12 may 2025

Reseña: Rebel Island, de Jonathan Clements

Jonathan Clements, Rebel Island: The Incredible History of Taiwan (Brunswick, VIC: Scribe, 2024). 301 páginas.

Este fascinante libro del historiador británico asentado en Finlandia pone el acento en la larga historia de la isla de Taiwán, incluyendo la prehistoria, que desconocía por completo. Durante la última glaciación, la isla estuvo unida a la masa continental asiática. Hace unos 12 000 años, el deshielo inundó los valles y planicies, creando una tierra separada de China por unos 160 km. Durante cientos de años en la isla vivieron pueblos austronesios, los verdaderos indígenas de esta isla del Pacífico. Afirma Clements: «… la historia de Taiwán — en un sentido literal, el registro de sus sucesos y cultura por escrito — ocupa menos del dos por ciento del periodo en que ha estado habitada por los seres humanos. Un comentario de este calado sería cierto en relación con la mayoría de las otras partes del mundo, pero hay algunos lugares, y Taiwán es uno de ellos, donde el foco en la historia moderna entraña el riesgo de aumentar la marginalización de las voces y de la experiencia de los grupos étnicos que llevan viviendo allí más tiempo. En su reciente trabajo sobre las culturas indígenas, la arqueóloga Kuo Su-chiu señala lo apabullante que resulta ser un sentido desapasionado del tiempo profundo, y lo muy engañoso que es para la historiografía moderna el centrarse en las disputas entre chinos y japoneses, o los nacionalistas que creen que Taiwán es parte de China y los separatistas que desean que no lo fuera». (p. xiii, mi traducción)

El aislamiento, naturalmente, duró poco. Antes de la llegada de los colonialistas europeos (entre ellos los españoles, que ya habían llegado a lo que son hoy en día las Filipinas, y cuya presencia fue tan efímera como intrascendente), a la isla llegaron tanto chinos como japoneses que, por alguna u otra razón, iban huyendo de sus respectivas autoridades. Clements también documenta la presencia de contrabandistas y piratas en esos tiempos, si bien tanto la costa oriental como la occidental no ofrecían puertos muy seguros que digamos. Además, señala el autor en numerosísimas instancias, la gran mayoría de los registros históricos de esas épocas caracterizan a los pueblos indígenas de Taiwán como bárbaros a los que les gustaba cortar las cabezas de los invasores, y con quienes tratar era evidentemente una tarea peligrosa.

«En algún momento [de mediados del siglo XVI], la isla adquirió un nombre nuevo, cortesía de un grupo de recién llegados. Mercaderes portugueses, a la búsqueda de nuevas oportunidades en China pero rechazados por sus autoridades, exploraron el litoral de las islas cercanas, y posiblemente circunnavegaron Taiwán en su viaje de regreso a casa. Aunque no tuvieron una presencia duradera en la región, sí dejaron algunos nombres de lugares imperecederos. Pasando por las islas Penghu, observaron un buen número de embarcaciones de pescadores chinos fondeadas allí, y les dieron el nombre de Pescadores [tal como se conoce al archipiélago en varios idiomas]. Su formidable entusiasmo por la frondosa vegetación de la costa occidental de Taiwán, avistada desde la distancia, llevó a la inscripción del nombre Ilha Formosa (Isla Hermosa) en los mapas europeos posteriores». (p. 33, mi traducción)

Portugueses, holandeses, ingleses y franceses se acercaron a esta zona del planeta en busca de materias primas. Durante siglos hubo continuas migraciones desde el continente a la isla. En un interesante giro de la historia, también Japón contó con Taiwán como territorio de su imperio, entre 1895 y 1945. Clements recoge el testimonio de muchos historiadores que han señalado la modernización que la administración japonesa aportó, especialmente en la capital, Taipéi.

«Enfrentados a la inevitable victoria comunista en el continente, las autoridades nacionalistas empezaron a considerar un precedente histórico. Igual que Koxinga y los leales a la dinastía Ming habían huido para luchar en otra ocasión, ellos harían lo mismo. Y con el tiempo lo hicieron, junto con dos millones de sus seguidores, amasándose en la isla de Taiwán con una enorme oleada de refugiados hambrientos.

La evacuación de los nacionalistas desde el continente constituyó un logro notable, pero supuso un gran costo. Decidido a desviar tantas fuerzas comunistas como fuera posible, Chiang Kai-shek dio la impresión de estar planeando realizar la evacuación a Fujian, la provincia suroriental al otro lado del estrecho de Taiwán, bordeada por una cordillera de montañas que creaban una fortaleza natural. Para hacerlo, envió a algunos de los evacuados en la dirección incorrecta, con la vana esperanza de que pudieran ser rescatados más adelante. Se dieron además algunas extrañas prioridades entre los materiales que llegaron a Taiwán. Aunque miles de soldados y sus familias, así como innumerables cargamentos de armamento militar no llegaron a Taipéi, de alguna manera hubo sitio en los buques de evacuación para los tesoros del Museo del Palacio Nacional, junto con gran parte del oro del banco nacional y un cofre repleto de joyas confiscado a los supuestos quintacolumnistas de Shanghái» (p. 168, mi traducción). Una maravilla de reloj procedente de la colección del Museo del Palacio Nacional en Taipéi. Fotografía de Zairon.

La isla sirvió en dos ocasiones como refugio de emergencia para ejércitos chinos que escapaban de sus enemigos en China. La primera vez fue el líder de las fuerzas Ming, Koxinga, huyendo del ejército manchú. La segunda oportunidad es la m
ás conocida por el público en general: el general Chiang Kai-shek y los nacionalistas lo hicieron tres siglos después, acosados por los comunistas liderados por Mao. Unos dos millones de personas cruzaron el estrecho. Junto con sus familiares y sus pertenencias, los oficiales nacionalistas arramblaron con buena parte de los tesoros culturales de la capital china y otras ciudades. De hecho, el Museo del Palacio Nacional en Taipéi parece ser uno de los mayores atractivos para los muchos turistas del continente que visitan la isla.

El elefante llamado Lin Wang sirvió en las fuerzas chinas de la segunda guerra entre China y Japón (1937–1945). Después de la guerra, cruzó el estrecho y vivió en el zoológico de Taipéi hasta el año 2003.

Clements insiste en lo enormemente compleja que es la relación de China con la isla. La gran mayoría de la población es ya de origen chino (de la etnia Han), pero los pobladores autóctonos subsisten y la relación con ellos no siempre ha sido fácil. Es un lugar bastante fragmentado políticamente, con una innegable conexión cultural, social y económica con la República Popular China. Lo que depare el futuro respecto a su sistema político es imposible de decir.

La isla «… [es] un punto letal de estrangulamiento en la geopolítica moderna: el hecho de que economías enteras y consideraciones estratégicas dependan ahora no de mercancías como el acero y el petróleo, sino del control del mercado de circuitos informáticos integrados — un mercado en el que Taiwán es tan crucial en el siglo XXI como lo fue respecto al alcanfor en el siglo XIX. […] el iPhone 12 del año 2020, un producto vital tanto para los fabricantes chinos como los distribuidores estadounidenses, un aparato que no podría funcionar sin el microprocesador A14, que por entonces se fabricaba únicamente en la factoría de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). En medio de las tensiones relacionadas con el virus de la Covid-19, que causó por sí mismo trastornos sustanciales en la cadena global de suministro, el enfrentamiento en torno a Huawei sirvió para demostrar el crucial valor estratégico de Taiwán». (p. 242, mi traducción)

Un libro ciertamente deslumbrante y enriquecedor para quien, como yo, sabía bien poco de esta parte del mundo. Un dato muy interesante: como se suele decir con el castellano de Colombia, el mandarín de Taiwán es la forma más pura de la lengua. Si intentas aprendes el idioma allí, cuando vayas a China te van a reconocer enseguida el acento, dice Clements.

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