11 nov 2024

Reseña: The Last White Man, de Mohsin Hamid

Mohsin Hamid, The Last White Man (Londres: Hamish Hamilton, 2023). 180 páginas.

Abundan en esta época las grandes teorías “conspiranoicas” que individuos como el felón que ha sido elegido esta semana Presidente de los Estados Unidos alimentan con gran empeño pero sin evidencia alguna. Una de mis “favoritas” es la llamada Le grand remplacement, según la cual, y parafraseo Wikipedia, la población blanca cristiana occidental está siendo sistemáticamente sustituida por personas de otras razas no europeas​ a través de un proceso que comprende, entre otros factores, la inmigración y el desplome de la tasa de natalidad de las poblaciones de los países ricos de Occidente. Como si las grandes migraciones de la población blanca occidental de los siglos XVIII, XIX y XX nunca hubiera ocurrido. En fin.

Esta nouvelle de Hamid plantea esa situación en la forma de una (¿impertinente? ¿inquietante? ¿absurda? Elige el adjetivo que prefieras, o incluso los tres) alegoría, comenzando por el día en que uno de los dos protagonistas, Anders, descubre al despertar que ya no es blanco, que su piel ha oscurecido y que, por lo tanto, ya no pertenece al grupo étnico que hasta ese momento se identificaba como dominante.

Su primera reacción es violenta: le gustaría matar la imagen de sí mismo que contempla, atónito, en el espejo. Incluso el gerente del gimnasio donde trabaja le comenta que, si fuera su caso, hubiera puesto fin a su vida. Luego está la reacción de su amiga, Oona, que acepta el cambio del color de piel de Anders con bastante entereza. El padre de Anders padece una especie de shock y la madre de Oona se declara completamente horrorizada.

Con una estrategia deliberada que hace ambiguos tanto el lugar como la época en la que transcurre la novela, Hamid pone en primer plano las cuestiones de la pérdida de identidad, la confusión y el duelo que ese proceso causa en la población blanca, que paulatinamente desaparece. La violencia se apodera de las calles y las noches; nadie puede comprender por qué su ciudad y su país se han transformado en un lugar tan diferente, donde la gente de piel oscura empieza a ser el grupo étnico dominante a medida que, conforme pasan los días, son cada vez más las personas que, al despertar,  descubren que ya no son de raza blanca.

Mientras lo leía, me dio la impresión de que The Last White Man estaba originalmente destinado a ser un cuento, una narración breve que el autor transforma en novela. Hamid recurre mucho a la repetición de palabras, escribe párrafos en los que las oraciones se superponen unas a otras quizás para acentuar la idea inicial.

Y a modo de conclusión, cuando el último hombre blanco deja de serlo, se restablece una suerte de normalidad. Que cada cual saque sus conclusiones.

Edvard Munch, Liklukt [El olor de la muerte]: 1895.

«Ahora, el padre de Anders rara vez salía de su habitación, y en ella había un olor, un olor que
él podía ver en la cara de Anders cuando su hijo entraba y a veces él mismo podía olerlo, lo cual era extraño, como un pez que notase que estaba mojado, y el olor que podían oler era el olor de la muerte, la cual el padre de Anders sabía que estaba ya cerca, y eso lo asustaba, pero no estaba completamente asustado de sentirse asustado, no, él había vivido durante mucho tiempo con miedo y no había dejado que el miedo lo dominase, aún no, y trataría de continuar haciéndolo, continuar no dejando que el miedo lo dominase, y con frecuencia no tenía las energías para pensar, pero cuando sí las tenía, el pensamiento de lo que hacía que una muerte fuese una buena muerte, y su sensación era que una buena muerte sería aquella que no atemorizase a su chico, que el deber de un padre no era evitar morir delante de su hijo, esto era algo que un padre no podía controlar, sino más bien que si un padre había de morir delante de su hijo, debía de morir tan bien como pudiese, hacerlo de tal forma que dejase algo a su hijo, que le dejase a su hijo la fuerza para vivir, y la fuerza para saber que algún día él mismo podría morir bien, como lo había hecho su padre, y así, el padre de Anders se esforzaba por convertir su viaje final hacia la muerte en un acto de entrega, en un acto de paternidad, y no sería fácil, no era fácil, era casi imposible, pero eso fue lo que se propuso intentar hacer, mientras conservase el juicio.» (p.113-4, mi traducción)

29 oct 2024

Reseña: Old God's Time, de Sebastian Barry

 
Sebastian Barry, Old God's Time (Londres: Faber & Faber, 2023). 261 páginas.

Tom Kettle, policía retirado viudo, pasa ahora sus días mirando el mar desde un pisito anexo a un castillo en Dalkey, en el extrarradio de Dublín. Su único vicio son los cigarros y la curiosidad por la gente que observa desde su balcon. Se está acostumbrando a la soledad y añora las visitas de su hija y las cartas de su hijo médico, que se fue a trabajar y vivir a los Estados Unidos. Un día recibe la visita (un tanto intempestiva, pues ya anochece) de dos colegas de la Garda, Wilson y O’Casey. El motivo es que los detectives están investigando un caso no resuelto de la década de los 60 que implicó a dos sacerdotes católicos acusados de violar a niños y niñas bajo su cuidado. Las denuncias cayeron en el saco roto de la jerarquía católica, pero uno de los dos pederastas (a los que Kettle y su colega por entonces investigaban) murió en circunstancias nunca aclaradas; el otro ha decidido recientemente elevar gravísimas acusaciones en torno al caso. ¿Quién lo ajustició? ¿En qué circunstancias? ¿Recuerda Kettle algo del caso que pudiera haber olvidado u obviado?

Cliff Castle, en Dalkey, le sirve a Barry para darle a Kettle un lugar donde sobrevivir a la tragedia y mimar su tristeza en la nostalgia. Fotografía de William Murphy.

Revolver en el pasado siempre resulta ser algo complejo y difícil porque la memoria nos falla a todos. Barry plantea una narración íntima, adoptando siempre el punto de vista de Kettle, que recuerda cómo conoció a June, su mujer, y la confesión que ella le hizo durante la noche de bodas: había sido víctima de abusos sexuales de un sacerdote. Como tantísimos niños irlandeses en su época, también Kettle, huérfano de padre y madre, sobrevivió a los maltratos de su infancia y entiende perfectamente el ansia de justicia que tiene June.

En Old God’s Time, Barry aborda el tremendo efecto que los traumas pueden tener sobre la memoria. No es que quiera revelar nada del desenlace, pero la manera en que Barry gestiona el progreso de la narración hacia el final de esta novela es, en una palabra, magistral. Aunque Barry va dejando caer algunas pistas aquí y allí, la realidad del dolor y el sufrimiento por los que ha pasado Tom Kettle solamente se hace manifiesto después de más de ciento cincuenta páginas. Tom Kettle se ha quedado completamente solo en el mundo: no solamente ha perdido a June, también perdió a sus dos hijos en diferentes circunstancias, nada agradables.

No sorprende, pues, que Kettle viva en una especie de fantasía, rodeado de fantasmas propios y ajenos, de visiones desdibujadas y recuerdos diluidos por el paso del tiempo. Y tampoco debería sorprendernos, pues, que en el desarrollo de la novela existan contradicciones, cronologías alternativas que chocan entre sí, un pasado que, idealizado o no, aprieta las tuercas del presente en el que tiene que sobrevivir Kettle. Es, en definitiva, la historia de la relación de Irlanda con los crímenes de la Iglesia Católica, asunto que otros autores irlandeses han novelado. Por ejemplo, Emma Donoghue y su portentosa The Wonder.

Me queda claro que este es un autor al que de verdad vale la pena leer. Ya me lo había demostrado en Days without End. La tensión narrativa en el caso de Old God’s Time gira en torno a la cuestión de si fueron Tom y June los responsables de la muerte del sacerdote pederasta. Barry, por supuesto, deja ese cabo suelto. Que cada lector construya su propio desenlace.

Old God’s Time se publicó el año pasado tanto en castellano (Tiempo inmemorial, en Alianza Editorial, traducida por Laura Vidal) com en català (Temps immemorials, a l'Editorial Proa, amb traducció a càrrec d'en Marc Rubió).

24 oct 2024

Reseña: The Palestine Laboratory, de Antony Loewenstein

Antony Loewenstein, The Palestine Laboratory (Melbourne: Scribe, 2024 [2023]). 265 páginas. 

Hay ocasiones en las que en mitad de la lectura de un libro se produce un suceso que otorga un significado especial a las palabras que has leído la noche anterior. Una de esas ocasiones me ocurrió mientras leía este importantísimo libro del australiano Lowenstein. Quizás haya sido profético o premonitorio. Quizás fuera simplemente la constatación de algo que, de algún modo, ya estaba, valga el juego de palabras, escrito. A la mañana siguiente de leer el párrafo que he traducido a continuación, la noticia en primera plana aquí en Australia era las explosiones cuidadosamente planificadas de los buscapersonas de muchos de los miembros de Hizbulá, que mataron a al menos 12 personas e hirieron a cerca de 2800.

«…Israel tenía la tecnología para competir con cualquier potencia mundial, y Pegasus [el spyware o software espía desarrollado por el Grupo NSO] era un juguete en comparación con lo que era capaz de hacer el estado judío. El poder de NSO y el estado israelí era casi imparable, atrapando incluso a Apple, que en 2021 se vio obligada a distribuir una actualización de emergencia de software para sus 1650 millones de usuarios después de que Citizen Lab descubriese una vulnerabilidad en su sistema operativo que NSO había explotado. A diferencia de muchos en los medios occidentales, Apple difundió un comunicado de prensa y apuntó directamente a una participación judía: “El Grupo NSO crea tecnología de vigilancia sofisticada y patrocinada por un estado que permite a su software espía altamente selectivo vigilar a sus víctimas». (p. 168, mi traducción; el subrayado es mío).

Este es un libro de periodismo investigativo de especial urgencia, pues día tras día, semana tras semana, el gobierno sionista de Netanyahu no solamente prosigue su violenta campaña militar en Gaza y el sur del Líbano contra Hamás e Hizbulá, sino que ataca también a las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU. Para los periodistas han cubierto estos conflictos, su trabajo está resultando ser extremadamente peligroso: más de 130 han sido asesinados por los militares israelíes.

Son dos las tesis principales que plantea (y demuestra) The Palestine Laboratory: por un lado, hay varias empresas israelíes con fuertes vínculos con el estado de Israel que exportan armas y tecnología a gobiernos autoritarios de todo el planeta, que las emplean en operaciones de represión y flagrantes violaciones de los derechos humanos contra sus propios ciudadanos.

Por otro lado, Israel utiliza a los palestinos que residentes en lo queda de Palestina como cobayas de un macabro laboratorio. La principal baza publicitaria que juegan las empresas armamentísticas sionistas en las exposiciones de armas y eventos similares es que sus productos han sido probados en combate. Esto es: Israel ha convertido su ocupación militar de Palestina en un negocio considerablemente rentable – a costa de las vidas de decenas y decenas de miles de personas, incluidos menores de edad. Motivos para sentir náuseas sobran.

¿Cómo es posible que un pañuelo se haya convertido en algo reprimible y condenable? ¿Hacia dónde vamos? La kufiya o kefiyeh palestina. Fotografía de Reina91.

El mundo debe comenzar a distinguir entre sionismo y judaísmo. Es urgente. Escribe Lowenstein: «Para alguien como yo, que lleva más de veinte años informando sobre Israel/Palestina, los sucesos del 7 de octubre [de 2023] y sus consecuencias han sido espeluznantes. Veo todos los días fotos y videos de palestinos muertos en Gaza. Esto se está haciendo en mi nombre, como judío que soy, y la gran mayoría de la comunidad judía instituida por todo el mundo ha respaldado sin reservas al gobierno de Israel».” (p. xvi del Prefacio, mi traducción).

El libro hace un repaso de todos los lazos que Israel ha tenido a lo largo de su corta historia con regímenes dictatoriales, antidemocráticos y sangrientos, desde el carnicero Pinochet hasta el apartheid de Sudáfrica, pasando por el Irán de Pahleví (¡Quién te ha visto y quién te ve!) y los brutales asesinatos de periodistas mexicanos.

Lowenstein lanza un aviso apremiante a la comunidad global. Si el ascenso del etnonacionalismo al estilo sionista persiste en este siglo XXI y, gracias a la tecnología de las empresas del espionaje y el armamento y el imparable progreso de la IA, se extiende a otras regiones, el panorama no será solamente desolador sino terrorífico.

The Palestine Laboratory lo publicó Capitán Swing este mismo año en castellano: El laboratorio palestino, con traducción a cargo de Gabriela Ellena Castellotti.

10 oct 2024

Kangaroo River Walk

Kangaroo River Fire Trail

A unos 15 minutos en coche de Kangaroo Valley, en la carretera del pantano de Tallowa (Tallowa Dam Rd) se encuentra la entrada a este paseo, que discurre completamente por un cortafuegos. El recorrido total (ida y vuelta) no llega a los 8 km. y se puede hacer en menos de 2 horas.

El punto final del recorrido es la orilla sur del Kangaroo River, afluente de otro río, el Shoalhaven, de corto trayecto, pues nace en la vertiente oriental de la Gran Cordillera Divisoria que recorre la larguísima costa este del continente australiano.

Pero si no apeteciera caminar, uno puede acudir a ese punto final por el afluente mismo. En la localidad de Kangaroo Valley (que, si no recuerdo mal, aparece nombrada por algún extraño motivo en Larva, el hermoso e indescriptible engendro literario de Julián Ríos publicado en 1984) se puede alquilar un kayak o una canoa y hacer un fácil descenso hasta ese punto.

¿El río de los canguros? Seguro que los hay, pero no se ve ninguno.

La pista es muy ancha y por lo tanto no está señalizada. El camino es plano al principio y, conforme avanzas en dirección al río Kangaroo, los eucaliptos son más altos. Hay un trecho en el que la pista desciende entre grandes rocas areniscas, algunas de ellas erosionadas hasta formar oquedades caprichosas. En el lado derecho del cortafuegos son claramente visibles las secuelas de los incendios del verano de 2019-20.

El agua de la lluvia, el viento y los siglos han horadado la roca, que habrá de romperse algún día, seguro.

Se puede acampar junto al río: de hecho, hay un WC cercano, de esos que no cuentan ni con agua ni con papel. Es un paseo ideal para los meses de verano porque puedes darte un chapuzón y refrescarte antes de volver al aparcamiento. El regreso, naturalmente, es cuesta arriba. Como siempre: Cuidado con las serpientes.

16 sept 2024

Reseña: La balada de los bandoleros baladíes, de Daniel Ferreira

Daniel Ferreira, La balada de los bandoleros baladíes (Bogotá: Alfaguara, 2019). 189 páginas.

En el primer capítulo de esta novelita (que aparentemente estaba ideada para formar parte de una pentalogía) Ferreira cuenta el atraco a una indefensa anciana en su domicilio. Los delincuentes son dos obreros, quienes un par de días antes habían abierto una fosa en el patio de la casa por encargo de la señora. Ellos asumen que la vieja va a sepultar su fortuna en el agujero y por eso acuden de noche a robársela.

Tras arrancarle la ropa con violencia y amenazar con violarla, los ladrones empiezan a perder la paciencia y los estribos: «La anciana tenía el rostro enflaquecido y sostenía una mirada dura dentro de las orbitas (sic) huesudas, pero nunca la vieron llorar. Ni un gesto ni una lágrima que delatara temor. Durante todo el asalto, de su boca marchita salió apenas un rumor de oraciones ininteligibles. Quizá fue eso lo que motivó en el de los pantalones desabotonados el impulso de matar, porque gritó que callara cuando se vio empujado por el otro a un lado de la cama y enseguida sacó el revólver y le dio dos tiros en el estómago “para que aprendas que Dios no existe, y si existe, dejó crucificar a su hijo sin misericordia”». (p. 10)

El párrafo anterior es una muestra del tono que va a asumir la voz del narrador: distante y despiadada en su fría descripción de las múltiples crueldades y brutalidades en las que incurren los distintos personajes, unidos en una maraña narrativa aparentemente desordenada, pero que, conforme uno avanza en la lectura del libro, va dotando de estructura, orden y lógica a la historia.

Son cuatro los personajes centrales de esta balada de asesinos. Escipión (alias Putamarre) escapa de sus orígenes de pobreza en busca de una fortuna esquiva y termina convertido en raspachín (recolector) de hoja de coca, luego reclutado a la fuerza por los paramilitares y finalmente completando su periplo vital hasta ser un bandido de poca monta. El segundo de esta colección es Malaver (alias Malaverga), quien necesita dinero para curar a su madre enferma de cáncer. Los otros dos personajes son harto extraños: “El enfermo”, un joven cojo y enfermo, obsesionado con su hermana, que encarna una imagen ideal a la que él nunca podrá aspirar. Finalmente, el Minotauro, el hijo discapacitado y deforme de una mujer abandonada por su marido. La mujer hace construir una jaula en su casa para mantenerlo encerrado y lejos de las miradas indiscretas de vecinos y conocidos.

El contexto es la Colombia de la larguísima y cruenta guerra civil que no termina de concluir. La violencia es en realidad la principal protagonista de esta balada: el sicariato; las masacres cometidas por bandas, guerrillas y paramilitares, cuando no los propios militares; la venganza que algunos personajes se cobran tras años de degradaciones y vejaciones. Ferreira recoge el habla popular colombiana y te obliga en ocasiones a buscar en el diccionario para asegurarte de entenderlo todo.

Una novela llena de episodios de crudeza y brutalidad que te deja la impresión de estar contada con absoluta sinceridad.

Gracias a Ingrid, la paisa más simpática de Medellín, por traerme este libro desde allá.

11 sept 2024

Reseña: Cloud Cuckoo Land, de Anthony Doerr

 
Anthony Doerr, Cloud Cuckoo Land (Londres: 4th Estate, 2021). 626 páginas.

Para quienes disfrutamos de los libros es grato leer novelas cuya trama gira en torno al aspecto físico de la literatura: el libro y su conservación. Si en la Edad Media eran los amanuenses quienes preservaban libros copiándolos de forma esmerada y minuciosa, hoy en día cualquiera puede acceder a una copia digitalizada de antiquísimos (o no tanto) volúmenes. Ello es posible en gran medida a las bibliotecas y quienes las regentan, los bibliotecarios, a quienes Doerr dedica esta intricada y deliciosa novela.

Cloud Cuckoo Land tiene una estructura que al principio te parece un tanto enrevesada. Son varias las tramas y ocurren en distintos momentos de la Historia. En primer lugar, la caída de Constantinopla (1452-53), con dos protagonistas: por un lado una joven costurera, Anna, quien en su afán por ayudar a su hermana enferma opta por entrar en una vieja biblioteca abandonada con la ayuda de un barquero y vender el producto de su saqueo a unos caballeros venecianos. Uno de los objetos de su botín es un libro viejo y algo enmohecido, que resulta ser la historia del pastor Etón y su búsqueda de una ciudad en el cielo, obra ficticia que Doerr atribuye a Antonius Diogenes, autor griego clásico que ciertamente existió. Y por otro lado, Omeir, el hijo de una pobrísima familia campesina al que reclutan para el asedio de la ciudad, junto con sus dos bueyes y que ayuda a Anna a escapar del infierno en que se convierte Constantinopla tras el ataque del ejército del sultán.

La segunda historia une a dos personajes muy diferentes. Tras ser hecho prisionero en la guerra de Corea, Zeno regresa a su pueblo de Idaho y acomete la traducción de un oscuro manuscrito que la bibliotecaria le da a conocer en versión digitalizada. Zeno aprendió griego clásico en el campo de prisioneros gracias a Rex, un estudioso ingles de la literatura clásica, de quien se enamora perdidamente. El códice, naturalmente, es el que Anna robó en el siglo XV. Completada su traducción y edición anotada, Zeno adapta la historia para que los niños de la escuela local la representen una noche en la biblioteca. Y es aquí donde esta trama enlaza con la de Seymour, un muchacho autista que se siente en casa en el bosquecillo detrás de su casa, donde vive un búho con el que congenia. Pero el bosquecillo es destruido por una empresa constructora: a partir de ahí, Seymour se convierte en un activista medioambiental, absolutamente extremista. Alentado por un grupo con el que solamente tiene contacto en línea, su primera acción será la de plantar una bomba en la biblioteca del pueblo.

No era estrictamente ficción, pero se le asemeja. Fragmento de la Epístola a los Romanos. 

La tercera línea argumental tiene como protagonista a Konstance, hija de dos científicos que se ofrecieron como voluntarios de un viaje sin retorno a bordo de una nave interestelar con destino a un planeta en una galaxia muy remota. El plan es perpetuar la civilización humana, pues la Tierra ha dejado de ser habitable. Cuando en la nave se declara una epidemia, el padre de Konstance la encierra en una sala. Konstance tiene acceso a la biblioteca de la nave (Sibila, prima hermana del HAL de 2001: A Space Odyssey) y empieza a indagar en la extraña historia que su padre le había contado sobre el pastor Etón y su larguísimo viaje en busca de la ciudad de las nubes, hasta encontrar la edición anotada de un tal Zeno.

Si todo lo anterior parece complicado, como un rompecabezas de muchas piezas que pudieran ser difíciles de acoplar, no temas: es un libro ameno y hermoso en ocasiones, y Doerr sabe cómo dotar de suspense a todas estas historias. Si fuese el caso que el autor busca enseñar algo, quizás se trate del hecho de que es fácil destruir un libro de papel (e incluso los libros digitales, que no están exentos de tal amenaza), pero las historias que pasamos de generación en generación perviven, pese a todo. Un gran libro: muy inspirador, te absorbe desde el principio.

Cloud Cuckoo Land se publicó hace dos años en castellano como Ciudad de las nubes en la editorial Debolsillo, con traducción a cargo de Laura Vidal Sanz.

16 ago 2024

60

 

The Hallmarks of Aging, © Rebelo-Marques, de Sousa Lages, Andrade, Ribeiro, Mota-Pinto, Carrilho and Espregueira-Mendes - edited by Palosirkka.

Sesenta. Sis dècades! 60 n.o. Es un buen innings, sin duda, pero siempre cabe la posibilidad de seguir acumulando puntos, o lo que es lo mismo, años.

De los 60 recién cumplidos, 32 los viví en España, la mayoría en València. 28 los he vivido en Australia: primero, Sydney, hasta finales del 2000. Luego, un año entero en una granja, en un remoto lugar escondido en las back roads entre Yass y Gunning, en Nueva Gales del Sur. De allí a Yass, una (relativamente) pequeña población de Nueva Gales del Sur a 45 minutos de Canberra. A finales de 2007 nos mudamos a Canberra, Ngunnawal Country, donde seguimos hasta ahora. Por cuánto tiempo más… ¿quién lo sabe? Los inviernos son un poquito duros en esta zona de Australia. Las casas no están diseñadas para afrontar temperaturas bajas y el costo de calentar una casa con cuatro dormitorios es cada vez mayor. Y se me hielan los pies, hostias.

Aunque en València alcancé logros profesionales importantes (colaborando en las traducciones del Instituto Shakespeare y consiguiendo que mi nombre apareciera en el BOE tras aprobar el examen de Traductor-Intérprete Jurado en 1992), en Australia hubo un cambio, por supuesto. De haber sido profesor de inglés durante años, me reciclé (¿o me reciclaron?) y pasé a ser profesor de castellano.

Profesionalmente, vivir en Australia hizo posible algunos hitos que en España nunca hubiera alcanzado. Los JJ.OO. de Sydney en 2000, para cuyo comité organizador trabajé como traductor durante diez meses. Varios puestos en diversas instituciones universitarias en Sydney y Canberra. Muchos años como tutor y examinador de lengua castellana para la empresa que hasta hace poco más de un año proveía los servicios de enseñanza de idiomas al Gobierno Federal. Mi desempeño como intérprete en dos de las rondas de negociaciones de un tratado de libre comercio y una visita de alto rango ministerial hace un par de años... Casi cuatro años en la Australian Academy of the Humanities. Las múltiples colaboraciones con Hermano Cerdo. Y el colofón: contrato de la FIFA en calidad de traductor durante el Mundial femenino del año pasado en Nueva Zelanda y Australia. ¡¡¡Golazo!!!

En resumen: Una vida profesional muy variada, relevante y dinámica; siempre colmada de quehacer. Y ahora… pues va llegando la hora de aligerar la carga laboral, me digo y me repito casi todas los viernes al terminar la semana. Y no termino de hacerlo del todo.

Muchos me aseveran que los 60 son los nuevos 50. “Nah, that’s just moving the goalposts”, I usually reply. Gracias a la natación, que practico religiosamente (siempre he querido poder emplear ese adverbio con algo que no sea para nada espiritual) de lunes a viernes a las 5:30 de la mañana, haga el tiempo que haga, he podido dominar una enfermedad heredada. Went undetected for years. Huge accolades then to one Dr Lad, who probably saved my life.

Si me preguntasen por los años venideros, respondería que es cierto, que sin duda alguna se ve un horizonte. And I would add: Let’s call it a sunset horizon. Això sembla una mica més poètic, no? Empiezan los cálculos financieros, que incluyen pensiones, ahorros, posibles ingresos en los próximos años, posible mudanza a otro lugar con un mejor clima… Y los planes: Viajes. Muchos viajes. Mentre el cos i la salut ho permetin… Y una certeza: Si uno se ha esforzado tantísimo para llegar a este escenario, no cabe hablar de privilegios, sino de recompensa.

Quedan ahí detrás varios libros traducidos, algunos ensayos y artículos, una mezcla de cosas, entre ellas algunos cuentos… y errores, por supuesto, como todos. Y por supuesto, un poemario de difícil lectura, con el que de algún modo conseguí no volverme loco, conservar cierta cordura necesaria para sacar adelante a dos chicos de cinco años..., and a few other poems: among them, some sonnets of which I am particularly fond and proud of. Está todo por ahí.

No social media – no effin’ Facebook, Instagram, X/Twitter... no mobile phone (yet)… Pero sí un blog, una pequeña puerta abierta al mundo, este que lees, donde generalmente escribo sobre lo que leo. Y aquí seguiré, mientras me queden cosas que decir. Si dentro de 10 años puedo escribir una entrada titulada 70… pues muy bien. The rest shall be silence.

8 ago 2024

Reseña: Homeland Elegies, de Ayad Akhtar

Ayad Akhtar, Homeland Elegies (Londres: Tinder Press, 2020). 343 páginas.

Hacia al final de esta novela, la segunda de Akhtar, tras parar a repostar en una gasolinera en una pequeña población de Wisconsin, al protagonista narrador y a su padre los insulta un joven estadounidense blanco porque han dejado el coche levemente mal estacionado. La discusión que sigue termina en un intercambio de insultos:

«Vete a tomar por saco», añadí mientras tiraba de la manilla de la puerta del conductor. La mirada refleja que eché para observar su reacción me reveló entonces algo de lo que no me había percatado hasta ahora: una correa que le bajaba por el lado del torso hasta un bulto recubierto de cuero en el costado.

Vio que había visto el arma y sonrió: «Qué ganas tengo de construyamos ese muro para no dejar entrar a bichos como vosotros». Lo que sentí en ese momento fue algo fugaz, pero nunca lo olvidaré. La visión del arma, la amenaza visceral y el miedo ancestral que desencadenó, la urgencia elemental de protegerme, la asimetría de nuestro poder en aquel instante: todo se combinó para encender algo en mi interior que nunca antes había experimentado. Quería matarlo. Pero la conciencia inmediata de lo indefenso que estaba para hacerlo me echó para atrás, de una manera que todavía hoy me consume, casi dos años después. (p. 307, mi traducción)

En un excelso ejemplo de la ahora muy denostada (desde ciertos círculos) autoficción, Akhtar crea un personaje narrador que se llama Ayad Akhtar, nacido en los EE.UU. de padres pakistaníes, y que como él es dramaturgo y también ha ganado un Pulitzer gracias a una obra de teatro. Homeland Elegies mezcla elementos de diversos géneros (la autobiografía, el teatro, la crítica cultural o el análisis histórico) en un texto con intenciones claramente perturbadoras. No deja títere con cabeza. Ni siquiera el protagonista a quien le presta su nombre sale indemne.

En su narración, Akhtar toca desde el descalabro socioeconómico y humano que supuso la Partición  y la llegada de sus padres al país hasta décadas más recientes en las que comenzó su declive económico y el paso a una oligarquía económica provocada por las políticas Reagan con sus efectos ‘goteo’ y la nefasta gestión propiciada por sus ideólogos, como Robert Bork.

El tema fundamental de la novela es el conflicto identitario. En un ejemplo demoledor para la engañosa noción del melting pot estadounidense, Akhtar cita al sociólogo alemán de origen judío Norbert Elias: «La mayoría establecida toma su propia imagen colectiva a partir de una minoría de sus mejores elementos, y moldea una imagen colectiva de los forasteros a quienes desprecia a partir de una minoría de sus peores elementos». (p. 139, mi traducción) Dice Akhtar el narrador de su vida que se encuentra marcada por un dilema irresoluble: es un musulmán que ya no practica – y mucho menos cree – en la religión, pero su identidad, en el seno del país donde ha nacido, está totalmente moldeada por el hecho del Islam que lo ha definido dentro de esa sociedad desde el 11-S.

Norbert Elias, una larga vida (1897-1990). Fotografía de Rob Bogaerts.

Es un libro irresistible. Tanto por la calidad de su prosa como por el evidente amor y gusto que el autor tiene por la lengua inglesa. Akhtar juega con nosotros los lectores, en tanto que plantea sucesos en la vida del protagonista que lo dejan moralmente maltrecho (la historia de cómo contrae la sífilis no tiene desperdicio). Además, a lo largo de la novela va plantando minas que pueden estallarle en la cara a un lector hipersensibilizado y emocionalmente endeble.

Y por supuesto, la historia que su padre cuenta sobre Donald Trump. Pero de eso prefiero no darte ninguna pista.

«[…] Todo giraba en torno a hacerse rico. Al menos, los republicanos eran honestos respecto a ello. Mike veía un país donde la gente era más pobre, donde les mentían, donde sentían que sus vidas eran más mezquinas, un lugar en el que no tenían ni idea de cómo cambiar nada. Habían tomado la decisión sin precedentes de poner a un intelectual negro en el cargo más alto del país, un hombre que prometía cambios pero que ofreció muy pocos, cuya indudablemente sincera preocupación se vio empañada por su arrogancia, quien se enorgullecía de su estatus de celebrity de la cultura popular al tiempo que lamentaba un sistema cuyas disfunciones políticas le impedían ejercer el liderazgo. La victoria de Obama había resultado ser poco más que simbólica, acelerando simplemente el colapso de nuestra nación hacia una autocracia corporativa, y sus fracasos habían elevado las apuestas de forma inconmensurable. La mayoría de los estadounidenses no podrían hacer frente a sus gastos semanales en el caso de sufrir una emergencia. Tenían razones sobradas para estar asustados y enfadados. Se sentían traicionados y querían destrozar algo. El estado de ánimo nacional era hobbesiano: desagradable, embrutecido, nihilista; y no había nadie que mejor encarnara todo esto que Donald Trump. Trump no era ninguna aberración ni una idiosincrasia, según lo veía Mike, sino un reflejo, un espejo humano en el cual ver todo aquello en lo que habíamos permitido convertirnos. Por supuesto, uno podía leer metáforas en ese individuo: un magnate del sector inmobiliario, racista sin reservas, que encarna el auge de los derechos patrimoniales de los blancos; un idiota ensimismado que personifica la auto-obsesión y el narcisismo desenfrenados que nos hace a todos más estúpidos cada día que pasa; una codicia y corrupción tan manifiestas y endémicas que sólo podía entenderse como la expresión desmesurada de nuestros más profundos deseos: Sí, podía interpretarse a ese hombre como si se tratase de un símbolo que ha de ser descifrado, pero Mike creía que era algo mucho más sencillo. Trump había percibido el estado de ánimo nacional, y su genio particular fue una necesidad de atención tan cobarde, tan implacable, que estaba dispuesto a pintarse con todos y cada uno de los matices de nuestra fealdad, ¡y a la mierda las consecuencias!». (p. 242, mi traducción)

Publicado en castellano por Roca Editorial en 2021 como Elegías a la patria, con traducción a cargo de Elia Maqueda.

1 ago 2024

Reseña: Our Moon, de Rebecca Boyle

Rebecca Boyle, Our Moon. A Human History (Nueva York y Londres: Sceptre, 2023). 313 páginas.

Uno de los primeros recuerdos televisivos que conservo (obviamente reforzado o posiblemente distorsionado por posteriores visualizaciones del suceso en la caja tonta) es el alunizaje del Apolo XI y el paseo espacial de Armstrong y Aldrin el 21 de julio de 1969. Estaba a pocas semanas de cumplir cinco tiernos añitos y realmente no podía comprender nada de lo que estaba viendo. El satélite sigue ahí, a unos 384 400 kilómetros de distancia, y continúa influyendo de múltiples formas en la vida en este planeta en el que vivimos.

Ahora, más de cincuenta años después de aquel hito que ya había previsto (a su manera) Jules Verne, la Luna sigue jugando un papel en mi vida: cuando se acerca la primavera austral y comienza a ser tiempo de sembrar hortalizas, consulto el calendario lunar y estoy atento a sus fases. Sembrar las semillas de zanahoria al final de la luna nueva suele ser garantía de éxito.

Our Moon es un libro realmente ameno, completo en la información que proporciona al lector. Supe de él a través del programa de radio australiana Late Night Live. Boyle no abusa de la erudición científica, pero la información que ofrece es impresionante. Lo hace convirtiendo el libro en una especie de cuaderno de viaje para el lector que quiera viajar a la Luna gracias a su lectura.

Está dividido en tres secciones. La primera cubre la cuestión del origen o la creación de la Luna, nuestro único satélite. La teoría más extendida y plausible (aunque no totalmente demostrada) es la de la colisión de un enorme asteroide con la Tierra hace trillones de años. La composición química de muchas de las rocas que los astronautas han traído de regreso a la Tierra ha provocado cambios en las teorías de muchos científicos. Persisten las dudas.

Boyle describe cómo sería estar en la superficie del satélite. Lo que verías, oirías, palparías y olerías en la extraña superficie estéril y polvorienta de la Luna. Una quimera que ninguno de nosotros podremos llevar a cabo. Ni ganas, dirán algunos.

Ella Fitzgerald, Blue Moon

La segunda parte del libro explica el papel crucial e imprescindible que la Luna en la aparición de la vida aquí donde vivimos. Hace alrededor de 400 millones de años, la fuerza de las mareas eran mucho mayor, igual que su frecuencia. El día terrestre era más corto (la Tierra, en su rotación, tiende a ralentizarse) y la Luna estaba más cerca. Las mareas eran extremas y podían desplazar las aguas del océano hasta cientos de kilómetros tierra adentro. La vida surgió en esas zonas intermareales, y los organismos que, gracias a su evolución, podían respirar fuera del agua se adaptaron a vivir fuera del agua. El resto, como dicen, es historia.

También en esta segunda sección, Boyle repasa la influencia de la Luna en las múltiples civilizaciones humanas surgidas desde el paleolítico hasta la era moderna. Los primeros calendarios fueron lunares. El tiempo se medía según las fases de la Luna, muchas religiones y culturas estaban basadas en la presencia constante de ese cuerpo celestial en el firmamento y su reiterada trayectoria de aproximadamente 28 días terrestres.

Por último, en la sección final, Boyle hace un repaso del estudio científico del satélite, desde la observación prehistórica hasta las misiones tripuladas como la de aquel mes de julio de 1969, pasando por los descubrimientos de Galileo, Copérnico, Kepler y muchos otros. En años recientes han sido muchas las misiones no tripuladas que han alunizado. Solamente este año hay programadas diez misiones, algunas de empresas privadas. Para Boyle, es motivo de preocupación que se considere la Luna un posible lugar para la explotación minera, o como un futuro vertedero de productos hechos en la Tierra. El reciente descubrimiento de una profunda sima en la superficie lunar que podría albergar una futura base hará que aumente en ella esa inquietud.

Contemplar el amanecer de la Tierra desde la superficie de la Luna sería una experiencia única y, sin duda alguna, maravillosa. Esta imagen fue tomada el 12 de octubre de 2015. 
En las noches de verano seguiremos disfrutando de su luz y de la aparición de la luna llena por el este. Siempre ha estado ahí, en el cielo, y salvo que ocurra una catástrofe, ahí continuará, haciéndonos compañía.

26 jul 2024

Reseña: Africa is not a Country, de Dipo Faloyin

Dipo Faloyin, Africa is not a Country: Breaking Stereotypes of Modern Africa (Reino Unido: Harvill Sacker, 380 páginas.

Ahora que el neofascismo europeo en general y el español en particular la ha tomado con los jóvenes africanos que lo arriesgan todo por llegar a Europa y cometer el delito de querer una vida mejor, Señoría, yo los obligaría a todos ellos a leer este libro. La cosa es que uno duda, en todo caso, de que su lectura les vaya a ser de provecho, tan empecinados están en sus falsedades y tan abrazados están a la farola del racismo y la xenofobia.

Allá por los inicios de la década de los 90, cuando yo me ganaba los cuartos trabajando como intérprete en los tribunales y juzgados de mi ciudad, la meua València, recuerdo una demencial vista, celebrada al mediodía de un lunes de agosto tras un finde calurosísimo, en la que su Señoría quería tomarle declaración a un joven subsahariano, que había pasado todo el fin de semana en una celda. Habiendo casi terminado el trámite de la declaración y mi faena en aquel inmundo lugar, y en el momento en que se llevaban al reo, su Señoría dejó escapar una execrable sentencia que ha quedado marcada, indeleble, en mi memoria, y a la que a veces me he referido en algunos de los muchos talleres que he impartido sobre traducción e interpretación en estas tierras australianas. Dijo su Señoría: «¡Cómo apesta este negro!» Ahí te la dejo, para que extraigas tus propias conclusiones.

Que África no es un país es algo evidente, pero Faloyin elige ese título por razones también evidentes. Desde Occidente se suele aplicar sobre el continente un prisma que genera burdos estereotipos, muchas inexactitudes y exageraciones que aprovechan nuestra ignorancia, al tiempo que ocultan la realidad histórica de una colonización brutal cuyas nefastas consecuencias persisten hasta nuestros días.

En un prólogo y ocho capítulos, Faloyin trenza una perspicaz visión de diversos aspectos de la narrativa occidental prevalente sobre el continente africano que no solamente le irritan. Es más: sentencia que es urgente corregirlos y pone manos a la obra con este libro. Por ejemplo, la funesta, arbitraria creación de los estados actuales que las potencias europeas decidieron llevar a cabo en el siglo XIX, dividiendo territorios mediante líneas rectas o basándose sus propios intereses económicos. O también el expolio humano de la esclavitud y el artístico y cultural (se calcula que más del 90 % de los objetos y obras de arte de las culturas africanas habían producido antes de la invasión europea siguen en manos de museos y colecciones privadas fuera del continente africano – los griegos no son los únicos que siguen padeciendo la lacra del robo de su cultura).

Coproducción italo-alemana que nos endiñaron en TVE a los nacidos en la década de los 60. ¿Cuántos tópicos y estereotipos puedes detectar en tres minutos?

Otros capítulos están dedicados a cuestiones políticas: los diversos estereotipos del dictador africano, de siete de los cuales hace sobresalientes retratos. Especialmente significativos me han parecido las secciones dedicadas al síndrome de salvador blanco y la estrechez de miras que implica, y la centrada en el concepto e imagen de África que ha creado la industria cinematográfica de Hollywood, rociada con una deliciosa ironía en lo que es una sátira despiadada. Los dardos que lanza contra Bob Geldof y los muchos otros autoproclamados redentores son de los que hacen pupa.

Africa is not a Country es un examen juicioso, digno y experto de las complejas situaciones en las que continúan estando los pueblos y naciones africanas, que siguen existiendo al margen de las fronteras creadas por mandatarios occidentales que, en algunos casos, nunca habían puesto sus pies en aquellas tierras ni tenían conocimiento de la diversidad étnica, lingüística y cultural existente.

Máscara honorífica del antiguo reino de Benin, que sigue estando en el Museo Británico, en Londres.  
«Comencemos por donde el consenso es amplio: El 90 % del legado cultural material africano está guardado fuera del continente. La inmensa mayoría de estos objetos, que se cuentan por cientos de miles, posiblemente muchos más, fueron saqueados por medios violentos como consecuencia del expolio colonial. Poco después de su robo, a veces incluso el mismísimo día en que tuvo lugar, esos tesoros fueron vendidos por la fuerza invasora que había llevado a cabo la rapiña. Algunos de estos objetos terminaron en colecciones privadas, pero la mayoría de estos bienes fueron trasladados a museos. Y siguen estando en esos mismos museos. Los objetos que puedes ver en las salas y galerías representan solamente un porcentaje del número total de objetos que están en manos de los museos. El grueso de este rico botín ha quedado acumulado, oculto y encerrado en las bóvedas de las instituciones más ilustres del mundo occidental; bien lejos del alcance de visitantes, y ciertamente lejos del alcance de las naciones africanas a las que se los robaron – naciones que se han visto obligadas a implorar por sus tesoros durante más de medio siglo.

Entender esto solo puede llevarnos lógicamente a una pregunta de corte moral: ¿Cómo han justificado los museos el continuo acopio de tesoros que fueron robados a través de una deliberada campaña de violencia sistemática, y cuyos dueños han pedido constantemente su devolución desde que se los llevaron?

Pues de este modo: Los museos se han unido en una representación colectiva que enmarca el debate de la restitución como un enigma impenetrable. Es todo confusión por diseño. La realidad, nuevamente, es muy sencilla: Se mantiene el 90 % del legado material cultural africano fuera del continente. Fue robado mediante una campaña de violencia masiva». (p. 257-8, mi traducción)

23/09/2024: La editorial Capitán Swing lo ha publicado ahora en septiembre en castellano, con el título de África no es un país, traducido por Noelia González Barrancos.

18 jul 2024

Reseña: Son of Sin, de Omar Sakr

 
Omar Sakr, Son of Sin (South Melbourne: Affirm Press, 2022). 278 páginas.

En el transcurso de uno de los trabajos de interpretación que hice durante mis años en Sydney (insisto en escribir así el nombre de la ciudad aquí: la grafía «Sídney» es un error de chiste que se ha emperrado la RAE en mantener) tuve que llevar a un grupo de clientes españoles al centro de Auburn, uno de los barrios en la parte oeste de la metrópolis más multicultural de Australia. Los señores estaban hambrientos, eran ya casi las dos de la tarde (es decir, había pasado ya la hora del almuerzo) y Auburn era el lugar más cercano.

Para su desgracia, en Auburn solamente había tiendas de comida turca y árabe. Uno de ellos incluso se negó a bajar del taxi, por lo que ese día no hubo almuerzo. No hace falta que explique el porqué de su negativa, ¿verdad? Solamente añadiré que su plante incluyó palabras soeces y de clara inclinación racista.

En fin. El caso es que esta triste anécdota me sirve para presentar esta Bildungsroman australiana, tan peculiar e inusual. Peculiar porque la iniciación a la madurez del protagonista pasa por el descubrimiento de su homosexualidad a los 15 años durante el Ramadán, en medio de un entorno sociocultural extremadamente conservador y religioso, pero marginado por el sistema sociopolítico mayoritario blanco anglosajón.

Sakr estructura la historia en cuatro partes. Pasa de la adolescencia y la memoria de la niñez marcada por la ausencia de su padre turco, el maltrato sufrido a manos de su madre y su ulterior traslado a la familia de su tía, en cuya casa seguirá sufriendo duros castigos físicos, a su salida de Australia con destino a Turquía, en busca de una figura paterna y de una identidad que nunca podrá lograr, pues no domina la lengua.

Escrita totalmente en tercera persona, el punto de vista es siempre el de Jamal. Y es ahí donde Sakr podría haberse planteado una estrategia un poco más audaz para la novela: por ejemplo, si figurasen en primera persona las escenas de los encuentros furtivos de Jamal con el único amigo que consigue hacer en Turquía u otros episodios en la vida del protagonista, la obra tendría una rica variedad de enfoques y técnicas.

Con todo, Son of Sin deberá pasar a formar parte del elenco de esa subcategoría de la novela australiana contemporánea que profundiza en temas importantes para nuestra sociedad en estos tiempos tan turbulentos: ¿Qué representan la familia, la religión, el idioma de la diáspora o el origen étnico para ese sector de la sociedad que tiene que hacer el esfuerzo de reconciliar sus propias percepciones con la permanente sospecha a la que son sometidos? ¿Cómo armonizar las experiencias de marginación y racismo, la sensación de integración en una sociedad multicultural, la libertad que puede vivirse en ella y las presiones del conservadurismo y las tradiciones de la tierra de los padres que intentan replicar en Australia una forma de vivir que, en realidad, ha dejado de existir tanto en el espacio como en el tiempo?

Jamal, el hijo del pecado, encarna esa dolorosa pugna de forma personal e íntima tanto por el conflicto que implica su orientación sexual como por el hecho de haber perdido desde muy pequeño parte de una identidad propia.

Te dejo un fragmento de la novela traducido al castellano. En esta escena, Jamal y sus primos están viendo por televisión los sucesos de las infames Cronulla Riots de 2005 en un barrio del sur de Sydney.

Después

Es por esto por lo que lucharon nuestros abuelos, ¡no vamos a permitir que estos putos libaneses nos lo quiten! La multitud bramaba. Miles de blancos, con una cerveza en la mano, banderas australianas por todas partes, oleada tras oleada de piel rosácea y quemada por el sol, rodeaban un tropel de micros y grabadoras. No sois bienvenidos, ¡marchaos! Una cadena de blancos perseguía a la gente de pelo oscuro y piel aceitunada por las calles y por la arena de la playa. Los maderos escoltaban a las parejas de enamorados, agachados tratando de esquivar los botellazos, a los anglos revestidos de motivos australianos que les azuzaban y empujaban, la cámara se tambaleaba, chillidos de maldiciones que les caían encima como urracas y querían arrancarles la sangre de los oídos: ¡Iros a tomar por culo! ¡A tomar por culo! Estaban bailando y dando voces, estaban furiosos, pero había niños que les sonreían y mujeres que se reían, y entonces un hombre puso la cara justo delante de la cámara y gritó: ¡Iros a vuestra puta casa! Había docenas como ellos propinándoles una paliza a dos chicos morenos. Los maderos movían las porras, rociaban a todo el mundo con gas pimienta, trataban de hacer retroceder a la muchedumbre blanca. Iros a tomar por culo, ¡libaneses de mierda! Un corpulento policía, grande como un barril, atacó a los jóvenes, aplicando todo su peso sobre la porra y los hizo retroceder. Jamal, Moses y Jihad lo jaleaban desde la sala de estar de su Tía Rania. ¡Dales! ¡Dales una hostia! ¡Ese tío es un ídolo!, corearon.

¡Vinisteis de fuera, nosotros crecimos aquí!, respondían coreando los jóvenes anglos, como si el modo en que los padres de Jihad habían llegado se le extendiese a él y quedase para siempre clavado en el proceso de arribada. Tal como ellos parecían estar, todavía en sus blancos buques coloniales, aterrorizando una playa doscientos años después.

A Tía Rania no le gustó: ¿Por qué están haciendo esto? ¿Qué les pasa?

Es que ligamos con sus chicas, soltó Moses con una sonrisilla, y enseguida tuvo que agachar la cabeza cuando ella le arrojó la shahayta. ¡Guau!, dijo entre risas, pero cambió la expresión en cuanto ella se levantó con la otra sandalia en la mano, amenazándole. Ella tenía casi una sonrisa en los labios: la había lanzado como un aviso, como si estuviera pensándose si le iba a permitir ese descaro.

¿Guau? Te voy a dar guau, wulah. Se le echó encima, pero Moses se escabulló y salió por pies por la puerta frontal de la casa, riéndose. Siempre se escapaba. Incluso cuando le soltó un taco a su madre el año pasado, logró escaparse. Había vuelto sabiendo la que le esperaba, y la paliza que recibió fue conforme a sus expectativas. No había vuelto a vivir con Jamal y su mamá, como si estuviese probando cuánto tiempo podía mantenerse alejado, en qué medida podía vivir a su manera. Si guardaba la esperanza de que Hala cedería antes y le diría que volviese, Moses iba a morir esperando.

30 jun 2024

Broome, Australia Occidental

En Broome, ver el ocaso es un ritual. Puedes hacerlo desde un barquito de vela, montando un camello, tomando unas cervezas en Entrance Point o desde uno de los varios bares y restaurantes en Cable Beach.

Si ya de por sí las distancias en Australia hacen que muchos lugares resulten extremadamente remotos y aislados, la situación geográfica de Broome, en el noroeste del país, hace de esta ciudad un punto alejado de casi todo. Broome cuenta con una población estable de unas 30 000 personas (aunque el censo dice que son 15 000, algo que no cuadra con lo que uno ve); la ciudad más cercana en el mismo estado con más de 30 000 habitantes es Geraldton, a unas veinte horas en coche. Perth queda a un día entero de carretera, mientras que llegar a Darwin, en el Territorio del Norte, toma unas veinte horas de conducción monótona (y peligrosa por la noche, como atestiguan las numerosas vacas muertas al lado de la carretera tras haber colisionado con vehículos como los road trains, esos camiones articulados que fácilmente superan los 100 metros de longitud).

De manera que el mejor modo de viajar a Broome es en avión: unas cinco horas desde Melbourne, que tiene vuelo directo. Desde Perth es un paseíto de 2 horas y media. Así que paciencia, un buen libro y a dejar pasar las horas.

Llegar a Broome a última hora de la tarde es un regalo absoluto para la vista. Si no está nublado, desde el lado izquierdo del avión podrás disfrutar de una indescriptible paleta de tonalidades naranjas, rojizas, violetas y moradas.

En vez de ir a Cable Beach, mucha gente local acude a Entrance Point para ver el espectáculo diario del anochecer sobre el Océano Índico.

Una vez en Broome, te das cuenta de que el ocaso es una suerte de negocio turístico: Cable Beach, la playa en el costado occidental del casco urbano, se llena de gente minutos antes de la puesta del sol. La industria turística ofrece desde cruceros de unas tres horas para contemplar cómo la estrella más cercana al planeta desaparece por el horizonte del Océano Índico a paseos en camellos. Un kilómetro o dos al norte de las rocas que dividen Cable Beach en dos enormes segmentos, el lugar que solía ser la playa nudista de Broome se llena hoy en día de vehículos todoterreno que, en una especie de extraño culto completamente irrespetuoso con el medio ambiente, se alinean cara al mar para ver el crepúsculo.

Todo es un poco más caro en Broome. Es la tiranía de la distancia. Prácticamente hay que traerlo todo de fuera, y los fletes son altos. Incluso los combustibles son casi un 20% más caros que en la capital, por ejemplo.

En Gantheaume Point se han descubierto huellas de dinosaurios en las rocas que, cuando la marea es especialmente baja, quedan a la vista.
 
El visitante que tenga algo de curiosidad y se fije un poco constatará los diversos estratos socioeconómicos en esa región de Australia. Por un lado, la población indígena en la que se aprecia una clara distinción entre quienes tienen más que suficientes medios de subsistencia y quienes dependen de las ayudas económicas del estado. De otro lado está la población anglosajona local, que, por lo que no ha visto, cuenta con un alto poder adquisitivo. En medio están los numerosos trabajadores de la hostelería y los que tenemos la fortuna de estar allí de vacaciones; es decir, una población estacional y flotante. De entre los primeros pude charlar con algunos jóvenes mochileros, procedentes en su mayoría de Europa y Sudamérica, quienes por causa de las condiciones aplicables a sus visados trabajan en esta zona tan lejana del resto de Australia. Un subgrupo aparte lo constituyen los trabajadores de las islas del Pacífico, mayormente empleados en la hostelería. ¿Las kelis del Pacífico?

El mayor pub del centro de Broome es el Roey (the Roebuck Bay Hotel). Cada noche hay algo especial: Drag Bingo, Wet T-shirt o Infamous Sports Girls Night, entre otras. Detrás de la barra no hace nada de frío.
 
Además del sector turístico, Broome es el puerto de salida para muchas empresas mineras de la zona. Si a principios del siglo XX la ciudad era conocida por su industria perlífera, de ella hoy en día solamente parecen quedar tiendas y algunas pequeñas explotaciones en las afueras. Excepto cuando hace una indeseable visita algún ciclón en el verano austral, el mar apenas tiene oleaje, pues la plataforma continental se extiende muchos kilómetros desde la costa, y ello hace de la pesca deportiva una atracción para muchos.

Los manglares de Roebuck Bay en primer plano, la bahía al fondo en la marea baja.

En el centro de Broome se da una curiosa conjunción de lugares y propósitos: el edificio de los juzgados queda justo enfrente de la comisaría de policía y de la cárcel. No muy lejos hay actualmente un solar vacío cerrado por una cerca, en la que un viejo cartel señalaba el lugar como antiguo emplazamiento de un inexistente sober-up centre, instalaciones donde se ayuda y se trata a personas en grave estado de intoxicación.

El único cine en cientos de kilómetros a la redonda. Al aire libre, por supuesto.

Remoto y singular, Broome es un rincón de Australia perfecto para olvidar el frío que por estos meses nos recluye a muchos en el interior de las casas en la costa sureste. Como podrás ver en las fotos, tiene sus peculiaridades, además de espectaculares parajes escénicos y playas solitarias.

Beagle Bay, comunidad indígena autónoma unas dos horas al norte, en la península de Dampier, cuenta con una iglesia cuya decoración interior se basa en el nácar y las conchas de mar. El altar.

Una suerte de impuesto revolucionario plenamente justificado. El razonamiento es que quien quiera visitarlos, que les deje una ayuda que necesitan.

Los comerciantes del centro de Broome comentaban que, cuando llega una de estas miniciudades flotantes, las ventas crecen hasta un 50 %. Rumbo al norte y al crepúsculo, visto desde Entrance Point.

Gantheaume Point durante la marea alta.

"Her Rules, Her Game". Footy rules in Broome. As it should be.

Simpsons Beach es la playa oriental, ideal para ver el amanecer. Al fondo, el puerto.

© All photographs, T.H. Wykes (2024)

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