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15 dic 2025

Reseña: Discriminations, de A.C. Grayling

A. C. Grayling, Discriminations: Making Peace in the Culture Wars (Londres: Oneworld, 2025). 267 páginas. 

Si has participado alguna vez en la sección de comentarios de cualquier medio, habrás visto sin duda en algún momento una salida de tono o sufrido un ataque personal por el simple motivo de haber expresado tu opinión. Ni siquiera este blog, que versa sustancialmente sobre libros, se libra de cobardes energúmenos que insultan a falta de la inteligencia necesaria para poder desarrollar un argumento que contradiga las opiniones que vierto en él. (Mira la sección de comentarios de esta reseña). Admito en cualquier caso que A. C. Grayling, el autor de este instructivo libro, no aplaudiría mi respuesta.

Las guerras culturales forman parte de la vida diaria en internet y en las redes sociales, de las cuales decidí abstenerme desde su aparición, pese a que muchos me habéis recomendado que ayudan a expandir no solamente los negocios sino también los buenos contactos. Australia ha adoptado recientemente la decisión de cerrar el acceso a ciertas redes sociales a los menores de 16 años. Es un hecho incontrovertible que la mayoría de esas redes son una selva sin ley. En ella hay salvajes fieras de todo tipo. No es de extrañar que mucha gente cerrara su cuenta en lo que se llamaba Twitter antes de que un billonario, que no duda en publicitar su muy dudosa ideología, lo comprara y pervirtiera.

Discriminations se divide en ocho capítulos, que están precedidos de un prefacio y una breve introducción, amén de notas e índice. Como en otros libros suyos (he reseñado otros tres hasta ahora: Friendship, Democracy and its Crisis, y Who Owns the Moon?), Grayling trata de explicar la cuestión primero, definiendo conceptos y concretando las cuestiones más o menos peliagudas o controvertidas. En este libro Grayling explica las ‘guerras culturales’ que siguen afectando el (llamémoslo así, pese a que en realidad en muchos casos no lo haya) debate político, ideológico o cultural de este siglo. Temas candentes son, por ejemplo, la ‘cultura de la cancelación’ y el ‘wokismo’ (la manifestación pública de adherencia a una conciencia de las injusticias sociales).

Estatua de Oscar Wilde en Merrion Square, Dublín. Fotografía de Phil Nash (Wikimedia Commons)
Adoptando una perspectiva básicamente filosófica, Grayling apunta a la discriminación y sus muchas formas (el racismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia, entre otras) y señala repetidamente, mediante ejemplos, el enorme daño que ha causado y sigue causando la discriminación contra nuestros congéneres. Oscar Wilde, la Inquisición, el sistema de castas, Jim Crow, etc. Según él, el principio fundamental que ha de regir nuestra conducta y por ende nuestra oposición a todo tipo de discriminación debe ser, sin salvedad alguna, el de los derechos humanos como concepto clave para resolver los problemas que se plantean.

Además, Grayling muestra que la diferencia entre conceptos tan acostumbrados como ‘pecado’ y ‘delito’, definidos ambos desde marcos distintos como son el religioso y el jurídico, puede extrapolarse al tema de la discriminación y la cultura de la cancelación. Así, la religión impone castigos por ‘pecados’ que conllevan el avergonzamiento, la exclusión, el exilio e incluso la muerte. Grayling propone que se haga una clara distinción entre los intereses de personas (o grupos de personas) y los derechos de las personas. No se puede negociar el hecho de que todos tenemos derechos como seres humanos; sin embargo, para que se dé una coexistencia pacífica, cabe ajustar los intereses (especialmente los de grupos y movimientos políticos) de manera racional y sin que mellen en los derechos de cada individuo.

Grayling recurre al concepto de la ‘convivencia’ que, según muchos historiadores, se dio en ciertas ciudades de la península ibérica durante la Baja Edad Media (Toledo o Córdoba, por ejemplo) entre las culturas y religiones árabe, judía y cristiana: «De modo que lo deseable es la convivencia [en castellano en el original]; el eslogan para ella es no la unidad sino la armonía —y el factor decisivo es que la armonía se logra mediante el respeto mutuo de los derechos.

A su vez, eso requiere contar con una clara conciencia de la distinción entre derechos e intereses, pues mientras que el respeto por los intereses de los demás siempre y cuando no disminuyan o entren en conflicto con los propios es el camino obvio, puede ocurrir, y lo hace con frecuencia, que los intereses entren en conflicto. Cuando lo hacen, cabe encontrar las soluciones caso por caso. Con bastante frecuencia, el choque de intereses no se soluciona fácilmente, y entonces una o ambas partes salen perdiendo. Nuevamente, caso por caso, ello no es sistemáticamente una cuestión de injusticia; el hecho de que una zapatería pierda clientes porque otra zapatería cercana cuenta con vendedores más eficientes no implica injusticia alguna porque los intereses de una dejen fuera de la competición a los de la otra.

No obstante, hay evidentemente casos en los que los conflictos implican una injusticia; están los casos en los que los derechos de la parte perdedora han quedado subordinados a los intereses de la parte que sale ganando. Esta es, precisamente, la situación que se da en el racismo, el sexismo y en otras formas de discriminación. Y es aquí donde ha de realizarse la labor de lograr, de acercarse tanto como sea posible a, la convivencia». (p. 217, mi traducción)

Un libro que estimula la esperanza y la aceptación de la diferencia, en un día que ha amanecido muy triste y lleno de dolor para quienes queremos vivir en paz y que los demás también vivan en paz, aquí en Australia.

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