La narradora de
esta novela del escocés Burnside es una joven estudiante de cinematografía.
Kate Lambert ha perdido recientemente a su padre, quien le había ocultado su
enfermedad, y esa pérdida la ha dejado algo tocada. Kate comparte apartamento
con un académico y cineasta provocateur,
Laurits. En realidad, comparten algo más que un apartamento: las botellas de
moscatel y la marihuana son parte regular de las largas y vagas sesiones de
conversaciones y otras acrobacias que tienen lugar en la cama del profesor. Los
habrá sin duda que las denominarían hands-on
tutorials.
Kate se gana unos
cuantos dólares con pequeños proyectos de investigación de historia oral que le
encarga su compañero de apartamento. En uno de ellos, y arrastrando consigo una
nada despreciable resaca, conoce a una anciana llamada Jean Culver, quien la
invitará a escuchar sus historias con una condición: que deje de ingerir
alcohol.
Empieza así la
narración enmarcada que le otorga al libro una miga que de otro modo no
tendría. Es por tanto una versión contemporánea del mito de Scheherezade, solo
que en esta historia nadie pierde la cabeza por no contar un cuento. Kate
acepta el reto, y con cada café, té o infusión que comparte con Jean va
cumpliendo su parte de este pacto tan poco faustiano. Hay además una niña que
merodea la casa de Jean y que intriga a Kate sobremanera.
¿Y qué tiene Jean
que contar que tanto le (nos) pudiera interesar a Kate? Pues bastante, a decir
verdad. Comenzando por la muerte de su padre, en la esquina de las calles
Ashland y Vine en su ciudad natal. Un asesinato a sangre fría que presenció su
hermano Jeremy. Tras una dura infancia, Jeremy combate en la II Guerra Mundial,
donde será testigo de barbaridades indecibles. A su regreso, se casa con
Gloria, con la que tiene un hijo, Simon, y una hija, Jennifer. Jeremy se pone a
trabajar para el gobierno en un puesto más o menos secreto, y paulatinamente se
aparta más y más de su familia.
La historia que
narra Jean es en gran medida la historia de los Estados Unidos en la segunda
mitad del siglo XX. Simon y Jennifer encarnan la reacción de la juventud
norteamericana a las intervenciones militares en medio mundo que pretendían pararle
los pies al coco del comunismo.
Entretanto,
Laurits se mezcla con un hampón local y tras una noche en su bar favorito,
sufre un ataque mortal. De pronto, Kate se queda completamente sola. Destrozada
por la muerte de Laurits, vuelve a caer en el alcohol y entra en el oscuro
callejón sin salida de la soledad y el desconsuelo.
Será Jean quien
la rescate de una situación que nunca se nos explica. Kate se muda a la casa de
Jean, y poco a poco comienza a cuidar de la anciana, cuya salud es endeble. Las
historias sobre Simon, Jennifer, Jeremy y Gloria siguen aflorando, por
supuesto. Pero por encima de todas, sobrevolándolas o esperando en las sombras
de la narración, está la propia historia de Jean y su mejor amiga, Lee, de
quien había estado enamorada, y por cuya muerte Jean siempre se ha sentido
culpable.
Las historias que
Jean le cuenta a Kate refuerzan más si cabe el nexo de amistad e intimidad que
ha ido surgiendo entre ambas. Dos almas perdidas que se encuentran y se dan
apoyo mutuo cuando más lo necesitan. Burnside, sin embargo, deliberadamente
deja muchos huecos en la historia, preguntas para las que no quiere dar
respuesta, tanto en la historia de la propia Kate, como en las historias de los
personajes de la narración enmarcada. La técnica que emplea el autor no es
siempre la idónea: ninguna voz narradora resulta efectiva cuando trata de
reproducir las palabras de conversaciones que nunca presenció ni escuchó.
Aparte de ese
pequeño problema, Ashland & Vine
es una novela repleta de poesía, de referencias al cine, a la literatura, al
arte. Una vez Burnside se lanza adelante con las historias de Jean Culver, el
libro bulle con intriga, lirismo y excelentes detalles de una humanidad que tan
rara es de encontrar en la vida real hoy en día.