Mostrando entradas con la etiqueta música. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta música. Mostrar todas las entradas

6 may 2020

Estic escoltant/ Estoy escuchando/ I'm listening to... (1)


Today I bought this song. More relevant than ever.
M'he comprat aquest tema perquè em sembla més rellevant que no mai abans.

Cambios / Changes

What a shame people will not value
What they never fought for, yet they own. How sad
To see the faces of people who are lied to,
And trust their lot will improve
Yet this country has always been blind
There will be no Mar Menor or old age pensions
Immigrants are still called criminals
But in the football field they celebrate their goals
Get fined for smoking a relaxing weed
“Got nothin’ on me, get stuffed, Officer!”
He’s enraging the kids in the park
On the same might when a homeless man gets punched
The mobile phone won’t help me interact
But make me hate myself more, it’ll be too late
I want a planet that does represent me
It matters who I can count on, not the money they can count
Been waiting so long my hopes for the world to change
Have gone cold, but this will not change
We keep arguing while poverty increases
Give him more tobacco, get yourself a throat cancer
The Princess is well protected but not your daughter
Who will have to eat stale bread if the economy goes to the dogs
It is hard to bring food to the table
And there are those who bash their partner
Die, sonofabitch, die in jail
Like my head, in an eternal trip
While I’m driving, I gaze at the landscape
It looks sad, just like when you left
The 21st century, that’s our lot
Of the best life ever, the one we have not looked after
What we neither deserve nor appreciate
We get carried away, we have settled for this
I used think that is what people cared about
To be able to breathe, polluted waters
People have been duped, they feel frustration
In Barcelona they have set up the barricades
Rocks fly over, dumpsters get burned
Yet the media have never had it better
You are the ones who have caused this hatred that is eating us up
The TVs are the ones winning this war
I’m the sole owner of my freedoms
When I have to I do my duties
I have no nation, I follow no colours
I’m not a thief like the Society of Authors
We’re up in the air, enjoy the trip
I carried no luggage, wasn’t in first class
Only the working class I brought along
They may vanquish me, but not my message!
A family evicted is a shame
While the banks own so many empty flats
Surviving on charity
And kneeling down before Felipe and Juan Carlos
Changes, I just want changes
But this is an uneducated, antiquated country
Replete with selfish people and low wages
Full of racists and corrupt officials
They hold the reins of your life
The planet suffers because of the food you need
Your belly’s already full
Breathe in this smoke and enjoy your exhaustion
Advocating that the innocent stay in jail
Is like advocating that the guilty remain free
People should get closer to each other
Peoples who do not know each other go into battle
Yet another day I get up apathetic
Knackered, hungover and anxious
I hold my head high with what my lot is
I try to contribute because that’s what I’ve been taught
They pay lip service to the Constitution
Though half of those who voted for it are now dead
In this country they want respect for the rules
But a dead man keeps ruling in the shade
Think about it
Just think about it

5 mar 2017

Reseña: Something Quite Peculiar, de Steve Kilbey

Steve Kilbey, Something Quite Peculiar: The Church, the Music, the Mayhem (Melbourne: Hardie Grant Books, 2014). 273 páginas.

Creo que sería en 1987 o 1988 cuando una compañera de trabajo llamada Lola me regaló una casete pirata de The Blurred Crusade. Era una banda australiana, me dijo, “seguro que te van a gustar”. Unos cuantos meses o quizás un par de años después (como a todo el mundo, la memoria me falla), The Church tocaron en Valencia, en lo que fue uno de los mejores conciertos de rock psicodélico que se recuerdan en la ciudad del Turia.

Indiscutiblemente, Steve Kilbey es el alma máter de The Church; el músico publicó hace un par de años esta autobiografía, un libro peculiar e inusual. El grupo (y Kilbey como solista) sigue sacando álbumes. La escena musical actual es, sin embargo, muy diferente de la de los años 80 y 90.

'Almost with You' fue siempre una de mis favoritas, y sigue siendo un temazo.

Kilbey emigró a Australia con sus padres cuando tenía tres años. Inicialmente vivió en la región al sur de Sydney llamada Illawarra, pero unos pocos años después la familia se vino a Canberra. Compraron una casa en Lyneham, no muy lejos de donde vive ahora mi amigo Gustavo. Desde bien pequeño Kilbey destacó por ser un bocazas (según lo admite el propio autor) y por su dominio de la palabra. De hecho, en una de las más jugosas anécdotas de su adolescencia y juventud, Kilbey recuerda cómo llegó a competir (formando parte del equipo de oratoria de Lyneham High School) en la final contra un equipo de Sydney, en el que estaba un tal Malcolm Turnbull, a quien (según dice la prensa) no le valieron de mucho sus dotes oratorias en una reciente conversación telefónica transpacífica.

Hello? Donald? U still there? Hello...?!!
Como muchos rockeros, Kilbey no tuvo una formación musical ortodoxa: aprendió por sí mismo, y a los 16 años su padre le compró el bajo que Steve quería (en lugar de la más habitual guitarra eléctrica con la que molestar a los vecinos). Al poco tiempo le ficharon para un grupo, Saga, que versionaba cientos de canciones en bares, pubs y recintos similares de toda Canberra. Según confiesa Kilbey, ganaba casi tanto como su padre.

El grueso del libro se centra, no obstante, en The Church, desde su creación hasta la separación (provisional). Es un sorprendente relato en torno a lo que era la vida de un grupo de rock en los años 80: el proceso creativo de letras y música, las sesiones de ensayo, las sesiones de grabación, las discusiones y negociaciones con las casas discográficas, las giras, las noches de alcohol y drogas, el caos al que hace referencia el subtítulo del libro, los inevitables choques de personalidad entre los diferentes miembros de The Church.

'Under the Milky Way' fue sin duda el mayor éxito comercial de The Church. Kilbey ofrece una curiosísima historia en torno a su génesis y comercialización.

Kilbey lo narra desde un principio en un lenguaje coloquial. Va directo al grano y no tiene pelos en la lengua. Junto con su reconocida arrogancia, Kilbey muestra una enorme capacidad para la autocrítica. Es difícil dilucidar cuánto de lo que cuenta pueda ser fiable: el abundante uso de sustancias estimulantes no puede ser garantía de plausibilidad alguna. En particular, la adicción a la heroína (según dice, fue Grant McLennan quien hizo las presentaciones en Bondi) es un tema que Kilbey trata con enorme sinceridad y franqueza. Por ejemplo, cómo terminó en alguna ocasión huyendo de la policía a la carrera, o incluso acabó encerrado en el calabozo.

A quien le guste el subgénero de la autobiografía de las estrellas musicales, Something Quite Peculiar debería ser lectura obligatoria. Puede que The Church nunca llegaran al máximo estrellato que otras bandas alcanzaron en esas dos décadas prodigiosas – la competencia era mucha, y ciertamente muy cualificada – pero, a decir verdad, no son todos los que pueden llegar a contarlo. Steve Kilbey ha podido hacerlo; quizás incluso sea algo asombroso, teniendo en cuenta lo que se metió en el cuerpo.

Te ofrezco ahora el prólogo del libro, una de las mejores presentaciones de un libro que he leído en mucho tiempo. Dudo mucho que el libro llegue a ver la luz en español. Aunque nunca se sabe.
Corre el año 2010, y estoy aquí sentado en la ceremonia de ingreso en el Salón de la Fama de los ARIA [Premios de la Industria Discográfica Australiana]. Van a dejar que ingrese mi grupo, The Church. Incluso se han traído al famoso periodista George Negus para llevar a cabo el ingreso en ese salón inexistente. Me he sentado entre mi madre y mi hermano Russell. Estoy aquí a regañadientes, he de admitirlo. No estoy deseando que comiencen los actos. Por regla general no me gustan las ceremonias de entrega de premios. Siempre he sentido que no me hacían ninguna falta elogios empapados en alcohol para que se justifique mi contribución al rock australiano, sea lo que eso signifique, qué demonios. Pero aquí estoy, en una gran mesa en el Hordern Pavilion, tratando de arreglármelas con la no muy buena opción vegetariana del menú, y cuidando además de mi vieja mamá y asegurándome de que lo esté pasando bien. Hablo con todos los que se dejan caer cerca de la mesa a ofrecerme su enhorabuena. ¿Y sabes qué? Eso tampoco es santo de mi devoción… ¿Tanta palmadita en la espalda y todo eso? ¿Tanta farsa y presunción? ¿Qué tiene que ver eso con la música?
No, no he estado que llegase esto, de ninguna manera. Mi banda y yo hablamos mucho de ello entre nosotros: nos lo han ofrecido unas cuantas veces antes y lo habíamos rechazado, pero todos creían ahora que nos correspondía hacerlo. Así que aquí estoy. Todos los del grupo han dicho que no deberíamos hacer un discurso, de manera que no lo he preparado. Vale, eso era lo fácil, no tener un discurso…
Pero a medida que avanza la velada todos los otros nominados hacen discursos muy gentiles y reconfortantes, que suenan de maravilla. Y es cada vez más obvio que lo considerarán una grosería si no decimos al menos algo. No será suficiente dejar que la música hable por nosotros, tal como habíamos planeado. La ocasión exige un discurso. ¡Y va a recaer en mis huesudos hombros el pronunciarlo! Tim Powles (el batería y ‘el chico nuevo’ de The Church) se ha dado cuenta de exactamente lo mismo: hace falta un discurso. Me lleva a los camarines y me sirve un diminuto traguito de mi licor favorito: Unicum Zwack, de Hungría. Una gotita da para mucho cuando hay que refrescar una actitud.
“¡Vas a tener que decir algo!” me dice Tim. Sí, hay que joderse, tendré que hacerlo. La única razón por la que he venido es porque me dijeron que no tendría que dar un discurso, y ahora, cuando quedan apenas quince minutos, es muy evidente que se espera un discurso. Un discurso que sea divertido y cautivador, y todo lo que merece una ocasión como esta. Ligeramente animado por el Zwack, vuelvo a sentarme entre mi madre y mi hermano, y me pongo a pensar, intentando crear el discurso de agradecimiento perfecto. Se me termina el tiempo mientras trato de juntar en cinco minutos lo que debería haber preparado en los últimos cinco meses. Típico Kilbey, típico The Church. El tiro de gracia lo pone Lindy Morrison, una buena amiga y batería de The Go-Betweens. Me ve sentado ahí, boquiabierto, mientras intento mentalmente componer un discurso magnánimo y elocuente: “¡Será mejor que digas algo!” dice Lindy muy sensata.
“Claro”, le respondo, tratando de no hacer caso de su bienintencionada interrupción.
“¿Qué vas a decir?”, pregunta.
“Eee, no sé… algo”, dio en un murmullo, mientras trato de concentrarme.
“Pero, ¿qué va a ser?” me vuelve a preguntar.
“¡No sé! ¡Estoy intentando pensar en algo!”
Seguimos dale que dale un rato, hasta que veo que George Negus nos está señalando que subamos al escenario. Hay cámaras y focos, y gente que me estrecha la mano y me dan palmadas en la espalda. De repente estoy en el podio y me hacen entrega de mi premio, ese triángulo dorado; me giro hacia el público. Puedo ver a mamá y a mi hermano, que están preguntándose qué voy a decir. ¿Voy a echarlo a perder de manera descortés y desagradecida? Veo a otros músicos, managers, agentes, editores y acompañantes, y a los simples espectadores curiosos, que han pagado por entrar. Todos sentados, esperando que los últimos en subir se expliquen y acepten el premio. No hay manera de que les baste con un sencillo “Gracias”.
De manera que empiezo a decir lo primero que se me pasa por la cabeza, y sigo hablando unos quince minutos, y entonces paro. De algún modo, me pongo elocuente, y mis palabras les hacen reír y aplaudir y vitorearnos. Y en medio de todo esto, Michael Chugg, que fue nuestro manager una vez, hace una pregunta muy pertinente a gritos al notar la alegría y regocijo que está causando mi discurso. “¿Por qué no podías haber sido así hace veinticinco jodidos años?”, pregunta en medio de más risas.
Sí, es una pregunta muy buena. ¿Por qué le lleva a alguien tanto tiempo llegar a ser algo que podría haber sido todo el tiempo?  Chugg fue mi manager en mi fase de aislamiento, de confusión y malhumor, que precedió a mi fase arrogante y displicente, que dio paso a mi fea fase de yonqui, que a su vez engendró mi fase de familiar excéntrico: esa en la que me hallo ahora.
La respuesta a la pregunta de Chugg quizás se encuentre flotando en las páginas de este libro.

10 dic 2016

Reseña: Grant & I, de Robert Forster

Robert Forster, Grant & I. Inside and Outside The Go-Betweens (Australia: Penguin Random House, 2016). 339 páginas.
Hace la tira de años, un tema habitual de conversación entre amigos giraba en torno a cuál de los dos Beatles, Lennon o McCartney, era nuestro compositor favorito. Admito que, si en un principio las melodías de Paul me resultaron más pegadizas, a la hora de la verdad fue John el que ganó en esa competición inexistente.

La verdad es que lo mismo me podría haber ocurrido con The Go-Betweens, el grupo formado en Brisbane por Robert Forster y Grant McLennan a finales de la década de los años 70. Forster y McLennan fueron los dos compositores del grupo hasta la muerte del segundo en mayo de 2006. Dos tipos diferentes (uno alto, el otro bajo), dos personalidades bien distintas, dos formas de concebir la música, pero, tal como cuenta Forster en este libro, los dos compartieron una amistad a prueba de bomba.

Robert y Grant en Alemania. Fotografía de Barbara Mürdter.
Soy quizás (digo quizás porque las matemáticas nunca son perfectas en estos casos, pero las probabilidades son muy altas) la única persona que haya visto un concierto de The Go-Betweens en Valencia y en Canberra, con más de dos décadas de distancia entre ambos. Hubo otros dos conciertos (ambos acústicos) en Sydney antes de que se reformara el grupo como tal, y una hora de Grant McLennan en solitario con su guitarra, haciendo de telonero para una banda de ruido electrónico de finales de los 90 cuyo nombre no recuerdo, en un oscuro bar (un hotel, como los llamamos en Australia) del inner west de Sydney, en alguna parte de Parramatta Road.

Esta es, obviamente, la versión de Forster de la historia de The Go-Betweens. McLennan no podrá contar la suya, pero dudo que hubiera diferido mucho. Forster la narra con delectación, mucho humor y (es de asumir) grandes dosis de honestidad – puede que The Go-Betweens hayan sido el grupo de rock más infravalorado de la historia, y sin embargo, lo que queda muy claro con este libro es que sus dos fundadores supieron complementarse desde un principio.

Se conocieron en la universidad, en Brisbane. Estaban los dos matriculados en el mismo curso de literatura inglesa, y descubrieron que compartían gustos literarios y cinematográficos. Y todo lo que después sucedió bien podría no haber tenido lugar: “A principios de 1977 le pregunté a Grant si quería formar un grupo conmigo. ‘No’, fue su tajante respuesta.” (p. 86, mi traducción). Por fortuna, la siguiente vez que hablaron del tema, Grant aceptó. Ese mismo año formaron el grupo, y su primera actuación fue una pequeña revelación. Interpretaron ‘Karen’ ante una reducida audiencia que recibió el tema con entusiasmo.


“Un atento silencio se extendió por la sala cuando empezamos la canción, provocado por el ritmo hipnótico de su largo preámbulo; tuve la sensación de poseer una fuerza que no había conocido nunca en el momento de acercarme al micrófono para pronunciar las primeras frases: ‘I just want some affection/ I just want some affection/ I don’t want no hoochie-coochie mama/ No backdoor woman/ No Queen Street sex thing’.
Llevaba mucho tiempo esperando poder decir eso. Era esta la declaración de un veinteañero, un manifiesto antirockandroll en su rechazo a los clichés sexuales, con una referencia local, para más inri. Y seguía así: ‘Helps me find Hemingway/ Helps me find Genet/ Helps me find Brecht/ Helps me find Chandler/ Helps me find James Joyce/ She always makes the right choice’.” (p. 38, mi traducción)
Había nacido una pequeña leyenda, pero por aquel entonces ellos no lo sabían.

Naturalmente, el salto a Londres en la década de los 80 comprende una buena parte del libro. En una época en la que no existían las herramientas tecnológicas que hacen tan fácil la comunicación en 2016, marcharse a Londres a intentar abrirse camino en el dificilísimo mundo de la música joven de finales del siglo pasado fue toda una aventura. Los resultados fueron una de cal y otra de arena. Fue algo muy raro que no lograran ningún gran éxito que los encaramara a lo más alto de los superventas. La cuestión es: Sin dinero, ¿ya no hay rock and roll?

De los capítulos sobre sus años en Londres, se evidencia la insalvable dificultad de abrirse un camino fácil en el mundo del disco. Como tantísimos otros grupos, The Go-Betweens se pudieron ganar la vida con su música, y poco más. En algún momento llegaron a vivir en un squat londinense porque no podían pagarse un alquiler. La seguridad económica les fue esquiva, pero no creo que fuera por falta de grandes canciones. Desde ‘Cattle and Cane’ a ‘Streets of Your Town’, pasando por ‘Your Turn, My Turn’ o ‘Spring Rain', había calidad de sobra.
Cattle and Cane
Un momento particularmente significativo (obviamente memorable para Forster) se produjo cuando oyeron en el squat de Londres por primera vez su tema ‘Cattle and Cane’ en la radio de la BBC: “En nuestro improvisado dormitorio en una habitación detrás de la de las lesbianas, una mañana nos despertaron unos gritos: ‘¡Estáis en la radio! ¡Estáis en la radio!’ Acudimos a trompicones a la habitación frontal de la casa, donde pudimos oír cómo sonaba la parte final de ‘Cattle and Cane’ en el programa matinal de la BBC 1. ‘Hemos escuchado Cattle and Cane’, anunció una voz alborozada que yo no había oído nunca antes en relación con nuestra música, ‘de un grupo llamado The Go-Betweens. No sabemos nada en absoluto sobre ellos, pero nos parece que es un disco sencillamente ma-ra-vi-llo-so.’” (p. 120, mi traducción)

En la historia de The Go-Betweens que cuenta Forster son varios los hilos temáticos, entre ellos lo dificultoso que podía ser el génesis de una banda de rock como esta, la maduración de los jóvenes músicos hasta hacerse adultos y el peaje vital que pagaron en el camino (Forster descubrió que padecía hepatitis C, mientras que McLennan se dio al alcohol en exceso). Figura también el tema de lo que difícil que resulta para jóvenes sin experiencia en el showbusiness lograr el entendimiento con las casas de discos mientras aspiran a lograr el éxito que los llevará a la fama y el dinero.

The Go-Between Bridge en Brisbane rinde homenaje al grupo de Robert y Grant. Fotografía: Brisbane City Council.
Tratándose de una biografía, la narración es esencialmente linear, con muy pocos flashbacks o miradas anticipadas a los episodios que le ocupan en su historia. La autobiografía arroja mucha luz sobre las circunstancias que los llevaron a disgregarse a finales de 1989, y sobre los últimos meses de McLennan antes de su muerte por causas naturales.

Es un libro completamente imprescindible para quienes hayan disfrutado de su música y de sus letras. Lo que queda muy claro es que en el caso de Forster y McLennan, la combinación de sus talentos dio un resultado mucho mejor (y mayor) que la suma de sus logros individuales.

‘Streets of Your Town’ tenía realmente que ser un éxito. Todo el mundo nos lo decía. Habíamos firmado con Mushroom Records, el sello independiente más grande del país, y Kylie Minogue era otro de sus recientes fichajes. Hicimos no uno sino dos videoclips; el primero, el más extravagante de los dos, era el mejor, y atrapaba el carácter de la canción y del grupo. Lo hizo Kriv Stenders, quien mucho después haría el largometraje Red Dog [basado en la novelita homónima de Louis de Bernières]. El segundo fue un clip de alto presupuesto de una actuación en MTV para Capitol. Todo parecía encajar otra vez. Aunque puede que ‘Spring Rain’ sonara una pizca indie, y ‘Right Here’ demasiado artificiosa y con un exceso de percusión, ‘Streets’ era un tema infalible para todos los gustos – una melodía ridículamente pegajosa consagrada en una producción enormemente atractiva y cristalina. (p. 196, mi traducción)

25 oct 2014

Are musical preferences genetically influenced?

I honestly have no idea whether it is true or what it might mean, but here it is: there must be some genetic predisposition towards a certain type of melody. One of the little joys of driving on Turkish roads was the chance to listen on the radio to music you would never hear at home. Two catchy themes kind of grabbed our attention and remain in our minds even today, more than three weeks later.

My son O. and I like Işın Karaca’s (pronounced Ishin Karaja) ‘Az bi mesafe’. T. and O's twin brother J. say they like ‘Harika’ by Ozan Doğulu (featuring Ajda Pekkan & Kenan Doğulu) much better. Of course, we know not what the lyrics of either actually mean. ‘Harika’ means ‘wonderful’, while Işın Karaca’s song appears to mean something like ‘Less far’, ie, ‘A little closer’ (?). The choreography/design in both clips reminds me of many other European and American bands and/or soloists, and Işın’s in particular rings a bell, but I cannot recall which one it might be. Any help would be much appreciated!

 Az bi mesafe

 Harika
Which one do you like best (if any)?

19 may 2014

Tango Mundo: Fracanapa


Tango Mundo es una formación musical radicada en Melbourne, una exquisita mezcolanza australiano-argentina que lleva publicados varios CDs con interpretaciones de las composiciones del gran maestro Astor Piazzola. Tango Mundo lo componen Guillermo Anad (viola), Faye Bendrups (piano y voz) y Dave Evans (piano y acordeón). Los arreglos de las obras de Piazzola los ha realizado Guillermo Anad, musicólogo y compositor de origen argentino.


Parafraseando las palabras del hijo del maestro Piazzola, el gran logro de Tango Mundo es la amalgama de aspectos clásicos y populares de la música de Astor Piazzola, haciendo uso de una insospechada combinación, con solamente tres instrumentos: viola, acordeón y piano. Se trata de un enfoque novedoso, muy en la línea Piazzola.


El viernes pasado Tango Mundo hicieron la presentación de su último trabajo, Fracanapa, ante una nutrida audiencia en la capital de Australia, Canberra. Un concierto gratuito (cortesía de ANCLAS, el Centro Nacional Australiano de Estudios Latinoamericanos) de más de una hora,  con interpretaciones de una música que serena el espíritu turbado y entusiasma la quietud del corazón herido.



No hay, que yo sepa, ninguna otra formación musical semejante en todo el mundo. Escuchar a Guille, Faye y Dave interpretando la música de Piazzola, viviéndola con tanta pasión como mostrando su gran admiración por el autor, fue un verdadero privilegio, y como toda representación artística en vivo, absolutamente irrepetible. Menudo gustazo.

4 abr 2012

The daily struggle - La lucha diaria




Us and them
And after all we're only ordinary men
Me, and you
God only knows it's not what we would choose to do
Forward he cried from the rear
And the front rank died
and the General sat, and the lines on the map
Moved from side to side

Black and blue
And who knows which is which and who is who
Up and Down
And in the end it's only round and round and round
Haven't you heard it's a battle of words
The poster bearer cried
Listen son, said the man with the gun
There's room for you inside

Down and Out
It can't be helped but there's a lot of it about
With, without
And who'll deny it's what the fighting's all about
Out of the way, it's a busy day
I've got things on my mind
For want of the price of tea and a slice
The old man died





Nosotros y ellos,
A fin de cuentas, solamente somos hombres normales
Yo y tú
Sabe Dios que no es lo escogeríamos hacer
¡Adelante! gritó desde la retaguardia
y los que estaban en primera fila murieron
el General se sentó, y las líneas del mapa
se movieron de un lado a otro

Negro y azul
quién sabe qué es qué, y quién es quién
Arriba y abajo
finalmente no hace otra cosa que dar vueltas
¿No lo han oído? Es una batalla de palabras
gritaba el hombre-cartel
Oye, muchacho, dijo el pistolero
Dentro hay sitio para ti

En la puta calle
no puede evitarse, se da con mucha frecuencia
Tener o no tener,

¿quién va a negarlo? De eso se trata la lucha.
Apártate, hoy estoy ocupado,
tengo mucho en qué pensar.
Por no tener suficiente para comer
murió el viejo...



Es una lucha, y es diaria. Nada más. Y después, no hay nada.

30 mar 2012

La Suite Iberia de Albéniz, en Canberra


Guillermo González
La noche del jueves tuvimos la fortuna de asistir a un formidable concierto de piano organizado por la Embajada de España en Australia. El maestro Guillermo González interpretó para una reducida audiencia (la entrada era por invitación) la suite Iberia de Isaac Albéniz íntegramente.
A beneficio del público, González se tomó la molestia de ir explicando a su manera (no siempre fácil de comprender para los que no conocen España) en qué elementos y aspectos de la cultura fundamentalmente andaluza basó su composición Albéniz. Especialmente iluminadoras fueron sus referencias al estado físico y emocional del compositor en sus últimos años de vida, que queda perfectamente reflejado en la música.
Desde siempre, cada vez que asisto a un concierto de buena música, de música clásica, recuerdo el entusiasmo con que mi abuelo materno, Venancio, hablaba de sus compositores favoritos, de la pasión con que describía la música. Con frecuencia, y puede que sea ley de vida que esto nos suceda solamente muchos años después – cuando ya no están con nosotros – uno redescubre en ciertos aspectos de la niñez al abuelo como una persona realmente única, y por quien se siente, si cabe más profunda todavía, una postergada admiración.


Además del gusto por la música, mi abuelo me descubrió el mundo de la literatura y el gusto por los idiomas. Nacido en un pueblecito cercano a La Mancha conquense, mi abuelo Venancio – el ‘abuelito’ – desafiando todas las presiones contrarias imperantes en el régimen fascista de Franco, aprendió, gracias a su profesión de viajante comercial, la lengua catalana y la habló con mucho orgullo.
Mis hijos mellizos han empezado a asistir a clases de piano durante el primer trimestre del curso. En casa hay ahora un viejo piano que, arrinconado durante muchos años en la casa de mis suegros, se limitó a acumular polvo y fue brutalmente aporreado por muchas manos de niños. De hecho, a muchas teclas blancas les faltan trozos de marfil; pero ahora está ya afinado, y sus notas llenan una casa triste de sonidos amables y comprensivos, sonidos tiernos que nos hablan y a veces hasta reconfortan, a falta de otros sonidos más directamente humanos.
Anoche me resultó muy curioso escuchar con claridad las tonadillas típicas de Madrid en el trasfondo de ‘Lavapiés’, sonidos de otra época, de otro mundo, que hoy en día apenas se escucharían en Madrid si no es en forma un tanto estereotipada, para el entretenimiento de turistas guiris despistados.
Particularmente entrañable y misteriosa me resultó también la parte de la suite titulada ‘Albaicín’, donde el piano de González hacía brillar y tintinear en mis oídos las aguas del Genil y las aguas que discurren por los jardines del Generalife, en un mágico contraste con las guitarras flamencas que sonaban al otro lado del río. Anoche, ‘Albaicín’ me llevó de vuelta a una ciudad de la que en otro tiempo siempre dije que tenía la vista más hermosa del mundo. Desde entonces, he visto algunas que presentan una dura y seria competencia. Por apenas unos instantes me volví a ver como aquel veinteañero en Granada, un chico mucho más joven e ingenuo, un hombre sin las secuelas de la tragedia y el trauma, en la estimulante compañía de una persona de la que no he sabido nada en más de veinte años.
La realidad, sin embargo, recupera su papel predominante y su crudeza en nuestras vidas, y lo hace a través de la ficción. A la mañana siguiente, tras el concierto, he leído esto que cito, procedente de The Leftovers, de Tom Perrotta: ‘Apparently even the most awful tragedies, and the people they’d ruined, got a little stale after a while’. Apparently.

15 nov 2011

La milonga de una vida



La revista HermanoCerdo publica esta semana la crónica de un concierto que tuvo lugar en Canberra hace ya unas cuantas semanas. Un evento entrañable por muchos motivos, pero sobre todo porque supuso el descubrimiento de la voz de Faye Bendrups. Que nuestros amigos tenían talento lo intuíamos, pues nunca los habíamos visto actuar. Pero qué gran sorpresa es ver ese enorme talento en vivo...






Esta es la introducción a la crónica:


Supongamos que esta crónica comenzase hace tres años. Estoy en mi nueva oficina cuando suena el teléfono y una mujer, cuya voz no reconozco, me ruega que acceda a hablar con ella dentro de un par de horas. Me explica que alguien le ha dado mi nombre porque otro alguien (cobarde, anónimamente) ha acusado a su marido, un profesor argentino en la universidad, de falsear sus cualificaciones. Mi nombre salió a colación durante una charla porque otro alguien (digamos que este alguien es alguien “de peso”) también se ensañó conmigo, le han dicho. Naturalmente, le digo que sí, que venga. Que hablaremos.
Nunca imaginé que esa voz cantase como lo hace.



Tangomundo interpretan Roto (Canberra, 28 de octubre de 2011)

Puedes terminar de leer esta crónica en la revista HermanoCerdo, haciendo clic aquí.

'Roto', del libro Lalomanu (2010)

14 ago 2011

If music be the food of ...

Ricardo y John deleitaron al público tocando juntos una hermosa pieza que, por lo que me dijeron unas horas antes, apenas les había dado tiempo a ensayarla


El pasado viernes recibí en la oficina la visita por sorpresa de un amigo de Melbourne, el profesor John Griffiths, quien vino en compañía del afamado guitarrista Ricardo Gallén. Fue una agradable sorpresa, y pudimos charlar un rato antes de que se fueran a buscar el almuerzo (algo tardío) y a ensayar.

Sabía que John estaba en Canberra porque ya tenía en mis manos la invitación de la Embajada española, pero no me esperaba verlos aparecer por la oficina. Bromeamos un poco sobre los excesos que suelen cometer los músicos mientras están de gira, y fue un gran placer conocer a Ricardo, un andaluz universal y un músico excepcional.

Es la primera vez que escucho la música de Bach interpretada en la guitarra clásica. Y lo único que se me ocurre decir es que fue una absoluta maravilla. No solamente la suite de Bach, sino todo el concierto.

John Griffiths interpretó en la vihuela, el instrumento al que ha consagrado su impresionante vida académica, obras del Maestro Luis Milán, un músico valenciano del siglo XVI nacido en Masalavés, obras para laúd del italiano Spinacino y unas cuantas otras piezas de Luis de Narváez.

Por su parte, Ricardo Gallén nos deleitó primero con una Fantasía de Legnani, seguida de otras piezas cortas de Giulani, para terminar con la suite en mi menor BWV 996 de Johann Sebastian Bach.

La música alimenta el espíritu: pero festines como éste se dan en muy raras ocasiones. Toda una gozada.



Ricardo Gallén

Posts més visitats/Lo más visto en los últimos 30 días/Most-visited posts in last 30 days

¿Quién escribe? Who writes? Qui escriu?

Mi foto
Ngunnawal land, Australia