Tash Aw, The Face: Strangers on a Pier (Nueva York: Restless Books, 2016). 78 páginas.
Al comienzo de
este breve ensayo del malasio Aw nos confiesa que, cuando viaja por Asia, la
gente no parece diferenciarlo de los pobladores locales por su rostro. Es algo
similar a mi experiencia en partes de Sydney, donde algunas veces me han
sorprendido en paradas de autobús o estaciones de tren al dirigirse a mí en árabe
o en turco porque mi interlocutor asumió que yo procedía del mismo lugar que
ellos.
Strangers on a
Pier [Extraños en un
muelle] forma parte de una serie de Restless Books, que lleva por título The
Face. Tash Aw cuenta la experiencia migratoria de su familia, que emigró
desde el sur de China a Malasia. Es una reflexión que tiene mucho de viaje
introspectivo. Desde la salida de su abuelo hasta su propia niñez y juventud,
Aw se interroga sobre el fenómeno migratorio y sobre cómo ha ido evolucionando éste
en tiempos recientes.
Es una lectura muy
entretenida, tanto por la temática que plantea como por la manera de abocar al
lector a interrogantes que deberá responderse. Aw escribe sobre su familia de
forma muy emotiva, pero nunca olvida que lo hace para un lector, invitándolo a
mirar hacia fuera y hacia dentro: “Y en medio de ese silencio me pongo a
pensar: eso es lo que me frustra de un tipo particular de emigrante: los que se
desprenden por completo de su bagaje cultural para asimilarse con éxito a su
nuevo entorno (a diferencia del otro extremo: los que se aferran
desesperadamente a los recuerdos de su tierra natal y no pueden esperar al día
en que se jubilen y regresen al país del que acaban de salir). Pues el problema
con los que olvidan es que la necesidad de hacer borrón y cuenta nueva en su
país de adopción no comienza y termina simplemente con su llegada a las nuevas
tierras: continúa después de aquélla, repitiéndose hasta que encuentra una zona
de impacto histórica y conveniente, que le es emocional e intelectualmente
tranquila, para que se forme una nueva narrativa sobre ellos, una trayectoria
elogiosamente positiva que lucha por un nítido arco narrativo, completado con
unas dosis de dolor cuidadosamente empaquetadas (que en última instancia quedan
superadas, claro está) que puntúan el ascenso hasta el confort, el éxito y la
felicidad.” (p. 35, mi traducción)
Como integrante de la tercera generación de una familia emigrante, Aw puede evaluar los efectos de esa emigración en su familia y al tiempo autoevaluarse como integrante de una sociedad multicultural y plurilingüe, como lo es la de Malasia. Especialmente significativas me han parecido sus reflexiones en torno al sistema educativo malasio, sus experiencias y conclusiones.
Como primera incursión
de Tash Aw en el ensayo, Strangers on a Pier es una pequeña joya. Escrito
con muy buen gusto, abunda en delicadeza y está dotado de una estructura muy
bien cuidada. Al autor le gusta llevarte a conclusiones que quizás partan de su
vivencia personal, pero con las cuales no es difícil identificarse:
“[…] Mi madre
está quitando el polvo de los estantes acristalados en la parte superior de los
armarios con un plumero, como debe de haber hecho a lo largo de los años
mientras crecía, y le está diciendo a mi abuelo que mi hermana llamó la semana
pasada, hecha un mar de lágrimas, desde Singapur. Se había ganado una beca del
gobierno singapurense y estaba viviendo con una cuadrilla de quinceañeras como
ella en un dormitorio universitario a casi dos horas en autobús del Instituto
Raffles para Niñas, donde estaba recibiendo el tipo de educación que mis padres
siempre habían querido para ella. Cuando habíamos visitado el dormitorio,
incluso mi padre, curtido como estaba por una niñez espartana, había dicho
escuetamente: “No es muy bueno.” Ahora mi hermana tenía morriña, se sentía
sola, estaba estudiando un horario de locura solamente para seguirle el ritmo a
las adolescentes más motivadas del sureste de Asia. Sobresalientes en todo
todos los años, o pierdes la beca. Quería volver a casa.
Mi abuelo deja
escapar un ruidito extraño; algo parecido a una risita, pero que no suena para
nada jovial. No le conmueve esto, lo encuentra ridículo. Llegó sin nada a
Malasia siendo un niño, sin otra cosa que una camisa sobre sus espaldas; no
entiende el significado de la palabra morriña. Mi madre trata de hacerle
entender cómo se siente mi hermana; es difícil, está completamente sola, las
otras chicas son mezquinas. Y entonces mi abuelo dice simplemente: “Pero, si
somos inmigrantes.” Como si eso lo explicase todo. Como si la adversidad, la
morriña, la melancolía y la nostalgia vayan a ser siempre parte normal de
nuestras vidas. Como si no tuviésemos ninguna expectativa razonable de que las
cosas sean diferentes. Por la facilidad con que aceptó lo que él vio como su
destino (igual que como mi padre había aceptado su niñez) de pronto vi que
nunca iba a poder comunicarme con él, con este hombre amable y cariñoso cuya
sangre yo había heredado, cuya cultura había absorbido sin discusión.” (pp.
76-78, mi traducción)
Somos migrantes… ¿Eso
lo explica todo?
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