente (pese a sus censurables debilidades) que no se da por vencido. Lo suyo son las causas perdidas, y no va escatimar esfuerzos a la hora de ganarse la confianza del alumnado y los compañeros de trabajo. El piso que le han asignado se halla en una finca en estado ruinoso, donde solamente viven una vieja gitana, la Vero, su nieta Kesali, de doce años, y el Tío Terco, un inválido. Hay además un burro que malvive en el patio, donde también hay un gallinero.

Un día los Mossos d’Esquadra hacen una redada, durante la cual desaparece Kesali. El barrio se desvive por encontrarla – cuando la encuentran, Kesali está muerta. La autopsia encuentra esperma y revela que ha sido estrangulada. Cuando en el piso de Torres encuentran el pintalabios de Kesali, el maestro pasa a convertirse en el principal sospechoso.

La investigación policial revelará que no ha sido Torres, pero cuando otra alumna, una niña africana llamada Fatu, desaparece, Torres inicia por su cuenta y riesgo las pesquisas. Corriendo el riesgo de que el clan gitano le ponga precio a su cabeza, desenmascara un taller clandestino de confección textil, pero no es ahí donde está Fatu. Las pistas y confidencias de otros personajes le llevan hasta Salt, antiguo pueblo absorbido por el casco urbano de Girona y municipio donde la población inmigrante se ha convertido en mayoría. Llevado por sus ideales de justicia, Torres irrumpe en una casa de Salt por la fuerza, y será allí donde finalmente reconocerá que está cometiendo un error.

Pero no es ése el final que Xevi Sala ha preparado para el lector. Es mucho más trepidante, y por supuesto no voy a revelarlo aquí.

Les causes perdudes acerca al lector a unas personas de las que en la vida real nunca sabríamos nada; los retratos que de ellos hace Sala son sencillos pero muy ricos en matices. La novela hace referencia también a la gran dificultad (o imposibilidad) de la integración de los inmigrantes en un marco socioeconómico que parece haber sido ideado para explotarlos y marginarlos. Cuando al desesperado se le tienden trampas, no debiera sorprender que responda con la desconfianza. El choque de culturas que dicha desconfianza genera es simplemente el síntoma, no es la causa. ¿Puede el multiculturalismo acaso tener algún atisbo de éxito allí donde no es bienvenido? ¿No es en sí mismo una (otra) causa perdida, debido a las argucias socioeconómicas que tienden los ideólogos de las doctrinas ultraconservadoras que azotan (y dirigen) Europa?

Les causes perdudes fue finalista del Premio Prudenci Bertrana de Novela. Es una narración donde priman la soltura y la intriga, sin descuidar ciertos detalles sobrios, básicos, los cuales son necesarios para definir ambientes y caracterizaciones. En ella el lector, a poco que haga el esfuerzo, podrá hallar muchas más cosas entre líneas. Una buena primera novela.

19 abr 2012

Vallejo, El País y la cultura



En un estimulante artículo que le publica El País a Fernando Vallejo hoy, el autor colombiano escribe lo siguiente acerca de la más que inapropiada escapada a Botsuana de Juan Carlos de Borbón: “Es el Rey que se merece España, el país que despeña cabras desde los campanarios de sus pueblos para celebrar, con la bendición de la Iglesia, la fiesta del santo patrón”.

No le falta razón a Vallejo, quien con mucha ironía pone el dardo en la diana igual que el batidor monarca habrá puesto la mira de su esplendente escopeta sobre incontables animales a lo largo de los muchos años que ha podido dedicar a ese sangriento ‘hobby’, a costa de la asignación que pagan los ciudadanos del estado español. Vallejo señala que en un principio la prensa se (pre)ocupó de subrayar la fractura de cadera de ese viejo hombre que ostenta una corona, en lugar de reprenderle y afearle lo erróneo de su conducta moral. Razón no le falta, como decía antes.

Lo que no deja de sorprenderme es que Vallejo no le dedique al periódico mismo un fuerte y merecido puyazo, que continúa incluyendo la brutal, bárbara y cruel ‘fiesta’(¡!) de los toros en su sección de Cultura. Me pregunto qué pensaría (o cómo se sentiría) alguien como John Coetzee (por poner un ejemplo) si un día viese una noticia acerca de su obra literaria haciéndole compañía a la crónica taurina de la cotidiana atrocidad en Las Ventas o La Maestranza. No creo que le entrasen unas ganas irreprimibles de visitar España, ni de concederle una entrevista en exclusiva al alelado becario de turno.


In a stimulating article by Fernando Vallejo that the Spanish newspaper El País publishes today, the Colombian writer says the following about the more than inappropriate Botswana spree by Juan Carlos de Borbón: “This is the King Spain deserves, the nation whose people throw goats off the belfries in its villages to celebrate, with the Catholic Church’s blessing, their patron saint’s day.”

Vallejo is quite right: he has cast his ironical dart right onto the bull’s eye, just like the hunting monarch must have set the sight of his shiny shotgun on innumerable animals throughout the many years he has indulged in his bloody ‘hobby’, an expense met by the allowance paid by the citizens of the Spanish state. Vallejo points out that initially the media (El País) was concerned with underscoring the hip fracture suffered by the old man who wears a crown, instead of reproaching and criticising the erroneous nature of his moral behaviour. Vallejo is quite right, as I said before.

What surprises me nonetheless is that Vallejo will not serve a deservedly strong jab of rebuke on the newspaper, which continues to include the brutal, barbaric and cruel ‘fiesta de los toros’(!) in their Culture section. I wonder what someone like John Coetzee (to name one example) would think (or how he would feel) if he found an article about his literary work next to the bullfight report of the everyday atrocity at Las Ventas o La Maestranza bullrings. Somehow, I don’t think he would be in a hurry to visit Spain or give an interview to their dullish, daft trainee journos.

18 abr 2012

Reseña: Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón


Ricardo Menéndez Salmón, Derrumbe (Barcelona: Seix Barral, 2010). 189 páginas.

Será una coincidencia (o no), pero estaba terminando de leer esta ominosa novela de Menéndez Salmón cuando por TV aparecieron las imágenes de un asesino, alguien que hace casi un año ejecutó con frialdad a 77 personas, un mamarracho oriundo de Noruega y cuyo nombre prefiero no mencionar (toda divulgación gratuita que se haga de ese miserable estará siempre de más). En los reportajes que acompañaban a las imágenes del juicio y que llegaban desde Europa, el verdugo parecía totalmente seguro de sí mismo; la única emoción que trascendió fue un atisbo de lágrimas cuando se hizo alusión a su ‘manifiesto’, con el cual quería justificar sus repugnantes acciones.

Hay en Derrumbe una escena que guarda cierta (aunque lejana) similitud: la de la inmolación de los Arrancadores, el trío terrorista que vuela en mil pedazos Corporama, una suntuosa instalación tipo parque temático que era el orgullo de los biempensantes ciudadanos de la ficticia ciudad de Promenadia. Pero esta novela es mucho más que eso: hay en Derrumbe mucha reflexión, mucha filosofía no siempre explicitada, y una historia narrada con un lenguaje que por momentos es exquisitamente lírico. Como si el terror y el horror solamente se hicieran admisibles mediante la sublimación del lenguaje, con la poesía.

Derrumbe se compone de tres partes: ‘Mortenblau’, ‘El mundo bajo la caperuza del loco’ y ‘Padres sin hijos’. En la primera parte, el detective Manila forma parte del equipo policial que investiga al asesino de los zapatos cuya motivación parece ser simplemente el deseo de matar y el ritual que ha perfeccionado (siempre deja un zapato suelto de su víctima anterior); en el relato, el narrador nos lleva de una escena de crimen a otra, a veces en el momento del asesinato, otras veces en el descubrimiento del cadáver por parte de la policía.

Del asesino sabemos que lee a Montaigne, a Huysmans y Kafka. Que mata a su madre para ahorrarle el sufrimiento de la enfermedad que padece.

Un día a la mujer de Manila (embarazada de casi seis meses) un desconocido en el autobús le pone la mano en la barriga, después de exigirle a un pasajero que desocupe el asiento para ella. Poco tiempo después, en un abrupto salto en el tiempo de la narración, el narrador desvela por boca de uno de los detectives que a la mujer de Manila la mató el asesino en serie y que “le devoraron la placenta tras dar a luz”.

Dice Manila en una de sus reflexiones que “se trata del Mal…Estamos tratando con el Mal, en mayúsculas. Una de las palabras más cortas; uno de los viajes más largos.”

Mientras, un grupo de tres estudiantes, aburridos de las clases que reciben, decide constituirse en un grupo de filósofo-terroristas y atacar el consumismo burgués y autocomplaciente de la ciudadanía promenadiana. Empiezan por meter agujas en los envases de leche, luego envenenan el agua de las fuentes públicas, y finalmente coronan su campaña de terror contra Promenadia haciendo explotar Corporama.

Curiosamente, es un ciudadano medio, Valdivia, el que se constituye en personaje principal de la segunda parte del libro; es a través de su mirada como vemos la amenaza de los Arrancadores primero, y los resultados de sus actos después. Valdivia es espectador del terror, pero a la postre es también víctima de éste en tanto que su hija Vera se desgaja del núcleo familiar para (re)construirse (su novio era uno de los Arrancadores, cosa que ella no sabía) una personalidad en torno al recuerdo de los filósofos del terror.

No se trata por tanto de una novela de misterio; nada más lejos de la realidad. Derrumbe es un libro denso y rico, en el que se paladean tanto la prosa como las interrogantes a las que nos conduce el narrador.

Menéndez Salmón no deja abierta la trama. En la tercera parte, Valdivia asiste impotente a la degradación moral de su hija. Manila recobra a su hijo cuando el asesino se entrega y hace entrega de sus cuadernos, una especie de diario en el que ha escrito el horror. Al autor le interesa hacernos pensar en el Mal, en su esencia. No debemos olvidar que los seres humanos somos capaces de crear para el goce estético (el arte), pero también que somos capaces de provocar el miedo, el terror, la destrucción. Dice el narrador de Derrumbe de los tres saboteadores mientras estos limpian las agujas: “Los monstruos habían devorado la obra de arte”. También el innombrable noruego se ha referido a su masacre como un acto “espectacular y sofisticado”.

11 abr 2012

Servicio de alta mar, un cuento de Craig Cliff, en Hermano Cerdo


La revista de los campeones, Hermano Cerdo, publica esta semana mi traducción al castellano de un cuento del escritor neozelandés Craig Cliff, el cual lleva por título 'Offshore service'.

En este relato, un joven kiwi un tanto bisoño, Matt, se marcha a Queensland con la peregrina idea de hacer dinero rápido en las minería. Cuando ese plan no le sale bien, se va a la costa, donde encuentra trabajo como asistente de vuelo en una pequeña empresa de helicópteros que abastece a los buques que esperan en el interior de la bahía para cargar carbón con destino a China.

Una mañana descubre que en lugar de abastecer a la tripulación del barco con productos frescos, la carga que llevan consiste en una atractiva chica joven a la que acompaña un tipo musculoso y poco amigo de la conversación.

Matt aprenderá más de una importante lección por la vía rápida. 'Servicio de alta mar' no moraliza ni pontifica. Al contrario, pienso que nos demuestra que la juventud es la época más propicia de nuestras vidas para cometer errores; lo importante es llegar con vida al final de ese proceso de aprendizaje.

El otro protagonista de esta historia es el piloto Bernie, un tipo que encarna las peores características del macho australiano beodo, bravucón y barrigudo. Un interesante contraste el que establece Cliff con el muchacho protagonista.

Este es el comienzo de 'Servicio de alta mar':

“¿Qué se le dice a un kiwi que tiene un harén?” preguntó Bernie por el intercomunicador sin apenas esperar una respuesta. “Pastor.”

“Muy agudo, Bernie,” le dijo Antón. Tiró suavemente de la palanca de paso variable y nos elevamos por encima de la pequeña laguna y los arbolitos desvaídos, camino de la costa. Me incliné hacia adelante y pude ver la arena, atigrada durante la marea baja.
Bernie se giró hacia mí. “Estás muy callado ahí detrás, Kiwi.”
“Estoy bien.”
“Es la primera vez que subes en uno, ¿verdad?”
“La primera que vuelo en uno, sí.”
“Un pájaro solamente se siente vivo en el aire”, me dijo, y pareció satisfecho de su momento Zen. Para luego añadir: “Excepto si se trata de un kiwi…”
Bernie me recordaba a los hombres con quienes había hablado en las minas. Tenía el mismo color de piel, excesivamente rojiza, e iba vestido como ellos, con una camisa de manga corta, unos pantalones cortos habanos y botas de puntera de acero. Antes de que empezara con sus chistes, antes de que abriera la boca, yo ya sabía que no me caía bien.

Puedes seguir leyendo el cuento aquí (te recomiendo que lo guardes o que lo imprimas: es un poco más largo de lo habitual).

También puedes descargarte un PDF del cuento original en inglés desde la revista Griffith Review.

Y como siempre, espero que disfrutes de la lectura, que casi siempre resulta más gratificante que la televisión.

Reseña: The Leftovers, de Tom Perrotta


Tom Perrotta, The Leftovers (Nueva York: St Martin's Press, 2011). 355 páginas.


Uno de los grafitis que me quedó grabado en la memoria tras una breve estancia en Buenos Aires y La Plata en 1993 decía así: ‘COJAN, COJAN, ¡QUE VIENE EL COMETA!’ Puro humor argentino.

No cabe duda de que la idea del fin del mundo provoca cierta fascinación: cada cierto tiempo aparece algún visionario profeta dispuesto a amargarnos la mañana, la tarde o la noche a todos, vaticinando el fin de los tiempos. Claro que esto, según discurra ese día el estado anímico de uno, puede incluso ser una contingencia casi bienvenida.

La novela del estadounidense Tom Perrotta parte de una premisa que en otras circunstancias podría considerarse más propia de la ciencia ficción: el 14 de octubre de un año (¿2008?) de la primera década de este siglo, en apenas unas décimas de segundo, aparentemente millones de personas en todo el mundo se esfuman. Y hago hincapié en el verbo,  se esfuman, pues esos millones de personas no mueren, en el sentido biológico del término, sino que simplemente desaparecen de pronto, sin dejar rastro alguno.

Entre los desaparecidos – nos enteramos de pasada después, gracias a la voz de un único narrador omnisciente – se hallaban muchos personajes famosos (entre otros, Jennifer López, el Papa, Adam Sandler, Vladimir Putin y un tirano latinoamericano, cuyo nombre no nos es revelado). Pero a Perrotta (y al lector que firma esta reseña) estos no le interesan para nada. Le interesan los que quedan detrás, The Leftovers.

La narración nos sitúa unos tres años después de la Partida Repentina (‘the Sudden Departure’), el suceso que aparenta tener algunos ecos irónicos del Arrebatamiento bíblico (1 Tesalonicenses 4:15-17), y que, en contra de la profecía bíblica, parece haber afectado a todas las religiones y edades por igual: cristianos, budistas, mahometanos y ateos, viejos y niños, gente buena y malvada, desaparecieron todos por igual, sin distinción.

Apenas un año después del extraño y espeluznante suceso de la desaparición de millones, comienza a aparecer una especie de secta nueva, los ‘Guilty Remnant’ (los Vestigios Culpables). Imitando el voto de silencio de los monjes cartujos, visten ropas blancas y viven de forma bastante espartana; otra cosa que los distingue es que fuman cigarrillos constantemente cuando se hallan en presencia de otras personas. Su misión es reclutar nuevos practicantes de su culto y esperar el fin del mundo. Mientras éste llega, el grupo se dedica a la vigilancia de los pecados, distribuyéndose en parejas de vigilantes que simplemente siguen y miran fijamente a ciudadanos normales mientras sostienen un cigarrillo encendido, siempre en silencio.

La trama principal gira en torno a la familia Garvey, de un centro urbano de la costa este de los EE.UU. llamado Mapleton. Los Garvey no perdieron a ninguno de sus miembros el 14 de octubre, pero sus consecuencias resultan ser dramáticas para todos ellos. El padre, Kevin Garvey, asumió el puesto de alcalde tras un incidente en que la policía allanó el cuartel general de los Vestigios Culpables y mató a uno de ellos; su mujer, Laurie, ha abandonado a su familia y renunciado a la vida cómoda y placentera para unirse a esa extraña secta de fumadores, pese a que “no la habían educado para creer en casi nada, excepto en la estupidez misma de creer”. El hijo mayor, Tom, dejó los estudios para unirse a una organización (“the Healing Hugs”) que dirige una especie de predicador estilo evangelista llamado Holy Wayne, quien al poco tiempo es arrestado por la policía. La hija, Jill, todavía en el instituto, tras la marcha de su madre pierde el rumbo de su vida y malgasta su tiempo yendo de fiesta en fiesta con su amiga Aimee.

Naturalmente, el traumático acontecimiento ha cambiado las vidas de todos en Mapleton y les conduce a un cierto grado de introspección. En este sentido, Perrotta se la juega, pues no es un tema que atraiga a muchos lectores; es un tema que más bien, diría uno, los ahuyenta. El hecho de que la catástrofe no quede explicada (hay algunas nebulosas referencias al 11 de septiembre de 2001 y al tsunami del océano Índico) puede hacer pensar al lector que en realidad la Partida Repentina viene a ser una excusa para que Perrotta investigue en la reacción humana ante la tragedia y el dolor como respuesta a la pérdida de los seres queridos.

Mientras que algunas personas han buscado el retorno a una especie de normalidad, para otras no es ni fácil ni factible. Perrotta centra este dilema en otro personaje, el de Nora Durst. El esposo y los dos niños de Nora desaparecieron el 14 de octubre mientras cenaban. Tras una noche en la que baila con ella en un evento social (una estrategia para recuperar algo de ‘normalidad’), Kevin trata de acercarse a Nora - incluso hacen un viaje juntos a Florida - pero es ella la que decide que, puesto que no puede rehacer su vida, optará por reinventarla, hasta que un fortuito hallazgo lo cambiará todo.

The Leftovers tiene una dinámica estructura narrativa en la que Perrotta va alternando los personajes protagonistas del relato: uno pudiera sospechar que en parte pudiera estar escrita deliberadamente con esa estructura para poder ser adaptada más fácilmente a la pequeña pantalla. (Piensa mal y...)

A todo lo anterior hay que añadir la tensión y el enigma que rodean a un par de asesinatos de miembros de los Vestigios Culpables. Pese a que la narración nos da suficientes pistas sobre el segundo de ellos, el caso no queda aclarado. La implicación de Laurie en los entresijos del culto también añade sus buenas dosis de misterio.

Con todo, hay algo en The Leftovers que me ha parecido blando, artificioso. Si el mensaje que Perrotta pretende transmitir es que el ser humano no puede (ni debe) confiar en que formas o estructuras externas (la religión organizada es el caso más obvio: hacia el final de la novela, la dirección de los Vestigios Culpables empieza a exigir - a crear - mártires) le otorguen sentido a la vida, ese mensaje queda no solamente pobremente explicitado – y dudo que fuera ésa su intención respecto al lector medio estadounidense – sino un tanto toscamente diluido al no profundizar en las inquietudes y congojas de los que sufren.

Los que, tras una tragedia o una experiencia traumática, quedan con el corazón hecho añicos, luchan todos los días con sus demonios interiores, haciéndose preguntas que no tienen respuesta, tratando de exprimirle algo de sentido al sinsentido. Puede que sus inquietudes no sean las de otras personas, pero en ningún caso son superficiales.

Aunque en su resolución Perrotta deje algunos cabos sueltos, quizás sea inevitable que, como mandan los cánones de la industria literaria estadounidense, el desenlace de The Leftovers sea también poco más o menos un final feliz. No es, sin embargo, un final que deslumbre al lector.

5 abr 2012

Whisper her Name in the Wind

Spring Eucalypts-Templestowe, by Douglas Baulch, 1959.


Last year I entered this fairly long poem into a Bush Poetry competition. The guidelines provided this explanation about Australian Bush Poetry: “Australian Bush Poetry is … poetry with a good rhyme and metre, written about Australia, Australians and/or the Australian way of life.”
There are of course many poets whose main aim when writing is just to win prizes. There are those who write poetry and only as an afterthought, they might enter a competition.
The other day I was (yet again!) awake at 4 in the morning. I saw my 13-year-old niece was on Skype and sent her a ‘Hello!’ via the chat facility. She asked me what I was doing. ‘I’m writing’, I replied, ‘at least when I’m writing I don’t cry’. Some might think it’s a pretty crude reply to a 13-year-old: I don’t think so.
There is something mysteriously therapeutic about writing your grief out. Somehow it keeps you going, it can help you face the new day. At least, it works for me. It may not work for everyone, of course.
Anyhow, I hope you like ‘Whisper her Name in the Wind’, even if it was deemed to be undeserving of a Bush Poetry Prize.

El año pasado presenté este poema, bastante largo, a una competición de poesía del bush australiano. Las directrices proporcionaban la siguiente explicación acerca del sub-género, Australian Bush Poetry: “La poesía del bush australiano es … poesía con una buena rima y buen metro, que trata de Australia, australianos y/o el modo de vida australiano.”
Son por supuesto muchos los poetas cuyo principal objetivo al escribir es simplemente la obtención de premios. Hay también quien escribe poesía y, solamente como una ocurrencia ulterior, puede que presenten el poema a un concurso.
El otro día estaba (¡otra vez!) despierto a las cuatro de la madrugada. Vi que mi sobrina de 13 años de edad estaba en Skype, y le envié un ‘Hello!’ a través del chat. Ella me preguntó qué estaba haciendo. ‘Estoy escribiendo’, respondí, ‘al menos, cuando estoy escribiendo no lloro’. Habrá quien piense que es una respuesta un poco cruda para una chica de 13 años: no es esa mi opinión.
Hay algo misteriosamente terapéutico en escribir el dolor. De alguna manera te mantiene en marcha, puede ayudarte a encarar el nuevo día. Al menos, en mi caso, funciona. Por supuesto, puede que no funcione para todo el mundo.
En cualquier caso, espero que te guste ‘Whisper her Name in the Wind’ (Susurrar su nombre al viento’), incluso aunque no lo consideraran merecedor de un Premio a la Poesía del Bush.
(Por cierto, lamento no poder ofrecer una traducción al castellano y/o al catalán. Si alguien se anima a hacerlo, por mí, encantado.)

Whisper her Name in the Wind


Although born in a big city, she had always loved the farm.
She trod softly in the old house, ever filled with dust and charm.
Even as a baby she felt the distinctive warmth was there:
her own mum’s family’s place, all people who loved her and cared.

We used to walk across the green paddocks and go near the creek,
hand in hand, father and daughter, we would have a sticky beak.
We’d count Pa’s lambs and ewes, and wonder at Foxy the old horse,
whose many years she couldn’t count – they were too many, of course.

In clear but freezing winter days, when the sky was at its bluest,
we would walk out in the fresh breeze and set foot towards the west.
Seeing a skipping roo would give her a thrill and make her excited,
yet she was so scared of dogs she could grab my hand and bite it!

At lamb marking time, she’d be curious but kept her distance,
she still didn’t know farming is a tough means of existence.
Safely perched on a fence, she did not flinch at the bloody mess;
but then the dogs whirled into a frenzy: there’d be some distress.

As a toddler she’d always sit with many toys by the fire;
she loved being spoilt by Granma and Pa, who were by then retired;
many nights during school holidays she would stay at the farm,
for fresh clean air and country tucker never did any harm.

They were times of grand excitement, driving around in the ute,
yet she’d stay inside the cabin, and grin at Pa and salute;
three times per week the mail came, and it had to be collected,
she’d walk uphill with Granma, and they never felt dejected.


Of the three dogs on the farm, she thought Murphy was most gentle.
Good old sheep dog, Murphy knew his place and stayed in his kennel.
One day Pa asked Uncle Claydon to bring with him his rifle.
Murphy ended in a bag: in the bush this is but trifle.

She loved the bush, she loved the farm, the very place where her mum
had lived and grown up, and had fun as a child. A place, in sum,
where she felt she belonged, despite its many unseen dangers:
snakes, bushfires, spiders galore, perils to which we aren’t strangers.

Of all the incidents that happened to her the magpie swoop
was the most frightful. One arvo, she was leading their small group.
With her young twin brothers, she was playing near the old hay shed,
when a black and white feathered splotch swooped and pecked her in the head.

They all thought it hilarious, but she really had a big scare.
But there was worse: the bird had cut her. Blood was smudging her hair!
Her cries bawled across the valley, her tears flowed, her pain was clear;
once at home she’d tell us her story, and we’d just say, “Oh dear”.

These ancient Wirrimbi paddocks now seem sadder than ever:
the little girl who walked on them had her life cruelly severed.
Pa seems to have lost the plot (yet Foxy keeps trotting around!):
it makes no sense to him that his grandchild should be in the ground.

How can anyone understand that my six-year-old would die?
We were on a beach holiday when the sea covered the sky;
the waters wiped out everything, not a single house was left;
many people were injured, and more than one hundred were dead.


I am her father, a migrant, and have learned to love this land.
In the still mornings and evenings, when the gum trees I command
to whisper her name in the wind, my heart cries and I despair.
No one should go through such a loss. It is far too much to bear.

This land now wears a deep wound: no words can describe our sorrow.
Paddocks long for her giggle, the creek weeps, there’s no tomorrow.
She was as pretty as bush flowers, she could dazzle like snow.
We planted her own tree, a native; she’ll never see it grow.

There can be no greater sadness; there can be no harsher pain.
My girl won’t become a woman; she won’t tread these hills and plains.
There will be no more lazy days spent by the snug winter fire;
no more strolls down to the creek or getting stuck in old fence wire.

And so I pay her tribute, born and bred in this proud country:
Some lines of poetry one day you might read under a gum tree.

(c) Jorge Salavert, 2012.

4 abr 2012

The daily struggle - La lucha diaria




Us and them
And after all we're only ordinary men
Me, and you
God only knows it's not what we would choose to do
Forward he cried from the rear
And the front rank died
and the General sat, and the lines on the map
Moved from side to side

Black and blue
And who knows which is which and who is who
Up and Down
And in the end it's only round and round and round
Haven't you heard it's a battle of words
The poster bearer cried
Listen son, said the man with the gun
There's room for you inside

Down and Out
It can't be helped but there's a lot of it about
With, without
And who'll deny it's what the fighting's all about
Out of the way, it's a busy day
I've got things on my mind
For want of the price of tea and a slice
The old man died





Nosotros y ellos,
A fin de cuentas, solamente somos hombres normales
Yo y tú
Sabe Dios que no es lo escogeríamos hacer
¡Adelante! gritó desde la retaguardia
y los que estaban en primera fila murieron
el General se sentó, y las líneas del mapa
se movieron de un lado a otro

Negro y azul
quién sabe qué es qué, y quién es quién
Arriba y abajo
finalmente no hace otra cosa que dar vueltas
¿No lo han oído? Es una batalla de palabras
gritaba el hombre-cartel
Oye, muchacho, dijo el pistolero
Dentro hay sitio para ti

En la puta calle
no puede evitarse, se da con mucha frecuencia
Tener o no tener,

¿quién va a negarlo? De eso se trata la lucha.
Apártate, hoy estoy ocupado,
tengo mucho en qué pensar.
Por no tener suficiente para comer
murió el viejo...



Es una lucha, y es diaria. Nada más. Y después, no hay nada.

1 abr 2012

Abril: Pirates Bay

Pirates Bay, desde su extremo sur
La península de Tasman se encuentra en el extremo meridional oriental de la isla de Tasmania. Fruto del capricho de la naturaleza, esta península se halla unida a otra península, la de Forestier, por un muy estrecho istmo llamado Eaglehawk Neck (Cuello de halcón). Una breve mirada en Google Maps revela claramente lo insólito del lugar: tiene unos cuatrocientos metros de longitud y apenas treinta de anchura.


Dadas sus características realmente únicas, las autoridades penales británicas establecieron en Eaglehawk Neck un puesto de vigilancia para evitar las huidas de los presos del Penal de Port Arthur, unos kilómetros más al sur. Hubo algunos que lograron burlar a los guardianes cruzando a nado Pirates Bay, aguas muy frías y posiblemente infestadas de tiburones. La mayoría de los forzados no lograban atravesar la increíble barrera que Eaglehawk Neck representaba para ellos: además de los guardianes (hombres nada amables, cabe suponer) los británicos dotaron el puesto de perros entrenados para la caza.

Una de las historias más curiosas que cuentan del lugar es la de un convicto que intentó escapar de noche disfrazado de canguro. Vestido con la piel de un marsupial, imitando a Skippy, nuestro simpático amigo, dicen, se fue desplazando lentamente, dando saltos y deteniéndose a cada poco a “comer” hierba. La leyenda cuenta que se encontraba ya al otro lado de la cerca cuando terminó su aventura: uno de los guardias probó su puntería con la escopeta, y el convicto se entregó ante la sorpresa mayúscula de los guardias.

La innegable belleza del lugar no oculta sin embargo la dureza de las condiciones que soportaron los penados. La Historia todavía no ha juzgado con el necesario rigor el transporte sistemático de personas al otro confín del mundo que realizaron los ingleses. A fin de cuentas, en la mayor parte de los casos, se trataba de personas cuyo único delito fue el robo de alguna cosa de poca monta, además de ser extremadamente pobres (e irlandeses).

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