Najat El Hachmi, La caçadora de cossos (Barcelona: Columna, 2011). 239 páginas.
Tras L’últim patriarca, un excelente debut
literario que ya reseñé en su día aquí, la autora catalana de origen marroquí publicó el
año pasado esta novela, cuyo título es cuando menos sugerente.
En el prólogo,
una chica joven está plantada a la puerta de una casa, y duda de llamar al
timbre o no; la voz narradora nos habla de ella en tercera persona, y nos dice
que acude allí para hacer un trabajo no especificado, ‘per acabar de pagar
factures’. ¿Qué mal hay en obtener unos ingresos adicionales? Se había
prometido que nunca más haría ‘una feina tan íntima’.
La propuesta de
El Hachmi en este libro dejará a muchos lectores y lectoras un sabor agridulce,
porque las carencias de la novela, algunas de ellas estructurales, son muchas (peca de un exceso repetitivo de observaciones, lo cual termina por cansar al lector). El paso
de la segunda parte a la tercera no queda en mi opinión clarificado, y puede resultar difícil justificarlo a la vista del desenlace que escogió la autora.
La caçadora de cossos no es una novela de sexo, aunque el sexo figure
como eje temático fundamental desde el primer capítulo de la primera parte (‘La
col·lecció’). En esa primera parte, la narradora, ya en primera persona, da
cuenta en cada capítulo de las relaciones sexuales con un hombre diferente:
así, cada uno de los hombres, que quedan en el anonimato, da título a un
capítulo: ‘L’Eteri’, ‘El Ghanès’, ‘L’Extremeny’, ‘L’Anglès’, etc. Estos
capítulos son relatos eróticos nos van preparando para la segunda parte de la
novela, titulada ‘Dos miratges’; esta parte contiene un análisis de la
sexualidad contemporánea, de la soledad humana y la insatisfacción en un
entorno fuertemente urbano en el siglo
XXI.
La narradora, la
chica joven del prólogo, trabaja de limpiadora de máquinas de una fábrica de
pizzas en el turno de coche, y para poder permitirse el vivir sola, sin
compartir casa, acepta limpiar el piso de un escritor, quien le sirve de espejo
y detonante para el autoexamen. Es aquí donde El Hachmi realiza una valiente
apuesta narrativa, en parte un poco fallida, porque es innegable que los
soliloquios de la mujer no se corresponden en ningún caso con los de una chica
joven que hubiera salido del instituto apenas hace un par de años.
En realidad, la
novela puede leerse como el relato de una experiencia depresiva, la de una
joven que recurre al sexo de manera compulsiva, y que va aceptando toda clase
de sevicias y ensañamientos sexuales de sus compañeros ocasionales. Cuando
parece encontrar uno estable, ‘Ell’, resulta que está casado; la relación no va
a ninguna parte y le crea mayor insatisfacción como persona.
Durante las
visitas al piso del escritor, la narradora comienza poco a poco a abrirse al
escritor: la introspección, las dudas, el hartazgo de una situación
insostenible, la conducen finalmente a una crisis, y debe tomar la baja del
trabajo.
Pienso que habría
sido una estrategia más eficaz si la autora hubiera cedido al escritor
participar directamente en la “autoría” de los soliloquios que forman la
tercera parte (‘Això és una teràpia’); cuando estaba al borde del abismo, la
mujer retrocede y sabe encontrar paulatinamente las fuerzas necesarias para
reconstruirse, para no despreciar su cuerpo ni despreciarse a ella misma como persona.
Solamente el
lector que haya pasado, aunque sea de puntillas, por un episodio depresivo o de
ínfima autoestima sabrá apreciar el esfuerzo que pone El Hachmi en crear esta
historia. No pienso que se trate de una novela estrictamente feminista; sí
podrá tener (y en eso debería servirles a muchos lectores) mucho valor para
provocar alguna reflexión sobre el papel del sexo en las relaciones humanas
contemporáneas, que tanto tienden hacia la superficialidad.