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6 jun 2024

Reseña: The Dark Cloud, de Guillaume Pitron

 
Guillaume Pitron, The Dark Cloud: How the Digital World is Costing the Earth (Melbourne: Scribe, 2023). 290 páginas. Traducido del francés al inglés por Bianca Jacobsohn.

¿Cuál es el verdadero coste de la tecnologización de nuestras vidas a escala global? Para alguien que, desde que aparecieron, se negó a tener uno de esos teléfonos ‘inteligentes’ (y sigue sin tener uno), los datos con que Pitro bombardea al lector capítulo tras capítulo no hacen sino reforzar esa convicción de que lo digital, para el planeta Tierra, es un lobo disfrazado de cordero.

Esa nube oscura a la que se refiere el título del libro no es algo inmaterial: las grandes compañías que nos ofrecen almacenamiento de archivos digitales de todo tipo (desde esta entrada en un blog personal sin apenas presencia en internet hasta los cientos de miles de videos inútiles que cada día sube la gente a las muy mal llamadas redes sociales) han construido gigantescos centros que albergan servidores que devoran electricidad y agua. Los miles de millones de teléfonos y tabletas que se venden todos los años utilizan miles de toneladas de tierras raras, cuya extracción no es ni fácil ni económicamente asequible. La lista de contradicciones a las que Pitron hace referencia en este libro es enorme.

¿Es ese mundo futuro al que nos encaminamos una apuesta que nos va a costar la Tierra? Pitron augura que así es, si bien también recoge las opiniones de expertos y científicos que son un poco más optimistas. Sea como sea, The Dark Cloud abunda en el tema del increíble despilfarro que todo lo digital implica.

Pitron deja muy claro que lo digital ha asumido una función catalizadora de la aceleración económica y tecnológica de la que los gobiernos de todos los países del mundo participan; es una interminable intensificación de producción y consumo, a la que parecemos abocados a vivir (¿quién sabe por cuánto más tiempo?). Para evitar el previsible caos que muchos pronostican, señala Pitron que se ha de producir un importante giro ideológico:

«Se pueden temer y encomiar por igual los efectos rebote, según cual sea tu postura respecto al incremento de la riqueza, la globalización del comercio y la mezcla de culturas. Es así como la expansión de lo digital nos pone cara a cara con nuestras convicciones más íntimas: no es ni bueno ni malo; simplemente depende de lo que hagamos con ello. Internet permitirá a los niños de las regiones más distantes del planeta educarse de manera remota; también se usará para esparcir teorías conspirativas que socavan nuestros sistemas democráticos. Tratará enfermedades raras; pero también permitirá que Ryan Kaji, el muchacho famoso por desempaquetar regalos todos los días delante de una cámara en Texas, siga siendo el youtuber mejor pagado del mundo.

Los servidores de Wikipedia. Fotografía de Helpameout.

Sea como fuere, las repercusiones económicas, sociales y psicológicas de lo digital no deben confundirse con su función ecológica. Aunque estimula la aparición de iniciativas increíbles que buscan proteger el clima y la biodiversidad, no se diseñó para ‘salvar’ el planeta, y las afirmaciones acerca de que la resiliencia de la vida en el planeta Tierra está asociada con el desempeño de las herramientas digitales es, creo yo, un mito, una fantasía. Como me dijo un experto en tecnologías digitales, las TIC [tecnologías de la información y la comunicación] han hecho del mundo un lugar mejor, pero en términos de impacto medioambiental, es lo peor que podría haber ocurrido’.» [p. 149-50, mi traducción]

Un libro pobremente editado (está repleto de erratas y errores) sobre un asunto verdaderamente urgente. Lástima que no sea un estudio mejor diseñado. Nos queda la pregunta: ¿Salvará la tecnología a la humanidad o servirá para acelerar una posible calamidad global espoleada por el calentamiento global, las guerras, las hambrunas y las enfermedades que muchos predicen? ¿Quién tendrá razón? Y agrego yo: ¿De verdad les importará a quienes rigen nuestro modo de vida?

Por cierto, que si te apetece añadir tu granito de arena a esta absurda situación, puedes hacer un comentario más abajo, o compartir esta reseña en tus redes, o enviarme un correo. Dale. No, no lo hagas.

19 ago 2023

Reseña: Australian Deserts: Ecology and Landscapes, de Steve Morton

 
Steve Morton, Australian Deserts: Ecology and Landscapes (Melbourne: CSIRO Publishing, 2022). 298 páginas.

Para quienes no han visitado Australia, comprender las distancias, la vastedad del continente, resulta difícil. Si llegas al país en avión, cuando el aparato procedente de algún aeropuerto asiático o del Oriente Medio empieza a volar por encima de la costa del noroeste, has de saber que te quedan todavía cuatro horas y media hasta llegar a Sydney o Melbourne. Esas cuatro horas y pico, el avión va a estar cruzando la enorme extensión desértica del corazón de Australia.

Leerse este libro de Steve Morton equivale prácticamente a hacer una asignatura de un curso de posgrado en ecología del desierto australiano. Es, en cierto modo, un libro de texto a la vieja usanza, con la salvedad de que el autor incluye anécdotas personales y valoraciones subjetivas sobre el tema que trata. Morton adora los ecosistemas de los desiertos australianos, que son numerosos, bastante diferentes entre sí y completamente diferentes de otros desiertos, tanto los septentrionales (p. ej., el Sahara) como meridionales (Atacama).

«…cómo estos animales pasan meses y años enterrados en una suerte de cámara bajo la tierra, esperando la oportunidad de que se dé un breve encuentro con el mundo que hay arriba. Un amigo me sorprendió al lanzarme esta pregunta: “¿Y para qué? ¿De qué sirve un animal que se pasa el 99 % de su vida enterrado y aletargado?” En mi respuesta, le apuntaba que se le había presentado de forma real la evolución, que el punto del modo de vida de la rana excavadora es sencillamente que funciona. Y es por esta razón que nos fascinan los desiertos. En el más inclemente de los lugares, los resultados de la evolución se hacen más evidentes, tal como nos demostraba el ejemplo del insólito milagro de la rana excavadora». (p. 17, mi traducción) Fotografía de Michael Barritt y Karen May.
En poco más de doscientas cuarenta páginas Morton sintetiza décadas de investigación, trabajo de campo y decenas de miles de horas de observación y estudio. En nueve capítulos, el ecólogo analiza la flora, la fauna, los suelos, las masas de agua, su creación, persistencia y desaparición y las consecuencias que ésta tiene. Dos elementos son constantes en la explicación que da Morton de los desiertos australianos: 1) que la impredecibilidad de la precipitación lluviosa marca el curso de la vida de prácticamente todas las especies de los seres vivos en estos lugares; y 2) que la gran carencia en nitrógeno y fósforo de los suelos del interior de Australia ha determinado la evolución de la flora, que a su vez influye de forma decisiva en la fauna a la que da cobijo y alimento.

En años recientes se ha hecho más que evidente que la atmósfera del planeta se está calentando, y Morton incluye la siguiente advertencia hacia el final del libro: «El impacto del calor estival es agobiante para los seres humanos, puesto que el tamaño de nuestros cuerpos hacen difícil el esconderse del sol y del calor. La supervivencia depende de nuestra capacidad para cobijarnos del sol, que resulta ser el principio adoptado por la mayoría de los animales de la Australia árida. Los animales más pequeños, tanto los invertebrados como los vertebrados, se ocultan en madrigueras y oquedades, y muchos de ellos limitan su actividad a la noche. Los mamíferos más grandes el ganado, los dingos, los humanos y los canguros deben buscar la sombra de árboles o cuevas. Las aves son inusualmente resilientes al calor porque su temperatura corporal normal de 41ºC es tres grados superior que la de los mamíferos, lo que les otorga un colchón envidiable; aun así, las aves comienzan a sufrir a temperaturas superiores a los 45ºC. Durante el día, el estrés térmico del verano es un riesgo constante para los animales vertebrados activos». (p. 229, mi traducción)

Australian Deserts ofrece una abundancia de detalles sobre especies, lugares e interacciones entre los distintos componentes que integran ese ecosistema que describe. Y destaca especialmente la importancia que el fuego como técnica de dominio del medio ambiente ha tenido en la antiquísima cultura indígena: «Con frecuencia, los debates en torno al fuego implican una mezcla de ciencia y cultura. La gente de ascendencia europea muchas veces albergan muchas dudas respecto al fuego: parece una creencia implícita que una tierra ennegrecida es algo malo. En cambio, recuerdo ver el gozo en los rostros de las mujeres Warlpiri en Papunya mientras iban prendiendo fuego para luego cazar varanos gigantes, y así hacer una buena limpieza del terreno. Pienso que sería prudente intentar comprender el lugar por sus propios méritos en vez de reflejar inconscientemente una cultura septentrional europea que todavía se está adaptando a la realidad de una Australia que es propensa al fuego. La tierra donde crece la hierba spinifex arde porque es lo que ha hecho durante millones de años. La gestión de las extensiones altamente combustibles y muy poco pobladas de los desiertos occidentales australianos requiere un cierto grado de aceptación de incendios a gran escala». (p. 67, mi traducción)

«El pergolero moteado occidental es un curioso personaje entre las aves frugívoras. Depende de la higuera de roca, un inusual árbol que posee follaje denso y brillante y que está confinado a riscos y desfiladeros. Las higueras de roca producen al menos algo de fruta todo el año, y a estos pájaros les encanta su fruta, lo que explica la estrecha relación entre planta y ave. Los pergoleros moteados occidentales parecen ser pájaros sedentarios, que se mueven en un ámbito local en respuesta a la producción de fruta por parte de las higueras. Son polígamos, y como es el caso en la mayoría de los pergoleros, la hembra construye el nido en un arbusto, con frecuencia en el interior de una planta de muérdago, donde cuida en solitario a las crías. Para atraer a las hembras y copular con ellas, el pergolero construye un emparrado en forma de pérgola con hierba y palitos debajo de un matorral, y luego lo decora con bayas verdes o blancas, conchas de caracoles, piedrecitas, huesecillos y objetos fabricados por el hombre. Se encarga del emparrado todo el año, pero la crianza tiene lugar sobre todo en los meses más cálidos». (p. 96-7, mi traducción) Fotografía de JJ Harrison.

A veces sorprende con propuestas que parecen ser contrarias al espíritu ecologista del que hace gala en todo el libro: «La introducción de más escarabajos peloteros casi seguro ayudaría a reducir esta peste [las moscas del outback australiano]. En el sureste y suroeste de Australia, se produce una mayor mortalidad de moscas allí donde los escarabajos peloteros introducidos son abundantes, porque sus actividades causan que los excrementos se sequen más rápido y se mueran los huevos y las larvas. […] A lo sumo, los escarabajos peloteros reducen a la mitad la duración y la intensidad de las plagas de moscas. Los que vivimos en el Outback nos beneficiaríamos de que se introdujese una mayor gama de escarabajos peloteros». (p. 139, mi traducción)

«… las chinches asesinas son habituales en los desiertos. La mayoría tienen la apariencia de una mantis religiosa, con las largas patas delanteras levantadas delante del cuerpo erecto para poder extenderlas repentinamente y atacar. […] Tras realizar una emboscada con éxito, una chinche asesina perfora a su víctima con su fuerte probóscide, a través del cual inyecta una especie de saliva que inmoviliza a su presa. Las toxinas deben de ser ciertamente poderosas, puesto que con frecuencia las chinches asesinas matan insectos de tamaño sustancialmente mayor que ellas mismas». (p. 154, mi traducción) Fotografía de TJ Eales.

Es un maravilloso compendio de estudio, erudición y observación que tardará muchos años en ser superado.

El diablo espinoso o móloc se hidrata, es decir, bebe, a través de la piel. ¡Quién pudiera hacer lo mismo! Fotografía de Ian Brennan.

5 jul 2021

Reseña: A Banquet of Consequences - Reloaded, de Satyajit Das

Satyajit Das, A Banquet of Consequences - Reloaded (Australia: Viking, 2021 [2015]). 480 páginas.

El programa gubernamental de ayuda financiera al empleo durante la pandemia, conocido como JobKeeper, supuso un gasto de 130.000 millones de dólares australianos. Los receptores de esta generosísima cantidad de fondos públicos no fueron directamente los empleados, sino los empleadores. Transcurridos varios meses desde que JobKeeper concluyera, las investigaciones de periodistas revelaron que un buen número de las compañías que recibieron esos fondos no solamente no necesitaban la ayuda, sino que en última instancia dedicaron el capital público recibido a pagar dividendos a accionistas, bonificaciones extraordinarias a sus directivos y, en el caso de algunas escuelas privadas, a reducir las cuotas que pagan los padres que deciden enviar a sus niños y niñas a esos centros de elitismo y privilegio.

Moraleja: Para quienes deciden las políticas económicas y recaudan los tributos que costean sus elevados salarios, el dinero (de los demás) cae del cielo y crece en los árboles.

Das es economista de carrera. Nació en Calcuta y vive en Australia desde los 12 años. Este libro es una versión revisada y actualizada tras el hundimiento económico generalizado causado por el Covid-19. En su primera edición, el libro analizaba la situación resultante de la crisis de 2008 y las consecuencias que el sistema actual va a tener en nuestras vidas. El panorama que plantea Das es, sencillamente, desolador: “La posición de la economía global es semejante a un agujero negro, del que la gravedad impide que escape nada, incluida la luz. Los excesivos niveles de deuda y los desequilibrios fundamentales, fuertemente arraigados, impiden ahora escapar del estancamiento o algo incluso peor. Los agujeros negros se forman cuando estrellas inmensas colapsan al final de su ciclo vital: una metáfora adecuada para el reciente periodo de nuestra historia económica.” (p. 92. Nota: Todas las citas que figuran en esta reseña son mi propia traducción).

El arquitecto de la magia financiera saca un conejo de la chistera en menos que canta un gallo. “Los gobiernos utilizan la contabilidad creativa. Durante el periodo anterior a la introducción del euro, Italia y España utilizaron transacciones con derivados, supuestamente para minimizar sus niveles de deuda. […] Para superar la falta de dinero disponible para recapitalizar sus bancos, el Gobierno de España empleó la contabilidad, acordando que pérdidas tributarias de €30 mil millones pudieran utilizarse para apuntalar el capital regulatorio. Mientras la UE buscaba mejorar la solvencia de los bancos aumentando las reservas de capital, España adoptó una estrategia de manipulación fiscal que para nada ayudó a mejorar la verdadera capacidad de absorción de pérdidas de sus bancos.” (p. 59-60) 
El tema de la deuda, que según Das ha alcanzado niveles descomunales, es recurrente en su exposición y denuncia. La deuda, tanto pública como privada, lastrará cualquier tentativa que busque una solución a los múltiples problemas que afronta el mundo en las próximas décadas.

No es el único aspecto alarmante: el cambio climático, la escasez de recursos, en particular el agua limpia, y la incapacidad y falta manifiesta de voluntad de los políticos para obligar a repensar nuestros hábitos de consumo y el viciado sistema de producción que los alimenta.

Aunque es un libro muy especializado en cuestiones económicas, Das escribe en un lenguaje conciso, claro e inteligible. Algo que los lectores agradecen es su costumbre de ejemplificar un punto con una cita o referencia literaria o artística para concluir una sección. Son todas aptas y oportunas. Un ejemplo que describe la destrucción de la industria pesquera del Mar de Aral: “Los barcos pesqueros varados en el Mar de Aral seco son un eco del cuadro surrealista de Salvador Dalí de 1934, Imagen paranoica astral, en el que unos pobladores desatentos están sentados en un bote de remos en un lago o un océano seco. Es el recordatorio de las consecuencias del voraz apetito de la humanidad por el agua.” (p. 127)

El Mar de Aral desde el espacio, en 1989 y en 2008. 
Tampoco le falta la ironía: “Un directivo de un banco central describió la política de la devaluación de divisas de forma muy pintoresca: es como orinarse en la cama. Aunque al principio uno se siente bien, rápidamente se convierte en un desastre.” (p. 156)

Das reitera a lo largo del libro el hecho incontrovertible de que el pato siempre lo pagan los mismos: los que menos poder tienen, los más pobres y vulnerables: “Las políticas diseñadas para hacer frente a la Crisis Financiera Global, tales como la inversión en instituciones financieras para asegurar su solvencia, los recortes en los tipos de interés y los programas de expansión cuantitativa, incrementaron todavía más la desigualdad. El coste de los rescates lo asumieron de manera desproporcionada los grupos sociales con menores ingresos.” (p. 216)

“Tras dejar el Banco de Reserva Federal, Ben Bernanke se lanzó al ruedo de las conferencias con una celeridad que no ha tenido parangón desde que la madre enviudada de Hamlet contrajo matrimonio con su cuñado.” (p. 90). Fotografía de Medill DC.
No es, ciertamente, una lectura de lo más amena. Tampoco va a inyectarte dosis de positividad, que ya quisiéramos muchos en esta época. Pero A Banquet of Consequences – Reloaded advierte de negros nubarrones en el horizonte. La tormenta no se desatará mañana, sino que afectará a las próximas generaciones, que han nacido endeudadas.

Los niños ya no vienen al mundo con un pan bajo el brazo, sino con una carpeta repleta de avisos de cobro de deudas.

19 jul 2020

Reseña: Rain, de Mary M. Talbot y Bryan Talbot

Mary M. Talbot and Bryan Talbot. Rain (Londres: Jonathan Cape, 2019). 157 páginas.

Las primeras cuatro páginas de este relato gráfico nos trasladan a la selva amazónica en la primera década del siglo XIX, citando a Alexander von Humboldt, quien ya observaba entonces que las consecuencias de la deforestación estaban alterando el sistema climático y el régimen de lluvias, a la vez que provocaba la erosión del terreno y graves inundaciones en torno a los ríos. Más de dos siglos después, el problema no solamente se ha agravado. Como señalaba Scranton en We’re Doomed. Now What?, hemos excedido los márgenes de explotación racional y sostenible de los recursos que alberga el planeta. Lo que nos sobrevenga de ahora en adelante es una incógnita.

Si von Humboldt pudiese ahora en 2020 hablar...
Mitch y Cath son las dos protagonistas de esta novela gráfica. La primera vive en el norte de Inglaterra, en un pueblo de Yorkshire, y su vida gira en torno a ideales medioambientalistas como la comida orgánica, y participa en grupos de protección de los páramos locales. Cath, por su parte, vive en Londres y desconoce en gran medida algunos de los temas que preocupan a su pareja.

Un paseo por los campos de las hermanas Brontë.
Buena parte de la historia se centra en los activistas locales y en sus acciones de vigilancia y protección de la fauna y flora. Los cambios producidos en el páramo y su entorno por un empresario y terrateniente local con el fin de sacar las máximas ganancias posibles de la masacre anual de urogallos son uno de los hilos narrativos. También lo es la participación de Mitch y Cath en protestas contra el fracking y las decisiones políticas del gobierno de Su Majestad.

Las protestas son necesarias, sí; pero en las urnas, ¿por qué se sigue votando a quienes no tienen voluntad de buscar soluciones urgentes?
La pega principal que se le puede poner al libro es que, pese a sus excelentes intenciones e ineludible mensaje, la historia personal de las dos mujeres no termina de cuajar dentro de su estructura total. Porque, de pasajes meramente didácticos, o incluso técnicos, sobre los efectos nocivos de pesticidas o de las repercusiones de prácticas contrarias al sentido común y al medio ambiente, pasamos a escenas domésticas sin mucha lógica narrativa. Que el libro tiene un ánimo pedagógico es innegable. Lograr que el mensaje llegue al lector de manera creíble a través de retazos de la historia de la relación personal de dos mujeres no es sin embargo tan fácil ni efectivo.

Son dibujos detallados, muy expresivos. El contraste entre páginas en tonos grises o simplemente en blanco y negro y páginas repletas de colorido sirve para remarcar decididamente la belleza de lo natural frente a lo urbano. A veces el paso del tiempo se representa por medio de una planta o un paisaje, como queriendo recalcar que aunque no lo percibamos en el día a día, la flora nos recuerda que las estaciones avanzan una tras otra.

Merry Christmas? I don't think so....
El relato de Mitch y Cath alcanza su punto culminante con la riada que impacta al pueblo. Este episodio está efectivamente basado en hechos reales: las inundaciones de los días de Navidad y San Esteban en 2015 que tantos daños causaron en el norte de Inglaterra y Escocia. Rain es un valioso intento de concienciar al lector de la terrible realidad a la que estamos abocados, sea por las lluvias torrenciales, sea por incendios forestales como los que padecimos en esta parte del mundo donde vivo. Pese a sus buenas intenciones, sin embargo, como novela gráfica no acaba de funcionar.

5 nov 2019

Reseña: The Uninhabitable Earth, de David Wallace-Wells

David Wallace-Wells, The Uninhabitable Earth (Penguin, 2019). 310 páginas.
Habitualmente siento la necesidad de comentar cumplidamente los libros que leo, sean del género que sean (ficción, no ficción, poesía, etc.). Con este libro, que lleva por subtítulo A Story of the Future [Una historia del futuro] voy a hacer una excepción. Solamente voy a decir que la hipótesis o predicción que desarrolla el autor es devastadora, pavorosa y lamentablemente imparable. Hace unos meses, mientras cenábamos con mi amigo Will, le sugería que, por desgracia, pienso que ya hemos cruzado una línea, que hemos sobrepasado un punto del cual no hay retorno. Y que todos y cada uno de nosotros hemos contribuido nuestro granito de arena a que ello haya ocurrido.

Un dato como aperitivo: “La escala de la transformación sigue siendo extraordinaria, incluso para quienes fuimos criados en mitad de ella y subestimamos todos sus arrogantes valores. El 22% de la masa terráquea fue alterado por los seres humanos entre 1992 y 2015. El 96% de los mamíferos, según su peso total, son humanos y su ganado; solamente el 4% son animales salvajes.” (p. 154)

El libro está dividido en dos partes ('Cascades' y 'Elements of Chaos'), pero en mi opinión ambas forman parte de un todo. Además, cuenta con una extensa sección de notas que, sorprendentemente, no están marcadas en el texto.

De manera que voy simplemente a citar algunas de las muchas frases y numerosos párrafos que me han llamado la atención, por alguna u otra razón; e invito a quien las lea a dejar sus impresiones debajo en forma de comentario. Se mire como se mire, la premisa que postula Wallace-Wells es, no ya preocupante, sino espantosa; y es algo que semana tras semana, mes tras mes, se confirma.

“Ya hemos rebasado el estado de condiciones medioambientales que, en un primer lugar, permitieron al animal humano evolucionar, en una apuesta incierta y no planeada respecto a exactamente qué puede tolerar dicho animal. El sistema climático que nos creó y que dio lugar a todo lo que ahora conocemos como cultura y civilización humanas está ya, como si se tratase de un padre, muerto.” (p. 18)

“La creencia de que se podría gobernar, o gestionar, el clima de forma verosímil por parte de una institución o un instrumento humano disponible en un breve tiempo es otro ingenuo engaño.” (p. 25)

“Desde que comencé a escribir sobre el calentamiento, a menudo me han preguntado si veo alguna razón para el optimismo. Y el hecho es que soy optimista. Dada la posibilidad de que los seres humanos podrían dar lugar a un clima que sea hasta seis o incluso ocho grados más caluroso a lo largo de los próximos siglos – que harían inhabitables grandes extensiones del planeta conforme a las definiciones que empleamos en la actualidad – un desorden así de degradado cuenta para mí como un futuro alentador.” (p. 31)

“El mapa de nuestro nuevo mundo lo dibujarán en parte procesos naturales que siguen siendo misteriosos, aunque decididamente lo hará más la mano humana.” (p. 140)

“Pensamos en el cambio climático como algo lento, pero en realidad es desconcertantemente rápido. Pensamos que los cambios tecnológicos necesarios para evitarlo van a llegar rápidamente, pero por desgracia son engañosamente lentos – especialmente cuando lo juzgamos por lo pronto que nos van a hacer falta.” (p. 179)

“Observando el futuro desde el promontorio del presente, cuando el planeta se ha calentado ya en un grado, el mundo de un calentamiento de dos grados semeja una pesadilla […]. Mas un modo en que podríamos conseguir abrirnos camino sin un desmoronamiento colectivo hacia la desesperanza es, aunque parezca perverso, normalizar el sufrimiento climático a la misma velocidad que lo aceleremos, tal como hemos hecho con tantísimo dolor humano a lo largo de los siglos…” (p. 216)

¿Nuestro gran fracaso colectivo?
“La sensación de que somos especiales en el cosmos no es garantía alguna de que seamos unos buenos administradores. Pero sí nos ayuda a centrar nuestra atención en lo que le estamos haciendo a este planeta tan especial. […] Solamente hace falta observar las opciones que hemos escogido, de forma colectiva; y, de forma colectiva, en estos mismos momentos estamos escogiendo destruirlo.” (p. 225)

Todas las citas que figuran arriba son, como es habitual en este blog, mi propia traducción del inglés. Como decía más arriba, somos unos cuantos los que estamos persuadidos de que es ya demasiado tarde. Quisiera estar equivocado, por supuesto.

El libro se ha publicado en castellano este mismo año, bajo el título de El planeta inhóspito, en Debate. La traducción corre a cargo de Marcos Pérez.

15 oct 2019

Bungonia Creek Gorge


Por si no se tiene ya muy claro, es muy evidente que, a partir de cierta edad, habrá lugares que queden fuera de las posibilidades físicas de uno; para poder acceder y salir de ellos hay que tener la necesaria fuerza y agilidad (por no hablar de un corazón en condiciones). El caso es que llevaba tiempo queriendo bajar a esta garganta o desfiladero, Bungonia Creek Gorge, situado en la llamada meseta sur (Southern Tablelands) del estado de Nueva Gales del Sur, unas dos horas al sur de Sydney.


Como se suele decir, una imagen dice mucho más que mil palabras. Y si además te quedas sin aliento como me ocurrió a mí, pues mejor nos ahorramos muchas palabras y vamos directamente a las imágenes, bajo las cuales insertaré algún comentario o explicación, según convenga.


"Minimal directional signage". De hecho, en algunos tramos es inexistente.
Datos útiles para quien vaya a intentar este recorrido:
  • El recorrido en sí mismo es corto: apenas 4 km. Pero es muy duro. Se aconsejan entre cuatro y cinco horas para completarlo.
  • A fecha de octubre de 2019, la entrada al Parque Nacional cuesta $8 (¡se puede pagar con tarjeta de crédito!), y el sistema funciona como un ticket de aparcamiento. Pagas, dejas el billete en el salpicadero y te vas a caminar. 
  • La única manera de llegar a Bungonia es con transporte propio. No hay autobuses ni nada que se le parezca. Vamos, como en el 95% de Australia.
  • Llévate suficiente agua (mínimo 1 litro por persona, más si vas en verano – aunque no es recomendable) y comida. Es mejor no ir solo.
  • Calzado de montaña. Tanto el descenso como el recorrido por el lecho del arroyo lo exigen.
  • Se puede hacer camping en el recinto del Parque Nacional. La población significativa más cercana con alojamiento es Goulburn (20.000 habitantes, a una media hora en coche).
  • Si no estás acostumbrado a hacer senderismo, ponte primero en forma. No habrá cobertura de móviles una vez comiences a bajar al desfiladero.
El descenso se hace por terreno de piedra quebrada, muy resbaladiza. Hay que andarse con ojo.
Flora local.
El lecho del arroyo. Esta es la parte amable.

¡Caramba! No me digas que hasta aquí ha llegado la Legión...
Efectos de las crecidas de agua

Siempre hay alguien que está que se sube por las paredes. Literalmente.

Caminante no hay camino, se hace camino al saltar... saltando, y dejándote resbalar por las rocas, o por debajo de imponentes peñascos de hasta diez metros de altura. Aquí no hay marca alguna. Los peñascos son en buena medida la consecuencia de explosiones en una cantera cercana.
Se ve luz al otro lado, pero ¿se podrá pasar?
Bungonia Creek Gorge. Imponente.
¿En nombre del progreso? La cantera da empleo a algunos habitantes de la zona, pero ha destruido unas cuantas colinas ya.
¿Vale la pena bajar aquí? Sin duda. Pero no hay ascensor para regresar arriba.

9 feb 2019

Reseña: We're Doomed. Now What?, de Roy Scranton

Roy Scranton, We're Doomed, Now What? (Nueva York: Soho, 2018). 348 páginas.
El pasado mes aquí en Canberra ha sido el enero más caluroso desde 1939, año en que comenzaron a tomarse mediciones. Para los que niegan que el cambio climático es un hecho (conozco a personas así: incluso algún miembro de mi familia niega la realidad), ampararse en lugares comunes como “es verano, es normal que haga calor” resulta una respuesta fácil y simplona. Cuando año tras año la temperatura media gana unas décimas, negar el calentamiento global viene a ser algo similar a decir que la Tierra es plana.

Imagen de SkepticalScience, modificada por Gregor Hagedorn. 
Atrapados como estamos en un sistema económico que impulsa el consumismo como estímulo de la creación de empleo, a uno le queda claro que la humanidad se ha subido a un tren al que aparentemente no se le puede activar ningún sistema de frenado, y que acelera su marcha en dirección a un precipicio. Pasado un cierto punto (por ahora indefinido), nadie sabe ya qué habrá. Como decía mi yo ‘sabio’ hace décadas: “El futuro es incierto”. Sí, muy incierto; pero sin duda será negativo. Y caliente.

Esta colección de ensayos, escritos por Scranton entre 2010 y 2018, cuenta con dos principales ejes temáticos: uno es la guerra, especialmente la de Iraq, y el otro es la catástrofe a la que el cambio climático nos aboca. Scranton se incorporó al ejército estadounidense poco después de los sucesos de septiembre de 2001 y la subsiguiente declaración de guerra contra el país donde una vez estuvo la cuna de la civilización: Mesopotamia.

Soldados norteamericanos en el río Tigris. “No importa cuál era nuestra intención, Lo que importa fue lo que hicimos.” (p. 202). Fotografía de Spc Gul A. Alisan. 
El título dice bien a las claras la postura que tiene el autor: el planeta parece abocado a cambios ecosistémicos irreparables, con cada vez más frecuentes eventos catastróficos de naturaleza meteorológica que darán lugar a oleadas de ingentes desplazamientos humanos. ¿No es acaso el repugnante muro que exige construir el narcisista Trump una línea de contención para las próximas tres o cuatro décadas? El Muro no lo quieren construir para detener a 25.000-30.000 centroamericanos que en 2019 buscan una vida mejor; el Muro lo quiere erigir la derecha más conservadora y racista de los EE.UU. para lo que ocurrirá en quince o veinte años. Al menos, ésa es mi teoría.

Scranton divide el libro en cuatro partes claramente definidas. La primera lleva por título ‘Climate & Change’. Comprende seis artículos en torno al tema del cambio climático y sus consecuencias ya evidentes y palpables, por ejemplo en el norte de Canadá. El tono predominante en todo el libro es pesimista (o descarnadamente realista, si se prefiere). Una muestra: “Vivimos hoy en un mundo en el cual la humanidad se ha llevado un golpe bajo, quizás más bajo que nunca. Agentes involuntarios de nuestro propio deceso, incapaces de controlar las inmensas tecnologías que tan arrogantemente creíamos nuestras, incapaces de ejercer la voluntad colectiva racional necesaria para salvar nuestra civilización de la destrucción, nos hallamos reducidos a algo menos que humanos, sin ni siquiera el torpe instinto de supervivencia que vemos en las plantas.” (p. 24, mi traducción)

Según Scranton, la humanidad en su conjunto ha sobrepasado el límite después del cual no habrá enmienda posible; el dato más revelador es la sobrepoblación del planeta: “No existe un mecanismo para unir a la especie humana en su totalidad y hacer que se mueva en una única dirección. Somos más de siete mil millones, y nos dividimos en más de doscientas naciones, miles de estados, territorios, condados, regiones subnacionales y municipios más pequeños, y una inimaginable multitud de corporaciones, organizaciones comunitarias, vecindarios, sectas religiosas, identidades étnicas, clanes, tribus, clubes y familias, cada uno de los cuales se enfrenta a sus propios conflictos internos, a la desunión, a la discordia, hasta el alma humana individual en conflicto consigo misma, desgarrada entre el miedo y el deseo, entre el difícil sacrificio y la fácil crueldad, todos nosotros improvisando día tras día, un momento tras otro, tomando decisiones basadas en nuestras mejores presunciones, corazonadas, quimeras reconfortantes y demasiados pocos datos.” (p. 48-9, mi traducción)

Las dos secciones centrales del libro tratan de la guerra de Iraq y de la justificación que suele hacerse en los Estados Unidos de las políticas gubernamentales de intervención militar exterior, a veces con pretextos nimios o tergiversados, cuando no falseados, y con consecuencias devastadoras para las poblaciones civiles donde dichas intervenciones tienen lugar. Para el lector puede resultar paradójico que Scranton haya alterado sus puntos de vista tan diametralmente, desde alistarse tras el 11 de setiembre hasta denunciar tan crudamente el sistema económico y político que alienta la guerra y acelera el desastre ecológico global. Concedámosle al menos el mérito de haberlo hecho.

De especial interés resultan los vínculos (para nada tenues) que Scranton establece entre la guerra y los fenómenos globales que nos conducen al mayor cambio geopolítico que la humanidad va a contemplar desde el comienzo de la Historia.

La última sección, la más breve, la comprenden dos ensayos, uno de índole más bien filosófica y otro, con un carácter muy afectivo, en torno a la posición ética personal que propone Scranton, y que lleva por título ‘Raising a Daughter in a Doomed World’ [Criar a una hija en un mundo sentenciado]. Una versión abreviada de éste puede leerse en la Red, publicado por el New York Times el 16 de julio del año pasado.

We’re Doomed. Now What? apunta a algunas tesis ético-políticas que, en el actual contexto internacional, les parecerán, a algunos, peligrosas, a otros, simplemente utópicas y a otros, lógicas. Sea como sea, lo que se nos viene encima tiene muy mala pinta. Al menos eso pienso yo.

17 ene 2017

Reseña: The Boy Behind the Curtain, de Tim Winton

Tim Winton, The Boy Behind the Curtain (Australia: Penguin, 2016). 299 páginas.

Una mañana de verano (rondaría yo los 14 años de edad) iba en bicicleta a hacerle un pequeño recado a mi madre cuando pasé al lado de un grupo de chicos conocidos (con los que mi pandilla de amigos habíamos tenido nuestros más y nuestros menos). Uno de ellos llevaba un rifle de perdigones. Bajaba yo tranquilamente la cuesta cuando un perdigón me impactó en la espalda. Desde ese día he odiado las armas. Todas y cada una de ellas.

En el relato autobiográfico que da título a esta colección de ensayos y variados retazos personales del escritor natural de Perth, Winton cuenta cómo durante meses aprovechó las ausencias de sus padres en casa para apostarse en la ventana, armado de un viejo rifle de calibre 22 que había en la casa, y escondido tras la cortina, apuntaba a los transeúntes con él. “Cuando pienso en el muchacho que estaba en la ventana, en el chico que yo era, siento un persistente escalofrío. Por aquel entonces solo tenía una oscurísima noción de los problemas que me estaba buscando. No me imaginaba ni por un momento ser uno de esos desprevenidos transeúntes o conductores, qué habría sentido si al levantar la vista hubiera visto a un pistolero que me apuntaba con un arma. Nunca me había apuntado nadie con un arma.” (p. 6, mi traducción) El chico que me disparó no se ocultaba tras una cortina, sino en el grupo tribal en el que los cobardes suelen esconderse. Quise romperle la escopeta en la cabeza, pero no lo hice.

En este volumen se recogen la mayoría de los artículos y ensayos que Winton ha publicado en diversas revistas y medios en los últimos quince años. La lectura del conjunto nos da una visión muy completa de quién es Tim Winton el escritor, el padre de familia, el surfista, el ecologista comprometido, el observador de la sociedad australiana y la clase política que la rige y la engaña.

Es una colección variopinta, pues los temas que trata son muchos y, en algunos casos, en cierto modo inconexos. Desde el papel que juegan las armas de fuego en la Australia del siglo XXI hasta la absurda y mezquina persecución que sufren los tiburones en las playas australianas, pasando por la influencia de la religión en su formación personal o dos episodios (ambos relacionados con motos) de su infancia que más le marcaron: por un lado, el accidente que sufrió su padre, oficial de policía, y por otro, otro accidente distinto, que presenció con su padre una noche, unos cuantos años después, cuando volvían de una tarde de pesca.

Hay también escritos de carácter esencialmente político, como ‘Using the C-Word’, en el que desmorona con sencillez y conocimiento el mito de que no existen las clases sociales en Australia. Son tremendamente reveladores los ensayos en los que revela su significativa participación en la campaña para salvar los arrecifes de Ningaloo, ‘The Battle for Ningaloo Reef’ (Winton donó el dinero del premio Miles Franklin que ganó con Dirt Music para sostenerla), y ‘Lighting Out’, un relato autobiográfico y metaliterario en el que explica por qué y cómo decidió rescribir esa misma novela y reducirla desde las casi 1200 páginas del manuscrito que se negó a enviar a la editorial a menos de la mitad. Qué pena que después Destino la arruinara al publicarla en castellano.

Escrita en su acostumbrado lenguaje coloquial, la prosa de Winton posee un singular tono que combina el lirismo con la sencillez y la candidez y que a ratos suena a poesía íntima, bastas confesiones sin refinar, pero quizás por ello más redondas por lo que consiguen comunicar. Tanto en el agua como en la tierra Winton es un maestro de la descripción, capturando en imágenes brevemente expresadas el momento, el lugar, la esencia.

Otro de los ensayos en esta recopilación ofrece una curiosísima anécdota sobre la visión del clásico de Kubrick (basada en el libro de A.C. Clarke), 2001: Una odisea del espacio, cuando tenía ocho años, y la duradera influencia que ha tenido en su personalidad y en su escritura. Como con el resto de la ouvre de Winton, me parece difícil que vaya a ver la luz en castellano, o en catalán, lo cual es una lástima. A ver si hay algún editor que se anima.

La lucha por el arrecife de Ningaloo resultó ser algo más que una riña en torno a un proyecto de complejo turístico: fue un combate entre dos formas de ver la vida. En una esquina, el persistente ethos del colonizador, la suposición colonial de que la naturaleza existe para ser explotada – que no tiene un valor intrínseco, que siempre habrá más. Y en la parte opuesta, la idea de que la naturaleza tiene valor por derecho propio – que hace falta estudiarla, cuidarla y utilizarla con sumo cuidado para incrementar sus posibilidades de perdurar, porque todos sus sistemas son finitos. (‘The Battle for Ningaloo Reef’, p. 159, mi traducción). Fotografía de Eugene Regis.

La evidencia sugiere que nos atribuiremos el permiso de hacerle al tiburón cualquier cosa. Es por eso que continúa prosperando el bárbaro comercio de la aleta de tiburón, es por eso que los grandes tiburones pelágicos han desaparecido en todo el mundo sin que nadie se inmute, es por eso que es improbable que los chicos que mutilan y torturan a los tiburones bajo los muelles de los municipios costeros de toda Australia reciban una reprimenda, por no hablar de que sean condenados por infracción alguna, y es por eso que a la gente biempensante en ciudades como Sydney y Melbourne les parece bien comprar carne de tiburón bajo el nombre comercial falso y engañoso de flake, aun a medida que sus números decrecen. De todos los recursos pesqueros cercanos al colapso, el tiburón es el que menos probabilidades tiene de avivar nuestra conciencia colectiva. Porque fundamentalmente el tiburón no importa – he ahí el subtexto tenaz, perenne. La demonización de los tiburones nos ha cegado la vista, no solamente respecto a nuestro propio salvajismo, sino también a nuestra despreocupada hipocresía. (‘Predator or Prey’, página 209, mi traducción)

Puede que Australia sea un país deslumbrantemente próspero, y dispuesto a proyectar la imagen de una sociedad sin clases para el país mismo y para los demás, pero todavía está estratificada socialmente, aun si son menos los indicadores obvios de la distinción de clases que existían hace cuarenta años. El acento no es, por supuesto, uno de ellos. Tu código postal pudiera resultar revelador, pero no es concluyente. Ni siquiera la ocupación de una persona puede ser algo fiable, y este mundo superficial jamás ha resultado ser tan complicado para hacerle una lectura. En una época de regímenes de crédito relajados, lo que la gente vista o conduzca es algo engañoso, igual que lo es el tamaño de las casas en las que viven. A los australianos les ha dado por vivir de manera ostentosa, proyectando aspiraciones sociales que deben más a la industria del entretenimiento que a una ideología política. La medida más sólida del estatus social de una persona es la movilidad, y la principal fuente de ella reside en los ingresos. Bien nazcas con dinero, bien lo acumules, es la riqueza lo que determina la elección de educación, vivienda, atención sanitaria y empleo. Es también un indicador de salud y de longevidad. El dinero continúa hablando con la voz más alta, incluso cuando lo a veces lo haga desde las comisuras de la boca, Aun si habla con la boca completamente tapada. Y a los gobiernos ya no les apetece realizar una redistribución de la riqueza. Tampoco les gusta intervenir para abrir enclaves y derribar barreras que impiden la movilidad social. Según parece, estas son tareas cuya responsabilidad recae en el individuo. (‘Using the C-Word’, p. 231-2, mi traducción). Fotografía de D.A. Eaton.

6 jul 2016

Titikaka


Para cruzar de Bolivia a Perú hay que atravesar el lago. Los autobuses también lo hacen. El Estrecho entre San Pedro y San Pablo Tiquina.

La mayor ciudad a las orillas del lago Titikaka es la peruana Puno. Lo que parece evidente es que a la mayoría de la población de la ciudad el ecosistema del lago que les proporciona el agua para sus necesidades diarias les importa muy poco. El área más cercana a la ciudad es un paseo que debería hacer las delicias de los locales. En cambio, el lugar es un auténtico basural, un aluvión de botellas y bolsas de plástico, escombros y desperdicios en general, y por lo que pude ver, lo escondido de los juncos resecos que malviven en la zona la han convertido en urinario y/o cagadero furtivo. Una verdadera pena.

Vista de Puno y el lago desde el cerrito Huajsapata
Titikaka (de acuerdo con la ortografía quechua) es prácticamente un mar interior. La zona próxima al centro urbano es la más contaminada, aunque el lago queda un poco protegido por los juncos (la totora) que crecen en una zona de baja profundidad. Las fuertes lluvias del año pasado, además de inundar el centro urbano de Juliaca, próxima a Puno, descargaron cantidad de contaminantes en el lago. Uno de los tours más populares te lleva a las islas flotantes de los Uros, una pequeña comunidad aimara que vive del turismo. Un diminuto universo, un entorno singular y único prácticamente condenado a desaparecer.

 
Jonathan narra en su aimara materno la historia de su pueblo, los Uros, y la creación de sus islas flotantes en el lago.
Los Uros tratan de exprimir la mayor cantidad posible de soles al visitante. ¿Quién puede echárselo en cara? El proceso por el cual construyen sus islas flotantes es una enorme victoria del ser humano sobre la naturaleza, aunque hoy en día hayan accedido a tecnologías (paneles solares) que les permiten, por ejemplo, ver la TV o escuchar la radio en medio del Titikaka. Incluso la escuela de las islas cuenta con wifi, según nos contó nuestro guía local, Miguel Ángel.

Taquile
La excursión por el Titikaka no estará completa sin una visita a la isla de Taquile. Los taquileños son una comunidad quechua muy aislada que ha sabido conservar sus costumbres. Una de las curiosidades más sobresalientes para mí fue el hecho de que el sombrero o gorro que visten tiene su origen en la barretina catalana propia de los trabucaires. También el resto de sus ropas tiene una fuerte influencia española: visten un pequeño chaleco y fajín. Taquile vive también del turismo, por supuesto, pero el arte textil de la isla fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y los isleños parecen haber sabido gestionar el turismo de manera muy inteligente.

Un caballero taquileño
Panorámica desde Taquile hacia el este. Los picos nevados de Bolivia en la lejanía.

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