Luis García Jambrina, El manuscrito de nieve (Madrid: Santillana, 2010). 280 páginas.
Veamos. Cuando uno
de los críticos de Babelia (el Sr. Javier
Goñi) nos contaba
por allá en febrero de 2011 que, con El
manuscrito de nieve García Jambrina “ha puesto en pie un estupendo mosaico
de una vieja ciudad, donde venganzas y lances de deshonor de antaño conviven
con el Nuevo Mundo ya descubierto o con mujeres que, a la manera de La Latina,
ansían saber, aunque sea disfrazadas de hombres. No es una novela para
aficionados al género histórico, que lo es de género, sino, más bien y también,
para aficionados a la buena novela, y ésta lo es”, uno (que solía ser mucho más
crédulo en 2011 que en 2014) quiere hacerle caso; y le hace caso porque de verdad, le apetece leer una
buena novela en lengua castellana.
Pero el caso es
que el sello Alfaguara que publica El
manuscrito de nieve pertenece a la editorial Santillana, que es una del
conglomerado corporativo de PRISA que también (oh, vaya una casualidad) publica
El País, antaño un gran diario, hoy
venido a menos (mucho menos), cuyo suplemento literario es precisamente Babelia, cuyo acceso en línea es hoy en
día mediante pago (no sé cuántos paganos habrá, pero desde luego, no me cuento
entre ellos).
Leo en la contraportada
de El manuscrito de nieve: “Narrada
con un estilo ágil, claro y preciso y grandes dosis de inteligencia, imaginación
e ironía, … es el resultado de una sabia y original mezcla de géneros.” Pues discrepo,
y bastante. El manuscrito de nieve es
un thriller fallido (puesto que casi
al principio de la novela se puede deducir, con casi total seguridad, quién es
el asesino, y eso arruina una novela de misterio) ambientado en la Salamanca de
fines del siglo XV. Es una novela histórica en tanto que hace uso de personajes
históricos, y el autor invierte mucho esfuerzo en la ambientación y en detalles
que tratan de hacer la historia verosímil.
Lamentablemente,
son muchas más las carencias que las virtudes: personajes acartonados, que no
logran levantarse de la página, que no parecen tener vida propia. Diálogos que
en ocasiones chirrían con un exceso de melodrama o de afectación barata: “—Ahora
sí que estáis en mis manos…Ya os dije que os perdería el corazón. —Vos, sin
embargo, habéis perdido la cabeza.” (p. 267). LOL. La trama gira y gira y gira
en torno a un mismo misterio (una serie de asesinatos de estudiantes salmantinos),
y a ratos no parece avanzar, sino repetirse con no se sabe muy bien qué propósito.
No es suficiente
intentar dar vida a Fernando de Rojas y al Lazarillo de Tormes en una novelita
de misterio, convirtiéndolos en una pareja de “detectives”. El experimento deja
mucho que desear; nunca llega a cuajar, al menos en mi opinión. Puede que el
lector medio español no sea muy crítico, que no lo es, y se conforme con
cualquier cosa.
Pero si de esta medianía
un señor que cobra por escribir reseñas dice que es un “estupendo mosaico” y una
“buena novela”, cabe preguntarse: ¿será porque le han dado órdenes desde arriba?
¿O porque, como a dos de las víctimas de El
manuscrito de nieve, le han cortado la lengua y le han privado del sentido
del gusto? Se acabó lo que se daba.