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12 jul 2025

Reseña: The Coin, de Yasmin Zaher

Yasmin Zaher, The Coin (Londres: Footnote Press, 2024). 225 páginas.
En ocasiones te encuentras con un libro en el que el autor, de pronto, ejecuta una maniobra narrativa mediante la que apela al lector, y a este no le queda otro remedio que reevaluar lo que había estado leyendo hasta ese instante. Eso me ha ocurrido con The Coin, la desconcertante primera novela de esta periodista palestina (oriunda de Jerusalén) ahora afincada en París, aunque vivió durante muchos años en los Estados Unidos, adonde fue a completar sus estudios universitarios.

Te preguntarás – eso espero – de qué maniobra estoy hablando. Pues es porque Zaher deliberadamente se dirige a un “tú” que soy yo, el lector, que quizás no esperaba una interpelación tan directa y resuelta. La protagonista (la novela está narrada en primera persona, pero nunca sabemos su nombre) trabaja como maestra en una escuela de uno de los barrios humildes de Nueva York. Es una mujer obsesionada con la limpieza. Su rutina diaria incluye el baño, frotándose toda la piel a conciencia y afeitándose todo pelo que le aparezca. La obsesión (¿enfermiza?) por la limpieza tiene una motivación moral para ella. Cree que el día en que sus padres murieron en un accidente de tráfico se tragó la moneda del título (un shekel). Esa moneda, que persiste en su interior, es obviamente un símbolo: de su herencia (que su hermano le pasa con cuentagotas) y de su identidad, otra vertiente, mucho más esencial e importante, de la herencia que la narradora ha llevado consigo a América.

Y en Nueva York, la anónima protagonista de The Coin trata de mantener una apariencia de alto nivel socioeconómico (tiene dinero pero no acceso directo a él) con la adquisición de productos de marcas archiconocidas. La letanía de nombres de accesorios y prendas de moda es significativa: Hermès, Ferrari, Louis Vuitton, Chloé, Gucci, Miu Miu, Blahnik, etc.

Un Birkin. Fotografía de la filipina Yvette Religioso-Ilagan. 

Un día abandona una abandona su gabardina en la calle, y pocos días después descubre que un extraño la lleva puesta. Poco a poco entra en una relación con él (en la novela lo conocemos únicamente por el apodo de ‘Gabardina’). Gabardina la convence para viajar a París a comprar bolsos Birkin que luego revenderán en Nueva York. La estratagema de Gabardina y la intervención de la narradora es una atractiva subtrama que en realidad no lleva a ninguna parte. Las observaciones sobre el comportamiento de los empleados de las tiendas de artículos de lujo son brillantes. Pero una vez de regreso en Nueva York, Gabardina desaparecerá de su vida para siempre.

Tan fascinantes como esos capítulos son los dedicados a los alumnos de su escuela. Hay un subtexto de fuerte censura social. La narradora se convierte en difusora y promotora de ideas subversivas; en paralelo, describe su personal descenso a los infiernos. Pide una larga baja en la escuela, construye un terrario en el apartamento donde vive y se abandona al descuido y la suciedad, desconectándose del mundo.

Una novela que no te puede dejar indiferente. La sociedad (no solamente la estadounidense) de esta tercera década del siglo XXI sale muy malparada. Nuestros vicios consumistas y nuestras desidias políticas quedan expuestas en un texto en el que abundan lo escatológico, el sexo y una brutal ironía. Observa la protagonista que los estadounidenses tienen un comportamiento muy protector respecto a sus hijos – no es de extrañar, pues es el único país del mundo en el que parece existir una práctica cultural que todos conocemos como school shooting.

The Coin es un brillante debut. Ese trastorno obsesivo compulsivo por la limpieza que demuestra padecer la narradora tiene un objetivo claro: la suciedad. Pero no la suciedad física (mugre, polvo, lodo, grasa, etc.) sino la moral, esa mezcla de indecencia identitaria e ideológica de la que ha surgido el monstruo al que todos vemos a diario en el más realista y real espectáculo de reality TV que haya habido jamás y, por si fuera poco, en directo desde la Casa Blanca.

The Coin recibió este año el Premio Dylan Thomas que otorga la Universidad de Swansea a la mejor novela de un autor joven. He aquí un fragmento:

«El primer lunes del mes de marzo, todos los maestros se reunieron en la sala de profesores. Era el cumpleaños de Lauren, Aisha había hecho unas magdalenas de terciopelo rojo y había también algunos asuntos administrativos de los que hablar. La maestra de plástica iba a tomar la baja por maternidad, los baños del segundo piso estaban destrozados y el presupuesto para actividades de atletismo estaba agotado. Yo casi nunca decía nada en esas reuniones, y aquel día me quedé de pie junto a los ventanales, las manos por encima del radiador, rehuyendo los bombazos calóricos. Mantuve un perfil bajo. Era todavía la nueva maestra, y no confiaba en que fuera a decir algo apropiado.

El último punto de la agenda del día era una carta que Aisha había recibido de algunos alumnos. Agitó la hoja de papel cuadriculado en el aire y dijo: “Ahora se hacen llamar el Movimiento por la Belleza y la Justicia”. Leyó la carta rápidamente, le parecía divertida, y se saltó algunas partes que no entendía. “Amenazan con ponerse en huelga” —prosiguió— “y dicen que tenemos dos semanas para responder”. Soltó una sonora carcajada y movió la cabeza. Me recordó el modo en que yo había desestimado la nota de suicidio de Carl.

Gregory quiso saber qué estudiantes estaban detrás de la carta y Aisha insistió en que eso no importaba, que eran un gran grupo, aunque pienso que trataba de proteger a Sal porque era pariente suyo.

“¿Puedo ver la carta?”, pregunté. Era lo primero que había dicho en la reunión, y Aisha me miró como si se sorprendiera de verme allí. Me la pasó; era la letra de Leonard, diminuta, en azul. Había una larga lista de demandas, que Aisha había omitido en su lectura. Requerimos una máquina de refrescos. No podemos hacer tareas los fines de semana. Queremos llevar zapatillas en el colegio.

“¿Qué vais a hacer respecto a esto?”, pregunté mientras miraba alrededor, a los demás maestros, pero luego bajé los ojos y miré otra vez el radiador, no queriendo parecer demasiado comprometida. “Pues ignorarlos”, dijo Gregory y empezó a empaquetar sus cosas en la mochila. “No, yo no pienso ignorarlos,” dijo Aisha, “todos queremos que nos oigan, podemos darles algo,” prosiguió, “quizás una máquina de limonada, y podemos subir la temperatura del termostato hasta los 18 grados”.

Aisha era de esa rara especie de personas, gente amable y gentil, gente que creo que nacen ya así. Son más visibles en ciertas profesiones. En la educación, o en la atención médica, como las enfermeras que extraen sangre. Esta gente trabaja en el interior de los edificios, trabajan jornadas largas e intensivas, a veces en turnos nocturnos. Ya no quedan muchos así hoy en día, pues nuestra cultura nos socializa en contra de la amabilidad. Lo sé porque casi nunca te los encuentras en la calle». (p. 149-50, mi traducción)

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