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21 jun 2020

Reseña: Home Fire, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Home Fire (Londres: Bloomsbury, 2017. 264 páginas.

Al comienzo de esta séptima novela de Kamila Shamsie (en este blog puedes encontrar reseñadas cuatro de las seis anteriores: la dramática Burnt Shadows, la entretenida Salt and Saffron, A God in Every Stone y Kartography, que en su día me decepcionó) la joven inglesa de origen paquistaní Isma está en Heathrow a punto de tomar un vuelo intercontinental, de esos que se solía tomar antes del COVID, para comenzar su doctorado en Amherst. Su destino es Nueva York. Antes de permitirle abordar el vuelo, su equipaje es registrado con minuciosidad, y después es sometida a un interrogatorio que, como mínimo, es extremadamente indiscreto, y que incluye el siguiente intercambio:

«¿Se considera usted británica?», le dijo el hombre. «Soy británica.» «Pero… ¿Se considera usted británica?» «He vivido aquí toda mi vida.» (p. 5)

Durante muchos años Isma ha jugado el papel de hermana mayor, y también de madre y padre, de los gemelos (Aneeka y Parvaiz). La madre murió tras una enfermedad y el padre, yihadista de los locos carniceros de ISIS, murió mientras era trasladado a Guantánamo, tras ser arrestado en Afganistán. No es, por lo tanto, un entorno familiar ni feliz ni placentero. Sin embargo, Isma ha tratado desde siempre de criar a sus hermanos pequeños para que sean ciudadanos responsables y adquieran una buena educación.

De manera que cuando Parvaiz traba amistad con simpatizantes del DAESH y luego se marcha al norte de Iraq a ayudar a filmar las ejecuciones de los verdugos del autoproclamado califato, Isma no lo duda y pone sobre aviso a las autoridades. Ello le granjea el rencor inmediato de Aneeka, cuyo enojo se concentra en esa traición familiar, pero no alcanza a ver otro tipo de deserción mucho más grave: el compromiso de proteger a sus hermanas de todo mal.

En las primeras semanas de sus estudios en los EE.UU., Isma conoce a otro británico de ascendencia paquistaní. Eamonn es el hijo del Ministro del Interior del gobierno de Su Majestad, Karamat Lone. Aunque en esa primera parte Shamsie nos da a entender que Isma y Eamonn podrían haber llegado a algo más que una amistad, el hecho es que, en la segunda parte, es Eamonn quien toma la iniciativa de acercarse a Aneeka, a quien ya había visto en fotos. La gemela de Parvaiz decide emprender una arriesgada huida hacia adelante, enamora al hijo del ministro para poder utilizarlo luego como peón en una audaz estrategia: conseguir que el ministro ayude a Parvaiz a regresar indemne e ileso a Londres.

La tercera parte del libro se titula ‘Parvaiz’, y nos lleva a Estambul y a Raqqa. Testimonios y reportajes sobre el régimen de terror, brutalidad y fascismo religioso que los delirantes miembros de esa secta del fin del mundo impusieron en esa parte del mundo por espacio de unos años hay de sobra. En Home Fire, Shamsie apenas describe algunos incidentes y momentos que, como era de esperar, hacen que Parvaiz ponga pies en polvorosa tan pronto como le surge la oportunidad.

Pero escapar del integrismo y de la barbarie no es fácil. A Parvaiz (o Pervys) lo cazan en las calles de Estambul, justo cuando intentaba buscar protección. Y es ahí donde el tema clave de Home Fire comienza de verdad. El ministro toma la decisión de prohibir la repatriación del cuerpo de su hermano gemelo:

“Hace apenas unos minutos el ministro del Interior habló con nuestro corresponsal político, Nick Rippons, acerca de Pervys Pasha:
-      De modo que tenemos otro caso de un ciudadano británico que…
-   Voy a cortarte ahí, Nick. Como sabes, el día que asumí mi puesto tomé la decisión de revocar la ciudadanía de todas las personas con doble nacionalidad que hubieran salido de Gran Bretaña para unirse a nuestros enemigos. Mi predecesor solamente usó esos poderes de forma selectiva, lo cual, tal como he dicho en repetidas ocasiones, fue un error por su parte.
-          Y Pervys Pasha, ¿tenía doble nacionalidad?
-          Así es. De Gran Bretaña y de Paquistán.
-         Y en términos prácticos, ¿tiene esto alguna consecuencia, ahora que está muerto?
-          Su cuerpo será repatriado a su nación de origen, Paquistán.
-          ¿No será enterrado aquí?
-         No. No vamos a permitir que los que se alzan en vida contra el suelo de Gran Bretaña mancillen ese mismo suelo a su muerte.
-          ¿Han informado a su familia en Londres?
-         Ese es un asunto que corresponde a la Alta Comisión de Paquistán. Perdona, Nick, no tengo tiempo para más. (p. 188-89, mi traducción)

Es, por lo tanto, una recreación del dilema que enfrentó Antígona en el clásico de Sófocles. Aneeka tiene que elegir entre obedecer la ley de Tebas, que prohíbe enterrar a los traidores, y el precepto religioso que le exige enterrar a su hermano. Aneeka toma la decisión de ir a Karachi y acompañar el cadáver de su hermano hasta que se levante la prohibición de repatriarlo. Quiere, lógicamente, que Parvaiz sea enterrado junto a su madre.

“Karachi: autobuses de colores vivos y edificios insípidos, paredes repletas de grafitis, vallas publicitarias con anuncios de teléfonos móviles, refrescos y helados, pájaros trazando círculos en el cielo incandescente. Parvaiz habría querido bajar las ventanillas y escuchar todos esos nuevos sonidos, pero ella permaneció sentada en el coche, en un silencio que únicamente alteraban las rejillas traqueteantes del aire acondicionado, un silencio concebido no por ella sino por su primo, el guitarrista, que se negaba a explicar por qué al desembarcar la habían escoltado funcionarios del aeropuerto, que la habían trasladado en un vehículo a la terminal de mercancías, donde estaba él esperándola a recogerla en un coche beige que tenía en el parabrisas la pegatina que proclamaba su membresía de un club de golf. Parecía más adecuado para un hombre de negocios que para un músico.” (p. 208, mi traducción) Fotografía de Asjad Jamshed.
Home Fire es una intensa novela en torno a temas muy actuales: el conflicto entre estado e individuo, representado por el dilema entre la desobediencia civil y el cumplimiento de la ley al que individuos de un comportamiento usualmente íntegro se ven abocados cuando se enfrentan a la injusticia y a la intransigencia del político populista de turno. Una valiente propuesta que interroga acerca de qué debemos entender por identidad y por justicia. El desenlace es, en cuatro palabras, electrizante, dramático, inesperado y cruel. Como la vida misma.

19 jun 2016

Reseña: Kartography, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Kartography (Londres: Bloomsbury, 2002). 343 páginas.
¿Cuál sería tu reacción si un día alguien te revelara algo sobre tu propia familia que tus padres te hubieran ocultado durante muchos años? ¿Y si esa información pusiera en evidencia a tu propio padre? ¿Hasta qué punto podemos (o debemos) denunciar la tacha moral de una persona que nos lo ha dado todo y a la que hemos buscado emular en nuestro progreso hacia la madurez?

Ese es, en buena parte, el dilema al que se enfrenta la joven pakistaní Raheen, la protagonista de esta novela de Shamsie. Pero no es el único. Quizás el más acuciante (al que por lo menos le dedica más páginas la autora) es el de la amistad (y mucho, pero que mucho, romance) con su primo Karim.

Narrada por una joven Raheen, ya graduada de una universidad estadounidense, la novela comienza con unos jóvenes Raheen y Karim compartiendo unas vacaciones en una gran propiedad rural de un familiar en el norte de Pakistán. La violencia latente en las calles de Karachi empuja a sus padres a alejarlos de la ciudad. Raheen trata de explicarse (y explicarnos a nosotros sus lectores) la relación con Karim a lo largo de los años, y el porqué del gravísimo deterioro de esa amistad tras la salida de Karim y su familia de Pakistán cuando apenas contaba 12 años, camino de Londres.

El centro de Karachi. Fotografía de Asjad Jamshed
El secreto del que Raheen nunca ha sido sabedora se remonta muchas décadas: concretamente a 1971, cuando Pakistán Oriental se separó del Occidental, formando el estado que hoy en día se llama Bangladesh. Los padres de Raheen y Karim rompieron sus compromisos de boda y terminaron por intercambiar sus parejas. ¿Qué es lo que les llevó a esa decisión? ¿Cómo se produjo y qué consecuencias emocionales tuvo sobre las dos mujeres con que se casaron? Lo quebradizo de esas relaciones tiene su reflejo en la fragilidad de la relación entre Raheen y Karim.

El trasfondo determinante es, por supuesto, la intransigencia moral y la fuerte intolerancia que la religión tiene sobre las relaciones entre personas de distinto sexo en Pakistán. El contraste entre la descripción de las fiestas regadas con alcohol en las que se embarcaba la generación de sus padres y del rampante puritanismo al que tiene que hacer frente en las calles de Karachi le sirve a Shamsie para abordar el tema de la represión con cierto humor. Sin embargo, la autora no explora en la misma medida la discordancia entre la clase acomodada y privilegiada a la que pertenecen Raheen y sus amigos y la mísera existencia a la que se ven abocados la mayoría de los ciudadanos de Karachi. No resulta ser suficiente la ironía con la que Raheen cuenta las lujosas celebraciones nocturnas y la vacuidad de ese pequeño sector tan privilegiado de la sociedad de Karachi, especialmente porque la propia Raheen da la impresión de sentir abundante displicencia por los múltiples problemas que aquejan a la población más humilde de la ciudad.

A caballo entre la Bildungsroman y la novela romántica, Kartography no termina, en mi opinión, de cuajar como historia. Pienso que hay algo que no cuaja en una narración centrada más en los vaivenes sentimentales de una joven que en un terrible episodio del pasado, el cual, parece decirnos Shamsie, es determinante en todas las vidas de las generaciones futuras. Kartography está a años luz de Burnt Shadows, por ejemplo, y carece del rigor narrativo del que Shamsie hizo gala en A God in Every Stone. Un pelín decepcionante para mi gusto.


20 may 2015

Reseña, A God in Every Stone, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, A God in Every Stone (Londres: Bloomsbury, 2014). 312 páginas.

Todos los días aprende uno algo. En mi caso, gracias a la lectura de la última novela de Kamila Shamsie (de ella ya había leído Burnt Shadows y Salt and Saffron) he conocido el dato histórico de la presencia y participación de soldados indios (o más específicamente, pastunes) en la I Guerra Mundial. Y curiosamente lo hicieron por primera vez un día después del desastroso desembarco de tropas australianas, también al servicio del Imperio, “for King and Country”: el 26 de abril de 1915.

Con este fondo de entramado histórico Shamsie sitúa pues el inicio de esta historia en Turquía, concretamente en el yacimiento arqueológico de Labraunda (uno de los muchísimos, posiblemente miles, yacimientos existentes en el Asia Menor, como puede constatarse si se realiza un viaje por las carreteras turcas). Allí, una joven inglesa, Vivian Spencer, participa en las excavaciones a las órdenes de un arqueólogo de origen armenio llamado Tahsin Bey. Vivian es muy joven y naturalmente algo ingenua, y apenas puede ocultar su predilección por el arqueólogo.

Pero la guerra echará por tierra sus planes de volver con él en otra expedición arqueológica. En un momento de debilidad ofrece datos sumamente importantes sobre el talante rebelde de Tahsin Bey a la inteligencia británica. Pero cuando esos datos terminan en el poder de otros, su suerte está echada. A Tahsin Bey lo asesinan de un tiro en la cabeza: una carga de culpa que Vivian tendrá que soportar en su conciencia toda la vida.

Es la guerra también la causa de que los caminos vitales de Vivian y Qayyum, enrolado como oficial en el 40 Regimiento Pastún del ejército indio británico y herido en Ypres, comiencen a cruzarse. Shamsie pone de relieve el altísimo precio que pagaron estos soldados pastunes, llamados por la metrópolis colonial a una lucha en tierras muy lejanas, en una guerra que en realidad no era suya. Tras comportarse como un héroe y recibir heridas que le causan la pérdida de un ojo, Qayyum es trasladado a Inglaterra, donde el tratamiento médico que recibe es mucho mejor que el trato social al que se ve sometido.

A los pocos meses, y tras haber servido brevemente como enfermera, Vivian viaja a Peshawar con la esperanza de reunirse nuevamente con el armenio y participar en otra excavación arqueológica. Bey le había señalado un yacimiento próximo a Peshawar (la antigua Caspatyrus) donde proceder a la búsqueda de la legendaria diadema de Escílax de Carianda. Allí tropieza con la negativa del dueño de las tierras, pero mientras espera que cambie de idea traba amistad con un muchachito llamado Najeeb (el hermano pequeño de Qayyum). Najeeb se convierte en pupilo de la arqueóloga inglesa: le enseña griego clásico y siembra en él la semilla de la afición por la arqueología. Cuando la noticia de la muerte de Tahsin Bey le llega por carta, Vivian regresa a Inglaterra.

Museo de Peshawar - Fotografía de Khalid Mahmood
La segunda parte del libro regresa con Vivian a Peshawar en 1930. Najeeb, ya licenciado universitario y oficial del museo local, la convence para venir a Peshawar a seguir buscando tesoros enterrados. Su llegada a “la ciudad de las flores” coincide sin embargo con una ola de desobediencia civil alentada por las acciones no violentas de Gandhi y Nehru. Qayyum se ha alistado en un ejército sin armas, los Khudai Khidmatgars (siervos de Dios), manifestantes pacíficos que siguen las enseñanzas del venerable Khan Abdul Ghaffar Khan. La respuesta de las autoridades británicas fue una masacre (escabechina que está bien documentada).

Lo que quizás no sea tan lógico es que los acontecimientos de tiempos tan revueltos y difíciles se hayan trasladado en la novela en una serie de episodios que no son caóticos pero sí parecen entrelazados de un modo demasiado tenue. Shamsie abre la trama a nuevos personajes que aparecen para desaparecer de inmediato. La novela es de repente un río de aguas turbulentas y alocadas. Es como si Shamsie hubiera querido adoptar varios puntos de vista narrativos (los de Vivian, Qayyum, Najeeb y Diwa, una joven de ojos verdes que ayuda a los manifestantes y a Najeeb cuando resulta herido) en el preciso momento en que los acontecimientos no pueden estar controlados, y es ahí donde la novela pierde un poco de fuerza.

A God in Every Stone es una narración con una indudable tendencia a la denuncia política e histórica. El desenlace, con varios hilos argumentales que no quizás no estén bien ejecutados, es posiblemente lo de menos. Al igual que en Burnt Shadows, Shamsie cautiva con su prosa, repleta de simbolismos e imágenes nítidas y palpitantes. Hay una significativa simetría entre la defensa de la libertad de su pueblo que hace Tahsin Bey y la posterior rebelión pacífica pastún contra los colonos británicos. La novela se inicia y se cierra con dos breves episodios de la época del rey persa Darío I, en 515 BC y 485 BC, con Escílax como protagonista. La idea latente en A God in Every Stone (aunque no explicitada) es que todos los imperios tienen un final irremediable. Le ocurrió a Darío y les ocurrió a los ingleses.

Peshawar, situada en una de las zonas más calientes del planeta, es la tierra de esos hombres sacrificados por el poder imperial, como Qayuum, quien nos deja esta reflexión: “Si un hombre ha de morir defendiendo un campo, que ese campo sea su campo, que esa tierra sea su tierra, que esa gente sea su gente.”(p. 101, mi traducción)

12 ene 2015

Reseña: Salt and Saffron, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Salt and Saffron (Londres: Bloomsbury, 2000). 244 páginas.

Yo no sé tú, pero en mi caso las preguntas que de vez en cuando me hacen mis hijos sobre quiénes eran nuestros antepasados me ponen en un aprieto. Lo realmente curioso es que pese a que la historia de la Australia colonial solamente puede remontarse unos doscientos años, hoy por hoy, les resulta más fácil saber acerca de la rama australiana de su familia (la cual incluye, por supuesto, a un convicto que a principios del siglo XIX cambió de nombre en cuanto le fue posible) que de la valenciana a la que yo pertenezco.

Lo anterior viene a cuento de esta simpática novela de la paquistaní Kamila Shamsie, de quien hasta ahora solamente conocía Burnt Shadows. En Salt and Saffron [Sal y azafrán], la cual hasta ahora, que yo sepa, no se ha traducido al castellano, Shamsie explora en clave humorística la mitología de una antiquísima familia de noble origen que estuvo muy cerca del poder durante la era del imperio mogol, en lo que hoy en día comprende India, Pakistán y buena parte de Afganistán.

El imperio mogol en su momento de máximo esplendor, circa 1707. Fotografía, Keeby101, en Wikipedia.
Aliya es una de las mujeres jóvenes de esta familia, los Dard-e-Dil, y al principio de la novela se halla regresando a Karachi tras haber completado sus estudios en una universidad americana. En el avión conoce a un atractivo joven paquistaní que, como ella, también está haciendo sus estudios en los EE.UU. Durante su escala en Londres Aliya conoce, gracias a una de sus primas, a parte de la familia que quedó en India tras la Partición de 1947, y algunos de los comentarios que allí escucha sobre la historia más reciente de su familia la llevan a investigar las causas por las que su prima Mariam Apa cayó en desgracia cuando Ayila era apenas una niña. Y para darle un poco de emoción y unas buenas dosis de romance, el joven, Khaleel, vuelve a encontrarse con ella en el metro y la busca hasta encontrarla en la casa de sus familiares. Después de salir a tomar juntos un café, y tras averiguar Aliya que Khaleel procede de uno de los barrios más humildes de Karachi, queda algo ambigua la idea de que vayan a verse en Karachi.

El trasfondo histórico de la Partición no solamente sirve para ilustrar la división entre hindúes y musulmanes. También sirve como telón de fondo que expone las aparentemente insoslayables divisiones sociales entre ricos y pobres, así como de la inevitable oposición entre las generaciones paquistaníes modernas de las clases pudientes, educadas en el canon occidental, y las de sus padres y abuelos, aferradas a las tradiciones; además, persiste la pugna entre imperio colonialista y colonia que tiene su reflejo en la contraposición de urdu e inglés.

En Karachi, Ayila tiene que abordar y resolver un conflicto que surgió unos años antes, cuando abofeteó a su abuela porque ésta llamó puta a su prima Mariam. ¿Qué sucedió en realidad con Mariam? ¿Por qué nunca hablaba de nada que no fuera de comida? ¿Ocultaba algo? ¿Por qué huyó con el cocinero, Masood? ¿Adónde fueron? ¿Será cierto que en ella y Mariam se encarna una de las maldiciones con que la leyenda parece haber castigado a los Dard-e-Dil? La novela gira en torno a estas preguntas, para algunas de las cuales habrá respuesta, mientras que en el caso de otras Shamsie prefiere no explicitarla.

Por otra parte, la Ayila que ha estado estudiando en América se debate en su ciudad natal entre los ideales democráticos e incluso radicales que ha adquirido en la universidad de la costa este y el acatamiento de las tradiciones inquebrantables de una sociedad patriarcal en la que cualquier aspiración feminista no tiene cabida alguna.

Salt and Saffron es una historia en mi opinión bien narrada, con algunos altibajos y enrevesamientos innecesarios que la autora podría haber tratado de alisar adoptando una variedad de modalidades narrativas. Pero es sin duda un acierto que sea la propia Aliya la que cuente la historia en primera persona, mezclando las habladurías familiares con diálogos chispeantes y repletos de ironía y dobles sentidos que mantienen ella y sus primos y primas.

El desenlace se acerca una pizca al melodrama y tiene tintes demasiado románticos para mi gusto; quizás deje indiferente a más de un lector. Salt and Saffron entretiene, aunque no llegue a entusiasmar.

19 jun 2013

Reseña: Burnt Shadows, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Burnt Shadows (Londres: Bloomsbury, 2009). 363 páginas.

Tras haberla visto por primera vez en algún documental de la 2 cuando era un jovenzuelo imberbe, me quedó firmemente grabada durante muchos años la imagen del primer ataque mediante la explosión de una bomba atómica en la ciudad de Hiroshima. Hubo un segundo ataque tres días después. Creo que es innegable que el empleo de la bomba atómica en un conflicto mundial ha marcado para siempre la imaginación de los que nacimos o crecimos durante la Guerra Fría. La destrucción del planeta fue (y sigue siendo, aunque nos pese) una amenaza real y terrible.

En Burnt Shadows, la autora paquistaní Kamila Shamsie narra las vidas de varias generaciones de dos familias a quienes las circunstancias históricas unen y separan a lo largo de casi sesenta años. La novela se inicia en la ciudad de Nagasaki el día 9 de agosto de 1945, cuando una joven llamada Hiroko Tanaka se despide de su novio alemán, un gentil y estudioso artista exiliado llamado Konrad, que acaba de pedirle que se case con él. Embelesada, abre el viejo arcón de su difunta madre y saca un hermoso quimono adornado con dibujos de pájaros que surcan el cielo. En ese instante, nos dice la narradora, “el mundo se vuelve blanco”. Shamsie describe conmovedora pero oportunamente la aniquilación total de la ciudad (véase la foto más abajo); pero son las marcas  que quedan grabadas para siempre en la piel de Hiroko – las sombras de los pájaros del quimono que llevaba puesto – las que más impresión nos causan.
Dividida en cuatro partes ordenadas de forma cronológica, Burnt Shadows lleva al lector desde Nagasaki a Delhi en el Indostán anterior a la Partición y momentáneamente a Estambul, desde donde el argumento nos sitúa en Karachi, Islamabad y la frontera de Paquistán con Afganistán, con el trasfondo de la ocupación soviética que fue prólogo de la desintegración de la URSS, en el decenio de 1980. En la última parte, la acción (y hay mucha acción en este tramo final de la novela) alterna entre Nueva York y Afganistán, con un inesperado desenlace en las afueras de la ciudad canadiense de Montreal.

Precediendo a estas cuatro partes hay un brevísimo prólogo en el cual se nos describe la llegada de un prisionero al ya infame Gitmo en la base de Guantánamo. El personaje anónimo, a quien le han obligado a desnudarse una vez encerrado en su celda, se pregunta “¿Cómo pudieron las cosas llegar a este extremo?”.

Burnt Shadows es una sólida narración, a pesar de la enorme amplitud temporal y espacial que busca cubrir la autora con la novela. Puede argumentarse que muchos personajes (por muy secundarios que sean, es necesario que parezcan humanos y resulten creíbles) quedan un poco desdibujados debido a la celeridad con que Shamsie los hace pasar por la historia que cuenta. Y sin embargo, el efecto total de la narración de Shamsie es altamente eficaz, no obstante su complejidad, y la historia cuenta con el suficiente aliciente como para hacer progresar al lector hasta su conclusión.

Interesantes son asimismo los contrastes que Shamsie crea y realza, atando ciertos hilos históricos que en teoría podrían suponerse inconexos. Así, la endeble relación de los Burton en Delhi (símbolo añadido del declive del imperio británico) se contrapone a la de Hiroko y Sajjad, quienes en contra de todas las opiniones y pese a las vastas diferencias culturales, se casan, desafiando la presión colonial y las convenciones culturales imperantes. Los Burton les convencen para que vayan a Estambul en su viaje de luna de miel y eviten así la violencia que la Partición iba a causar en Delhi. Cuando meses después tratan de regresar a la India independiente, a Sajjad, musulmán, se le han cerrado las puertas de la que creía su patria. Karachi se convierte en la nueva morada para ellos, y al cabo de los años nacerá Raza, un muchacho que no podrá pasar desapercibido en Paquistán.

Uno de los principales temas subyacentes en Burnt Shadows es el del sentimiento o la percepción de la identidad propia por parte de las personas. Mientras Hiroko, traumatizada por la explosión nuclear que mata a su padre y a Konrad y casi la mata a ella también, mantiene una personalidad sólida a través de los años y en los múltiples lugares donde el destino la lleva a vivir, su hijo Raza, talentoso políglota, hace del disfraz un hábito. Si bien en un principio ese ávido apetito de vestir un disfraz le reporta una extraordinaria aventura de la que sale indemne, cuando lo adopta en su profesión las consecuencias pueden ser imprevisibles en un escenario bélico como Kandahar, adonde acude de la mano de Harry Burton, el hijo de James y Elizabeth Burton, que había crecido con Sajjad en la vieja Delhi de la época imperial.

La identidad, como muy bien sabe todo emigrante, es algo cambiante y variable: son los entes administrativos los que catalogan y categorizan a las personas; la ignorancia, la mala fe de los políticos y los prejuicios luego hacen el resto.

Una de las preguntas recurrentes en Burnt Shadows gira en torno a la necesidad real de la destrucción de Nagasaki. Habiendo visto las consecuencias de una explosión nuclear en una ciudad, el presidente Truman decidió lanzar un segundo ataque. ¿Por qué? ¿Repetir la barbarie indiscriminada, justificaba el final acelerado de la guerra? Shamsie teje unos lazos sutiles, hábilmente sugeridos pero no explicitados, entre la matanza de Nagasaki y la matanza del 11 de septiembre en Nueva York. Entre esos dos sucesos de crueldad y degradación de la humanidad, el número de guerras indirectas o directas en las que han tomado parte los EE.UU. supera fácilmente el medio centenar. Algo huele mal en todo esto.

Burnt Shadows ha sido ya publicada en castellano por Salamandra, con el título de Sombras quemadas, y traducida por Victoria Malet Perdigó.

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