Rodrigo Rey Rosa, El material humano (Barcelona: Anagrama, 2009). 181 páginas.
La trama de El material humano gira en torno a las peripecias de un investigador que cuenta con la autorización de las autoridades pero que se sabe vigilado precisamente por aquellos a los que investiga. Narrada en su mayor parte en clave de diario personal, El material humano incide en la paranoia lógica que se produce en nuestro pequeño universo cuando de pronto nos topamos de lleno con esa inquietante incertidumbre que se desprende de no saber exactamente cuál es la realidad de los demás.
El tema de la investigación es los crímenes contra la humanidad cometidos en Guatemala durante los más de treinta años de guerra, abierta o encubierta, y de represión gubernamental. Rey Rosa nos advierte en una escueta nota que sirve de prólogo que “Aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, ésta es una obra de ficción”. Nada más lejos de la realidad, podría ingenuamente objetarle tras unas cuantas páginas un lector que esté más o menos versado en la historia de las dictaduras centroamericanas del siglo XX. Y el hecho de que el libro se cierre con otra escueta nota, a modo de epílogo, que dice que “Algunos personajes pidieron ser rebautizados”, refuerza esa impresión. Se presenta pues como la enésima versión del juego entre ficción y realidad, que tanto se prodiga en la narrativa contemporánea.
Y a todo esto contribuye sin duda el hecho de que éste sea un texto que navega entre dos aguas: se estructura como compendio de los diarios y las notas del autor-narrador y a un tiempo esconde una propuesta sobre la metaliteratura: por decirlo de otra manera, es la novela no quiere ser novela; el autor-narrador elabora una ficción con lo que a todas luces no es ficción.
Gran parte de la narración sigue a un personaje curioso: Benedicto Tun, fundador y director del Gabinete de Identificación desde 1922 hasta 1970. Mediante la lectura de las fichas elaboradas por Tun en el Gabinete (el listado de fichas un tanto extravagantes que adjunta el narrador-autor al inicio del libro es una más que interesante curiosidad), y a través de las entrevistas que el narrador mantiene con el hijo (también llamado Benedicto) se va formando un retrato detallado de quién era este hombre y cuál fue su cometido a lo largo de casi cinco décadas.
A medida que el narrador-autor avanza en su investigación acerca de la suerte de los represaliados políticos, va dándose cuenta que él mismo se puede ir convirtiendo en blanco. Recibe muchas llamadas telefónicas a horas intempestivas, y una oferta inmejorable de una funeraria que luego resulta ser inexistente. La ficción que busca elaborar Rey Rosa resulta verosímil únicamente porque el narrador se ve apartado de los archivos sin que se le dé una razón oficial: a su alrededor se crean silencios y aparecen sombras, y se percibe la constante presencia indeterminada de algo o alguien que no desea que conozca la verdad.
Con todo, cabe preguntarse si todo el material literario que Rey Rosa tenía a su disposición podría haber dado lugar a un relato totalmente diferente, renunciando al formato del diario; un texto en el que los numerosos episodios de los sueños del protagonista encontrarían un lugar más natural, y en el que posiblemente la inclusión del viaje a Europa, con sus cenas y borracheras, no estaría justificada.