26 jun 2019

Reseña: The Shepherd's Hut, de Tim Winton

Tim Winton, The Shepherd's Hut (Australia: Hamish Hamilton, 2018). 267 páginas.

Desde la primera página de The Shepherd’s Hut al lector le llega una voz narrativa repleta de carisma. Es la de Jackson (Jaxie) Clackton, un joven de un pueblo de mala muerte (expresión completamente literal en el caso de su padre) de Australia Occidental. Habiendo perdido ya a su madre por una terrible enfermedad, el muchacho ha sobrevivido a la violencia de su padre, carnicero (a quien apoda Captain Wankbag – algo así como Capitán Escoria) y al silencio cómplice y cobarde del resto de la población, especialmente del oficial de policía.

De manera que cuando el padre (‘el campeón mundial del ron’; o también ‘the deadest cunt’ – el mayor hijoputa) la palma porque le cae encima el coche mientras intentaba hacerle alguna reparación, Jaxie piensa que en el pueblo harán de él la oportuna cabeza de turco. Agarra cuatro cosas y se larga del lugar. Huye hacia el este, allí donde terminan las tierras fértiles donde se cultiva la mayor parte del trigo australiano y comienza el desierto, los llanos salinos, la inmensidad deshabitada que es el interior del continente australiano. A largo plazo, Jaxie espera poder encontrarse con Lee, la chica a la que adora. Los dos son menores, y además primos: las posibilidades de que compartan el futuro son mínimas, por no decir nulas.

Sobrevivir en ese ecosistema es extremadamente difícil, especialmente si al mismo tiempo no quieres que nadie te encuentre. En su deambular descubre una choza en la que vive solo un hombre ya mayor. Es un cura irlandés, Fintan MacGillis, parlanchín, curioso, insufrible para alguien como Jaxie. MacGillis también se oculta, pero los motivos por los que se esconde (¿de quién o de qué? Nunca quiere revelarlos.

En mitad de ninguna parte, sin apenas nada con lo que uno pueda sobrevivir... Lake Ballard, en Australia Occidental. Fotografía de Amanda Slater (Coventry).
Con el paso de los días y las semanas, el joven y el viejo cura comienzan poco a poco a acostumbrarse a la presencia del otro. Para alguien como MacGillis que se ha pasado años sin otra compañía que los pocos libros que tiene y las cabras silvestres que atrapa en el corral atraídas por el agua, la llegada de Jaxie es una suerte de bendición. Con las escuetas conversaciones que mantienen Winton teje la sección de la novela que resulta más que fascinante. Las dos voces suenan claras, diáfanas, impenetrables entre sí. Uno podrá traducir las palabras, pero nunca acertará con el tono, porque no es traducible.

En su guarida tan propicia para la penitencia que dice estar cumpliendo, MacGillis está esperando la entrega de víveres y provisiones que le permiten sobrevivir en ese lugar tan inhospito, pero el envío no llega. Gracias a Jaxie, buen tirador, pueden comer carne de canguro de vez en cuando junto con las verduras de su huerto y el té negro que prepara a todas horas.

Pero todo va a cambiar cuando, después de unos cuantos meses, Jaxie da por casualidad con un enorme vivero subterráneo de marihuana escondido en un contenedor enterrado y mantenido mediante un generador a diésel. Consciente de que los propietarios del negocio irán tras ellos tan pronto sepan que han sido descubiertos, Jaxie trata de convencer al sacerdote de que debe dejar definitivamente su pequeño remanso de paz en mitad de la nada. Pero MacGillis se niega.

Un lugar de Australia Occidental llamado Mount Magnet. ¿Llegará Jaxie allí? O mejor dicho: ¿llegará vivo? Fotografía de E.W.Digby.  
Como Luther Fox en Dirt Music (2001) (y en menor medida Quick Lamb en una de las subtramas de Cloudstreet (1991)), el protagonista huye de la ausencia de un futuro creíble y de la violencia. Y es después del desenlace que comienza su historia, al volante de un coche que no es suyo y para el cual no cuenta con licencia de conducción:
“Cuando me pongo en marcha y del asfalto me llega ese suave y sombrío rumor por debajo, como si todo fuese la hostia de diferente. Como si estuviese en un mundo nuevo, todo escurridizo, plano y fácil. Aun con el motor, que te suelta ese rugido, y el viento que te azota entrando por la ventanilla, los sonidos son de veras suaves, fofos como una almohada. Civilizados, eso es lo que quiero decir. Como si estuvieses aún en la tierra pero apenas ya no lo notases. Y eso es la leche. Te pensarás que nunca antes me había subido a un carro. Pero cuando has estado moviéndote al pinrel igual que una puta cabra durante semanas y meses, cuando en tanto tiempo no has visto otra cosa que ese lento terreno tan duro y pedregoso, repleto de arbustos espinosos, joder, eso se te viene de repente. Ya te digo, es cosa de locos. Se te echa encima una sensación como de ángel. Como si fueses una flecha luminosa.
Es la hostia, ya he alcanzado los cien kilómetros por hora y todavía no he metido la quinta. En una tapicería tan mullida, y con uno de esos abetitos que cuelgan del retrovisor. Estoy volando. Pero tengo el culo bien sentado para hacerlo. Separándome del suelo. Dejando atrás la tierra. Y ya no soy ninguna clase de bestia. (p. 3-4)”
Con The Shepherd’s Hut Winton no hace sino confirmar su notable lugar en las letras australianas contemporáneas. Esta es una excelente historia, y el hecho de que esté narrada en primera persona por un muchacho de quince años que apenas ha completado la educación secundaria le agrega un valor singular. Quien quiera disfrutarla deberá sin embargo hacerlo en inglés. Como queda demostrado en el extracto que he tratado de verter al castellano, ninguna traducción podrá capturar el tono de Jaxie por completo.


10 jun 2019

Reseña: Strangers on a Pier, de Tash Aw

Tash Aw, The Face: Strangers on a Pier (Nueva York: Restless Books, 2016). 78 páginas.
Al comienzo de este breve ensayo del malasio Aw nos confiesa que, cuando viaja por Asia, la gente no parece diferenciarlo de los pobladores locales por su rostro. Es algo similar a mi experiencia en partes de Sydney, donde algunas veces me han sorprendido en paradas de autobús o estaciones de tren al dirigirse a mí en árabe o en turco porque mi interlocutor asumió que yo procedía del mismo lugar que ellos.

Strangers on a Pier [Extraños en un muelle] forma parte de una serie de Restless Books, que lleva por título The Face. Tash Aw cuenta la experiencia migratoria de su familia, que emigró desde el sur de China a Malasia. Es una reflexión que tiene mucho de viaje introspectivo. Desde la salida de su abuelo hasta su propia niñez y juventud, Aw se interroga sobre el fenómeno migratorio y sobre cómo ha ido evolucionando éste en tiempos recientes.

Es una lectura muy entretenida, tanto por la temática que plantea como por la manera de abocar al lector a interrogantes que deberá responderse. Aw escribe sobre su familia de forma muy emotiva, pero nunca olvida que lo hace para un lector, invitándolo a mirar hacia fuera y hacia dentro: “Y en medio de ese silencio me pongo a pensar: eso es lo que me frustra de un tipo particular de emigrante: los que se desprenden por completo de su bagaje cultural para asimilarse con éxito a su nuevo entorno (a diferencia del otro extremo: los que se aferran desesperadamente a los recuerdos de su tierra natal y no pueden esperar al día en que se jubilen y regresen al país del que acaban de salir). Pues el problema con los que olvidan es que la necesidad de hacer borrón y cuenta nueva en su país de adopción no comienza y termina simplemente con su llegada a las nuevas tierras: continúa después de aquélla, repitiéndose hasta que encuentra una zona de impacto histórica y conveniente, que le es emocional e intelectualmente tranquila, para que se forme una nueva narrativa sobre ellos, una trayectoria elogiosamente positiva que lucha por un nítido arco narrativo, completado con unas dosis de dolor cuidadosamente empaquetadas (que en última instancia quedan superadas, claro está) que puntúan el ascenso hasta el confort, el éxito y la felicidad.” (p. 35, mi traducción)

Y al final del muelle, un destino: otra vida en una cultura distinta, una cadena en la que uno habrá necesariamente de hacerse eslabón... mas siempre cadena a fin de cuentas. Un muelle en Malaca hacia 1905. Fotografía de Carl Josef Kleingrothe.

Como integrante de la tercera generación de una familia emigrante, Aw puede evaluar los efectos de esa emigración en su familia y al tiempo autoevaluarse como integrante de una sociedad multicultural y plurilingüe, como lo es la de Malasia. Especialmente significativas me han parecido sus reflexiones en torno al sistema educativo malasio, sus experiencias y conclusiones.

Como primera incursión de Tash Aw en el ensayo, Strangers on a Pier es una pequeña joya. Escrito con muy buen gusto, abunda en delicadeza y está dotado de una estructura muy bien cuidada. Al autor le gusta llevarte a conclusiones que quizás partan de su vivencia personal, pero con las cuales no es difícil identificarse:

“[…] Mi madre está quitando el polvo de los estantes acristalados en la parte superior de los armarios con un plumero, como debe de haber hecho a lo largo de los años mientras crecía, y le está diciendo a mi abuelo que mi hermana llamó la semana pasada, hecha un mar de lágrimas, desde Singapur. Se había ganado una beca del gobierno singapurense y estaba viviendo con una cuadrilla de quinceañeras como ella en un dormitorio universitario a casi dos horas en autobús del Instituto Raffles para Niñas, donde estaba recibiendo el tipo de educación que mis padres siempre habían querido para ella. Cuando habíamos visitado el dormitorio, incluso mi padre, curtido como estaba por una niñez espartana, había dicho escuetamente: “No es muy bueno.” Ahora mi hermana tenía morriña, se sentía sola, estaba estudiando un horario de locura solamente para seguirle el ritmo a las adolescentes más motivadas del sureste de Asia. Sobresalientes en todo todos los años, o pierdes la beca. Quería volver a casa.
Mi abuelo deja escapar un ruidito extraño; algo parecido a una risita, pero que no suena para nada jovial. No le conmueve esto, lo encuentra ridículo. Llegó sin nada a Malasia siendo un niño, sin otra cosa que una camisa sobre sus espaldas; no entiende el significado de la palabra morriña. Mi madre trata de hacerle entender cómo se siente mi hermana; es difícil, está completamente sola, las otras chicas son mezquinas. Y entonces mi abuelo dice simplemente: “Pero, si somos inmigrantes.” Como si eso lo explicase todo. Como si la adversidad, la morriña, la melancolía y la nostalgia vayan a ser siempre parte normal de nuestras vidas. Como si no tuviésemos ninguna expectativa razonable de que las cosas sean diferentes. Por la facilidad con que aceptó lo que él vio como su destino (igual que como mi padre había aceptado su niñez) de pronto vi que nunca iba a poder comunicarme con él, con este hombre amable y cariñoso cuya sangre yo había heredado, cuya cultura había absorbido sin discusión.” (pp. 76-78, mi traducción)

Somos migrantes… ¿Eso lo explica todo?

2 jun 2019

Reseña: Absolution, de Patrick Flanery

Patrick Flanery, Absolution (Londres: Atlantic Books, 2012). 389 páginas.

Una escritora sudafricana de renombre, Clare Wald, sufre una invasión doméstica en su casa de Ciudad del Cabo; aunque las consecuencias bien podrían haber sido letales, los ladrones solamente se llevan la peluca de letrado de su padre, que conservaba en una caja. Tras el incidente, hace caso a sus allegados y se muda a una zona más segura.

Devil's Peak, espectacular telón de fondo de Ciudad del Cabo. Fotografía de Andrew Massyn.
La época comprende los años posteriores al apartheid, y coincide con la primera biografía oficial de Wald, que ha de completar un joven académico procedente de los Estados Unidos, Sam Leroux. Leroux, sin embargo, tiene una fuerte conexión con Sudáfrica: nació allí, pero tras quedar huérfano muy joven, quedó al cuidado de una tía en Beaufort West. Pero Sam se guarda un as en la manga: en los días posteriores a la muerte de sus padres, Clare tuvo la posibilidad de acoger al niño y cuidar de él, pero se negó.

Carrer principal de Beaufort West. Fotografia de flowcomm.

El nexo que los unía era la hija de Clare, Laura, quien en los años anteriores a la caída del régimen racista se involucró en el movimiento de lucha armada. Fue Laura quien salvó a Sam de su tío, un tipo cruel y violento.

Como el mismo título dice, la biografía debería constituir una absolución para Clare Wald. Sam hace las veces de confesor, pero Clare no siempre parece estar dándole la versión más fidedigna del pasado. Y es que son muchos los fantasmas que agobian a la octogenaria escritora: no solamente Laura, desaparecida por la policía secreta del apartheid o huida sin dejar rastro alguno. También está la hermana de Clare, que se casó con un destacado prohombre del régimen, y que fue asesinada junto con él en un ataque brutal e inmisericorde. ¿Fue Clare quien deliberadamente filtró el dato que permitió a los asesinos ejecutarlos?

El caso es que Absolution se construye entrelazando cuatro diferentes hilos narrativos, que en ocasiones se contradicen de tal manera que nunca sabemos cuál es la versión verdadera de los eventos. Por un lado están los recuerdos de Sam, por otro el diario de Laura; hay además una narración incrustada por capítulos en el libro que lleva por título ‘Absolución’ (que coincidentemente es el mismo título de la última novela de Clare Wald, una autobiografía escrita en clave de ficción), y la parte escrita por Clare en la que intenta encontrar sentido a la desaparición (o la muerte) de Laura.

Es pues un thriller literario, aunque la pregunta de si Sam absuelve a la escritora de sus pecados, imaginarios o reales, no encuentra una respuesta definitiva. Como en el caso de las otras dos novelas que Flanery ha publicado (Fallen Land y I am No One, ambas posteriores a Absolution), la escritura es de un altísimo calibre, y el artificio de que el biógrafo sea protagonista de la historia que más dolor le causó a Clare contribuye más si cabe a que el lector disfrute de la novela.

El viaje de Laura y Sam cruzando la cordillera por Montagu Pass es a ratos aterrador. Fotografía de A3alb.
El tema principal es sin duda la engañosa percepción (siempre es subjetiva) de la verdad histórica, pero Flanery también nos lleva a transitar por los caminos de la censura y la autocensura como elementos definitorios de la literatura actual. Solamente un país con una historia reciente tan difícil y dolorosa como Sudáfrica puede ser el escenario de una novela como Absolution, y Flanery escenifica sin reservas la violencia cotidiana de la revuelta en contra de una sociedad basada en la segregación racial que acentúa más si cabe las líneas económicas divisorias entre los desposeídos y los poderosos.

Flanery demostró contar con excelentes dotes como novelista en Fallen Land, aunque ya apuntaba excelentes maneras en esta novela, en mi opinión muy recomendable. Se publicó en castellano en 2012, en traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla, en Galaxia Gutenberg.

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