Melanie Cheng, Australia Day (Melbourne: Text, 2018). 252 páginas.
La fecha del 26
de enero es la que más divisiones provoca en la sociedad australiana. En el
ámbito gubernamental es el día nacional porque celebra la llegada de la Primera
Flota de soldados y convictos al mando de Phillip en 1788. Para los
verdaderamente nativos de estas tierras es un día que conmemora la invasión y
ha sido denominado Día del Duelo, reconociendo las masacres recurrentes que
sufrieron los habitantes de los Primeros Pueblos de esta isla-continente.
Que Cheng haya
elegido ese día para dar título a esta colección de cuentos es significativo.
Aparte del hecho de que ‘Australia Day’ sea el primer relato, la fecha remite a
una concepción muy particular de lo que es Australia, incluso ahora, casi en la
segunda década del siglo XXI, cuando cabría suponer una visión más moderna, postcolonial
del país. Sin embargo, la renuencia al cambio es uno de los aspectos que, tras
mis casi veinticuatro años aquí, sigue siendo de los más intrigantes de la
sociedad australiana.
En su debut
literario Cheng nos regala una muy buena compilación de experiencias que
abarcan tanto el punto de vista del emigrante como el del “underdog”, el que
lleva siempre las de perder en el juego de la vida. Son en su mayoría relatos
bien estructurados, con personajes sutilmente delineados sobre la base de unos
pocos trazos. Todos los cuentos en Australia Day se sustentan en la noción del
realismo: incluso en los diálogos uno puede reconocer a personas con quienes
quizás podrías haber cruzado alguna palabra en alguna circunstancia
profesional, quizás.
Quizás donde más
claramente se percibe ese realismo es en su tratamiento del racismo ‘accidental’
que tanto aflora en la vida diaria en Australia. En ‘Australia Day’, Stanley
Chu, nacido en Hong Kong, acompaña a su amiga Jessica Cook a la granja de la
familia, en el interior de Australia, donde la transformación social lleva
décadas demorando su llegada.
Es el 25 de enero, y Stanley será el blanco de los dardos de tipo racial, unos sutiles, otros más palpables, que le caerán durante la cena con los padres de Jessica y al día siguiente, durante la barbacoa a la que acuden todos los amigos (blancos anglosajones) de la infancia y adolescencia de Jessica. Es un tipo de brusquedad que personalmente he escuchado unas cuantas veces, expresado en frases en las que se mezclan un tono agresivo y palabras de doble sentido. Una provocación latente cuya única razón de ser es el racismo, azuzado por una fuerte inseguridad económica e identitaria.
Es el 25 de enero, y Stanley será el blanco de los dardos de tipo racial, unos sutiles, otros más palpables, que le caerán durante la cena con los padres de Jessica y al día siguiente, durante la barbacoa a la que acuden todos los amigos (blancos anglosajones) de la infancia y adolescencia de Jessica. Es un tipo de brusquedad que personalmente he escuchado unas cuantas veces, expresado en frases en las que se mezclan un tono agresivo y palabras de doble sentido. Una provocación latente cuya única razón de ser es el racismo, azuzado por una fuerte inseguridad económica e identitaria.
La M31, Hume Highway, en la entrada a Melbourne. Un auténtico tostón de carretera. Fotografía de malinhett. |
Al día siguiente,
Stanley y Jessica regresan a Melbourne, a sus trabajos en hospitales y rutinas
urbanas. Las palabras del día anterior son la causa de que ninguno de los dos
hable durante el viaje: “Cuando regresan a Melbourne al día siguiente, Stanley
insiste en que quiere conducir él. Se siente bien cogiendo el volante entre sus
manos y conduciendo el coche por el camino de grava. Ya no le duele la cabeza,
pero la luz del sol es insoportable. Jessica le presta sus gafas de sol. A
mitad de camino paran a llenar el depósito y se compran una Big Mac Meal en el
McDonald’s. Jess le va dando patatas fritas a Stanley mientras avanzan a toda
velocidad por la autovía en dirección a la gran ciudad. No hablan. Solamente
miran la banda negra del asfalto y el cielo azul despejado a través del
parabrisas, y de vez en cuando las señales de precaución en un rutilante
amarillo.” (p. 20, mi traducción)
Esa brecha que
comienza a abrirse en el camino de regreso es la misma que dos jóvenes madres,
una de origen árabe y otra blanca, decidirán que es mejor mantener después de
pasar unos minutos juntas en ‘Toytown’ mientras sus niñas juegan juntas.
‘Fracture’ es
otro de los relatos que indaga en las fracturas sociales de la Australia
contemporánea. El protagonista es Deepak, doctor indio-australiano de segunda
generación, que conduce un Porsche y mantiene una relación de conveniencia
mutua con su jefa, Simone, en el hospital. Las cosas se tuercen cunado un
hombre mayor, curiosamente de apellido Ferrari, acude al hospital por una
fractura en la pierna, y el tratamiento no tiene el éxito esperado. A sus 60
años, sin opciones de recuperar su trabajo, Tony Ferrari necesita un culpable.
¿Quién mejor que el doctor indio? El título hace referencia a la fractura
emocional, personal y profesional que sufre el doctor cuando las quejas de
Ferrari llegan hasta las más altas instancias. Aunque cabe decir que ése no
será el final del calvario de Deepak.
En ‘Muse’, el
relato más largo del volumen, Cheng se zambulle en la vida de un viudo que
querrá recuperar la energía vital a través del dibujo. Cuando le propone
trabajar como modelo a una joven a la que ha conocido en un taller nocturno, la
ilusión se resquebraja junto con su salud. Es un relato muy redondo, muy bien
trabajado y concluido.
El cuento que
cierra el libro se titula ‘A Good and Pleasant Thing’. La protagonista es la
Sra. Chang, emigrada (como Stanley Chu, y como la propia Melanie Cheng) desde
Hong Kong a Melbourne. La ocasión es el cumpleaños de su nieto, que,
casualmente, es el 26 de enero. Pese a que ha comprado todos los ingredientes
para hacer el arroz favorito de su nieto, sus hijas deciden que el almuerzo
celebratorio será en un restaurante del centro, en el barrio chino, llamado
Jardines Celestiales. La comida es para la viuda Chang una gran decepción: “La
comida era mediocre. Los chicharrones de cerdo paraban correosos y difíciles de
masticar, el brócoli estaba ya frío y el arroz se les había pasado. Cuando
terminaron de comer, la Sra. Chan sacó un palillo de uno de los diminutos
jarroncitos que había sobre la bandeja giratoria y tapándose la boca trató de quitarse
un trocito de brócoli que se le había quedado entre los dientes. ’ (p. 237, mi
traducción) En este relato, la generación mayor de los emigrantes reniega del
país de acogida porque no puede producir comidas de la calidad a la que estaba
acostumbrada en Hong Kong.
Chinatown, Melbourne. No es Hong Kong, y nunca lo será. Fotografía de brightsea. |
Esta es un buena
e incisiva colección de relatos sobre la vida contemporánea en Australia, en
los que además de la migración y lo foráneo de la existencia de muchos
emigrantes en el país, Cheng trata temas como el duelo, la indiferencia hacia
los más vulnerables y la familia como estructura social amenazada por cambios
imparables. Un excelente debut.