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11 nov 2024

Reseña: The Last White Man, de Mohsin Hamid

Mohsin Hamid, The Last White Man (Londres: Hamish Hamilton, 2023). 180 páginas.

Abundan en esta época las grandes teorías “conspiranoicas” que individuos como el felón que ha sido elegido esta semana Presidente de los Estados Unidos alimentan con gran empeño pero sin evidencia alguna. Una de mis “favoritas” es la llamada Le grand remplacement, según la cual, y parafraseo Wikipedia, la población blanca cristiana occidental está siendo sistemáticamente sustituida por personas de otras razas no europeas​ a través de un proceso que comprende, entre otros factores, la inmigración y el desplome de la tasa de natalidad de las poblaciones de los países ricos de Occidente. Como si las grandes migraciones de la población blanca occidental de los siglos XVIII, XIX y XX nunca hubiera ocurrido. En fin.

Esta nouvelle de Hamid plantea esa situación en la forma de una (¿impertinente? ¿inquietante? ¿absurda? Elige el adjetivo que prefieras, o incluso los tres) alegoría, comenzando por el día en que uno de los dos protagonistas, Anders, descubre al despertar que ya no es blanco, que su piel ha oscurecido y que, por lo tanto, ya no pertenece al grupo étnico que hasta ese momento se identificaba como dominante.

Su primera reacción es violenta: le gustaría matar la imagen de sí mismo que contempla, atónito, en el espejo. Incluso el gerente del gimnasio donde trabaja le comenta que, si fuera su caso, hubiera puesto fin a su vida. Luego está la reacción de su amiga, Oona, que acepta el cambio del color de piel de Anders con bastante entereza. El padre de Anders padece una especie de shock y la madre de Oona se declara completamente horrorizada.

Con una estrategia deliberada que hace ambiguos tanto el lugar como la época en la que transcurre la novela, Hamid pone en primer plano las cuestiones de la pérdida de identidad, la confusión y el duelo que ese proceso causa en la población blanca, que paulatinamente desaparece. La violencia se apodera de las calles y las noches; nadie puede comprender por qué su ciudad y su país se han transformado en un lugar tan diferente, donde la gente de piel oscura empieza a ser el grupo étnico dominante a medida que, conforme pasan los días, son cada vez más las personas que, al despertar,  descubren que ya no son de raza blanca.

Mientras lo leía, me dio la impresión de que The Last White Man estaba originalmente destinado a ser un cuento, una narración breve que el autor transforma en novela. Hamid recurre mucho a la repetición de palabras, escribe párrafos en los que las oraciones se superponen unas a otras quizás para acentuar la idea inicial.

Y a modo de conclusión, cuando el último hombre blanco deja de serlo, se restablece una suerte de normalidad. Que cada cual saque sus conclusiones.

Edvard Munch, Liklukt [El olor de la muerte]: 1895.

«Ahora, el padre de Anders rara vez salía de su habitación, y en ella había un olor, un olor que
él podía ver en la cara de Anders cuando su hijo entraba y a veces él mismo podía olerlo, lo cual era extraño, como un pez que notase que estaba mojado, y el olor que podían oler era el olor de la muerte, la cual el padre de Anders sabía que estaba ya cerca, y eso lo asustaba, pero no estaba completamente asustado de sentirse asustado, no, él había vivido durante mucho tiempo con miedo y no había dejado que el miedo lo dominase, aún no, y trataría de continuar haciéndolo, continuar no dejando que el miedo lo dominase, y con frecuencia no tenía las energías para pensar, pero cuando sí las tenía, el pensamiento de lo que hacía que una muerte fuese una buena muerte, y su sensación era que una buena muerte sería aquella que no atemorizase a su chico, que el deber de un padre no era evitar morir delante de su hijo, esto era algo que un padre no podía controlar, sino más bien que si un padre había de morir delante de su hijo, debía de morir tan bien como pudiese, hacerlo de tal forma que dejase algo a su hijo, que le dejase a su hijo la fuerza para vivir, y la fuerza para saber que algún día él mismo podría morir bien, como lo había hecho su padre, y así, el padre de Anders se esforzaba por convertir su viaje final hacia la muerte en un acto de entrega, en un acto de paternidad, y no sería fácil, no era fácil, era casi imposible, pero eso fue lo que se propuso intentar hacer, mientras conservase el juicio.» (p.113-4, mi traducción)

26 dic 2023

Reseña: Silence is a Sense, de Layla AlAmmar

 

Layla AlAmmar, Silence is a Sense (Londres: The Borough Press, 2022). 247 páginas.

El comienzo de esta novela es intrigante: la narradora observa atentamente las ventanas de las torres del complejo residencial en el que vive y te cuenta qué es lo ve en cada una de las viviendas; mejor dicho, te cuenta lo que hace cada una de las personas a las que ve al otro lado de la ventana. Así, el primer capítulo se titula ‘No-Lights-Man’, un vecino que «se cambia de ropa, se bebe unos refrescos y unas sidras, y funde un poco de queso sobre las tostadas, y todo sin encender las luces». (p. 1; todas las citas del libro están traducidas por mí). ¿Por qué mata el tiempo esta mujer vigilando a sus vecinos? ¿Tiene miedo de alguno de ellos?

Unos párrafos más adelante, la narradora nos dice que tiene una caja en su cabeza, donde guarda las cosas que le resultan ser demasiado, las cosas que no tienen sentido: «Imágenes y sonidos y olores y texturas que languidecen en cajas, atiborradas y escondidas, apiladas en una habitación en mi mente. Llenan todos los rincones, suben por las paredes hasta arriba del todo, caja sobre caja, hasta el techo. A veces esa habitación se ensancha y se hincha igual que el vientre de una parturienta. Sus márgenes punzantes hurgan en mi mente. Casi nunca hay tranquilidad en ese sitio». (p. 2)

La mujer es una joven siria, concretamente de Alepo. Ha llegado a una ciudad inglesa que la autora no identifica. Desde su llegada, ha comenzado a estudiar una carrera. Sabemos que no habla nunca con nadie en público y que no lo hace por decisión propia; además, noes religiosa: rara vez acude a orar en una mezquita cercana. Sin embargo, cuenta con un excelente dominio de la lengua inglesa, pues escribe, y mucho. Bajo el seudónimo de Voiceless, la joven firma sus artículos para una revista en línea. Son piezas tan expresivas y espléndidas, redactadas en un estilo que se acerca tantísimo a la perfección, que algunos de sus lectores la acusan de no ser una refugiada de verdad, de ser un engaño.

No es Khan Younis en diciembre de 2023, pero podría serlo. Alepo, octubre de 2012. Fotografía de Voice of America.

Una importante parte de la trama (si es que se le puede llamar así) de la novela la forma la correspondencia de Voiceless con Josie, la editora de la revista digital. Mientras que Josie quiere que la joven siria deje de personalizar sus columnas (lo que significaría estrechar ese túnel por el que Voiceless podría enunciar las múltiples formas que ha adoptado el trauma de sus últimos meses en Siria y su larga huida por Europa), la editora prefiere artículos menos politizados en torno a lo que significa vivir bajo el estatus de refugiado en la Inglaterra de la segunda década del siglo XXI. El trasfondo político lo marcan los entonces recientes atentados de Manchester, Londres o París, por ejemplo. Escribe Josie:

«Estimada Voiceless:

He esperado hasta después de publicar tu último artículo para enviar esto porque no quería que pensaras que yo esperaba que cambiases de opinión en base a lo que estoy a punto de decirte. […] Lo que quiero decires que me preocupa que estés pasando por alto la violencia muy real e inequívoca que ha estado teniendo lugar en Gran Bretaña en los últimos meses. Al hacer tu declaración sobre la islamofobia y los refugiados, etc., me temo que quizás estés subestimando la horrible violencia que está ocurriendo en nuestras calles. Entre algunos de los compañeros de la revista se extiende la sensación de que puede que estés trivializando, o incluso hilando muy fino, al hablar de este tema.

En estos ataques ha muerto gente de verdad. Gente de verdad con familia, que tenían sus vidas, sus trabajos y sus amigos. Gente que estaban aquí la semana pasada y ahora, de repente, ya no están. […]

Estas son algunas de las cosas a tener presentes cuando redactes tus artículos en el futuro» (p. 126-7).

De modo que cuando Voiceless comienza a contar su propia historia, a Josie se le atraganta: «Estas, sí quiero publicarlas. No me malinterpretes. Pero quizás podríamos mitigarlas un poquito, o simplemente centrarnos en un episodio y desentrañarlo para los lectores». (p. 166)

Como si se pudiera temperar el trauma de la guerra, del terror de la represión política. De lo que son y significan los bombardeos indiscriminados en un barrio de una ciudad cualquiera como Alepo:

«Los bombardeos con barriles te matan. Estos bombardeos infernales que arrasan tu casa, tu tienda de la esquina, tu escuela y esparcen en el viento a miles de personas en cientos de miles de fragmentos infinitos. Los francotiradores situados en los tejados del lugar de trabajo de tu madre o de tu padre. Los guardas carcelarios con sus barras de hierro que utilizan para meterte el sometimiento a través de la piel mojada. Los traficantes y contrabandistas, los hombres desesperados. Esas son las cosas que te matan.» (p. 163)

Todavía tienen bien agarradas las riendas del poder, cada uno a su manera. La foto es del 21 de noviembre de 2017. Fotografía proporcionada por Kremlin.ru a Wikipedia Commons.
Al poner de relieve el mutismo oral de la narradora ante la sociedad, AlAmmar construye un relato verosímil, porque el trauma se expresa a través del silencio, y éste es mucho más que el vacío que otros leen en él: el silencio es, en el caso de Voiceless, un acto de habla. La escritura, al fin y al cabo, es un acto comunicativo que exige tanto la observación del lector como su empatía. AlAmmar escribe desde la posición de la empatía. Poseer excelentes dotes de observación le permite elaborar la narración de Voiceless y presentarla repleta de recuerdos, todos teñidos de violencia, de representaciones incoherentes y cuadros desquiciados, pero cuando la joven siria encuentra momentos de paz al escribir, el lenguaje es lirico y político al mismo tiempo.

Si ya era un libro necesario cuando se publicó por primera vez en 2021, ahora, en este año 2023 que se nos va, pienso que Silence is a Sense resulta incluso más urgente y que debiera traducirse a tantos idiomas como sea posible.

12 jul 2021

Reseña: How to Kidnap the Rich, de Rahul Raina

Rahul Raina, How to Kidnap the Rich (Londres: Little, Brown, 2021). 292 páginas.

Esta divertidísima y cáustica novela es el debut de este autor indio. El narrador es Ramesh Kumar, cuyo humilde origen no concluye, como suele ser la norma entre las castas inferiores de la India, en la miseria. Y todo gracias a una monja francesa.

Huérfano de madre al poco de nacer, Ramesh crece a la sombra de un padre violento y alcohólico que hace todo lo posible por mantenerlo en la miseria mientras lo explota en su puesto de venta de té. Pero Ramesh tiene la fortuna de que Claire lo acoja y le dé una educación que ya quisieran muchísimos otros.

Ramesh, prepárale al señor un rico té, elaborado conforme a recetas milenarias...Fotografía de Satish Krishnamurthy, Bombay.

Ya adulto, Ramesh pone en marcha su negocio de consultoría educativa. Consiste en hacerse pasar por los hijos de las clases pudientes de Delhi en los exámenes oficiales, que determinan la jerarquía de acceso a universidades locales y foráneas y permiten mantener sus privilegios a las elites indias.

El problema se produce cuando Ramesh suplanta a Rudraskesh (Rudi para los amigos) en los exámenes y consigue para él unos resultados que le dan el número uno de esa promoción. Esa clase de hazaña supone que la fama es instantánea en la India. De la noche a la mañana será una estrella mediática. A Rudi le llueven las ofertas y Ramesh logra (haciéndoles chantaje a sus padres) convertirse en el manager de Rudi.

A Rudi lo colocan de presentador de un concurso televisivo bautizado como Beat the Brain. El dinero, todos lo sabemos, le puede hacer mucho daño a un joven adolescente, inmaduro y caprichoso. De manera que Ramesh va a tener mucho trabajo si quiere que todo vaya bien y el chiringuito dé sus frutos.

How to Kidnap the Rich se divide en dos partes. La primera narra la historia personal de Ramesh, cómo conoce a la monja Claire y, a pesar de los odios, desprecios y malas pasadas que le juegan diversos personajes de las elites de la escuela donde Claire le enseña, se abre paso en la vida.

La segunda cuenta en cambio los secuestros, las huidas, las interferencias políticas y las falsedades. Es un relato rocambolesco, caótico, alocado. Pero fluye con sobrada energía y humor. Dos muestras: La descripción de una silla en la que sienta un personaje: “… una silla, más blanca que un Panel occidental sobre la diversidad racial…”; y la reacción de Ramesh ante la descripción que hacen los padres de Rudi del muchacho: “… lo habían descrito como «un buen chico que necesita ayuda», pero acaso no reconozco yo una mentira tan grande como aquella de «los británicos solamente están estableciendo un enclave comercial» cuando la oigo.”

El debut de Raina es una excelente sátira de esa India que gobierna la ultraconservadora derecha de Modi y que en meses recientes estuvo en las noticias por las peores razones. Quizás hubiera sido una buena idea incluir un glosario de las palabras del indostaní y el urdu que el autor esparce en el diálogo, que sin duda forman parte del inglés local, pero no son reconocibles por un lector no iniciado, en especial insultos como bewaqoof, anpadh o bhosdike.

Los derechos para llevarla a la pantalla ya están vendidos, por cierto.

Delhi, la ciudad donde creció Ramesh.

“Ni siquiera tiene sentido describirme. Era un niño pequeño con unos grandes ojos marrones. Ahora soy más grande y todavía tengo unos grandes ojos marrones. En aquella época vestía vaqueros de séptima mano con agujeros en la entrepierna y caminaba con unas chanclas de plástico alrededor de las cuales me sobresalían los dedos de los pies. ¿Me entiendes?

Mi padre y yo vivíamos en apenas un cascarón de hormigón de una sola habitación, al final de un callejón que terminaba en otro callejón que daba a otro callejón, en ese lugar del que los guías turísticos occidentales decían que era la verdadera India, la de los montones de especias, mujeres con saris de color mango, hombres que huelen a aceite para el pelo y a incienso y que arrastran vacas detrás de ellos, bestias majestuosas y gordas; esa India en la que los turistas blancos se bajaban de sus jeeps con aire acondicionado y manifestaban que lo que veían y oían los dejaba abrumados.” (p.13, mi traducción). Fotografía de Vyacheslav Argenberg - http://www.vascoplanet.com/

22 jun 2020

Reseña: Friend of my Youth, de Amit Chaudhuri

Amit Chaudhuri, Friend of my Youth (Londres: Faber & Faber, 2017). 164 páginas.

Si vives en una parte del mundo distante de tu punto de origen, el regreso a tu ciudad natal siempre te plantea interrogantes, pero además le da alas a la nostalgia y te extravía. Te encuentras de pronto en rincones para los que no parece haber pasado el tiempo, y otras partes de la ciudad, novísimas o reformadas, te sorprenden y hacen tambalear tu sentido de la orientación y la memoria. Y en cierto modo, esa transitoria presencia física acentúa tu ausencia permanente.
"La rareza en el corazón del Parque Kamala Nehru es el zapato gigante. La cancioncilla infantil que te venía a la mente al verlo por primera vez cuando eras niño era "Érase una mujer que vivía en un zapato", y en la cabeza te creabas un mapa del parque de acuerdo a una lista imaginaria de moradas, entre las cuales estaba también la casa hecha de golosinas (de la cual Hansel y Gretel empezaban a comer trocitos tan pronto la encontraban). Nunca he entrado en el zapato. Tiene un piso de altura; la gente siempre se está subiendo a él." (p. 30, mi traducción). Fotografía de Nichalp.
Chaudhuri regresa en Friend of my Youth a su ciudad natal, Mumbai, a la que llama por su nombre colonial, Bombay. Este es un relato sin trama: el autor, Chaudhuri, que es también narrador, llega y se aloja en el club donde se alojó con sus padres en los últimos días antes de dejar la ciudad hace ya años. Va a presentar su último libro, y comprueba que la librería del Hotel Taj no lo tiene en sus estantes. Cambia unos zapatos que le compró a su madre en su zapatería favorita. Pasea por lugares que frecuentaba en su niñez antes de concederle una entrevista a un joven periodista y cenar con un conocido, el dueño de una librería.
¿Habríamos de eliminar también celebraciones del colonialismo como esta? Sería una destrucción absurda. Por favor, ¡esperen a que pueda visitar Mumbai! Gateway of India. Fotografía de Nahushraj.
Dicho así, uno puede crearse la idea de que lo anterior no puede ser en ningún caso ni el tema ni el argumento del libro. Y así es: no lo es. La visita a Bombay le sirve al narrador para rememorar a su amigo Ramu, quien esta vez está ausente de la ciudad, internado en una clínica de desintoxicación de opiáceos. Mientras el narrador negocia calles, plazas, edificios y carreras con taxistas que intentan detectar si pueden engañar al “extranjero”, su conciencia se ve asaltada por los recuerdos de su larguísima amistad con Ramu. El pasado se le hace presente gracias a la evocación de la amistad ante su ausencia.

Majestuoso. Hotel Taj en el centro de Mumbai. Fotografía de QuartierLatin1968.
Sin embargo, la impresión que me queda de la lectura de Friend of my Youth es que es la ciudad de Bombay/Mumbai la amistad que el autor añora más, en tanto que personifica la niñez y juventud del escritor. Hay además una recurrente remembranza del episodio más sangriento y trascendente en la historia reciente de la ciudad: el ataque terrorista contra el Hotel Taj en 2008:

“El silencio se ha restablecido tras su salida [de un grupo de visitantes al hotel]. Es aquí donde están las habitaciones. Silenciosas, muy silenciosas. Sin acceso para intrusos. Aquellos hombres se dirigieron a esta ala del edificio, por supuesto, y el juego del gato y el ratón duró cuatro días. Gente que huía, que se escondía, que moría, que cambiaba de ubicación a extrañas horas, guiada por empleados del hotel.

El circuito cerrado de TV captura instantes de lo ocurrido: los hombres armados, resueltos; los huéspedes y empleados que transitan a las tantas de la noche. Todos atrapados, dando vueltas en esta parte del hotel. La mala iluminación en el video del circuito cerrado de TV se hace eco del mausoleo por el que recibió su nombre: en el que los turistas rodean las tumbas de mármol, envueltas en la media sombra perpetua del duelo, allí donde no se les permite hacer fotos. En consecuencia, no hay evidencia de nuestra visita a las últimas moradas de Mumtaz Mahal y Shah Jahan. También las imágenes del circuito cerrado, cuando las ves, semejan ser una imposibilidad.” (p. 60-61, mi traducción)

Para tratar de entender cómo concibe Chaudhuri el acto de la escritura quizás valga la pena citar un extracto de una entrevista que le hicieron en la revista Los Angeles Review of Books (LARB) hace poco más de un año: “uno podría pensar que el trabajo del artista es el de producir una historia o un mundo, sea cual sea el término que usted prefiera — algunas personas piensan en términos de linealidad, de modo que prefieren la palabra ‘historia’; otros piensan en términos de lo espacial, como es mi caso, de modo que pensamos en términos de un mundo — sin embargo, pensamos que ese trabajo está, de alguna manera, separado de la persona que está ocupando o reflexionando sobre el proceso de la escritura o del mundo que esta crea, y ese es el trabajo del ensayista o el crítico.”

Tráiler de Hotel Mumbai (2018). Como película no es mala en absoluto. 
Parece evidente que la noción convencional de lo que debe ser novela o historia, tal como se suele entender, no es algo con lo que comulgue Chaudhuri, algo que se puede observar de la lectura de otras obras suyas, como Odysseus Abroad o Afternoon Raag, cuyos ámbitos narrativos se sitúan en Inglaterra. La autoficción sigue vivita y coleando, y en el caso de Chaudhuri, es una lectura agradable.

El autor que no es el autor. O lo que eso signifique. Fotografía de Biswarup Ganguly.
La edición de Friend of my Youth, en todo caso, habría ganado mucho con la inclusión de un glosario de términos habituales en el inglés de la India que no son habituales a los lectores en lengua inglesa de otras regiones globales, y un mapa del centro de Mumbai/Bombay también sería útil para quienes no hemos tenido la oportunidad de conocer la ciudad.

21 jun 2020

Reseña: Home Fire, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Home Fire (Londres: Bloomsbury, 2017. 264 páginas.

Al comienzo de esta séptima novela de Kamila Shamsie (en este blog puedes encontrar reseñadas cuatro de las seis anteriores: la dramática Burnt Shadows, la entretenida Salt and Saffron, A God in Every Stone y Kartography, que en su día me decepcionó) la joven inglesa de origen paquistaní Isma está en Heathrow a punto de tomar un vuelo intercontinental, de esos que se solía tomar antes del COVID, para comenzar su doctorado en Amherst. Su destino es Nueva York. Antes de permitirle abordar el vuelo, su equipaje es registrado con minuciosidad, y después es sometida a un interrogatorio que, como mínimo, es extremadamente indiscreto, y que incluye el siguiente intercambio:

«¿Se considera usted británica?», le dijo el hombre. «Soy británica.» «Pero… ¿Se considera usted británica?» «He vivido aquí toda mi vida.» (p. 5)

Durante muchos años Isma ha jugado el papel de hermana mayor, y también de madre y padre, de los gemelos (Aneeka y Parvaiz). La madre murió tras una enfermedad y el padre, yihadista de los locos carniceros de ISIS, murió mientras era trasladado a Guantánamo, tras ser arrestado en Afganistán. No es, por lo tanto, un entorno familiar ni feliz ni placentero. Sin embargo, Isma ha tratado desde siempre de criar a sus hermanos pequeños para que sean ciudadanos responsables y adquieran una buena educación.

De manera que cuando Parvaiz traba amistad con simpatizantes del DAESH y luego se marcha al norte de Iraq a ayudar a filmar las ejecuciones de los verdugos del autoproclamado califato, Isma no lo duda y pone sobre aviso a las autoridades. Ello le granjea el rencor inmediato de Aneeka, cuyo enojo se concentra en esa traición familiar, pero no alcanza a ver otro tipo de deserción mucho más grave: el compromiso de proteger a sus hermanas de todo mal.

En las primeras semanas de sus estudios en los EE.UU., Isma conoce a otro británico de ascendencia paquistaní. Eamonn es el hijo del Ministro del Interior del gobierno de Su Majestad, Karamat Lone. Aunque en esa primera parte Shamsie nos da a entender que Isma y Eamonn podrían haber llegado a algo más que una amistad, el hecho es que, en la segunda parte, es Eamonn quien toma la iniciativa de acercarse a Aneeka, a quien ya había visto en fotos. La gemela de Parvaiz decide emprender una arriesgada huida hacia adelante, enamora al hijo del ministro para poder utilizarlo luego como peón en una audaz estrategia: conseguir que el ministro ayude a Parvaiz a regresar indemne e ileso a Londres.

La tercera parte del libro se titula ‘Parvaiz’, y nos lleva a Estambul y a Raqqa. Testimonios y reportajes sobre el régimen de terror, brutalidad y fascismo religioso que los delirantes miembros de esa secta del fin del mundo impusieron en esa parte del mundo por espacio de unos años hay de sobra. En Home Fire, Shamsie apenas describe algunos incidentes y momentos que, como era de esperar, hacen que Parvaiz ponga pies en polvorosa tan pronto como le surge la oportunidad.

Pero escapar del integrismo y de la barbarie no es fácil. A Parvaiz (o Pervys) lo cazan en las calles de Estambul, justo cuando intentaba buscar protección. Y es ahí donde el tema clave de Home Fire comienza de verdad. El ministro toma la decisión de prohibir la repatriación del cuerpo de su hermano gemelo:

“Hace apenas unos minutos el ministro del Interior habló con nuestro corresponsal político, Nick Rippons, acerca de Pervys Pasha:
-      De modo que tenemos otro caso de un ciudadano británico que…
-   Voy a cortarte ahí, Nick. Como sabes, el día que asumí mi puesto tomé la decisión de revocar la ciudadanía de todas las personas con doble nacionalidad que hubieran salido de Gran Bretaña para unirse a nuestros enemigos. Mi predecesor solamente usó esos poderes de forma selectiva, lo cual, tal como he dicho en repetidas ocasiones, fue un error por su parte.
-          Y Pervys Pasha, ¿tenía doble nacionalidad?
-          Así es. De Gran Bretaña y de Paquistán.
-         Y en términos prácticos, ¿tiene esto alguna consecuencia, ahora que está muerto?
-          Su cuerpo será repatriado a su nación de origen, Paquistán.
-          ¿No será enterrado aquí?
-         No. No vamos a permitir que los que se alzan en vida contra el suelo de Gran Bretaña mancillen ese mismo suelo a su muerte.
-          ¿Han informado a su familia en Londres?
-         Ese es un asunto que corresponde a la Alta Comisión de Paquistán. Perdona, Nick, no tengo tiempo para más. (p. 188-89, mi traducción)

Es, por lo tanto, una recreación del dilema que enfrentó Antígona en el clásico de Sófocles. Aneeka tiene que elegir entre obedecer la ley de Tebas, que prohíbe enterrar a los traidores, y el precepto religioso que le exige enterrar a su hermano. Aneeka toma la decisión de ir a Karachi y acompañar el cadáver de su hermano hasta que se levante la prohibición de repatriarlo. Quiere, lógicamente, que Parvaiz sea enterrado junto a su madre.

“Karachi: autobuses de colores vivos y edificios insípidos, paredes repletas de grafitis, vallas publicitarias con anuncios de teléfonos móviles, refrescos y helados, pájaros trazando círculos en el cielo incandescente. Parvaiz habría querido bajar las ventanillas y escuchar todos esos nuevos sonidos, pero ella permaneció sentada en el coche, en un silencio que únicamente alteraban las rejillas traqueteantes del aire acondicionado, un silencio concebido no por ella sino por su primo, el guitarrista, que se negaba a explicar por qué al desembarcar la habían escoltado funcionarios del aeropuerto, que la habían trasladado en un vehículo a la terminal de mercancías, donde estaba él esperándola a recogerla en un coche beige que tenía en el parabrisas la pegatina que proclamaba su membresía de un club de golf. Parecía más adecuado para un hombre de negocios que para un músico.” (p. 208, mi traducción) Fotografía de Asjad Jamshed.
Home Fire es una intensa novela en torno a temas muy actuales: el conflicto entre estado e individuo, representado por el dilema entre la desobediencia civil y el cumplimiento de la ley al que individuos de un comportamiento usualmente íntegro se ven abocados cuando se enfrentan a la injusticia y a la intransigencia del político populista de turno. Una valiente propuesta que interroga acerca de qué debemos entender por identidad y por justicia. El desenlace es, en cuatro palabras, electrizante, dramático, inesperado y cruel. Como la vida misma.

26 jun 2018

Reseña: Selection Day, de Aravind Adiga

Aravind Adiga, Selection Day (Londres: Picador, 2016). 331 páginas.
Una costumbre muy australiana que he adoptado es la de sentarse delante en el taxi, en el asiento del copiloto, cuando eres el único pasajero. Esta práctica tan igualitaria y desembarazada te permite compartir buenas charlas con el taxista. Como por mi trabajo suelo tomar taxis al y del aeropuerto, en esos trayectos (que suelen durar casi media hora) coincido con muchos taxistas de origen indio. Y más tarde o más temprano terminamos hablando de cricket, la verdaderamente gran pasión deportiva del subcontinente.

A quien nunca haya oído hablar del cricket como obsesión de los más de 1.000 millones que viven en la India le recomiendo que busque – aunque sea sólo por pura curiosidad – los emolumentos que reciben los jugadores que participan en la IPL. No es de extrañar que los muchachos que malviven en los suburbios de las metrópolis indias sueñen con triunfar en el mundo del cricket, el (mal) llamado ‘gentleman’s game’. Uno podría nombrar como ejemplo la historia de un pelusa argentino artista con el balón, y cómo el dinero transformó su vida.

Radha Krishna y Manjunath son los dos hijos de Mohan Kumar, vendedor ambulante de chutney, venido de un entorno rural a Mumbai, donde se unió a la ingente marea humana que busca su suerte en la descomunal ciudad a orilla del Mar de Arabia. Los dos muchachos tienen talento para el cricket: su padre realiza ofrendas frecuentes al dios del cricket, y obliga a los dos adolescentes a entrenar día, tarde y noche, y a seguir absurdos hábitos de higiene y cuidado personal. Llegado el momento, vende el futuro de sus hijos con un contrato de patrocinio a un empresario de dudosa moralidad.

Complejo Bandra Kurla de Mumbai. Aviga lleva a Javed y Manju a pasar un buen rato. O algo parecido a un buen rato.
¿Dónde está la madre de los chicos? En su momento hizo las maletas y huyó de la crueldad y violencia del monstruo con el que se casó. Radha y Manju han crecido sin su madre, supeditados a las tiránicas imposiciones y castigos de un psicópata obsesionado con ganar dinero sacrificando a sus hijos.

La novela sigue los altibajos en la carrera de los dos jóvenes jugadores. Si en un primer momento Radha parece destinado a triunfar, es Manju quien finalmente se erige como gran promesa del cricket indio. Pero Aviga tiene otros temas en mente: el despertar de los adolescentes a la sexualidad. Manjunath Kumar entabla amistad con otro jugador, un musulmán de clase acomodada llamado Javed, cuya indiferencia ante el prospecto de alcanzar los laureles del éxito deportivo y su rechazo a las imposiciones paternas siembran la duda en el más joven de los hermanos.

Como hizo en The White Tiger, y en Last Man in Tower, Aviga realiza aquí una dura crítica de la India del siglo XXI, abarcando temas como la desigualdad social, la violencia de género, la religión y sus tabúes y dogmas represivos, o el descubrimiento de la sexualidad entre los adolescentes bajo la fuerza irreprimible de la cultura patriarcal en una sociedad sexista y misógina. La historia de Radha y Manjunath nos hace reflexionar sobre el porvenir que escogemos desde pequeños: ¿hay realmente opciones en un lugar como los suburbios pobres de Mumbai?

Sachin Tendulkar, el "pequeño Maestro" al que aspiran en convertirse miles de jóvenes jugadores en toda la India. El esbozo  es obra de Sohambanerjee1998.
Aviga crea personajes ciertamente plausibles, algunos llenos de contradicciones. Por ejemplo, un cazador de talentos apodado Tommy Sir, que reflexiona sobre el cricket en India en estos términos:
“Ay, mi tesoro, mi cricket. Amañado, hecho una mierda.
Tommy Sir podría haber roto a llorar.
¿Cómo fue que esto, nuestra armadura, el símbolo de nuestra caballerosidad, nuestro propio Roncesvalles, nuestra Excalibur, se haya transformado en lo opuesto, y se haya convertido en algo tan repugnante?” (p. 163, mi traducción)
Pues eso. Porque es el propio Tommy Sir quien deja a los dos jóvenes jugadores en las garras del inescrupuloso Anand Mehta y sucumbe a las exigencias del padre.

Está claro: quien no consiga triunfar como bateador para el combinado selecto de Mumbai siempre tendrá la posibilidad de conducir taxis en Melbourne, o Sydney, o Canberra (atención: modo sarcasmo: la mayoría de los taxistas indios en Australia con quienes he hablado son graduados, pero se ven obligados a tomar ese trabajo a falta de mejores ofertas.)

Aviga demuestra con Selection Day ser un autor mordaz, dueño de una inquebrantable mirada crítica, ducho en el uso del lenguaje para conseguir los efectos que busca. Aunque debido a su temática deportiva (un deporte totalmente desconocido en los países de habla castellana), dudo mucho que esta novela llegue a aparecer en el mercado latinoamericano. Lo cual es una pena.

20 may 2018

Reseña: Exit West, de Mohsin Hamid

Mohsin Hamid, Exit West (Londres: Penguin Random House, 2017). 229 páginas.
“We are all migrants through time.” (p. 209) Con esta frase concluye Hamid el antepenúltimo capítulo de esta original novela. Es innegable que, al nacer, todos nos convertimos en migrantes, pasando por el curso del tiempo. Los únicos que no completan esa migración son los que nos dejan prematuramente, antes de poder terminar ese viaje que llamamos vida.

El escenario inicial de Exit West es una ciudad anónima (si bien por la descripción que hace el autor uno se inclina por situarla en el país natal del autor, Pakistán) asediada por militantes sanguinarios. Los dos personajes, Saeed y Nadia, son jóvenes, tienen empleo – qué raro – y aspiran a construir un futuro. Saeed trabaja para una agencia publicitaria, mientras que Nadie lo hace para una compañía de seguros. Ambos asisten a uno de esos cursillos vespertinos de formación permanente que con frecuencia sirven más que otra cosa para que alguien conozca a otro alguien.

San Diego a la izquierda, Tijuana a la derecha. Decida usted, si le dejan. Fotografía: Gordon Hyde.
Y eso es exactamente lo que ocurre. Tras intercambiar unas pocas palabras, Nadia acepta ir a tomar un café una semana después de la primera invitación de Saeed. Nadia lleva siempre una larga túnica negra, pero de desplaza en motocicleta por la ciudad y vive sola. Saeed vive en otra parte de la ciudad con sus padres. La sociedad en la que viven ejerce un fuerte control patriarcal sobre las mujeres.

Pero incluso en sociedades tan asfixiantes como ésta, nos dice Hamid, es posible escaparse. Los dos tienen teléfonos móviles, fuman de vez en cuando algún porrito, escuchan los discos de vinilo que tiene Nadia. Para subir al pisito, Nadia le baja con una cuerda una túnica y las llaves dentro de una bolsa, y Saeed se hace pasar por su hermana. Incluso un día toman hongos psicodélicos.

Mientras, los militantes se están haciendo dueños de la situación. El caos se extiende, las antenas de acceso a internet dejan de funcionar, el suministro de electricidad desaparece. A la madre de Saeed la mata un francotirador. Hay que huir, eso está muy claro. Pero ¿cómo? ¿Y dónde?

Es en esta coyuntura en la que Hamid introduce un elemento fantástico: por todo el mundo hay un número de puertas mágicas que llevan a otras partes del mundo: Saeed y Nadia atraviesan una de esas puertas tras pagar una buena suma de dinero y llegan a Miconos. Es el primer destino de su larga travesía global, que los llevará (siempre cruzando esas oscuras puertas fantásticas) a Londres y finalmente a Marín, en California.

La novela tiene dos estratos muy diferenciados. Por un lado, está la historia de amor de Saeed y Nadia. El aspecto de la sexualidad entre ellos, que el autor explora de modo un tanto solapado, le añade una pizca de interés a una subtrama que quizás no lo tendría por sí misma (Saeed es un mojigato). Por el otro lado, la historia de Saeed y Nadia es en realidad la historia de millones de personas y su posibilidad de encontrar un atisbo de esperanza y resiliencia gracias a la emigración a otras partes del mundo.

Protegiendo a Europa en África. La ignominiosa valla de Melilla. Fotografía de Stephane M Grueso.
En el relato sobre Saeed y Nadia, Hamid esparce cortos episodios, deliberadamente imprecisos, de personas que cruzan esas puertas en diversos lugares del mundo: mientras una mujer duerme en su apartamento de Surry Hills en Sydney, alguien sale del baño y escapa por una ventana abierta; agentes del FBI toman la casa de un marine jubilado en San Diego cuando detectan la presencia de extranjeros en el área.

Narrada con un lenguaje que busca la abstracción como estrategia, y que recuerda a las estrategias retóricas de los cuentos orientales más clásicos y antiguos, Exit West fuerza al lector a sumergirse en un espacio global. Lo consigue porque, con los dos personajes no anónimos de la novela, Hamid te pone un espejo delante para que te veas reflejado en esa realidad que enfrentan tantos millones de seres humanos que únicamente quieren escapar de la guerra, de la muerte, de la pobreza, de la desolación.

No, éste no soy yo.
Se abre una puerta y entra Mohsin Hamid, que lleva en sus manos una gran novela. Pero me parezco un poquito, ¿no? 
Fotografía de Mr Choppers.
Exit West, que estuvo en la lista final de obras candidatas al Booker del año pasado, ya ha aparecido en castellano (con un título tan innecesariamente esclarecedor como engañoso: Bienvenidos a Occidente) en traducción de Luis Murillo y publicado por Reservoir Books; y també en català, amb el títol Sortida a occident, en edició de Periscopi i traducció d’Albert Nolla.

11 nov 2017

Reseña: She Will Build Him a City, de Raj Kamal Jha

Raj Kamal Jha, She Will Build Him a City (Londres: Bloomsbury, 2015). 339 páginas.
Delhi, la milenaria capital de la India, es el escenario de esta curiosa amalgama de historias sobre las vidas de muy diferentes personajes que se relacionan únicamente de manera tangencial entre ellos. Son además personajes sin nombre en una inmensa ciudad cuya área metropolitana ha rebasado ya los 25 millones de habitantes: Hombre, Mujer y Niño constituyen los tres principales ejes narrativos, en episodios tejidos dentro de una más amplia estructura narrativa que a ratos me ha recordado al John Dos Passos de la trilogía USA.

¿Quiénes son? Niño es un bebé abandonado a las puertas de un orfelinato, y al que los gestores de la institución deciden bautizar como Huérfano. En su difícil vida cuenta con dos protectores: la cuidadora del orfelinato, Kalyani, y una perra callejera que se lo lleva cuando el edificio del orfelinato se derrumba durante una tormenta. Mujer es una viuda, madre de una joven que ha huido de casa y cuenta la historia de su vida mientras reza para que la chica regrese. Hombre es un rico psicópata encaprichado con una niña vendedora de globos, cuyo fantasma le incita a volver a asesinar.

El tren se detiene, levantando una ola de aire caliente que surge del túnel y sube hasta el andén. Se abren las puertas, sale la gente desparramándose por la estación. Un olor como de verduras putrefactas, a pan y plátanos que se hayan echado a perder.
A muerte y humedad.
El poeta Gieve Patel es también pintor. Suyo es Hombre bajo la lluvia con pan y plátanos (óleo sobre lienzo, 2001). Es su pintura favorita porque el hombre del cuadro se parece a su padre. Los mismos ojos tristes, las mismas viejas gafas.
Próxima estación: Patel Chowk; las puertas se abrirán a la derecha. Cuidado con introducir el pie entre coche y andén.
Doce paradas más hasta que llegue a casa en el Complejo de Apartamentos, en Ciudad Nueva.
Hombre se queda de pie, y cierra los ojos. (p. 8, mi traducción)
Gieve Patel, Man in the Rain with Bread and Bananas, 2001.


El autor busca mostrarnos a través de estos episodios y viñetas cómo es la realidad en el corazón de Delhi. Pero lo hace introduciendo elementos fantásticos y surrealistas: el gran centro comercial en el centro de la Nueva Delhi es el lugar donde los niños de la calle se reúnen durante la noche a jugar y comer los restos de comida basura que encuentran en las papeleras que no hayan sido vaciadas, y en el interior del complejo de multicines Europa vive una mujer llamada Violets Rose (anagrama de Love Stories) que se hará cargo de Huérfano cuando la perra Bhow lo lleve al gran complejo comercial. Frente a la casa de Mujer aparece entre la niebla una gigantesca figura femenina de cuatro metros de estatura que trata de consolar a la viuda.

Una narración fragmentada en hilos argumentales que se cruzan, sin nunca llegar a confluir en uno solo, She Will Build Him a City me sorprendió con su lenguaje ligeramente mordaz y la dinámica sucesión de episodios. El conjunto, tras la lectura del libro, se ve como una sombría fábula de la India urbana de principios del siglo XXI, en una ciudad donde las autoridades se han visto obligadas a
cancelar las clases en las escuelas primarias por los peligrosos niveles de contaminación atmosférica. Los momentos más memorables de la novela son aquellos en los que interactúan individuos de las élites millonarias con sus subordinados.

Al deshumanizar a los personajes principales, Raj apuesta por encuadrar su historia en una escala que sobrepasa con creces todo lo humano. Las gigantescas dimensiones de los edificios modernos se contraponen al rickshaw del padre de Kalyani, quien apenas gana suficiente para comer lo básico en un oficio que, en pocos años, va a llevarle a la muerte por el aire viciado en el que tiene que trabajar. 

She Will Build Him a City estuvo seleccionada en la lista corta de los libros candidatos al Premio DSC de Literatura del Sur de Asia de 2016.

18 sept 2016

Reseña: The Lives of Others, de Neel Mukherjee

Neel Mukherjee, The Lives of Others (Londres: Chatto & Windus, 2014). 516 páginas.
La guerrilla naxalita de orientación maoísta apareció en la región india de Bengala Occidental en las décadas posteriores a la independencia del país en 1947 y se extendió posteriormente a otras regiones del subcontinente. Sus objetivos eran claros: lograr la redistribución de las tierras entre los campesinos que ninguna tenían o que habían perdido la poca que tenían a manos de los terratenientes, prestamistas y otros caraduras de muy diversa índole. Dejando de lado lo adecuado o no del método por el que optaron para intentar lograr sus objetivos – tema que es sin duda discutible desde varios puntos de vista – no cabe duda de que dichos objetivos eran loables. De hecho, la reforma agraria que tanto se prometió durante el proceso de independencia y después de esta nunca se ha llevado a cabo a rajatabla.

Fotografía de Michael Gäbler.
Este es el contexto histórico en el que sitúa Mukharjee esta su segunda novela, la cual estuvo cerca de llevarse el Premio Man Booker de 2014, que se llevó otra magnífica historia, la del australiano Richard Flanagan (The Narrow Road to the Deep North). The Lives of Others tiene como protagonista indiscutible a la familia Ghosh, perteneciente a la clase media-alta de Calcuta. Es un trabajo muy ambicioso, presentado en dos narraciones paralelas durante buen aparte del libro. Por un lado, una narración omnisciente en tercera persona, en la que Mukherjee sigue las vicisitudes (que son muchas, y no siempre fascinantes) de la familia Ghosh. Por otro lado, el autor incluye una serie de cartas que Supratik, el joven heredero del clan Ghosh huido para organizar y liderar las guerrillas naxalitas, escribe a una mujer de la familia de quien no sabemos el nombre.

La familia Ghosh tiene como patriarca a Prafulla, quien sobrevivió a una infancia dura y consiguió construir su pequeño imperio económico en la industria papelera. Su mujer es Charubala, que manda en la casa con mano de hierro. Tienen cinco hijos, cuatro varones y una mujer, Chhaya, a la que nunca consiguen casar. Si en los años 60 los Ghosh acumulan riquezas y se codean con la creme de la creme de Calcuta, una pobre estrategia industrial y financiera verá cómo la familia entra en declive en los 70. Los dos hijos mayores, Adinath y Priyo, culpan a su padre; en realidad, parece decir el narrador, el proceso de declive era inevitable.

Tea shop in Kolkata. Fotografía de Arnabpatra Jhargram
El hijo mayor de Adinath, Supratik, aprende en la universidad las enseñanzas del líder de la Revolución Cultural, un tal Mao, y harto de las hipocresías y constantes crueldades de la familia (un ejemplo fehaciente de la sociedad patriarcal tradicional en Bengala, sostenida sobre un sistema de violencia y opresión de los poderosos hacia los que nada tienen) se echa al monte en el distrito de Medinipur.

Entre los campesinos más pobres, los desheredados de la Tierra, Supratik pasará varios años. Aprenderá a labrar, plantar, cosechar y fertilizar los campos de arroz en jornadas de más de 12 horas diarias, y con otros compañeros revolucionarios emprenderá acciones de lucha armada contra el sistema. Conocerá de primera mano las tragedias y las injusticias que padecen los más pobres – como el caso de Nitai Das, sobre el que Mukherjee escribe el prólogo de la novela (ver más abajo). En compañía de otros jóvenes guerrilleros, Supratik participa en su primera acción sangrienta (el asesinato de un rico prestamista sin escrúpulos), a la que seguirán otras. La represión gubernamental no se hará esperar, y Supratik regresa a Calcuta, al hogar familiar.

La familia Ghosh no es precisamente un dechado de decencia y honradez. Mukherjee ahonda en los detalles más oscuros y execrables de cada uno de ellos. La matriarca, Charubala, ejerce el poder de forma despótica y trata a la viuda de su hijo más joven y a los nietos como si fueran intocables. Priyo frecuenta un burdel donde satisface sus obsesiones escatológicas hasta que una tarde recibe una paliza. Chhaya tiene una lengua viperina. El hermano de Supratik es un vivalavirgen enganchado a la heroína. Es un mosaico en el que la hipocresía, los valores patriarcales y clasistas de la clase media bengala y los dobles raseros que emplean en las relaciones interpersonales quedan muy resaltados. El autor pone de relieve la fuerte contradicción entre esa opulencia venida a menos y sus aspiraciones a seguir siendo relevantes en la elite social de Calcuta. Ni siquiera Supratik escapa de la mordaz crítica de Mukherjee: no es ningún héroe.

En un desenlace relativamente inesperado, al rápido declive económico de la familia Ghosh se sumarán otras vergüenzas, seguidas de una tragedia posterior a la deshonra que significa para todos ellos un allanamiento nocturno por parte de la policía.

One way of making a living in heavy traffic. Fotografía de M M.
The Lives of Others es una novela harto ambiciosa tanto por su extensión como por el estilo deliberadamente anticuado en ocasiones del que intenta dotar la novela Mukherjee. Hacer gala del dominio de un vocabulario rebuscado y una sintaxis vetusta no ayuda de ningún modo al lector. Todo lo que tiene de bueno de estudio de personajes queda un poco desdibujado. A diferencia del prólogo – uno de los más impactantes que he leído en años recientes por lo que muestra de la brutalidad a la que la miseria aboca a los desheredados y abandonados – los dos epílogos apenas añaden nada de auténtica relevancia a la trama de la novela, una notable saga de la vida en Calcuta cuyo saldo final es más bien imperfecto.

Prólogo - Mayo de 1966
Después de cubrir la tercera parte del recorrido del camino que une su choza con la casa del amo, Nitai Das siente que empieza a tambalearse. O puede que sea otra vez el mareo. Se sienta en el campo yermo que tiene que cruzar antes de llegar a su choza. No hay ni una brizna de sombra en ninguna parte. El sol de mayo es un fuego implacable; le quema la sangre hasta dejarlo seco. Y quema también cualquier atisbo de esperanza que le queda de que el monzón arribe a tiempo para terminar con este tercer año de sequía. Alrededor, la tierra empieza a agrietarse y partirse. Le pesan los párpados. Cierra los ojos por un instante, y luego, justo cuando el sueño empieza a vencerle, se mueve hacia adelante, despertándose bruscamente. Toquetea distraídamente a su gran enemigo, el suelo, que ya no es tal suelo, sino polvo compacto. Hasta el recuerdo del agua ha quedado borrado para siempre, como si nunca hubiera existido.

Toda la mañana ha estado mendigando una taza de arroz en el exterior de la casa del amo. Sus tres hijos no han comido nada en cinco días. Su última comida fue un puñado de heno robado del establo del amo, y hervido luego en el agua amarillenta y turbia del pozo. Hasta el pozo se está quedando seco. Durante los últimos tres años vienen comiendo una vez cada cinco o seis o siete días. Las últimas veces que había ido a pedir no habían servido de nada, solamente recibió insultos y que lo echaran a la fuerza de las tierras de la casa del amo. Al principio, cuando empezó a ir allí a mendigar comida, le cerraban las puertas y ventanas y pasaban los pestillos, mientras él se quedaba sentado fuera de la casa durante horas y horas, y el día dejaba paso a la tarde, y ésta a la noche, hasta que descubrieron su resiliencia y cambiaron de táctica. Hoy los guardias le han atacado. Uno de ellos le ha atizado en la espalda, los hombros y las piernas con un palo, mientras el otro bromeaba: ─ ¿Dónde vas a darle a este perro? Si no es más que huesos, ni siquiera hace falta arrearle. ¡Sopla y verás cómo se cae de espaldas!

Curiosamente, Nitai no siente dolor alguno tras la paliza de esta mañana. Sabe lo que tiene que hacer. La cabeza vuelve a darle vueltas, y Nitai cierra los ojos ante el castigo de la luz blanquísima. Todo lo que tiene que hacer es caminar la distancia que le queda, unos quinientos metros. Al cabo de unos momentos ya se encuentra bien. Una especie de energía nerviosa surge de repente en su interior, se levanta y se pone a andar. A los pocos segundos comienza el jadeo, pero él sigue adelante. Una arcada seca le interrumpe el paso por un instante. Pero después sigue caminando.

Su esposa está sentada en el exterior de la choza, esperando a que regrese con algo, lo que sea, para comer. Apenas puede sostener la cabeza. Incluso antes de que él pase a convertirse de un punto en el horizonte en la forma de su marido, la mujer ya sabe que regresa con las manos vacías. Los niños han dejado de levantar la vista cuando él regresa de los campos. También han dejado de llorar de hambre. La más pequeña, que tiene tres años, no es más que un bulto diminuto que apenas se mueve, con unos ojos enormes y pesados. La segunda es un esqueleto revestido de piel negra flácida, pulida. El mayor, con el vientre hinchado, se ha vuelto tan lánguido que hasta su misma sombra parece menguada y torpe. Los huesos se han comido la poca carne que tenían en sus muslos y nalgas. Las raras ocasiones en las que lloran no mana de sus ojos lágrima alguna; sus cuerpos son reacios a desprenderse de todo lo que puedan retener y consumir. Nitai no puede ver ya nada en sus ojos. Antes había hambre en ellos, hambre y esperanza, y el fin de la esperanza y del dolor, y quizás incluso un rencor lleno de perplejidad, una suerte de acusación silenciosa, pero ahora ya no hay nada en ellos: es una nada torpe, que va más allá del final.

El amo le ha explicado qué les espera a sus hijos si no paga los intereses del primer préstamo. Nitai los ha traído a este mundo de miseria, una miseria interminable, una miseria sin fin. ¿Quién puede escapar de lo que uno lleva escrito en la frente desde que nació? Nitai ya sabe qué hacer ahora.

Recoge la hoz de mango corto, coge a su mujer por la muñeca huesuda y la saca afuera. Con su experta mano de agricultor arquea la hoz y la hace bajar cruzándole el cuello. Advierte las dos motas de saliva en las comisuras de sus labios, sus ojos enormes llenos de terror. La cabeza no ha quedado bien cortada, quizás no le ha golpeado con la fuerza suficiente, de manera que cuelga de unas fibras todavía por cortar de piel, músculo y arterias, mientras ella se desploma con un golpe seco. En la cara y en el pecho, que parece estar a punto de reventar, le ha caído un poco de la sangre que ha salido a borbotones. Tiene la mano derecha muy pegajosa.

Al oír el ruido, sale el chico. Nitai es rápido, tiene la energía y la concentración de un animal henchido de sí mismo y únicamente de sí mismo. Antes de que la visión que el chico tiene ante sí pueda comprimirse en algo con sentido, su padre le empuja contra la pared de adobe y dirige la curva de la hoja con toda la fuerza que hay en su ser enardecido contra el cuello del chico, decapitándolo de un solo golpe. Esta vez la sangre, un chorro fino y tibio, le da de lleno en la cara. La mano está ahora tan resbaladiza que deja caer la hoz, En el interior de la pequeña choza está su hija sentada en el piso, temblando, tratando de arrastrarse hacia un rincón donde poder desaparecer. Quizás haya olido esa sangre metálica, o se haya asustado del gemido animal que brota de su padre, un sonido que no es posible que sea humano. Por instinto, Nitai se limpia la mano derecha, la mano con la que trabaja, en su lungi apretujado, agarra a su hija por la garganta con ambas manos, y aprieta y aprieta hasta que los desorbitados ojos de la niña casi se salen de las cuencas a las que están unidos, le cuelga la lengua afuera y quedan quietas las piernas que se revolcaban. Se arrastra por el piso hasta el rincón donde está llorando la última de su prole, con un gimoteo enclenque, y con manos temblorosas le cubre la boca y la nariz, apretando con fuerza, manteniendo las manos fuertemente apretadas hasta que ya no hay nada.


Nitai sabe qué hacer. Levanta el bidón de Folidol que le sobra desde hace tres temporadas y bebe con los labios bien ajustados a la boca de la lata, hasta que ya no puede beber más. En su interior un fuego le quema las entrañas hasta paralizarlo, y entonces empieza a revolverse y retorcerse como una lombriz lanceada, no para de revolverse y retorcerse y finalmente le sale por la boca una espumilla rosácea, hasta que también él regresa de la nada que hay en su vida a la nada que ya es.

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